Entre las dunas del sur del Sáhara se esconde Al Qaeda. Pero ¿es una amenaza real?  

“Al Qaeda quiere convertir el Sahel en un nuevo frente de batalla contra Occidente”

Tendrá que esforzarse más. Para los detractores acérrimos de la guerra contra el terror de George W. Bush, el séquito de Al Qaeda en la era Obama se reduce a un puñado de talibanes atrincherados en Waziristán del Norte, y la amenaza terrorista es una exageración que ha quedado restringida al escenario de confrontación afgano. Sin embargo, los escépticos alertan de que Bin Laden ha conseguido su gran sueño, tener en el norte de África y a las puertas de Europa una legión de hombres fieles y cada vez más preparados en técnicas de seguridad e inteligencia, planificación de atentados y uso de armas y explosivos.

Como en la fábula del lobo, los descreídos miran de reojo sin terminar de creerse que los tentáculos de Bin Laden puedan llegar hasta el árido Sahel (al sur del Sáhara, comprende zonas de Mauritania, Senegal, Malí, Argelia, Guinea, Burkina Faso, Nigeria, Níger, Camerún, Chad, Sudán, Eritrea y Etiopía), convencidos de que la paranoia del 11-S está de vuelta y de que en África sólo hay cuatro radicales islamistas que anhelan un régimen salafista en Argelia.

 

 

La verdad, como ocurre en tantas ocasiones, está en el punto medio. La construcción de una amenaza en el Sahel es real, aunque Al Qaeda todavía no las tiene todas consigo. Ha fracasado en su intento de crear el gran Magreb islámico con el que soñaba y de reunir bajo un solo paraguas a todos los grupos terroristas que actuaban en el norte de África, aglutinándolos en 2007 bajo la denominación Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI). Esta organización se fusionó con el Grupo Salafista para la Predicación y el Combate (GSPC, escisión del GIA argelino) y con los miembros de las nuevas redes de base (grassroots jihadist networks, grupos locales dentro de cada país que comparten objetivos estratégicos de la yihad global pero que no pertenecen de facto a Al Qaeda ni a sus asociados) presentes en el Magreb y en Europa, aunque no consiguió convencer a los libios, marroquíes o tunecinos, que dieron la espalda a AQMI. En parte la culpa es del monopolio del enfoque argelino del GSPC, que se ha hecho con la cúpula. Además, en los últimos años, AQMI se ha desmarcado del estilo Al Qaeda, subrayando en varias ocasiones que no mata a civiles inocentes, evitando así cometer el error de la casa madre en Irak.

Aun así, La Base ha logrado imponer cierta disciplina, como se comprobó con la ejecución del rehén británico Edwain Dyer en 2009. AQMI asume su maquinaria propagandística amenazando y atacando (en el Magreb y el Sahel) a objetivos occidentales, y difunde eficazmente su mensaje a través de la productora Al-Andalus. Pero los hombres de la red de Bin laden en Yemen y en Arabia Saudí hacen viajes de ida y vuelta al desierto de Malí para supervisar a un AQMI en el que desconfían. Porque, en el fondo, saben que sus aliados del desierto les han salido díscolos. Se han enfrascado en luchas internas de poder y no parecen dispuestos a cumplir su promesa de africanizar la yihad, lo que los obligaría a africanizar también su liderazgo. Se comportan más como mafiosos que como terroristas, despreciando una unión más estrecha con los grupos salafistas locales, y prefieren participar de forma activa en los suculentos negocios ilícitos que se esconden entre las dunas del desierto, con especial cariño y gusto a una de sus actividades estelares y más lucrativas: los secuestros de occidentales. A pesar de estas debilidades, Al Qaeda busca convertir esa franja desértica en su nuevo Tora Bora, un inmenso agujero negro de cuatro millones de kilómetros cuadrados que atraviesa una decena de países africanos comprendidos entre el Océano Índico y el Atlántico, que se cuentan entre los más pobres del planeta, muchos de ellos Estados fallidos con conflictos violentos. Es ya un incipiente santuario en el que veteranos combatientes (que lucharon en Afganistán y en Irak) entrenan con pericia a una nueva generación de terroristas islámicos en bases nómadas camufladas como campamentos tuareg en el desierto del Sáhara (en Malí, Mauritania y otras en Níger), a unos 3.000 kilómetros al sur de Almería.

