El fuego ya está aquí: el racismo en Estados Unidos

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Un hombre con el retrato de George Floyd, afroamericano desarmado que murió a manos de la policía, Mineápolis, EE UU, mayo 2020. Jerry Holt/Star Tribune via Getty Images

En abril de 2018 publicamos un artículo sobre si el racismo seguía o no vigente en Estados Unidos. Con motivo de las protestas en Minneapolis y otras ciudades, que se iniciaron el pasado 26 de mayo, a causa de la muerte de un afroamericano desarmado e inmovilizado a manos de un policía, republicamos aquí el artículo, con una introducción nueva del autor. 

En 1963 se publicó el libro de James Baldwin The fire next time (La próxima vez, el fuego) con dos ensayos sobre ser afroamericano en Estados Unidos. Sus tesis generaron fuertes polémicas en el país, en particular, señalaba que la población blanca no acepta que los negros son ciudadanos de pleno derecho y que, obligados por el sistema esclavista de dos siglos atrás, forman parte de la historia del país.

El asesinato del ciudadano afroamericano George Floyd, a manos de un policía en Minneapolis el 26 de mayo pasado mientras estaba esposado e inmovilizado, rodeado por otros tres oficiales, ha desatado “el fuego” al que se refería Baldwin. De la frustración se pasó a la ira y las protestas, algunas violentas, cuando los fiscales del Estado indicaron que no estaban seguros de iniciar un proceso judicial contra los policías.

Los asesinatos de ciudadanos negros por parte de la policía o de ciudadanos blancos, es un hecho repetido en Estados Unidos. Un estudio de la Universidad de Rutgers sobre muertes que involucran a agentes de la ley, indicó en 2019 que aproximadamente 1 de cada 1.000 hombres y niños negros en EE UU puede esperar morir a manos de la policía. Esto significa que son 2,5 veces más propensos que los hombres y niños blancos a morir durante un encuentro con policías.

El análisis también mostró que los hombres y niños latinos, las mujeres y niñas negras y los hombres, mujeres y niños nativos estadounidenses también son asesinados por la policía en tasas más altas que sus pares blancos. Pero la vulnerabilidad de los hombres negros es “particularmente sorprendente”.

Pero Carol Anderson, profesora de Emory University, dice que “el odio blanco no se manifiesta sólo en la violencia, sino que emerge en los juzgados, en el Congreso y en la burocracia gubernamental”.

Casi 60 años después del libro de Baldwin y la lucha por los derechos civiles, y 155 años después de la abolición de la esclavitud, la cuestión racial continúa siendo un grave problema en Estados Unidos. La crisis del Covid19 lo ha vuelto a poner de manifiesto: el 13,4% de la población estadounidense es negra, pero las municipalidades que tienen mayoría de población afroamericana han tenido más de la mitad de los contagios del virus y el 60% de los fallecidos.

La historiadora Heather Cox Richardson escribe hoy (29 de mayo): “La desigualdad racial no es nueva, pero la brutalidad racial se ha vuelto cada vez más evidente en los últimos años a medida que los teléfonos celulares han registrado la muerte de estadounidenses negros a manos de las autoridades o estadounidenses blancos que se han encargado de vigilar a sus vecinos negros”.

La protesta de Minneapolis se ha extendido a más de una decena de ciudades mientras que el presidente Donald Trump ha arrojado gasolina al fuego al lanzar un tuit diciendo que “cuando comienzan los saqueos, comienzan los disparos”.  La compañía Twitter lo publicó con la advertencia de que su contenido “glorifica la violencia”, algo sin precedentes.

El racismo precede al Presidente, pero desde que Trump llegó a la Casa Blanca ha promovido y legitimado a la ultraderecha y sus políticas contra la población negra, los latinos y los musulmanes. El escritor Ta-Nehisi Coates reivindica la tradición de Baldwin e indica que Trump representa el contra ataque de amplios sectores blancos de la sociedad (el blanquismo o supremacía blanca) ante el hecho de que Estados Unidos llegó a tener un presidente negro.

En las últimas semanas, hombres con armas de asalto han entrado por la fuerza y tomado los edificios de gobierno en Michigan y otros estados para protestar contra las medidas de aislamiento decretadas por los gobernadores debido a la pandemia del Covid19. Trump les denominó “buena gente” y les alentó a “liberar sus estados”. En medios como Financial Times y BBC se comentó qué habría pasado si hombres negros armados hubiesen intentado entrar en dependencias gubernamentales. La respuesta está en el vídeo de Minneapolis: cuatro policías esposan a un hombre que presuntamente pagó con un billete falso, lo tiran al suelo y lo asfixian.

