A medida que se intensifica la crisis económica, muchos políticos y comentaristas estadounidenses han evocado la historia reciente de Japón como una historia con moraleja. Pero la comparación quizá contribuya más a enturbiar las cosas que a aclararlas.

"La economía de Japón se derrumbó en los 90″

¿Abatidos? Los esfuerzos de los líderes japoneses para activar la economía han sido obstaculizados por un sistema político disfuncional.
¿Abatidos? Los esfuerzos de los líderes japoneses para activar la economía han sido obstaculizados por un sistema político disfuncional.

No exactamente. Varias décadas de crecimiento extraordinario en el Japón de la posguerra culminaron en una gran burbuja de precios de los activos que alcanzó su cénit en 1989. Cuando estalló, en 1990, y acabó con miles de millones de dólares en riqueza acumulada, los índices de crecimiento del país se volvieron anémicos. Entre 1990 y 2003, entró y salió de la recesión. Sin embargo, a pesar de estos problemas, el PIB nipón siguió creciendo durante los 90 a una media del 1,5% anual, medido en términos reales. Eso se traduce en un incremento del 10% del volumen de la economía a lo largo del decenio, muy inferior a los índices de crecimiento de muchas otras economías industrializadas durante el mismo periodo, pero no una Gran Depresión. Más aún, el desempleo nunca pasó del 5,5%, una cifra que se consideraría un triunfo en Estados Unidos y Europa occidental.

Es verdad que los japoneses llaman a los 90 la “década perdida”, pero la etiqueta no corresponde exactamente a la realidad. La productividad descendió, pero no de manera espectacular. Si se perdió algo en aquellos años fue el sentimiento de orgullo y confianza desmedida que había caracterizado la era anterior de crecimiento frenético. El país dejó de creer en su propia capacidad de crear milagros económicos. Sin embargo, su economía siguió teniendo una fuerza extraordinaria. Las compañías japonesas de automóviles siguieron estando entre las más rentables del mundo. Los fabricantes de aparatos electrónicos y los de maquinaria continuaron logrando buenos resultados pese al aumento de los rivales de bajo coste en otros países asiáticos.

“El Gobierno lo empeoró con un gasto excesivo”

No. La política del Ejecutivo contribuyó a la desaceleración, pero la situación es mucho más complicada. Desde luego, los burócratas y políticos gastaron demasiado dinero en todo tipo de cosas que no venían a cuento, sobre todo proyectos de construcción de utilidad limitada, del tipo puentes a ninguna parte. Pero los economistas han llegado a la conclusión de que grandes partes de esos gastos -sobre todo en cosas necesarias como infraestructuras, sanidad y educación- aportaron beneficios sustanciales. Adam Posen, subdirector del Peterson Institute for International Economics, ha dicho que el paquete de estímulo aprobado por Japón en 1995 estimuló el crecimiento durante el año siguiente. Cuando el Gobierno volvió a aplicar una política fiscal más estricta poco después, el crecimiento volvió a apagarse. Moraleja: hay que gastar, pero de forma inteligente.

Muchos de los que han estudiado el periodo destacan otros errores graves. El Banco de Japón mantuvo unos tipos de interés altos durante demasiado tiempo, incluso cuando ya se había visto que había una desaceleración. En un momento dado, el Ejecutivo, con un exceso de optimismo, elevó los impuestos prematuramente, y eso, desde luego, prolongó la crisis.

Unas autoridades perjudicadas por un sistema político disfuncional perdieron años a la hora de limpiar empresas zombies (compañías en bancarrota, que sólo existían ya en teoría) y hacer que las instituciones financieras eliminaran los activos tóxicos. La inacción quizá restó puntos a las tasas globales de crecimiento de Japón y acabó lastrando al país con una enorme deuda pública (que llegó a alcanzar el 175% del PIB, según una medición reciente). Sin embargo, la decisión del gobierno del primer ministro Junichiro Koizumi de obligar a los bancos a deshacerse de sus préstamos no productivos, a partir de 2001, tuvo unas consecuencias muy positivas para el crecimiento.

“Japón sufre los efectos permanentes de la crisis de los 90”

No parece. Evidentemente, ha sufrido con dureza los efectos de las recientes turbulencias. Al principio parecía que su economía podía tener grandes probabilidades de capear el temporal mejor que Estados Unidos, porque las instituciones financieras niponas habían evitado en general las hipotecas basura y los derivativos dudosos que empujaron a la economía estadounidense al abismo. Sin embargo, la crisis en Estados Unidos, China y Europa -grandes mercados para las exportaciones japonesas- acabó afectando con una fuerza temible al país. En los últimos meses, sus exportaciones se han venido abajo y el crecimiento se ha hundido. La economía de Japón ha sufrido mucho más que la de EE UU.

Conviene advertir, no obstante, que esta depresión llega justo tras el mayor periodo de expansión del país en la posgerra, una etapa de crecimiento de 2002 a 2008 cuyo motor fue una economía real muy sólida, y no una locura crediticia.

