La separación de Gaza sí era previsible. De hecho, la franja
lleva 60 años así. Hamás ha acelerado las cosas, ante el
cambio de régimen
que se preparaba contra su Gobierno, elegido democráticamente. Sin embargo,
pese a las diferencias entre los islamistas y los laicos, la crisis palestina
no degenerará en una guerra civil abierta, aunque sus desesperados habitantes
sí pueden esperar la fragmentación total de los territorios ocupados en un cúmulo
de
bantustanes. La solución de dos Estados nunca
estuvo tan lejos.

“Su separación era imprevisible”

En absoluto. Lleva mucho tiempo así.
Lo novedoso es que ahora son los propios palestinos quienes han consolidado
la fractura. Los territorios ocupados han estado divididos geográficamente desde
la guerra de Palestina o de independencia israelí (1947-1949). Después, Gaza
estuvo bajo jurisdicción de El Cairo, mientras Ammán administraba Jerusalén
Este y Cisjordania. Los distintos sistemas legales se mantuvieron tras la ocupación
por Israel de todo lo que quedaba de Palestina en 1967.

El Movimiento de Resistencia Islámico (Hamás)
controla ahora Gaza. Pero no ha sido –como pretenden,
entre otros, el presidente de Autoridad
Nacional Palestina (ANP), Mahmud Abbas– un
golpe de Estado: primero, porque no existe tal Estado,
y segundo, porque el de Hamás es el Gobierno
elegido en las urnas (obtuvo una victoria arrolladora
en las legislativas de enero de 2006). Ante la evidencia
de que se avecinaba un cambio de régimen
pacífico
pergeñado gracias a la colaboración entre
EE UU, la ANP e Israel, Hamás respondió de manera
preventiva al crecimiento militar de Al Fatah. El
partido islamista interpretó el despliegue de las
fuerzas de seguridad leales al presidente en los pasos
fronterizos de Rafah y Karni –previsto para el corredor
de Filadelfi, en la frontera con Egipto– como
una amenaza encaminada a su derrocamiento, y
actuó en defensa propia, como cabía esperar.



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“Gaza sola no tiene viabilidad”

Correcto, en la práctica. Pero en
teoría, tendría mucha viabilidad, si no boicotearan
al Ejecutivo de Hamás. Gracias al despliegue
(ya sin pasamontañas) de la rama militar del
movimiento islamista (las Brigadas Ezedin al
Kassam), el primer ministro Ismail Haniya logró,
al menos al principio, imponer la ley y el orden
entre los 1,4 millones de habitantes de la franja de
Gaza. Es un territorio manejable, de 360 kilómetros
cuadrados, frente a los 5.860 kilómetros cuadrados
y los más de tres millones de personas que
viven en Cisjordania (300.000 colonos judíos
entre ellas). Además, Haniya ha invitado a integrarse
en sus fuerzas de seguridad a los pocos fieles
a Abbas que no han abandonado Gaza, y está
deseando volver a negociar con el presidente de la
ANP para reconstruir el Gobierno de unidad.

Pero los hechos van por otro camino. Hamás
acabará más aislado que nunca. Sus apoyos diplomáticos
y financieros (Siria e Irán) no benefician a
su imagen de moderación en Oriente Medio. Egipto,
país vecino y clave para las negociaciones, teme
que la influencia islámica se extienda por la península
del Sinaí y limita la huida de palestinos a campos
de la Cruz Roja en la frontera con la franja. Para
restringir las repercusiones regionales, El Cairo ha
trasladado su representación diplomática de Gaza
a Ramala, aunque sí media entre las facciones.

No hay que confundirse, Israel no invadirá
Gaza otra vez: el precio político resulta demasiado
alto. Una pérdida sustancial y previsible de tropas
israelíes sería un suicidio político. Eso sí, con
el perfecto pretexto ofrecido por la toma islamista
del poder en la franja el 14 de junio pasado,
Israel volverá a atacar el territorio –como ya ha
empezado a hacer–, una alternativa más perjudicial
si cabe. Hamás contestará. Y vuelta a empezar.
Pero el grupo islamista ha sobrevivido antes y
sobrevivirá ahora. Y si no es con esta generación,
será con la siguiente.

“Hay una guerra civil palestina”

No. A primera vista, podría parecer que la
lucha entre Hamás y Al Fatah se encamina hacia
una guerra civil abierta. Pero no es así. Se trata de
una batalla sangrienta por el control de las fuerzas
de seguridad. La guardia presidencial se ha convertido
en una milicia más, cuya consolidación
provocó una contundente respuesta islamista: la
creación de la Fuerza Ejecutiva (una policía paramilitar
paralela) por parte del ex ministro del
Interior del Gobierno de Hamás, Said Siyam.

