Olvídese de las necrológicas prematuras . A ojos de sus detractores, la globalización es la culpable del actual derrumbe financiero, la creciente desigualdad, el comercio injusto y la inseguridad. Para sus impulsores, es la solución a estos problemas. Pero, guste o no, lo que no es discutible es que está aquí para quedarse.

Marea alta: ¿Impulsa la globalización todavía a estos barcos?

“La globalización ha caído víctima de la crisis económica”

No. A no ser que usted crea que la globalización consiste, sobre todo, en el comercio y la inversión internacionales. Pero es mucho más que eso, y los rumores sobre su desaparición –como el reciente obituario escrito por el historiador eco- nómico de la Universidad de Princeton, Harold James, sobre “la difunta gran globalización”– están sobreestimados.

Después de todo, los yihadistas de Indonesia todavía pueden compartir sus planes con extremistas similares en Oriente Medio, mientras los artistas vietnamitas venden ahora sus obras con más facilidad en los mercados europeos y los magistrados españoles se unen con sus colegas latinoamericanos para procesar a torturadores. En palabras del politólogo David Held, la globalización no es nada menos que “la ampliación, profundización y aceleración de la interconexión mundial en todos los aspectos de la vida social contemporánea”, y no sólo entre los distintos terminales de Bloomberg.

De un lado a otro del planeta, personas y grupos de muy distintos orígenes y trayectorias se conectan entre sí, y la crisis económica no desacelerará sus actividades internacionales; en algunos casos, puede que las intensifique. Las organizaciones benéficas, por ejemplo, tendrán que hacer frente a un aumento de la demanda de sus servicios a medida que se multiplique el número de necesitados. Las religiones también saldrán beneficiadas, puesto que aumentará enormemente el interés por el más allá. Al mismo tiempo, cuando el dinero en efectivo sea el rey y escasee el empleo, los delincuentes globalizados constituirán una de las pocas, si no la única, fuente de crédito, inversión y trabajo en algunos lugares. Y una mala situación económica no va a disuadir a los terroristas transnacionales. El colapso del mercado de credit-default swap (transferencia de riesgo de impago) no impidió que 10 militantes paquistaníes causaran una masacre en Bombay en noviembre.

Es cierto que los flujos privados de crédito e inversión a través de las fronteras han caído en picado. A finales de 2008, por ejemplo, la demanda estadounidense de bienes importados se derrumbó, lo que redujo el déficit comercial del país en casi un 30%. En China, las importaciones cayeron un 21%, y las exportaciones, casi el 3%. El pasado noviembre, los flujos de capital destinados a mercados emergentes se hundieron hasta su nivel más bajo desde 1995, y la emisión de bonos internacionales se paró en seco. Pero, mientras la actividad económica privada cae, el movimiento internacional de fondos públicos está en auge. En otoño, la Reserva Federal estadounidense y los bancos centrales de Brasil, México, Singapur y Corea del Sur lanzaron acuerdos monetarios por valor de 30.000 millones de dólares (unos 24.000 millones de euros) en cada país para estabilizar sus mercados financieros. Similares acuerdos vinculan ahora a varios bancos centrales en Asia, Europa y Oriente Medio.

Sí, algunos gobiernos podrían sentirse tentados a adoptar políticas que dañen el comercio, pero los costes serían enormes y difíciles de sostener a largo plazo. La globalización es una fuerza tan diversa, universal y potente que ni siquiera el crash económico podrá ralentizarla de manera radical. Guste o no, está aquí para quedarse.

 

“No es un proceso nuevo”

Sí, lo es. Historiadores como A. G. Hopkins han sostenido en los últimos años que la ola globalizadora que se inició en 1990 no es más que la continuación de un proceso a largo plazo que se remonta al momento en que las comunidades humanas premodernas se encontraron por primera vez. Afirman también que el barco de vapor revolucionó el transporte tanto o más que el traslado marítimo de contenedores, y que la imprenta, el telégrafo y el teléfono fueron tecnologías tan revolucionarias en su día como Internet. En resumen, no hay nada nuevo bajo el sol.

Sin embargo, la actual ola globalizadora posee muchas características novedosas. A medida que el acceso a Internet penetra en los lugares más remotos del planeta, está transformando las vidas de más gente, en más sitios y de forma más barata que nunca, y el ritmo del cambio está acelerándose más rápido de lo que podemos contarlo. La globalización de hoy tiene un carácter más individualizado que nunca. El telégrafo lo usaban sobre todo las instituciones. La Red es una herramienta personal que permite a las mujeres españolas buscar futuros maridos en Argentina y a los adolescentes de Suráfrica intercambiar archivos de música con los de Escocia. La globalización contemporánea es también diferente en tanto en cuanto la velocidad con la que integra las actividades humanas es, con frecuencia, instantánea y casi gratis. Además, el cambio cuantitativo en cada uno de los componentes de la globalización –la economía, la cultura, el ejército, entre otros– es tan ingente que crea un cambio cualitativo. Esto por sí solo ha abierto posibilidades que son completamente nuevas, y ha generado consecuencias que la humanidad nunca antes había presenciado.