 

“Malí se ha convertido en la retaguardia del AQMI”

Mal que le pese. En la década de los 90, Argelia sufrió el azote de los afganos, aquellos curtidos combatientes que habían luchado contra los soviéticos y volvían a casa para continuar con la violencia. La contraofensiva de Argel fue tal que, entrado el siglo XXI, el GSPC quedó tan maltrecho y desgastado que cayó en los brazos de Al Qaeda sin remisión. Mokhtar Belmokhtar (también llamado “El Rey del Marlboro” o “El Cheikh Tuerto”), en desacuerdo y con poco peso dentro de la organización, decidió cobijarse en el sur y acabó penetrando en las regiones del norte de Malí (Tombuctú, Gao, Kidal).

Pronto descubrió las ventajas de ese agujero negro al margen de la ley que lo convertían en un escondite inmejorable para los proscritos. Sólo en Malí, el desierto del Sáhara acapara el 60% del territorio y tiene una extensión similar a la de Francia. Es una de las regiones más pobres del mundo, sin medios policiales ni militares para patrullar la inmensidad del norte, de muy difícil acceso. Las condiciones de vida son tan extremas que sólo las soportan las tribus nómadas locales, lo que la convierte en una zona de trasiego de todo tipo de delincuentes, en la que los terroristas fundamentalistas se codean con traficantes de personas y de armas, narcotraficantes, contrabandistas y otros maleantes en busca y captura.

Belmokhtar cobró notoriedad en AQMI tras aportar grandes sumas de dinero con los secuestros, de modo que el líder supremo, el emir Droukel, promovió a Hamidu Abu Zeid para equilibrar su poder y le envió al norte de Malí. El choque fue brutal, y la competencia entre ambos ha hecho que esa zona y sus fronteras con Mauritania y Níger se hayan convertido en 2009 una de las más convulsas y de mayor influencia para el grupo. Algunos líderes y combatientes se han casado con mujeres tuareg para pasar inadvertidos entre la población e interactúan con mafias de todo pelaje, a las que proporcionan seguridad a cambio de algún beneficio.

Malí nunca ha sido objetivo de los radicales, de modo que Bamako no tiene ni dinero ni motivos para esforzarse en una lucha antiterrorista que podría acarrearle problemas de orden interno y quebraderos de cabeza con los países vecinos. Aun así, es parte del conflicto al ser país involuntario de acogida de rehenes de secuestros perpetrados en Mauritania o en Níger (sólo ha habido un secuestro en Malí, un trabajador humanirtario francés que fue liberado en febrero de 2010), a los que esconden en el norte. El Gobierno de Amadu Tumane Turé sufre la presión de los países occidentales afectados y se ve obligado a mediar en las negociaciones con los terroristas de AQMI, viéndose inmerso en ese juego sucio a contrarreloj que le exigen Gobiernos como el francés o el español.

 

“El narcotráfico financia el terrorismo ‘yihadista”

Sí. La Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y la Criminalidad (ONUDC) da por hecho lo que en Malí llaman “gans terrorismo”. Por el momento se trata de pruebas aisladas en ese país, donde las condiciones desérticas extremas y la impunidad que sólo es posible al abrigo de un territorio tan vasto ofrecen al malhechor radical un amplio catálogo de delitos a elegir entre el tráfico de armas, de cocaína y de heroína, el transporte de inmigrantes clandestinos con destino a Europa o el contrabando de alimentos básicos y tabaco.

Al parecer, los terroristas de AQMI atrincherados en el norte participan en alguna de estas modalidades o en varias a la vez, como por ejemplo el tráfico de cocaína, ya que controlan el terreno por el que pasan las mafias de transporte y distribución de droga latinoamericana, que han encontrado en el desierto del Sáhara un cómodo corredor para su posterior traslado a Europa y Asia. De hecho, muchas tribus tuareg locales han entrado en competición entre sí por el cobro de un peaje a estas mafias, que a menudo acaban en ajustes de cuentas, como es el caso del secuestro en febrero del patriarca de los kunta y alcalde de Anefis, Baba Ould Sidi Almoctar Kounta, de 88 años, por parte de los árabes de Bourem (norte de Malí).