Cincuenta años después del asesinato de Martin Luther King, abordamos la vigencia del racismo en Estados Unidos. Desde el peso del pasado esclavista del país, hasta los avances y retrocesos en materia de igualdad racial en la sociedad estadounidense, pasando por los nuevos movimientos en defensa de los derechos de la población afroamericana bajo la administración Trump.  

Lista: Escenarios de ficción racial

El 4 de abril de 1968 fue asesinado el pastor Martin Luther King, Premio Nobel de la Paz y líder en la lucha por la igualdad de derechos civiles en contra del racismo institucional y social arraigado en la sociedad estadounidense. Cuarenta años después EE UU contó con el primer presidente afroamericano en la Casa Blanca. Aparentemente, el país entraba en una era postracial.

Sin embargo, el sucesor en la presidencia cuenta, en parte, con una base social racista contra la población negra, latinos, musulmanes e indígenas. En diferentes ocasiones, Donald Trump se ha manifestado de forma despectiva hacia la población afroamericana y sus países de origen (desde África hasta Haití). Igualmente, ha hecho repetidas declaraciones e impulsado medidas discriminatorias hacia los musulmanes y los latinos, a la vez que ha autorizado la explotación de recursos energéticos en contra de la voluntad de comunidades indígenas.

La presidencia de Trump y la movilización de un sector de ciudadanos blancos que se siente amenazado de supuesta extinción (la población de origen latino sobrepasará a la blanca y afroamericana hacia 2050) plantea una serie de interrogantes sobre la vigencia del racismo en ese país.

En este marco, ¿cómo operan factores como el pasado esclavista, la era de la segregación legal y la marginación educacional y urbana en la situación de los afroamericanos?

“El triunfo del Norte acabó con la esclavitud en EE UU

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La polémica estatua del general confederado Robert E. Lee en Charlottesville. Chip Somodevilla/Getty Images

Sí, formalmente. La derrota de los estados sureños, que habían creado una confederación para separarse de la Unión, supuso el fin del régimen de la esclavitud que había estado vigente desde inicios del siglo XVII.

El Imperio británico y las autoridades de las colonias desarrollaron complejas regulaciones hacia los esclavos de África, indígenas y criminales de Gran Bretaña, Escocia e Irlanda.

La esclavitud se modificó junto a las necesidades de mano de obra, tipos de cultivos (tabaco, algodón), con la evolución en la legislación británica y francesa (en el caso de Luisiana) y con las tensiones entre potencias coloniales, incluyendo a España, que formaba parte del tráfico desde África. La economía de las colonias, y de la futura Unión desde 1776, creció en gran medida sobre el trabajo esclavo mientras aumentaba la población negra y mestiza.

Los esclavos vivían en un duro régimen represivo, sufriendo malos tratos, subalimentación, separaciones familiares (cuando eran vendidos), prohibición de educar a los niños y violencia sexual hacia las mujeres afroamericanas. Estas eran símbolo de pecado mientras que las blancas eran consideradas la encarnación de la femineidad.

La Guerra Civil fue un enfrentamiento entre modelos económicos: el Norte vinculado al liberalismo de la Revolución Industrial en Inglaterra y Europa, y el Sur que le abastecía de algodón barato. Para el Norte era fundamental mantener el acceso al Sur sin romper la Unión. Pero los latifundistas y políticos del Sur consideraban que acabar con la esclavitud, como proponía el liberalismo, era destruir su modo de vida y producción, y se convirtió en la razón de su lucha.

En 1865, ocho meses después que terminase la guerra, el Congreso adoptó la Enmienda número 13 a la Constitución, declarando ilegal la esclavitud. Sin embargo, ni el presidente Abraham Lincoln deseaba que se impusiera una igualdad total entre blancos y negros ni el Sur aceptó la abolición.

Simbólicamente, esa pérdida se prolonga hasta hoy en la batalla sobre preservar los monumentos a los héroes del Sur, como el general Robert E. Lee, y el debate sobre el uso de esclavos o los beneficios económicos de la esclavitud para edificar instituciones como la Universidad de Georgetown o la Casa Blanca.