 

“La globalización ya no significa americanización”

Antes tampoco. Para algunos detractores, la globalización ha sido poco más que un proyecto estadounidense cuyo objetivo era expandir el dominio cultural, militar y económico de EE UU. Sin embargo, desde los 80, el sushijaponés se ha hecho tan global como las telenovelas latinoamericanas o el fundamentalismo islámico.

Es realmente difícil defender la afirmación de que la globalización es una calle de sentido único, diseñada para extender los valores e intereses estadounidenses por el mundo. Los cambios causados por este proceso han permitido que rivales con pocas posibilidades puedan ahora disputar la hegemonía estadounidense en una amplia variedad de sectores. Al Qaeda y los talibanes han demostrado ser adversarios duros de vencer para el poderoso Ejército de Washington. Su capacidad de movimiento, sus fuentes de ingresos y su habilidad reclutadora internacionales se han multiplicado gracias a las fuerzas que rigen la globalización: la facilidad de los viajes, el transporte y la comunicación; la liberalización económica y la porosidad de las fronteras. Los fondos soberanos de Asia y Oriente Medio que han desplazado a los bancos americanos, el enorme reto que los directores indios y los productores de televisión latinoamericanos han lanzado al liderazgo de Hollywood en los mercados de ocio global y el éxito de los fabricantes chinos también hunden sus raíces en un mundo modelado por dos décadas de rápido crecimiento económico y globalización. EE UU ha obtenido grandes beneficios de la globalización, pero no ha sido el único.

 

“Las grandes potencias han vuelto”

Nunca se fueron. Sólo lo creíamos. En general, en los 90, el concepto dominante de la globalización sostenía que el florecimiento de las relaciones comerciales entre los países era el mejor antídoto contra la guerra. Se percibía el comercio internacional como una fuerza que neutralizaría los impulsos nacionalistas. Gracias a las innovaciones revolucionarias en los ámbitos de las tecnologías de la información, la comunicación y el transporte, la distancia y la geografía se consideraban menos importantes a la hora de configurar la política y la economía internacionales. Se pensaba que el poder se trasladaría sin remedio desde los gobiernos al sector privado y a las ONG.

Estas ideas, popularizadas en artículos y libros con títulos como El fin de la historia, La muerte de la distancia o El Lexus y el olivo, lograron una gran aceptación a lo largo de los 90. Entonces llegaron los atentados del 11-S. Los gobiernos minimalistas pasaron de moda y crecieron las presiones para que el Estado proporcionara seguridad a cualquier precio. La crisis financiera ha reafirmado esta tendencia. El laissez-faire ha salido de escena y han entrado los gobiernos activos; la desregulación se ha convertido en una palabra malsonante y la demanda de mayor control gubernamental del sector financiero es universal.

Ahora que la economía mundial ha tocado fondo, los escépticos de la globalización afirman que el valor de los vínculos comerciales como medida profiláctica contra el conflicto se ha debilitado a la vez que la economía. Y con el retorno de Ejecutivos fuertes, los juegos de poder tradicionales entre Estados rivales van a intensificarse. Abundan las pruebas que lo corroboran, desde la resurrección del nacionalismo en Rusia, Asia y América Latina, al evidente papel de la historia y de la geografía en el recrudecimiento de los conflictos en Oriente Medio y en el sur de Asia. Estos ejemplos, aducen, demuestran que los efectos estabilizadores de la globalización se han sobreestimado.

Pero la tesis del regreso del nacionalismo y los gobiernos fuertes también es una exageración. Sí, puede que China se alinee con Rusia para contrarrestar a Estados Unidos en el asunto de Irán, pero, a la vez, las economías de Pekín y de Washington estarán íntimamente unidas (el gigante asiático posee más de un billón de dólares en deuda estadounidense, y EE UU es el principal destino de sus exportaciones). El discurso agresivo del primer ministro ruso, Vladímir Putin, a favor de la restauración del esta- tus internacional de su país y de desafiar el liderazgo estadounidense será difícil de mantener, dado que Rusia es uno de los países más dañados por la crisis financiera y que los ingresos del petróleo que posibilitaron su nueva influencia son cada vez más limitados. El presidente venezolano, Hugo Chávez, está invitando a las compañías petroleras a volver al país. Conclusión: el nacionalismo nunca desapareció. La globalización no diluyó las identidades nacionales; sólo las volvió más complejas. Incluso en la era de Bill Gates, los Otto Von Bismarck de hoy mantienen un gran poder. La globalización y la geopolítica coexisten, y ninguna de las dos va a marcharse a ninguna parte.

