Los pequeños préstamos seguramente no sacan a la gente de la pobreza ni dan más poder a las mujeres. Pero eso no quiere decir que no sirvan para nada.

 

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“Los microcréditos son un arma comprobada contra la pobreza”

Por desgracia, no. Los microcréditos, la estrategia que consiste en prestar sumas a partir de 100 dólares para ayudar a que personas pobres puedan poner en marcha pequeñas empresas, son objetivo de muchos más halagos que casi cualquier otra idea reciente en el desarrollo económico, y han recibido los elogios de dirigentes políticos, grandes empresarios y personalidades famosas. A Bill Clinton y Tony Blair les encantan. A la reina Rania y Natalie Portman también. Más de 100 millones de personas en más de 100 países han recibido micropréstamos, gracias, en gran parte, a los miles de millones de dólares provistos por organismos extranjeros de ayuda, filántropos  e inversores sociales que quieren hacer el bien y, de paso, adquirir una buena imagen. En 2006, el pionero de los microcréditos Mohamed Yunus y el Grameen Bank fundado por él en Bangladesh compartieron el Premio Nobel de la Paz. Los microcréditos se han granjeado en todo el mundo la reputación de que sacan a la gente de la pobreza y dan más poder a las mujeres.

¿Por qué hay tantos tan seguros de los microcréditos? El concepto es contundente: una mezcla de autonomía y liberación que atrae a todo el mundo, en todo el espectro político. Los propulsores de las microfinanzas contaban irresistibles historias de hombres y mujeres cuyos éxitos eran la encarnación de esas ideas, y varios ensayos en prestigiosas publicaciones dieron pruebas convincentes de que los préstamos, en especial cuando las destinatarias eran mujeres, ayudaban a que fueran menos pobres.

Pero los viejos estudios ya están desacreditados. Otros posteriores, mejores, han descubierto que los micropréstamos no suelen tener repercusión en los indicadores esenciales de la pobreza, como cuánto gasta un hogar al mes o si los hijos están escolarizados.

Este veredicto académico es síntoma de un giro más amplio en la economía del desarrollo hacia un tratamiento más aleatorio con el fin de identificar causas y efectos. Si se observa que las personas menos pobres tienen más probabilidades de haber obtenido un microcrédito, es difícil saber cuál es la causa y cuál el efecto: ¿El microcrédito las sacó de la pobreza, o el hecho de ser menos pobres les hizo pedir prestado? En cambio, si se recurre a una moneda para decidir a quién se va a ofrecer un microcrédito en un pueblo y a quién no –de forma aleatoria— y luego se observa que la suerte de los dos grupos se va diferenciando con el tiempo, se puede ver con más precisión qué repercusión tienen los préstamos en quienes los obtienen.

Varios estudios aleatorios recientes en India, Mongolia, Marruecos y Filipinas han descubierto que el acceso a los microcréditos estimula sin duda la creación de pequeñas empresas, de cría de pollos, por ejemplo, o de confección de saris.  Sin embargo, a lo largo de los 12-18 meses que se siguió su evolución, los préstamos no redujeron la pobreza. Es decir, hoy por hoy, la influencia de los microcréditos en la pobreza parece ser cero. (En retrospectiva, no se puede descartar una causación inversa como origen de las conclusiones más optimistas de otros estudios anteriores y no aleatorios).

Este hallazgo choca con la mitología de los microcréditos. Pero encaja con el sentido común. Si está usted leyendo este artículo en Internet, probablemente pertenece a la clase media mundial, los mil millones aproximados de personas que ganan un salario fijo y tienen una vida de comodidades materiales. ¿Qué fue, en su historia familiar, lo que le ayudó a subir hasta su envidiable situación actual? Seguramente no fueron mínimos préstamos a sus antepasados indigentes para que pudieran criar cabras. Entonces, igual que ahora, la mejor esperanza de huir de la pobreza para la mayoría de las personas pobres era pasar de ganarse la vida de manera individual e inestable a tener un empleo fijo, a los puestos de trabajo que son fruto de la industrialización.