“La población negra consiguió muchos derechos entre la Guerra Civil y el fin de la Segunda Guerra Mundial”

Para nada. Después de la Guerra Civil comenzó el período de “la reconstrucción” de la Unión. Los esclavos fueron liberados y recibieron pequeños estímulos económicos. Sin embargo, los gobernadores de los estados sureños, los dueños de las haciendas de algodón, y ciudadanos en general se resistieron violentamente mediante linchamientos, acoso, asesinatos y represión.

Las leyes de la supremacía blanca (denominadas las leyes de Jim Crow, por el nombre de un comediante que ridiculizaba a los negros) fueron un símbolo de la voluntad de gran parte de la sociedad blanca de perpetuar un estado de servidumbre para los afroamericanos. El hostigamiento hacia ellos era tolerado y auspiciado desde los gobiernos locales.

Con cambios en las constituciones estatales e imponiendo complicados procedimientos para poder votar, la población de color pasó a ser una masa de ciudadanos de segunda categoría. En este nuevo Sur había zonas para negros y blancos en los autobuses, hospitales, lugares públicos y de trabajo, servicios sanitarios, y se prohibieron los matrimonios mixtos.

Durante los siguientes 100 años fue difícil implementar las enmiendas constitucionales que permitirían a los afroamericanos ejercer derechos, trabajar, votar, recibir educación o ser propietarios. Duras leyes contra la vagancia daban lugar a trabajos forzados que, junto con una aplicación parcial de la ley, instauraron un sistema de postesclavitud.

En 1893 el abolicionista Frederick Douglass dijo “Los hombres hablan del problema negro. Pero no hay problema negro. El problema es si el pueblo estadounidense tiene lealtad y honor suficiente, y suficiente patriotismo para vivir de acuerdo con su propia Constitución”.

Los debates legales en el Congreso entre abolicionistas y neoesclavistas terminaban en la Corte Suprema que, a la vez, devolvía las decisiones a los estados donde gobernadores y congresos locales continuaban fortaleciendo la segregación.

“La ‘Gran Migración’ hacia el Norte generó un nuevo racismo”

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El barrio de Harlem en Nueva York donde en las últimas décadas ha aumentado la desigualdad económica. Chris Hondros/Getty Images

Exacto. El terror a los frecuentes linchamientos y la sobreexplotación condujeron a la población de color a emigrar hacia el Norte, Noreste y centro del país. En la denominada “Gran Migración” 6 millones de personas de color se desplazaron entre 1915 y 1970. En 1965 la mitad de los negros habían emigrado del Sur al Norte de EE UU, buscando mejores oportunidades laborales, por ejemplo, en la pujante industria de automotoción.

Pero el racismo los acompañó a su nuevo destino. La población blanca los marginó, formándose barrios con menos recursos y presupuestos para los ciudadanos negros (y blancos pobres y, posteriormente, latinos), así como escuelas separadas para sus hijos.

Mientras, los linchamientos se volvieron una práctica común hasta 1946, con la complicidad de la justicia. Todavía en 1964 tres blancos que hacían campaña en favor de que los afroamericanos pudiesen votar fueron asesinados por extremistas blancos en Misisipi.

Las leyes contra la segregación en las escuelas fueron resistidas tanto en el Sur como en el Norte del país. Cuando el gobierno las impuso se produjo un movimiento masivo de población blanca (y con más recursos) hacia los suburbios, dejando algunas ciudades con mayoría negra, pero con menos presupuestos para servicios públicos, incluyendo la educación.

Debido a este abandono, ciudadanos blancos (especialmente de clase trabajadora) y afroamericanos de ciudades como Detroit, Boston, Baltimore y New York se encontraron, como dice la historiadora Jane Dailey, “viviendo como negros” y sufriendo “el deterioro y la decadencia urbana” en calles con baches, escuelas sin recursos, tiendas vacías, altos niveles de criminalidad y basura acumulada en las calles.

“Las luchas no violentas lideradas por King en los 50 y 60 no sirvieron para la igualdad racial”

, esas luchas, mayoritariamente no violentas, fueron decisivas, especialmente durante las presidencias de John F. Kennedy (1961-1963) y Lyndon B. Johnson (1963-1969) para la aprobación de nuevas leyes. En 1968 Johnson encargó un informe sobre las razones de las protestas violentas en diversas ciudades de EE UU. El informe de la Comisión Kerner contestó: “racismo”, explicando que “nuestra nación se mueve en la dirección de contar con dos sociedades, una blanca y una negra, separadas y desiguales”.