 

“La globalización es por y para la gente rica”

Dígaselo a los indios. O, por qué no, a los chinos, o a la clase media que está surgiendo en Brasil, Turquía, Vietnam y otros muchos países, que debe su éxito reciente al boom del comercio y de la inversión facilitado por la globalización. Hasta que estalló la crisis en 2008, la clase media de los países pobres era el segmento de la población mundial que más rápido crecía.

Sin duda, esta tendencia se contendrá y en algunos países cambiará drásticamente a medida que la debacle envíe de nuevo a un gran número de personas a las filas de los pobres. Pero el hecho es que, en las dos últimas décadas, un número significativo de países ha logrado sacar a decenas de millones de la miseria gracias a la globalización. En China, por ejemplo, el índice de pobreza descendió un 68% entre 1981 y 2005.

China e India son ejemplos paradigmáticos. Por desgracia, también son ejemplos paradigmáticos de países en los que la pobreza extrema convive con la riqueza más obscena. Tanto en los países pobres como en los ricos, la desigualdad económica se ha convertido en una preocupación fundamental, y la globalización, sobre todo la mayor libertad comercial que supone, es acusada de aumentar la disparidad de ingresos. Sin embargo, es increíblemente difícil probar que la globalización provoca desigualdad. Ni siquiera sabemos si está creciendo o disminuyendo en el mundo.

Cuando economistas como Pinelopi Goldberg y Nina Pavcnik examinaron hace poco la conexión entre globalización y desigualdad, no pudieron determinar una relación causal entre ambas, incluso después de revisar todos los grandes estudios sobre el asunto y de examinar los mejores datos disponibles. En 2008, los economistas Sudhir Anand y Paul Segal publicaron los resultados de sus ambiciosas investigaciones sobre la desigualdad global. Tampoco ellos pudieron detectar una tendencia clara. “No es posible emitir una conclusión definitiva al respecto de la dirección del cambio en la desigualdad global durante las últimas tres décadas”, escribieron. Además, las pruebas de que la pobreza absoluta ha descendido de forma brusca en el mismo periodo de tiempo son abrumadoras.

 

“Ha hecho del mundo un lugar más seguro”

En realidad, no. Es cierto que en los últimos veinte años el número de conflictos entre países ha caído en picado. Incluso contando las guerras de Irak y Afganistán, estamos en el punto más bajo desde los 70. Un estudio descubrió que entre 1989 y 2003 sólo habían estallado 11 guerras entre Estados. La probabilidad de posibles escenarios bélicos era la más baja desde los 50.

El problema es que han aumentado otras clases de conflicto y violencia. El número de personas asesinadas o heridas por terroristas ha pasado de unas 7.000 en 1995 a más de 25.000 en 2006. Con frecuencia, estos atentados son perpetrados directamente por extranjeros o planeados, financiados y coordinados por redes que operan de forma internacional. La delincuencia violenta también está en ascenso en muchos países, sobre todo en los más pobres. A menudo, estos altos índices de criminalidad se deben a las actividades de los delincuentes internacionales, en especial los narcotraficantes. Últimamente se producen más decapitaciones en México que en Irak o en Afganistán. Muchos países europeos están registrando mayores índices de criminalidad a causa de la presencia de bandas de delincuentes internacionales en su territorio. Podrían añadirse a esta lista la expansión de enfermedades contagiosas y la proliferación nuclear.

Puede que el mundo actual se encuentre en menor riesgo de aniquilación total hoy que cuando superpotencias rivales con ingentes arsenales nucleares se amenazaban con la destrucción mutua asegurada. Pero ahora vivimos en una era en la que un elevado y creciente número de actores fortalecidos por la globalización tiene potencial para causar daños a gran escala y pérdidas sustanciales de vidas humanas. El ajado recuerdo de una época en la que el destino del planeta dependía de burócratas soviéticos y no de canallas científicos paquistaníes resulta reconfortante en 2009. A medida que la crisis se hace más profunda, la desesperación puede llevar a un aumento de la violencia, y algunos gobiernos pueden sentirse más tentados de explotar los conflictos internacionales para distraer la atención de sus empobrecidas poblaciones de la difícil situación que atraviesan sus países.

