
El riesgo de que el país, una vez liberado de la amenaza yihadista, se convierta en un territorio controlado por las milicias chiíes. Un repaso de cómo el Estado iraquí pierde su hegemonía a pasos agigantados.
Los avances que están produciéndose contra los yihadistas insurgentes que ocupan grandes extensiones de la zona noroccidental de Irak están al mismo tiempo socavando lo que queda de un Estado cuya fragilidad y disfunciones crearon el ambiente que precisamente propició que en un primer momento surgiera el yihadismo. Esto se hace particularmente evidente en la batalla por Tikrit, donde gran parte de la lucha la llevan a cabo milicias chiíes guiadas por comandantes de la Guardia Revolucionaria iraní.
Para que lo que queda de las autoridades centrales de Bagdad puedan retomar su protagonismo en esta fase ya avanzada y reconstruir el Estado, deben reclamar un papel inmediatamente después de que se produzcan las victorias tácticas en lugares tales como Tikrit contribuyendo al empoderamiento de las élites locales, proporcionando servicios y estableciendo fuerzas locales de seguridad legitimas. Esto sólo será posible si Irán -que al convertirse en el actor más influyente en Irak tiene ahora la mayor cuota de responsabilidad en su futuro- y EE UU -que se ha comprometido a la reconstrucción del Estado iraquí sobre las ruinas de su desmantelamiento en 2003- persiguen este objetivo en vez de, respectivamente, invertir exclusivamente en milicias y en desintegrar instituciones estatales como el Ejército como respuestas a la amenaza yihadista.
La toma de control de Mosul por el Estado Islámico (EI o Daesh en árabe) en junio de 2014 ilustra con contundencia la situación de abandono del Estado iraquí: las fuerzas de seguridad que se habían expandido y fortalecido durante más de una década demostraron estar podridas hasta la médula; las élites árabes suníes locales habían dado la espalda a sus electores a cambio de una relación corrupta y corrosiva con las autoridades de Bagdad; y las luchas de poder en la capital a menudo se traducían en un estímulo de los miedos sectarios. Desde junio la situación ha empeorado. Aunque tanto las élites iraquíes como los funcionarios extranjeros han señalado que entienden la gravedad de este tipo de deficiencias y la situación de seguridad resultante, han hecho poco más allá de manifestar su intención de reforzar el Ejército, empoderar a los árabes suníes mediante la gobernanza local y el suministro de seguridad y poner en marcha una proceso político inclusivo en la capital.
Sin embargo, el nuevo primer ministro, Haider al Abadi, ha sido prácticamente relegado por la enorme expansión, multiplicación y profesionalización de los llamados grupos de movilización popular (Hashid al Shaabi) -en la práctica milicias chiíes- que gozan de un considerable apoyo en algunos segmentos de la sociedad y han tomado la iniciativa en ...
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