El anhelo de venganza entre las fuerzas de
Hamás y Al Fatah viene de lejos, y es un síntoma
de la disputa histórica entre ambas facciones, que
se escenifica ahora con más violencia que nunca. El
intenso combate por el poder no va a parar, pero
ambos bandos han descartado iniciar un conflicto
civil. No existe una división social severa que
enfrente a partes sustanciales de la población y la
apuesta electoral por Hamás tampoco era una
repentina manifestación popular en pro de un
regreso a los fundamentos del islam, sino una
muestra de profunda frustración.

En lugar de una guerra fratricida, lo que puede
esperarse a largo plazo es una fragmentación de los
territorios. Primero, con toda probabilidad, aparecerán
en toda Palestina clanes militarizados como el de
la familia Durmush, en Gaza (conocido también como
el Ejército del Islam), que secuestró al periodista británico
Alan Johnston en la franja. Más tarde, si llegara
a implantarse el plan ideado por Washington –que pondría
a los gobernadores municipales bajo las órdenes
de Abbas, dejando de lado al Ministerio del Interior
del Gobierno de Hamás–, se produciría el aislamiento
total de las poblaciones en todos los territorios
ocupados. De hecho, las medidas anunciadas en mayo
por Estados Unidos (benchmarks, una serie de líneas
rojas
de ejecución de objetivos y plazos para reformar
el sector de seguridad palestino) ya calificaban las ciudades
de Cisjordania de clusters (bantustanes), un término
muy revelador de la condición palestina.

“La desconexión israelí tiene la culpa”

En buena parte. La desconexión israelí
de la franja de Gaza en agosto y septiembre de
2005 salió bien… sólo al principio. Las milicias palestinas
observaron el alto el fuego de forma unánime,
mientras se evacuaba a los colonos judíos y se retiraba
el Ejército israelí. Los habitantes de Gaza celebraron
el final repentino de 38 años de ocupación militar,
en lo que consideraron un primer paso hacia un
Estado soberano. Sin embargo, su alegría duró poco.
Las cosas se torcieron en seguida, debido a que los
israelíes se retiraron de forma unilateral, sin coordinarse
con la Autoridad, que no estaba preparada
para hacer frente a los requisitos básicos de seguridad.
Las milicias cantaron victoria, en particular
Hamás. Poco después, Musa Arafat, responsable de
las fuerzas de seguridad de la ANP en Gaza, fue asesinado
e Israel decidió sellar la franja, lo que agravó
sus ya acuciantes problemas económicos.

Por último, desde la aplastante victoria de Hamás
en las legislativas de enero de 2006, el boicot contra
el Ejecutivo de Ismail Haniya, ahora confinado en
Gaza, ha sido constante. Mientras, Estados Unidos y
la Unión Europea han levantado las sanciones y canalizan
hacia Abbas y Al Fatah los fondos antes retenidos.
Incluso Israel liberó los 550 millones de dólares
(408 millones de euros) de la ANP que mantenía congelados
desde la victoria de Hamás.

Es preciso recordar que es Israel el que hizo posible
el éxito de Hamás: durante años apoyó implícitamente
el surgimiento del grupo, en contra de los esfuerzos
de Yasir Arafat, a quien el Estado judío rechazó siempre
como “socio de paz”. Pero cuando la “resistencia”
armada del movimiento empezaba a dar fruto con las
Intifadas, Israel inició su política de asesinatos selectivos
de dirigentes islamistas. En mayo pasado amenazó
con eliminar al primer ministro Haniya, y a Jaled Meshal,
dirigente del Movimiento exiliado en Siria.

Pero, como en la lucha en el sur de Líbano contra
Hezbolá (que también nació como resultado de la ocupación),
el Gobierno israelí está librando una guerra en
Gaza que no puede ganarse por medios militares convencionales.
Los palestinos han pagado un precio descomunal
por los intentos de derrocar a Hamás: la franja
de Gaza sigue siendo una auténtica cárcel y, desde el
punto de vista humanitario, la situación es, dos años
después de la desconexión, sencillamente catastrófica.
Además, el deseo de Al Fatah de recuperar Gaza presagia
una violencia sin precedentes contra Hamás.

“El poder de Hamás se extenderá a Cisjordania”

Todavía no. Ninguna de las facciones palestinas
está preparada para una lucha abierta en
Cisjordania. Perdida Gaza, las represalias de Al
Fatah se dirigen a los miembros de Hamás en ese
territorio, pero quedan pocos. La mayoría de los
diputados del partido y varios de sus funcionarios
están en cárceles de Israel, gracias a que su Ejército
disfruta de una movilidad para realizar incursiones y
detenciones en Cisjordania que no tiene en Gaza
(donde sólo puede internarse 800 metros). Además,
precisamente porque la toma de la franja se percibe
en EE UU como una victoria para Siria e Irán, con el
riesgo de que Hezbolá imite a Hamás en Líbano,
Washington no permitirá que los islamistas se hagan
con el poder en Cisjordania. A corto plazo, Al Fatah
tampoco podrá consolidar su control de Cisjordania:
sigue dividido, sin liderazgo fuerte e incapaz de
imponer orden. Sus principales líderes están en la
cárcel (Maruan Barghuti) o se les considera débiles
(Abbas y su primer ministro, Salam Fayad) o se les
desprecia por haber evitado la lucha en Gaza
(Mohamed Dahlan y su lugarteniente Rashid Abu
Shbak, ausentes cuando Hamás tomó el poder).