En marzo de este año las autoridades mauritanas encarcelaron a 20 miembros de AQMI a los que interceptaron intentando cruzar la frontera con Malí cargados de droga. La ONUDC reconoce haber encontrado en 2009 un Boeing 727 cerca de Bourem, que transportaba 10 toneladas de cocaína procedentes, al parecer, de Venezuela, y admite que la heroína afgana se cruza con la cocaína latinoamericana en el Sahel. Existen sospechas de que los aliados de Al Qaeda en el Magreb se han hecho con rutas de contrabando, drogas y armas, así como con el control de algunos yacimientos de uranio y petróleo en Níger y en Nigeria. Pero de momento son sólo eso: sospechas.

Para los esfuerzos antiterroristas, la implicación de grupos radicales en actividades criminales puede ayudar a la hora de implicar a los gobiernos locales que no consideran el terrorismo yihadista como su problema, además de contribuir a juzgar también como narcotraficantes a los terroristas detenidos.

 

“El desierto del Sahel es un hervidero de activistas”

Todavía no. El extremismo islamista no cala entre las tribus locales del desierto del Sahel (koulak, iforas, tuareg, o peules, en francés), que profesan en su mayoría un islam solidario entre clanes, de origen sufista y basado en las cofradías, contrario a la violencia y más tolerante que el wahabismo o salafismo. En los últimos años han llegado a Malí predicadores paquistaníes y saudíes que recorren las mezquitas promoviendo la yihad y extienden la corriente wahabita con la estrategia habitual, financiando nuevas mezquitas y supliendo necesidades como la justicia, medicinas o alimentos básicos. Pero no convencen a la gran mayoría.

Otros países son más permeables al mensaje yihadista, como es el caso de Libia, donde el presidente Gadafi ha legalizado el sufismo tras años de prohibición (visto como una influencia política negativa) para cortarle el paso a los wahabitas. Según un informe del Ejército estadounidense, los libios fueron en 2007 el segundo grupo de combatientes islamistas extranjeros más voluminoso en Irak, detrás de los saudíes; de ahí que ahora Trípoli participe activamente en la vigilancia y el control del terrorismo en el Sahel. Pero los combatientes libios no luchan en las filas de AQMI, sino que prefieren unirse a Al Qaeda en las llamadas FATAS (áreas tribales de administración federal) en Pakistán.

 

 

Curiosamente, la competición en el Sáhara entre Belmokhtar y Abu Zeid (cuyos fieles algunas fuentes sitúan entre 200 y 300) está provocando el reclutamiento de nuevos miembros de AQMI procedentes de países como Malí, Níger, Burkina Faso y Nigeria, donde el emir Droukel, alias Abu Musab Wadud, líder de AQMI, difundió en febrero un comunicado ofreciendo a los nigerianos “armas, munición y todo el apoyo que podamos con nuestros hombres”. Aunque de momento, y pese a estas palabras, se trata más de una amenaza para la seguridad que de un peligro político.

Al Qaeda tiene especial interés geoestratégico en Somalia, al ser esencial por su proximidad con Yemen. Allí, el grupo fundamentalista Al Shabab (en árabe, La Juventud), dirigido por Moktar Ali Zubeyr, recluta entre los más jóvenes y los especializa en el secuestro de buques en el océano Índico (que les proporcionan entre 25 y 30 millones de euros anuales), aunque su objetivo primordial siempre ha sido la africanización de AQMI. Otros grupos radicales intentan captar combatientes en el fragmentado Sudán, un polvorín.