Todavía hoy, el país asiático sigue siendo la segunda economía nacional del mundo. Cuenta con unos trabajadores muy especializados y una serie de empresas inteligentes y muy poderosas. Por ejemplo, compañías como Toyota y Honda han reducido sus inventarios a medida que la demanda de coches ha caído en picado. Pero, gracias a sus amplias reservas de dinero, han seguido financiando la investigación y el desarrollo necesarios para obtener la próxima generación de coches ecológicos, con lo que han aumentado una ventaja que ya era formidable. Cuando la economía mundial se recupere, estarán en una situación perfecta para aprovecharlo.

Las infraestructuras niponas son comparables con las de cualquier otro país del mundo. El yen sigue siendo una de las divisas más fuertes, y Japón continua siendo uno de los principales países acreedores, una gran ventaja sobre Estados Unidos, que ha preferido financiar su deuda en el exterior. Es frecuente oír hablar de China como “el banquero de América”, pero Japón posee casi tanta deuda del Tesoro estadounidense como China.

"Estados Unidos hoy está como Japón en los 90″

La verdad es que no. Es cierto que ambas recesiones nacieron del estallido de una burbuja de los precios de activos basada, sobre todo, en la propiedad inmobiliaria. Pero existen varias diferencias importantes.

Para empezar, las autoridades estadounidenses, hasta ahora, han actuado con mucha más decisión que los burócratas japoneses de los 90, temerosos de correr riesgos. Los economistas han tomado nota de algunas de las lecciones más importantes de la Década Perdida de Japón, como los peligros de la contracción fiscal prematura y la necesidad de actuar con rapidez para limpiar las deudas basura que colapsan el sistema financiero. Algunos economistas afirman que la deuda corporativa de Japón era mucho mayor que la que ahora afrontan los estadounidenses.

Por otro lado, la mayoría de las deudas basura del país asiático en manos de empresas, y eso hizo que el problema fuera más fácil de abordar una vez que los políticos se pusieron a ello. Cuando el Gobierno de Koizumi afrontó, por fin, el problema de conseguir que los bancos arreglaran su situación, la economía reaccionó con una rapidez extraordinaria. En cambio, la depresión actual de Estados Unidos es consecuencia de una cultura de despilfarro financiero que ha afectado a consumidores y propietarios de viviendas además de las grandes instituciones financieras. Eso puede hacer que sea mucho más difícil achicar las aguas de la inundación de deuda basura.

Además, la locura crediticia de EE UU la han financiado sobre todo extranjeros, y eso añade otro elemento de inestabilidad a una situación ya de por sí mala. Para financiar el ambicioso programa de la Administración Obama será necesario convencer a los acreedores extranjeros -incluidos los japoneses-, además de a unos contribuyentes nacionales escépticos.

“Japón se dirige irremediablemente hacia la decadencia económica y política”

Yo no estaría tan seguro. Por supuesto, hay muchos problemas. Aunque muchos aspectos de la sociedad japonesa han experimentado cambios profundos en los últimos años, el sistema político ha permanecido increíblemente estático.

Los políticos parecen paralizados, incluso mientras la crisis económica mundial plantea nuevos retos a la economía productiva de Japón.

Y las autoridades parecen aún más ineficaces a la hora de abordar la que es seguramente la mayor amenaza contra el futuro del país: un claro descenso demográfico. El Ejecutivo japonés calcula que la población del país (hoy 127 millones) bajará a menos de 100 millones en 2050. Gracias a la larga expectativa de vida, algunas previsiones dicen que el número de japoneses mayores de 65 años ascenderá en ese mismo periodo al 40% de la población. Una solución probable es la inmigración. Pero no hay muchas probabilidades de que se produzca, por la tradicional resistencia de los japoneses a permitir la entrada masiva de trabajadores extranjeros.

Y es verdad que la economía también tiene que introducir algunos cambios. La productividad podría aumentar de forma espectacular si se da a las mujeres más oportunidades de trabajo. La promoción de las inversiones extranjeras -todavía increíblemente escasas- también podría contribuir a la eficacia. La reforma educativa y las medidas para estimular el espíritu emprendedor y la creatividad ofrecerían un toque necesario de flexibilidad.

Pero no hay que dar por perdido a Japón. Si hay algo que el país ha demostrado a lo largo de toda su historia, es la capacidad de permitirse cambios radicales, e incluso revolucionarios, cuando las circunstancias lo exigen. A finales del siglo XIX, la clase dirigente del país puso en marcha un doloroso proceso de modernización que hizo que dejara de ser un reino feudal aislado para transformarse en una potencia mundial en el plazo de una generación. Después de la Segunda Guerra Mundial, prácticamente de la noche a la mañana, el país dio la espalda al militarismo hipernacionalista y se reinventó como protegido de Estados Unidos, amante de la paz y potencia económica. En ese sentido, con esta última tempestad financiera, tal vez no haya mal que por bien no venga.