Por ahora, el brazo armado del Movimiento y otros
militantes islamistas (no se sabe con certeza cuántos)
permanecen en la clandestinidad, y sólo saldrán cuando
consideren que ha llegado el momento de relanzar
una Intifada en Cisjordania. Sobre todo, podrían reiniciar
los ataques contra Israel con misiles o bombas
humanas
desde los territorios ocupados para impedir
el éxito de un acuerdo de paz entre Israel y Abbas. Si
no lo hace Hamás, será otro grupo más radical.

“Estados Unidos y Europa se equivocan”

Sí. El objetivo debería ser lograr
un acuerdo final entre israelíes y palestinos, no castigar a un movimiento por
haber ganado unas elecciones democráticas celebradas a petición de Occidente.
Sin embargo, Washington ha estado proporcionando apoyo sólo a las fuerzas de
Al Fatah, leales a Mahmud Abbas, a través del coordinador de seguridad estadounidense,
el general Keith Dayton. La mayor parte de los 60 millones de dólares (unos
45 millones de euros) aprobados a principios de abril de 2007 por el Congreso
estadounidense para el plan de Dayton están empleándose en la formación y el
equipamiento de los efectivos del presidente de la ANP. Esta política de apoyo
exclusivo a Al Fatah sólo incrementará el enfrentamiento entre facciones.

Mientras, los europeos actúan como meros vasallos
de Estados Unidos. La Unión Europea, a través
de la Misión de Asistencia Fronteriza en Rafah
(EUBAM-Rafah), de carácter civil, se comprometió
a mantener abierto y vigilar el vital paso de Rafah,
en la frontera Sur. Este acceso, cerrado en junio de
2006 por Israel, es imprescindible para que los habitantes
de Gaza obtengan en Egipto los tratamientos
médicos que hasta entonces facilitaba el Gobierno
israelí. Desde ese momento, la UE se limitó a poner
en práctica la política israelí de cierre en la franja y
desde el 14 de junio ni siquiera eso, ya que no han
querido colaborar con la Fuerza Ejecutiva de Hamás
que ha asumido el control de todas las fronteras.

Además, Bruselas, que una vez afirmó que la victoria
electoral de los islamistas era “democrática y
limpia”, ha pasado a reconocer al Gobierno de emergencia
creado por Mahmud Abbas. Este giro radical
muestra una vez más la ausencia de una política
exterior europea coherente y no sirve más que para
afianzar en el mundo árabe la idea de su connivencia
en el hundimiento de Hamás, que seguirá luchando
hasta que Palestina sea libre.

El Viejo Continente carece de legitimidad desde el
momento en el que perdió el ingrediente esencial de su
misión en Gaza: el de ser un tercero imparcial. Las
implicaciones del caso palestino repercutirán en todo
Oriente Medio y por ello es preciso que la UE recupere
un cierto grado de neutralidad. En este sentido, lo primero
que tendría que hacer Bruselas es reconsiderar su
política hacia los palestinos y presionar a Israel para reabrir
el paso de Rafah –el primer punto del Acuerdo
sobre Movimiento y Acceso firmado por Israel y la
ANP en noviembre de 2005–, lo cual aliviaría mucho
la situación humanitaria en la franja.

“La ANP desaparece y vuelve la OLP”

Es lo más probable. El boicot internacional
a Hamás no sólo ha desprestigiado la democracia
en Oriente Medio, sino que, al marginar a
varios ministerios de la ANP, ha acabado facilitando
la caída del frágil Gobierno de unidad nacional y
ahora, tal vez, el colapso institucional de la
Autoridad. Por ejemplo, el Mecanismo Internacional
Provisional (MIP), aprobado por Israel, respaldado
por Estados Unidos y ejecutado por la Unión
Europea, ha sustituido en la práctica al Ministerio de
Finanzas desde el verano de 2006, y a través de él se
canaliza todo el dinero procedente del extranjero, en
vez de ir al fondo único de la Autoridad. De hecho,
Washington abrió una cuenta única para la
Organización para la Liberación de Palestina (OLP),
en la que Qatar, Arabia Saudí y Noruega ya han
ingresado millones de dólares, mientras Bruselas
transfiere fondos al Gobierno de emergencia de
Abbas, quien eliminó tres preceptos de la Ley Básica
para permitir que su Ejecutivo se sostuviera sin el
apoyo de un Parlamento controlado por Hamás (con
la mayoría de sus diputados encarcelados en Israel).