De modo que en el Sahel el agua se calienta, pero aún no hierve. Es ahora cuando los radicales intentan hipnotizar a esa juventud desheredada, sin futuro y sin alternativas en un África que Occidente abandonó a su suerte tras la descolonización, y es ahora cuando AQMI pretende tejer su tela de araña hacia el sur. El Sahel es una de las zonas más pobres del planeta, donde los secuestros están teniendo consecuencias nefastas sobre el sector turístico (del que por ejemplo en el norte de Malí depende el 80% de la población). Las ONG y la ayuda humanitaria extranjera se pueden apuntar a la desbandada, presas del pánico de los secuestros, y los jóvenes acabarán uniéndose a la yihad para huir de la pobreza, el analfabetismo y el abandono. El antiamericanismo y la binladenmanía harán el resto.

En Europa, aunque el reclutamiento ya no es tan numeroso como en el pasado, no hay que menospreciar la capacidad de AQMI para seguir aglutinando a esos yihadistas que viven en suelo europeo y sueñan con la “cruzada contra los infieles”, a los que captan, sobre todo, a través de Internet. A muchos jóvenes los llevan a entrenar al desierto, y en ocasiones convencen a brillantes científicos, como es el caso de los hermanos Hicheur, de origen argelino, detenidos por las autoridades francesas en 2007 por colaborar con AQMI; uno de ellos trabajaba para el acelerador de partículas del CERN (el Centro Europeo de Investigación Nuclear), y los servicios secretos británicos (MI5) sospechaban que preparaba un atentado de gran envergadura en Reino Unido.

 

“EE UU desembarca en el Sahel para prevenir nuevos ataques”

En parte. El desembarco estadounidense en el Sahel es de naturaleza antiterrorista, pero está directamente relacionado con el repentino interés de Washington en los prometedores recursos energéticos de la zona. De ahí que algunos sospechen que a EE UU le conviene exagerar el grado de amenaza terrorista en la zona para justificar la presencia de los marines. Desde 2001, la estrategia americana en Malí tiene dos pilares: el primero, la doctrina de proteger su territorio desde lejos, prevenir las amenazas antes de que ocurran; y el segundo, asegurar su aprovisionamiento energético. Washington pretende aumentar las importaciones de petróleo africano de un 15% a un 25%-35% en 2025, llegando a ser una fuente de extracción tan importante como Oriente Medio. Países como Sudán, Chad, Malí y Níger tienen posibilidades importantes de exploración de oro negro y minerales (como el uranio), aunque la zona importante será el Golfo de Guinea.

Como si de Kandahar se tratase, ya hay marines deambulando por regiones como Tombuctú o Gao, donde el Equipo A de Operaciones Especiales entrena a soldados en el asalto a bases terroristas, entre otras competencias. EE UU ha participado en numerosas operaciones militares conjuntas con otros países del Sahel, como la Iniciativa Pan Sahel (PSI) de 2003 o el Programa Antiterrorista para el Sáhara (TSCTP) –con un presupuesto de 90 millones de euros–, hasta que en 2007 dio un paso más creando un mando unificado, el Africom, el mando del Pentágono para África, con base en Stuttgart (Alemania). España participó por primera vez en abril pasado en unas maniobras antiterroristas en el Sahel (Flintlock 10), dirigidas por Africom y dentro del TSCP y al margen de la OTAN, en las que se entrenaron a unidades de los Ejércitos de Senegal, Nigeria, Malí y Mauritania.

La vertiente militar estadounidense va acompañada de ayudas económicas de la Agencia para el Desarrollo (USAID); por ejemplo, unos 400 millones de euros para Malí de aquí a 2011. Éstas compiten con el maná libio, que cae del cielo por todo el país gracias a la iniciativa MALYBIA, responsable de la financiación, entre otras cosas, de las nuevas sedes de los ministerios malienses.

 

“España está en el punto de mira”

Por desgracia. El vídeo de 80 minutos que difundió hace tres años el número dos de Al Qaeda, Aymán al Zawahirí, dejó a toda España boquiabierta. La recuperación de Al-Ándalus parece casi una amenaza medieval, pero, entendida en el contexto actual, preocupa a los expertos en la lucha antiterrorista, así como la pretensión de Al Qaeda de recuperar Ceuta y Melilla. Desde 2001, las autoridades españolas han interceptado y detenido a numerosos terroristas de AQMI en Madrid, Cataluña, País Vasco, Andalucía, Navarra, Aragón, Ceuta y Melilla, ayudando a desmantelar redes con conexiones en otros países europeos.