 

“La crisis financiera es el síntoma de una globalización salvaje”

No, usted lo cree así. Veteranos activistas antiglobalización, como Naomi Klein, pueden cantar victoria ante el estado actual de cosas, y echarle la culpa a los malvados de Wall Street y al mercado mundial de capitales por haber fomentado una forma de “capitalismo del desastre” que se ha convertido en una espiral descontrolada. Sí, la globalización ha multiplicado el número de problemas que ninguna organización o país puede resolver en solitario: no sólo la crisis económica, sino también la proliferación nuclear, la emigración ilegal y las pandemias, entre otros. La necesidad de colaborar para resolver obstáculos colectivos es tan evidente como las dificultades que existen para encontrar soluciones. Las instituciones multilaterales mundiales son reliquias de la guerra fría descritas con más frecuencia como “disfuncionales” que como “imprescindibles”.

Pero son imprescindibles y, con el mundo en crisis, las demandas de que se refuerce la gobernanza global se han incrementado. Por muchas comisiones de alto nivel que se hayan reunido, por muchos informes que hayan escrito los think tanks, por muchos libros y artículos que se hayan publicado sobre este asunto, no se han generado los drásticos cambios que las instituciones multilaterales, el derecho y las normas internacionales y los mecanismos de coordinación necesitan.

Una razón para la falta de progresos: aún no está claro cómo superar los obstáculos que han bloqueado durante mucho tiempo las grandes reformas. La mayoría de las propuestas para crear estructuras de gobernanza mundiales se basan en la suposición de que lo que ha faltado ha sido la voluntad política de los países más poderosos, en especial de EE UU. Pero este enfoque pasa por alto el hecho indudable de que colaborar con otros implica ceder poder, una concesión que no resulta fácil para ninguna nación soberana. Esto no significa que los países deban otorgar poder a un gobierno mundial o a una entidad todopoderosa supranacional que regirá los asuntos internacionales. Precisamente porque una institución de ese tipo no es posible es por lo que los gobiernos tienen que colaborar entre sí con más eficacia. Sin embargo, es un objetivo hasta ahora inalcanzable.

Por desgracia, es muy probable que los esfuerzos para minimizar los costes de la globalización, encauzar la integración internacional, resolver las crisis internacionales y gestionar mejor los bienes comunes se queden cortos. Y ése es el déficit más peligroso para la humanidad.

¿Algo más?
El periodista de The New York Times Thomas Friedman ha ejercido una gran influencia en la conformación del debate sobre la globalización a través de sus columnas y libros, en especial The Lexus and the Olive Tree (Farrar, Straus and Giroux, Nueva York, 1999) y El mundo es plano (Mr Ediciones, Madrid, 2007). Otro autor que también lo ha hecho es Martin Wolf, el comentarista de Economía de Financial Times. Su libro Why Globalization Works (Yale University Press, New Haven, 2004) ofrece un riguroso análisis de los argumentos de los críticos y de los defensores, centrándose de forma especial en la globalización económica.

Para leer una excelente visión general de las diversas facetas de la globalización, consulte el libro de David Held, Anthony McGrew, David Goldblatt y Jonathan Perraton Global Transformations: Politics, Economics and Culture(Stanford University Press, Palo Alto, 1999). También merece la pena leer Many Globalizations: Cultural Diversity in the Contemporary World (Oxford University Press, New York, 2002), de Peter Berger y Samuel Huntington.

El premio Nobel Joseph Stiglitz ofrece en sus libros El malestar en la globalización (Taurus, Madrid, 2003) y Cómo hacer que funcione la globalización (Taurus, Madrid, 2006) una potente crítica de la globalización. Para obtener una perspectiva sobre la tesis de que la globalización es una manifestación de ideas y de políticas económicas diseñadas para ayudar a los ricos y poderosos, vea La doctrina del shock: el auge del capitalismo del desastre(Paidós, Barcelona, 2007), de Naomi Klein.

En The Post-American World (W. W. Norton, Nueva York, 2008), Fareed Zakaria, de Newsweek, describe las fuer- zas globales que se esconden tras la emergencia de los países que están ame- nazando el dominio de EE UU, mientras Moisés Naím muestra en Ilícito: cómo traficantes, contrabandistas y piratas están cambiando el mundo (Debate, Barcelona, 2006) cómo la globalización ha facilitado el ascenso de las redes criminales internacionales y cómo han alcanzado un poder económico y político sin precedentes.

En The Great Experiment (Simon & Schuster, Nueva York, 2008), el presidente de la Brookings Institution, Strobe Talbott, aduce que la integración global de la humanidad ha sido una tendencia histórica inexorable y explica por qué hay que mejorar la gobernanza global.