Se iniciaron para tender puentes entre culturas y promover la paz. Pero, a menudo, encubren violaciones de los derechos humanos, apenas impulsan cambios políticos y confieren legitimidad a regímenes indeseables. Lo peor es que los de Pekín podrían ser los más polémicos de la historia.
Sí lo son. En marzo, el presidente del Comité Olímpico Internacional (COI), Jacques Rogge, afirmó: “No tomamos decisiones políticas porque, si lo hiciéramos, sería el final de la universalidad de los Juegos”. Dos semanas después, dijo indignado: “La política se ha metido en el deporte sin que nadie la invitase, nosotros no la llamamos”. Pero, tras 75 años viendo cómo estas competiciones se manipulan y explotan políticamente, ¿alguien puede creerse eso? Convertido en rehén de su grandioso objetivo de abrazar a toda la “familia humana”, el COI ha claudicado en repetidas ocasiones y ha adjudicado su organización a Estados policiales decididos a montar festivales espectaculares para reforzar su autoridad. El ejemplo más conocido son los Juegos de Berlín de 1936, promovidos por una red de agentes nazis que operó dentro y fuera del COI. Pierre de Coubertin, el fundador del movimiento olímpico moderno, dijo que los Juegos de Hitler eran la culminación del trabajo de toda su vida. Como recompensa, el III Reich le propuso para el Nobel de la Paz. Pero el historial de colaboración del COI con regímenes indeseables no acaba en la Segunda Guerra Mundial. Los Juegos de 1968 fueron concedidos a México, entonces un Estado con un sistema unipartidista pseudodemocrático. Hubo protestas multitudinarias contra el Gobierno –como ahora contra Pekín–, que culminaron con la matanza de 300 manifestantes en la plaza de Tlatelolco. La URSS se llevó la llama a Moscú en 1980, sólo gracias a que en 1974 amenazó con abandonar la familia olímpica. Los de 1988 fueron concedidos a Seúl en 1981, un año después de que el Gobierno militar aplastase una revuelta con un saldo de, al menos, 200 muertos y mil heridos. La política es parte de los Juegos. El problema es que el COI parece no tener ni idea de cómo afrontarlo. No previó las proporciones de las protestas contra China y, como carece de influencia real, ha vuelto a recurrir a viejos clichés sobre la diplomacia olímpica y sobre la idea de que su misión no es política.
Falso. Cuando en 2001 el COI eligió a Pekín, aseguró que no pecaba de ingenuo. Prometió que, en último término, habría “debates” sobre la situación de los derechos humanos en el gigante asiático. Al parecer, tenía la esperanza de que fomentasen cierta apertura política. En primavera, mientras las tropas chinas entraban en Lhasa (Tíbet), afirmaba que los Juegos habían “puesto en primer plano el tema ...
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La emoción de la victoria: para los líderes chinos los Juegos Olímpicos de Pekín son un asunto de orgullo nacional. |
“No son políticos”
Sí lo son. En marzo, el presidente del Comité Olímpico Internacional (COI), Jacques Rogge, afirmó: “No tomamos decisiones políticas porque, si lo hiciéramos, sería el final de la universalidad de los Juegos”. Dos semanas después, dijo indignado: “La política se ha metido en el deporte sin que nadie la invitase, nosotros no la llamamos”. Pero, tras 75 años viendo cómo estas competiciones se manipulan y explotan políticamente, ¿alguien puede creerse eso? Convertido en rehén de su grandioso objetivo de abrazar a toda la “familia humana”, el COI ha claudicado en repetidas ocasiones y ha adjudicado su organización a Estados policiales decididos a montar festivales espectaculares para reforzar su autoridad. El ejemplo más conocido son los Juegos de Berlín de 1936, promovidos por una red de agentes nazis que operó dentro y fuera del COI. Pierre de Coubertin, el fundador del movimiento olímpico moderno, dijo que los Juegos de Hitler eran la culminación del trabajo de toda su vida. Como recompensa, el III Reich le propuso para el Nobel de la Paz. Pero el historial de colaboración del COI con regímenes indeseables no acaba en la Segunda Guerra Mundial. Los Juegos de 1968 fueron concedidos a México, entonces un Estado con un sistema unipartidista pseudodemocrático. Hubo protestas multitudinarias contra el Gobierno –como ahora contra Pekín–, que culminaron con la matanza de 300 manifestantes en la plaza de Tlatelolco. La URSS se llevó la llama a Moscú en 1980, sólo gracias a que en 1974 amenazó con abandonar la familia olímpica. Los de 1988 fueron concedidos a Seúl en 1981, un año después de que el Gobierno militar aplastase una revuelta con un saldo de, al menos, 200 muertos y mil heridos. La política es parte de los Juegos. El problema es que el COI parece no tener ni idea de cómo afrontarlo. No previó las proporciones de las protestas contra China y, como carece de influencia real, ha vuelto a recurrir a viejos clichés sobre la diplomacia olímpica y sobre la idea de que su misión no es política.
“Promueven los derechos humanos”
Falso. Cuando en 2001 el COI eligió a Pekín, aseguró que no pecaba de ingenuo. Prometió que, en último término, habría “debates” sobre la situación de los derechos humanos en el gigante asiático. Al parecer, tenía la esperanza de que fomentasen cierta apertura política. En primavera, mientras las tropas chinas entraban en Lhasa (Tíbet), afirmaba que los Juegos habían “puesto en primer plano el tema ...
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