• The New Asian Hemisphere. The Irresistible Shift of Global Power to the East (El nuevo hemisferio asiático. El desplazamiento irresistible del poder mundial hacia el Este)
    Kishore Mahbubani 314 págs., Public Affairs,
    Nueva York (EE UU), 2008

¿Otro libro más sobre el ascenso de Asia? Éste tiene al menos dos peculiaridades que lo hacen especialmente atractivo. La primera es que su autor es asiático, diplomático, antiguo embajador de Singapur ante Naciones Unidas y actual decano de la Escuela Lee Kuan Yew de Políticas Públicas de la Universidad Nacional de la ciudad-Estado. Kishore Mahbubani, como seguramente recuerdan los lectores, se encontraba entre los 100 intelectuales más influyentes del mundo seleccionados por la edición estadounidense de FP y la revista británica Prospect en 2005 (quedó en el puesto 98, empatado con el chino Wang Jisi y acompañado sólo por otros 13 asiáticos).

The New Asian Hemisphere –probablemente el libro más comentado de lo que va de año– es franca y deliberadamente provocador. Y ésa es su segunda marca distintiva. Viene a decir, entre otras cosas, que Occidente no está en absoluto preparado (ni siquiera mentalmente) para el imparable ascenso de Asia, continente éste que el autor considera mucho más apto para gestionar los asuntos internacionales, sobre todo en comparación con la –a su comer juicio– evidente incompetencia occidental. Mahbubani destaca la emergencia de Asia, desde Japón hasta India (al menos hasta ahora), como uno de los rasgos principales del siglo XXI. Señala con acierto que se trata más bien de un resurgimiento, puesto que Asia imperó en el mundo durante los 18 siglos anteriores a la Revolución Industrial. Añade que la prosperidad de ese continente, que empezó en Japón hace ya más demedio siglo y se contagió luego a los pequeños dragones, a China, al sureste asiático y a India, se debe al aprendizaje que esas sociedades han hecho de lo que él llama los “siete pilares de la sabiduría occidental”: economía de mercado, importancia de la ciencia y la tecnología, meritocracia, pragmatismo, cultura de paz, imperio de la ley y fomento de la educación. Y se sorprende de que los maestros reaccionen con descontento ante los progresos de unos alumnos tan aventajados. Los pupilos, dice el autor, han hecho incluso innovaciones, como las nuevas formas de cooperación internacional en las que predominan el pragmatismo y el consenso (por ejemplo en la ASEAN, el proceso ASEAN+3 o la Cumbre de Asia oriental).

Hasta aquí, todo puede ser más o menos discutible, pero entra en el terreno de lo razonable. Sin embargo, lo esencial del libro es mucho más controvertido. Para empezar, el diplomático denuncia lo que entiende como ceguera de los intelectuales occidentales ante el ascenso de Asia y el paso de una a varias civilizaciones. Tal acusación, formulada con carácter general, es injusta y debería dirigirse, en todo caso, a los responsables políticos, y ni siquiera a todos.

Mahbubani considera que las potencias occidentales dan muestras de descontento ante la irrupción asiática porque no quieren ceder poder en los organismos internacionales y temen acabar dominadas por una región que en su día colonizaron casi por completo. Pero en realidad, no existe tal disgusto, salvo excepciones; se trata más bien de desconcierto y, sobre todo, de renuencia a compartir el mando (ya sea con los asiáticos o con cualquier otro grupo) en el Consejo de Seguridad de la ONU, el FMI o el Banco Mundial. Lo que sí es cierto es que, si no se reparte mejor el poder, podrán despertarse movimientos antioccidentales en Asia y eventuales conflictos.


Mahbubani denuncia la ceguera de Occidente ante el ascenso de Asia y su negativa a compartir el poder internacional con un continente que colonizó en su día


Un tercer aspecto polémico es la contraposición que hace el autor entre lo que llama “incompetencia occidental” (en Irak, Ruanda, los Balcanes, la liberalización del comercio o el sistema de no proliferación) frente a lo que entiende como destreza asiática, ilustrada singularmente con los éxitos recientes de la diplomacia silenciosa de China. La idealización de su continente conduce al autor a incurrir en el triunfalismo, e incluso en la arrogancia que tanto le molesta de los países más aventajados. ¿O es que no ha habido fracasos en Asia? Baste citar el militarismo japonés, el golpe de Suharto en Indonesia, la Revolución Cultural china, el genocidio camboyano, Cachemira, Sri Lanka, Corea del Norte, Timor Oriental o Aceh.

La tesis de esta obra, “deliciosamente combativa” en palabras de Amartya Sen, es que el mundo será más pacífico y estable con el ascenso de Asia, pasando por alto que en ese continente hay varios importantes focos de tensión: India-Pakistán, Japón-China, Taiwan y también –aunque esperemos que cada vez menos– Corea del Norte. El triunfalismo llega al colmo de la exageración cuando Mahbubani afirma: “La marcha hacia la modernidad está destinada a introducirse también en el mundo islámico del Este de Asia. Que se extienda de India a Pakistán y de allí a Irán es sólo una cuestión de tiempo. Toda Asia podría modernizarse en el siglo XXI”. Ojalá ocurra tal cosa, pero lo cierto es que la predicción, al menos de momento, no pasa de ser mero wishful thinking.

Aunque Zbigniew Brzezinski diga que este ensayo es “un análisis incisivo de las implicaciones que tendrá a largo plazo el traslado del centro de gravedad global”, aún puede hacérsele una cuarta crítica: Mahbubani parece inclinarse, en ocasiones, por resucitar la tesis de los valores asiáticos (autoritarismo combinado con prosperidad), sobre todo cuando describe a China como “el actor geopolítico más astuto y efectivo del siglo XXI”. Es verdad que el gigante asiático ha cosechado grandes éxitos, pero no hay que olvidar los derechos humanos, la libertad de prensa, Darfur o Myanmar. ¿Se atrevería Mahbubani a hacer una obra tan iconoclasta como ésta sobre su propio país, en el que pervive un autoritarismo sui géneris?

Con todo, conservemos lo positivo de este libro. Occidente está obligado a ceder poder en la ONU y en las instituciones financieras internacionales. ¿Cuándo veremos a Japón y a India con sillones permanentes en el Consejo de Seguridad, a un chino dirigiendo el FMI y a un indio presidiendo el Banco Mundial? Ya va siendo hora.