La presión de las huelgas, las marchas, las asambleas en iglesias, los levantamientos de ciudadanos negros en decenas de ciudades del Sur y el Norte, las apelaciones judiciales, las dramáticas tensiones entre la Casa Blanca, el Congreso (y dentro de éste), el FBI, los gobernadores de los estados, así como la presión de organizaciones sociales blancas y negras, terminaron generando avances y victorias legales en derechos civiles, laborales, igualdad en el acceso a empleo público y de voto.

Se pasó de un régimen de apartheid que legitimaba la segregación (“iguales pero separados”) a otro de igualdad de derechos ciudadanos. Pero esto no significó mejoras en la situación económica de la mayoría de la población de color, pese a que una parte minoritaria de ella pasó a formar parte de la clase media.

Tampoco evitó que los gobiernos de Richard Nixon (1969-1974) y Ronald Reagan (1980-1989) implementasen políticas racistas y recortes presupuestarios en los programas sociales (educación, empleo, sanidad, vivienda) que estaban diseñados para equilibrar la situación de la población afroamericana.

El resultado fue mayor marginalidad y exclusión en los guetos urbanos, con graves aumentos en el tráfico y consumo de drogas y criminalidad. Esto fue unido a un crecimiento, que continúa hasta hoy, de encarcelación masiva de hombres negros en comparación con hombres blancos. En 2015 el número de encarcelados negros era seis veces mayor que el de los blancos, y el doble de latinos que no latinos.

Tampoco se han solucionado totalmente los impedimentos legales para que la población negra (y blanca pobre) pueda votar, aunque el creciente acceso a la participación electoral llevó a Barack Obama a la Casa Blanca.

“La sociedad estadounidense es hoy más racista que hace cinco décadas”

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Un niño sostiene un cartel en protesta después de que la policía disparara y matara a un hombre afroamericano llamado Stephon Clark en Sacramento. Josh Edelson/AFP/Getty Images

Aparentemente, no. Según las encuestas, el conjunto de la sociedad es hoy menos racista que décadas atrás y ha descendido el número de organizaciones racistas violentas. Sin embargo, el activismo racista se ha visto auspiciado y animado por la presidencia de Trump.

Por otro lado, las condiciones de vida y las percepciones siguen mostrando abismos. Los afroamericanos tienen una profunda percepción de desigualdad frente a los blancos. Una encuesta del Pew Institute señala, por ejemplo, que el 63% de los afroamericanos consideran que la relación entre razas está en mala situación, mientras que el 46% de los encuestados blancos piensa que está en buen estado.

Si bien la brecha entre la población afroamericana y la blanca se ha estrechado, y en algunos campos, como el número de licenciados universitarios de color, hay avances notables, la percepción de la población negra es que la policía y el sistema judicial, así como los prejuicios individuales y laborales (una persona de color tiene que presentarse una media de 15 veces para conseguir un puesto, frente a 10 de una persona blanca) son más fuertes que la igualdad que marcan las leyes.

“Blancos y afroamericanos tienen las mismas oportunidades en la sociedad estadounidense

Parece que esto es cierto, pero las consecuencias, inercias y el peso del racismo pesan en el marco de una sociedad crecientemente desigual. Un reciente estudio del Inequality of Opportunity Project concluye que las disparidades raciales en el ingreso son una de las cuestiones más persistentes en la sociedad estadounidense, y que a la identidad racial a la que se pertenece marca de una generación a otra las oportunidades para estudiar, trabajar, los niveles salariales y el ascenso social.

Al analizar cinco grupos de población (blancos, asiáticos, latinos, indígenas y negros), los primeros tres muestran una tendencia ascendente y transgeneracional en crecimiento del ingreso, mientras que indígenas y negros no ascienden en la escala. Incluso niños nacidos en el estrato más alto de estos dos grupos sociales tienen más posibilidades de descender.

El estudio compara situaciones familiares parecidas (por ejemplo, niños que crecen en núcleos uniparentales) entre blancos y negros. El resultado es que los niños blancos tienen tendencialmente más posibilidades educacionales y laborales que los negros.

A la vez, jóvenes blancos y negros que viven en las zonas de diversas ciudades, y que parten con las mismas oportunidades, no tienen los mismos resultados cuando se integran en el mundo laboral.  En contra de la idea que esto se debe a debilidades de la identidad negra, el estudio muestra que las mujeres blancas y negras alcanzan casi idénticos logros. Esto indicaría que hay un fuerte prejuicio hacia los hombres jóvenes negros.