La amenaza, no hay que engañarse, es real. Pero parece menor a la de hace unos años, y muchos expertos creen que de producirse un ataque no será de la magnitud de un 11-S. Por un lado, el gran sueño de Al Qaeda de crear el Gran Islam o una red mortífera que golpeara a Europa desde el norte de África no se ha materializado. Los esfuerzos antiterroristas realizados por las autoridades argelinas, el descalabro de Irak y la preferencia de muchos muyaidines de luchar en la actual guerra de Afganistán juegan a favor. El problema es que, una vez perdido el escenario iraquí y ante la posibilidad de que desaparezca el afgano en unos años, Al Qaeda puede mirar hacia el Sahel con ojos golosos y puede que intensifique sus esfuerzos para incluir ese teatro africano en su particular festival del terror, sobre todo como base de operaciones y lanzadera de yihadistas hacia Europa o los países de la ribera del Mediterráneo.

Europeos y españoles seguirán siendo secuestrados (desde 2003, ha habido decenas de occidentales en esa situación, incluidos tres españoles– dos varones y una mujer– que fueron raptados en Mauritania en noviembre de 2010 y de los que sólo ha sido liberada la mujer), un lucrativo negocio que ha proporcionado a AQMI entre 10 y 12 millones de euros en concepto de rescates sólo en el Sahel.

 

“Europa está haciendo lo imposible para que Al Qaeda no gane terreno en África”

Ni mucho menos. Mientras EE UU invierte en el Sahel a manos llenas, organismos supranacionales y países como la ONU, China, la UE o la Unión Africana están mucho menos presentes. Todos pueden estar más o menos de acuerdo con la existencia de la amenaza del radicalismo islámico en el Sahel, pero hacen como que la cosa no va con ellos y, exceptuando la operación Atalanta de la Fuerza Naval de la Unión Europea (EUNAVFOR), ideada para contener los secuestros de buques en aguas somalíes y en la que también participa España, no han tomado decisiones de envergadura para prevenir males mayores en el ámbito terrorista.

China, que está muy presente en todo el continente africano, se conforma con concentrarse en cuestiones comerciales, al igual que otros países europeos que compiten entre sí para sacar tajada del plano energético. Muchos de los recursos que destinan en estos momentos España y la UE centran todos sus esfuerzos en el freno de la inmigración ilegal con amplias ayudas a los países de tránsito, dejando en manos de los Estados magrebíes, sahelianos y de EE UU el reto de frenar y de contener una amenaza que, paradójicamente, correspondería asumir por su cercanía y virulencia (hay que recordar el 11-M).

Es remarcable el esfuerzo español que recoge el Plan África –que en 2007 destinó 1.190 millones de euros, el 40% de la Ayuda Oficial al Desarrollo española, aunque visto de cerca el previsto para 2009-2012 pasa de puntillas por la necesidad de reformar el sector de seguridad en el África subsahariana y la cooperación en Defensa contra el crimen organizado, el terrorismo y la piratería, que suponen un ínfimo apartado en el total de objetivos entre los que sí se contemplan el fomento de la gobernabilidad, el refuerzo del sistema judicial y proyectos concretos de ayuda al desarrollo. Argelia y los demás países del Magreb tienen un papel esencial a la hora de luchar contra el terrorismo, pero el peso del problema no debería caer por entero en sus hombros, Por ejemplo, Malí cuenta con un Ejército de apenas 7.000 soldados y, además de maniobras militares, necesita ayuda urgente para luchar contra AQMI, al igual que Mauritania o Níger.

Europa debe articular una respuesta conjunta con los países magrebíes y sahelianos, y debe poner sobre la mesa políticas de desarrollo y de educación para evitar que el norte de África se convierta en una zona de fértil cultivo de yihadistas, donde habita una legión de jóvenes hastiados fruto de una tierra yerma que está muy cerca de las costas españolas.