 

“Las microfinanzas no sirven para nada”

No. Sería un error tener una reacción desproporcionada contra todo el bombo que se ha dado a los micropréstamos y decidir que son un desperdicio de esfuerzos y dinero. Hace 20 años, la periodista Helen Todd pasó un año siguiendo las vidas de 62 mujeres en dos aldeas de Bangladesh en las que trabajaba el famoso Grameen Bank de Yunus. Las 40 mujeres que recibieron microcréditos del banco presentaron planes empresariales para obtener los préstamos: iban a comprar vacas para criarlas o arroz para descascarillarlo y venderlo. Unas cuantas hicieron verdaderamente lo que habían dicho, pero la mayoría empleó el dinero para comprar o alquilar tierra, devolver otros préstamos, almacenar arroz para la familia o pagar dores y bodas.

No pasa nada. Como demuestra el libro Portfolios of the Poor, cuando se dice que una persona vive con 2 dólares diarios, en realidad,  no es así: vive con 3 dólares un día, 1 dólar el siguiente, y 2,50 dólares el de después. O es un agricultor que gana todo su dinero de una sola vez al final de la estación. Pero tiene que dar de comer a sus hijos todos los días, y los maridos no caen enfermos solo cuando más conviene. La necesidad de compaginar unos ingresos imprevisibles con unas necesidades de gastos de ritmos distintos crea entre los pobres una intensa demanda de servicios financieros que les permitan ahorrar algo de dinero cuando tienen una buena racha y utilizarlo cuando llega una mala.

Todos los servicios financieros ayudan a cubrir esa demanda, aunque lo hagan de manera imperfecta: préstamos, cartillas de ahorros, seguros, transferencias de dinero. Una madre puede pagar al médico que trata a su hija obteniendo un préstamo de emergencia de una amiga, vaciando sus ahorros, convenciendo a su hermano que vive en la ciudad para que le envíe dinero, o incluso –si tiene mucha suerte– recurriendo a un seguro de salud. Por eso el movimiento de los microcréditos se convirtió en el movimiento de las microfinanzas y hoy ofrece otros servicios además de los préstamos.

Los pobres tienen menos dinero que los ricos, pero no son más tontos; de hecho, suelen ser más ingeniosos, por necesidad. Si una mujer utiliza un microprestamo para comprar arroz o reparar un tejado en vez de abrir una empresa, no soy quién para discutírselo. Los ciudadanos de los países ricos compran de todo, desde comida hasta casas, a crédito. ¿Por qué van a ser distintos los pobres?

 

“Los microcréditos dan poder a las mujeres”

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No tanto. El movimiento de los microcréditos comenzó en 70. En consonancia con el movimiento mundial de igualdad entre los sexos que empezó en aquellos mismos años, se centraron sobre todo en las mujeres. Sus defensores aseguraban que los préstamos empoderaban a las mujeres que los recibían. Decían que cuando ellas volvían a casa con dinero prestado adquirían más ascendiente frente a sus maridos en las decisiones domésticas sobre si comprar comida o cerveza, invertir o consumir. Al mismo tiempo, para las mujeres que tradicionalmente habían estado recluidas en la esfera doméstica por motivos culturales, como en Bangladesh, era una liberación poder hacer negocios en público en las reuniones semanales para pagar los plazos del préstamo. Algunos programas de microfinanzas creados sin ánimo de lucro incluyen clases sobre temas como contabilidad básica y nutrición prenatal.

Pero, aunque el crédito es una fuente de posibilidades, también es una atadura, que puede ser opresiva cuando se aplica mediante la presión de grupo. De hecho, una de las razones de que los microprestamistas hayan preferido a las mujeres es que son más sensibles a la presión social y, por consiguiente, con frecuencia, son más fiables a la hora de devolver el préstamo y se resisten menos que los hombres.

Los estudios antropológicos han descubierto una mezcla de historias sobre la relación entre crédito y empoderamiento. En ciertos casos, las mujeres ganan en liberación, tal como se esperaba. Después de estudiar a mujeres usuarias de microcréditos en Bangladesh a mediados de los 90, Syed Hashemi, Sidney Schuler y Ann Riley llegaron a la conclusión, en la revista académica World Development, de que el Grameen Bank había otorgado poder  a las mujeres, en general. Escribían:

“Varias mujeres… dijeron a los investigadores de campo que a través del Grameen Bank habían ‘aprendido a hablar’ y ahora ya no les daba miedo dirigirse a extraños. En ambos programas, algunos miembros tienen la oportunidad de desempeñar papeles de liderazgo.  Una mujer contó a los investigadores: ‘Me han hecho jefa [del grupo prestatario]. Ahora todas las demás mujeres me escuchan y me prestan atención. El Grameen Bank me ha hecho importante’”.