La resurrección de una OLP modificada repercutiría
en la estabilidad estructural de la ANP. La posible
inclusión de Hamás en esa organización parece más
lejana que nunca: no habrá un reparto de poder que el
grupo islamista pueda aceptar. Y dado que EE UU
apoya exclusivamente a Abbas, lo más probable es
que renazca la OLP bajo la máscara de la Autoridad
y que no se pueda reanimar al Gobierno de unidad.

“La solución de ‘dos Estados’
está muerta”

Casi. La solución de dos Estados
(Israel y Palestina) parece más inviable que nunca, dado que el primero
no quiere negociar con los “terroristas” del Gobierno de Hamás –legítimo–, sino
exclusivamente con el Ejecutivo nombrado por decreto por el también legítimo
presidente de la ANP en Cisjordania, y que los palestinos están creando dos
Estados dentro de lo que queda de su patria. Además, hará falta mucha creatividad
israelí e imaginación palestina para elegir dónde ubicar la capital del nuevo
Estado. El “proceso de paz” que Israel pretende iniciar no será más que un tratado
de seguridad para este país (y los 300.000 colonos judíos de Cisjordania) y
un acuerdo de estabilidad para los palestinos de esa parte de los territorios
ocupados. Por mucho que se empeñen, la paz definitiva entre Israel y Palestina
no es posible sin la inclusión de Hamás. Sin la paz, ¿qué sería de Palestina?
Es muy probable que Cisjordania sea completamente incorporada (como Jerusalén
Este) a Israel.

Pero, en ese
caso, éste ya no podrá definirse como un Estado
democrático y judío: la incorporación de más de tres
millones de palestinos cambiará el equilibrio demográfico
y emergerá un Estado binacional. Y no está
claro que este escenario convenga al interés nacional
de Israel.
Claro que las cosas podrían ser de otra manera.
A pesar de la desastrosa situación en Gaza, los
palestinos habían conseguido crear un Gabinete de
unidad. Si Israel y la comunidad internacional
dieran a Hamás la oportunidad real de gestionar, la
reconciliación entre los movimientos islamistas y
laicos podría ser un ejemplo para todo Oriente
Medio. El diálogo diplomático podría extenderse por
la región y convertirse en el preludio de una nueva
era de mediación y moderación. El mundo árabe ha
aceptado a Israel y la solución de los dos Estados,
no tres. Más vale que vuelvan a la idea original.

 

¿Algo más?
De la plétora creciente de libros sobre la controvertida
política de Hamás destacan cuatro títulos, dos de ellos disponibles
en castellano. En Hamás: la marcha hacia el poder
(Catarata, Madrid, 2007), primer libro en español sobre el
grupo islamista, la profesora de la Universidad Complutense de Madrid,
Carmen López Alonso, recapitula su creación, evolución y elección
en las urnas. La autora describe el “giro pacífico” del movimiento,
al convertirse en partido político oficial, e insinúa su apoyo al
diálogo diplomático. Desde una perspectiva estadounidense, Matthew
Levitt escribe en Hamás: política, beneficencia y terrorismo
al servicio de la ‘yihad’
(Belacqua, Barcelona, 2007),
sobre los desafíos que representa el grupo “terrorista” (incluso
para los propios palestinos) y aporta recomendaciones específicas
para derribarlo, además de analizar las redes financieras, sociales
y militares que consolidaron el poder político del Movimiento de
Resistencia Islámico.

Michael Irving Jensen ofrece en The Political Ideology
of Hamas
(I. B. Tauris, Londres, que se publicará
en 2008, traducido del danés al inglés) “una perspectiva popular”,
tras realizar entrevistas reveladoras y fascinantes con dirigentes
nacionales de Hamás y líderes locales de un club de fútbol, además
de analizar las actividades académicas y las obligaciones religiosas
en la Universidad Islámica de Gaza. Azzam Tamimi también elabora
una visión global del grupo en Hamas: A History from
Within
(Olive Branch Press, Michigan, EE UU, 2007).
Para acceder a una investigación desconcertante sobre la fabricación
y el tráfico de armas a través de los túneles subterráneos que unen
la franja de Gaza con Egipto, véase el documental de Al
Yazira Hamas’ Izz Al-Din Al-Qassam Brigades. Training and Ideology

(julio 2006), disponible en www.memritv.org/
search.asp, en el que el periodista Iyad al Daud entrevista también
al líder del brazo armado de Hamás, las Brigadas Ezedin al Kassam,
Mohamed al Deif.