• The Thin Blue Line: How Humanitarianism Went to War
    (La delgada línea azul: cómo el humanitarismo fue a la guerra)
    Conor Foley 256 págs.,
    Verso, 2008, Londres (en inglés)

El 28 de junio de 1992, el presidente francés François Mitterrand y Bernard Kouchner, ministro de Sanidad y Asuntos Humanitarios, llegaron a Sarajevo, devastada por la guerra. Fue un intento audaz y arriesgado de romper el bloqueo que la población musulmana de la ciudad estaba sufriendo a manos de las milicias serbobosnias. Y funcionó: Mitterrand alcanzó un acuerdo con el líder serbobosnio, Radovan Karadzic, para reabrir el aeropuerto y permitir la entrada de las agencias de ayuda. El Consejo de Seguridad de la ONU aprobó el envío de una fuerza de protección humanitaria encargada de mantener la paz, y la capital bosnia empezó a recibir suministros esenciales.

Lea la entrevista que FP le hace al autor Conor Foley: La intervención humanitaria ha decepcionado al mundo.

Aquel viaje constituyó un momento cumbre para Mitterrand, para el intrépido Kouchner, y para la idea –por entonces novedosa– de un humanitarismo políticamente comprometido en vez de estrictamente neutral. Pero ahora, mirando hacia atrás, también está claro que el corredor humanitario de Sarajevo encaminó a Naciones Unidas, y a la población, al desastre. Las tropas de paz presenciaron impotentes cómo los francotiradores serbios acribillaban a los civiles bosnios. Las fuerzas de la ONU se convirtieron en rehenes de su propia misión: el líder serbio Slobodan Milosevic consiguió detener un ataque de la OTAN amenazando con capturar o matar a los cascos azules, que apenas iban armados. Y la tragedia de los Balcanes se precipitó hacia el Götterdämmerung de Srebrenica.

“Compromiso humanitario” suena muy noble, ya no digamos emocionante, hasta que uno intenta ponerlo en práctica. Conor Foley es un veterano en esas misiones –demasiadas, diría él– mal planeadas. Ha trabajado para la ONU y para ONG en Kosovo, Afganistán e Indonesia tras el tsunami, entre otros lugares. Sus experiencias le han dejado escarmentado en cuanto a los límites de las intervenciones internacionales y es bastante crítico con héroes humanitarios como Kouchner. En su provocador nuevo libro, The Thin Blue Line (La delgada línea azul), escribe “la mayor lección que se extrae de las diversas intervenciones internacionales de los últimos años es que siempre será difícil imponer desde fuera mecanismos de gobierno y de ayuda”.

Considera la historia de las intervenciones humanitarias como un prolongado episodio de hipocresía y fracaso. Mientras los partidarios del libre intervencionismo sostienen que la comunidad internacional traicionó al pueblo bosnio dando una respuesta humanitaria a lo que en realidad era un desafío militar, y ha vuelto a hacer lo mismo en Darfur, Foley propone la explicación inversa. Afirma que los agentes de ayuda se han convertido en instrumento –y pretexto– de las intervenciones militares; que, al hacerlo, han sacrificado su neutralidad; y que este sacrificio ha sido prácticamente en vano, ya que los intentos de imponer desde fuera un buen gobierno o impedir atrocidades suelen fracasar.

En su opinión, el intervencionismo humanitario es una creación del activismo occidental, canalizado en gran parte a través de la ONU, en los años posteriores al final de la guerra fría. Por ello comienza su relato con la descomunal e inaudita operación liderada por EE UU para proteger la misión humanitaria en Somalia.

Foley recuerda que Care y Oxfam América, cuyos trabajadores estaban siendo asesinados, presionaron para que se enviasen fuerzas militares a Somalia. Eran los tiempos gloriosos del intervencionismo y pocos podían imaginar las consecuencias de semejante decisión. Considera aquella intervención un desastre absoluto, no sólo para el país sino para su profesión. En Somalia –asegura– el humanitarismo empezó a someterse a la lógica de la intervención armada.

¿Qué se hace cuando los medios pacíficos resultan infructuosos? A pesar de los llamamientos de la izquierda antiimperialista –que Foley no soporta– los gobiernos son reacios a enviar soldados para impedir que se cometan atrocidades por el mundo. Las intervenciones humanitarias se realizan en países tan echados a perder que todas las opciones parecen malas y casi todas las consecuencias adversas. Pero hay que elegir. La sugerencia de Foley de que las organizaciones en Somalia deberían haber intentado “que los líderes tradicionales de las comunidades recuperasen el poder mediante el diálogo”, en vez de reclamar acciones militares, no suena muy convincente. Incluso una operación irresponsable como aquella salvó cientos de miles de vidas. Foley también sostiene que tanto Kosovo como Bosnia siguen siendo Estados étnicamente divididos y debilitados. Es cierto; pero también es verdad que los Balcanes ya no están en guerra y Serbia es una democracia, por débil que sea. ¿Es éste un resultado tan malo?

Foley se enfrenta a la difícil pregunta de cómo, si es que es posible, la ayuda puede usarse para forzar cambios políticos. Sostiene que los agentes humanitarios deberían crear confianza entre los donantes, la opinión pública y los beneficiarios. Y la manera de ganarse la confianza de los receptores, explica, es mostrar respeto por su soberanía y sus capacidades. No propone ayudarmenos, sino imponer menos.

Deberíamos plantearnos si en las relaciones internacionales hay poco respeto hacia la soberanía, o demasiado. En 2005, la Asamblea General de la ONU adoptó la doctrina de la “responsabilidad de proteger”, que establece que los países tienen la obligación de proteger a sus ciudadanos de los crímenes contra la Humanidad y otras atrocidades, y que, en caso de no poder o no querer hacerlo, otros Estados contraen dicha obligación. En los casos más extremos, ésto incluye actuar militarmente. La norma, apodada R2P (Responsibility to Protect), recoge el principio, en el que se basa la intervención humanitaria, de que el derecho de las personas a no padecer las peores formas de maltrato prevalece frente al derecho de los Estados a no padecer injerencias externas.

Este principio está siendo atacado por los absolutistas de la soberanía, un grupo que incluye no sólo a Irán y Venezuela, sino a India y Egipto. Y la guerra de Irak les ha puesto en bandeja la posibilidad de denunciar que Occidente cita el imperativo moral de la R2P para intervenir cuando y donde quiere. Quizá exista ese peligro, pero lo que está claro es que el conflicto de Irak ha contaminado la lógica de las intervenciones humanitarias para los años venideros. Puede que eso reconforte a anti-intervencionistas como Foley; pero otros, con razón, piensan que es una tragedia.

ILUSTRACIÓN: HIDALGO PARA FP EDICIÓN ESPAÑOLA