Pero también hay historias tristes. La antropóloga Lamia Karim ha documentado que en Bangladesh, donde la mayoría de los préstamos son para mujeres, a aquellas que no han podido pagar la deuda, sus colegas, responsables solidarias, les quitan sus posesiones –en ciertos casos, sus casas– para venderlas y devolver el dinero.

A juzgar por los fragmentos de pruebas de que disponemos, la forma más famosa de microcrédito –el crédito de grupo que empezó a poner en marcha el Grameen— es la que da menos poder y la que más riesgo tiene, por cómo utiliza la presión de grupo para obligar a pagar la deuda. Los micropréstamos individuales, concedidos de forma personal, sin las cargas de las reuniones semanales ni las presiones, parecen no tener ese lado oscuro. Por otra parte, si el personal del microbanco no puede delegar las decisiones sobre los préstamos al grupo, tiene que pasar más tiempo comprobando los antecedentes de cada cliente, por lo que la actividad es menos rentable y tiende a volcarse menos en quienes más lo necesitan.

 

“Son inmunes a las irracionalidades de las finanzas normales”

Desde luego que no. Toda la publicidad que se ha dado a los microcréditos pretendía hacer pensar que siempre es mejor darles más dinero. Pero, en realidad, los microcréditos tienen más facilidades para sufrir recalentamientos y burbujas que los créditos convencionales. Tiene dos puntos vulnerables: una falta general de oficinas de crédito que sigan la pista del endeudamiento de personas con rentas bajas, lo cual hace que los acreedores tengan que lanzarse a ciegas, y la irracional exuberancia sobre los microcréditos como forma de ayudar a los pobres, que ha desencadenado una enorme afluencia de capital procedente de personas e instituciones bienintencionadas.

La mayor parte de este flujo de capitales extranjeros –alrededor de 3.000 millones de dólares en 2010– ha ido a parar directamente a microcréditos, y no a actividades que contribuyen a la creación de empresas, como la formación y la compra de ordenadores. El volumen de microdeudas impagadas ha aumentado un 30% o más al año en muchos países. El ritmo ha sido más rápido de lo que algunos prestamistas y algunos prestatarios podían soportar. En Nicaragua, después de que una revuelta nacional de deudores obtuviera el respaldo del presidente Daniel Ortega, la marea de impagos destruyó una de las mayores instituciones de microcrédito, Banex. En los últimos cinco años, también han surgido y han pinchado burbujas en Bosnia-Herzegovina, Marruecos y varias regiones de Pakistán. A corto plazo, eso ha beneficiado a los prestamistas que recibían dinero y luego se declaraban incapaces de devolverlo. (Al fin y al cabo, si estos habían perdido mucho dinero, eso quería decir que el dinero había ido a parar a algún sitio.) Sin embargo, a la larga, hacer daño al sector disminuye el acceso a la financiación.

En definitiva: las microfinanzas no son un remedio mágico para la pobreza, pero sí tienen buenas cosas que ofrecer. Lo bueno de este movimiento no es que reduzca la pobreza o dé poder a las mujeres, sino que construye unas instituciones dinámicas que ofrecen servicios intrínsecamente útiles a millones de pobres. Imagínese su vida sin servicios financieros: sin cuenta bancaria, sin seguro, sin préstamos para adquirir su vivienda o tener una educación; nada más que dinero en el bolsillo o bajo el colchón. Los pobres manejan menos dinero, pero deben resolver problemas financieros tan difíciles, al menos, como los de los ricos. También necesitan y merecen esos servicios, igual que necesitan y merecen agua potable y electricidad. El movimiento de las microfinanzas consiste en construir empresas, y organizaciones sin ánimo de lucro que funcionan como compañías, dedicadas a producir en masa servicios financieros que ofrecen a los pobres; no solo microcréditos, sino también microahorros, microseguros y microtransferencias de dinero.

La bienintencionada avalancha de dinero hacia los microcréditos distorsiona el funcionamiento del sector porque hace que dependa en exceso de ese único servicio, con todos sus riesgos. Es la mayor amenaza que se cierne sobre la mayor virtud de las microfinanzas en general. Por ese motivo, el bombo y platillo que se les ha dado no solo ha sido engañoso sino destructivo. Y por ese motivo, no debería dedicarse más dinero a los microcréditos, sino menos.

 

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