En el terreno del ingreso de las unidades familiares, en 2016 las familias blancas no-hispanas ingresaban 171.000 dólares al año. O sea, 10 veces más que los 17.100 de una familia media afroamericana. La crisis financiera de 2008 incrementó este abismo, a la vez que acercó a los sectores blancos y de color con menos ingresos.

La cuestión urbana es también reveladora. Por ejemplo, una investigación reciente del semanario Newsweek sobre la ciudad de Charlotte (Carolina del Norte) indica que la educación ha sido “resegregada” y racialmente dividida, como hace cinco décadas, y que el problema afecta a casi todo el país. A la vez, un estudio de la Universidad de California muestra que los estudiantes de color en escuelas “resegregadas” tienen menos posibilidades laborales y más de caer en la criminalidad.

Otro ejemplo es la ciudad de Boston, famosa por ser un pilar del liberalismo estadounidense. Un estudio del periódico Boston Globe encontró que el racismo en esta ciudad no es violento como décadas atrás, y la tolerancia ha aumentado, pero la desigualdad en la riqueza, en el reparto de poder y en las actitudes racistas “persisten fuertemente, inclusive en formas más sutiles”.

“La población negra no tiene políticos, movimientos e intelectuales que le representen”

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Una mujer viste un pendiente con el símbolo del movimiento Black Lives Matter en una protesta en California. Justin Sullivan/Getty Images

Sí los tiene. Antes del asesinato de su líder, el movimiento no violento de Martin Luther King era criticado por su falta de efectividad por líderes más radicales que formaron los Black Panthers (Panteras Negras) o adherían a la Nation of Islam (Nación del islam). El primer grupo fue duramente reprimido hasta desaparecer; el segundo se convirtió en una organización antisemita y sectaria.

Durante los últimos 30 años aumentó el número de políticos de color en gobierno locales, federal y el Congreso, pero también la frustración por los bloqueos institucionales a las propuestas presentadas por representantes de afroamericanos, latinos, mujeres e indígenas.

La presidencia de Obama, la represión policial (que se manifiesta en el alto número de ciudadanos negros asesinados por policías, siempre absueltos), el aumento de la desigualdad, los debates en la sociedad estadounidense sobre el papel de los grupos de identidad y la retórica racista de Trump, son algunos de los factores que han conducido al resurgimiento de movimientos tradicionales, por ejemplo, la National Association for the Advancement of Colored People (Asociación Nacional para el Avance de Gente de Color, NAACP)  y el nacimiento de otros como Black Lives Matter (Las vidas negras importan).

A la vez, intelectuales como Ta-Nehisi Coates, Carol Anderson, Cornel West, el fallecido en 2011 Manning Marable, Isabel Wilkerson, Michelle  Alexander e Ibram X. Kendi, entre otros, son voces muy prestigiosas que revisan la historia del racismo y de líderes como Malcolm X y King; e interpretan fenómenos como la encarcelación masiva, el papel de la mujer en la esclavitud y la resistencia, la presidencia de Obama, la eliminación de la reforma de la asistencia sanitaria del gobierno Obama y su impacto sobre las minorías, los vínculos entre los afroamericanos y otras identidades en la construcción de la sociedad; y la relación entre capitalismo, imperialismo, clase y raza.

Paralelamente se ha producido un fuerte interés por la obra de James Baldwin (1924-1987), un sofisticado crítico de la segregación y el paternalismo liberal blanco hacia los afroamericanos. La película I´m not your negro (2017) presenta sus argumentos vinculando el movimiento por los derechos civiles, Malcom X y Black Lives Matter, y su argumento de que la población negra es parte de la sociedad estadounidense igual que la blanca.

En la diversidad del movimiento intelectual afroamericano se proyecta el debate que hace 50 años encarnaron, por un lado, Martin Luther King, que luchaba de forma no violenta por una sociedad que integrase a la población afroamericana como ciudadanos iguales más allá de la identidad racial. Y, por el otro, Malcolm X, quien consideró, en la etapa más radical de su vida, que los negros estadounidenses eran “una nación dentro de una nación” con su propia cultura, y que debían luchar por todos los medios para independizarse o recibir reparaciones y compensaciones por los años de explotación.