Miles de refugiados han huido en los últimos meses hacia la frontera con Líbano y entre ellos también se encuentran decenas de desertores del régimen Bachar Al Asad. Algunos son cabecillas del Ejército Sirio Libre que utilizan la tapadera de refugiados como cobertura para efectuar operaciones clandestinas en el lado sirio.

 

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Soldados del Ejército Sirio Libre en la frontera sirio-libanesa antes de llevar a cabo una operacón nocturna, enero 2012.

 

Durante décadas la frontera entre Siria y Líbano ha sido un coladero de armas, traficantes y contrabandistas que cruzaban, con relativa facilidad, a uno y otro lado de este poroso enclave, aún hoy sin reconocer completamente por Naciones Unidas. En la actualidad, numerosos sirios que trabajan en el lado libanés y libaneses que igualmente tienen negocios en el sur de Siria, continúan haciéndolo, pero no con la misma reciprocidad que antaño. Aquellos ciudadanos sirios que hayan participado en alguna manifestación contra el régimen de Bachar Al Asad o cuyo apellido sea de tradición suní temen ser capturados y entregados al aparato militar del régimen, cuyos mandos son mayoritariamente alauís (secta minoritaria en Siria –entre un 12 y un 15% de la población del país– cercana al chiísmo y a la que pertenece la élite en el poder).

Cruzar clandestinamente la frontera es la opción elegida por muchos que huyen de la feroz represión en Siria, especialmente si proceden de la cercana ciudad de Homs (a escasos cien kilómetros), bajo constantes bombardeos por parte de las tropas del régimen. En el valle de Wadi Khaled, en el norte de Líbano, se esconden desde hace meses familias enteras, alojadas por parientes en la región o en escuelas abandonadas, financiadas por los Hermanos Musulmanes. La Hermandad, organización islamista suní, aniquilada a comienzos de los 80 por los soldados de Hafez el Asad (padre del actual Presidente), tras una rebelión que terminó con la vida de alrededor de 20.000 personas, salda hoy viejas rencillas costeando la vivienda y los gastos de decenas de refugiados sirios sunís (la confesión que representa el 75% de los 24 millones de sirios). Ansían recuperar un poder que creen les corresponde, en manos hoy de una minoría que para ellos menoscaba el verdadero significado del islam.

Sin embargo, en el complejo entramado social de este territorio, también se camuflan bajo una ficticia condición de refugiados reclutas desertores del Ejército de Bachar Al Asad que ahora engrosan las filas del Ejército Sirio Libre, compuesto por muy dispares milicias y pobremente armado (si lo comparamos con la potente maquinaria militar de la élite castrense en Siria). Algunos de los soldados aseguran, desde las aldeas de Wadi Khaled, haber huído en connivencia no sólo con oficiales sunís sino también gracias a la vista gorda hecha por parte de algunos mandos superiores alauís, descontentos por la salvaje represión inducida por la élite militar en el poder. Según ellos, de eso se trata precisamente, de quién está del lado del régimen y de quién no.

Sin embargo, el Ejército de Bachar Al Asad está aún lejos de desintegrarse, a pesar del creciente número de desertores (80.000, según fuentes del Ejército Sirio Libre). La vigilancia permanente del Muhabarat, el poderoso servicio secreto al servicio de los Asad, sobre las familias de los oficiales sospechosos de abandonar, hace que estos se lo piensen dos veces antes de dar el paso. Los que se arriesgan mayormente ya vivían cerca del lado libanés antes del comienzo de las revueltas hace un año, por lo que cruzar al otro lado resultaba relativamente asumible. Sin embargo, cerca del puesto de Arida –en la carretera hacia Homs– hay un pequeño puente, otrora frecuentado por los habitantes de los pueblos ribereños a uno y otro lado, que hoy está plagado de minas. Cruzar el río que pasa por debajo y que da nombre a la región de Wadi Khaled tampoco es una opción muy segura; hay artefactos explosivos distribuidos a lo largo de su cauce, que ya le han costado la vida a varias personas cuando intentaban atravesarlo.

Aún así, son varias las decenas de  desertores que sí lo han logrado junto a sus familias. En este punto de la revuelta confían en ser llamados pronto a filas para combatir, con algo más que con los Kalashnikov que esconden, a un régimen que podría tener las horas contadas. Entre ellos hay mandos del Ejército Sirio Libre que aprovechan la nocturnidad para cruzar por caminos desconocidos al lado sirio.  Entre ellos abundan las barbas largas, típica de los islamistas más ortodoxos, y comienzan a verse cada vez más Coranes. El salafismo se extiende aquí como la pólvora, quizá por la pasividad de un Occidente que observa el horror diario en Siria, pero temeroso de que cualquier intervención militar al estilo libio pueda ser el polvorín que haga estallar la región por los aires.

 

División de los grupos opositores

En el reciente encuentro del Grupo de Amigos de Siria celebrado en Estambul ha quedado evidenciada la profunda división que existe entre los miembros de la oposición a Bachar el Asad  tanto dentro como fuera del país. A pesar de que el Consejo Nacional Sirio (organización que aglutina, en teoría, a la mayor parte de los grupos opositores) ha sido nombrada durante la conferencia como el único interlocutor válido para Occidente, no parece que los Comités Locales responsables de la lucha armada sigan los dictámenes de este liderazgo.

Incluso el propio ministro francés de Exteriores, Alain Juppé, se hacía eco de esta fractura durante la reunión. La oposición siria debe dejar de “desgarrarse” y sus miembros de “enfrentarse unos con otros”, decía en una entrevista concedida recientemente al diario Le Monde. Tan dividida está la oposición (cuyos grupos integrantes ya se relamen por la parcela de poder que podrían alcanzar) que varios de los nombres más relevantes de la intelligentsia siria en el exilio han abandonado sus filas,como es el caso del ex preso político sirio Kamal al Labouani que argumentó que “tras los liberales estúpidos” se esconden fanáticos financiados por los países del Golfo (en referencia a los Hermanos Musulmanes).

Precisamente representantes de estos países, como el ministro de Exteriores qatarí, Saud al Faisal, decía en la conferencia de Amigos de Siria que armar a la oposición no sólo era una posibilidad sino “una obligación”. Nos encontramos ante una suerte de guerra fría árabe donde Arabia Saudí y los países del Golfo ansían controlar uno de los últimos bastiones que simpatizan con el chiísmo de Irán y con la milicia libanesa Hezbolá, acérrimos enemigos de las anacrónicas monarquías del Golfo, que buscan ampliar su influencia a golpe de petrodólar.

 

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