Los casos de Israel, India, Pakistán, Corea del Norte, y los intentos
de Irán de hacerse con el arma nuclear, podrían hacer pensar
que la política antiproliferación ha fracasado. Pero estos últimos
años han visto también cómo Ucrania, Azerbaiyán
o Suráfrica, entre otros, han renunciado a la bomba atómica.
Los sistemas legales y las organizaciones en activo contra la proliferación
necesitan reforzarse. Además, el enfoque que se ha seguido en los últimos
años desde Estados Unidos hacia Pyongyang y Teherán está equivocado.
Tiene razón Scott Ritter, ex jefe de los inspectores de la ONU en Irak,
al señalar que no se puede forzar a corto plazo la no proliferación
al mismo tiempo que el cambio de régimen en estos países. Al
intentarlo, al considerar la desnuclearización no como un fin en sí mismo
sino como un instrumento para cambiar el régimen, la Administración
Bush estaba abocada al fracaso. Ahora parece rectificar. Y, de hecho, con Libia
ha primado el abandono del programa nuclear de Trípoli, a sabiendas
de que así se reforzaba el régimen de Gaddafi.

Dejando aparte el deseo francés o británico de entrar o seguir,
en su día, en el club de las grandes potencias, o los tiempos de la
guerra fría, ¿qué buscan estos países o regímenes
al dotarse de armas nucleares? Básicamente, seguridad existencial. Saben
que no son armas para usar salvo que su existencia esté en peligro.
La posesión de la bomba puede haber sido un factor de estabilización
en la confrontación entre Pakistán e India. En cualquier caso,
tras el 11-S, Washington ha perdonado a Pakistán su nuclearización,
pese a que del padre de la bomba paquistaní, Abdul Qadir Jan, surgió uno
de los riesgos de proliferación de mayor alcance y que un cambio de
régimen en Islamabad podría convertir este arma en una bomba
islamista
.

Tanto Kofi Annan, desde Naciones Unidas, como Mohamed El Baradei, desde el
Organismo Internacional para la Energía Atómica (OIEA), proponen
reforzar el sistema antiproliferación, que ha estado vigente durante
décadas y ha impedido una "cascada de proliferación nuclear".
Para el secretario general de la ONU, de no tomarse nuevas medidas, se puede
generar pronto esta cascada, y por ello sugiere que se adopten nuevas y más
duras normas de inspección (menoscabada en Irak por la Administración
de Bush, pero también por la de Clinton -y, anteriormente, por
la de Bush padre- en lo que se refiere a Teherán), incentivos
para que los Estados renuncien al enriquecimiento de uranio, un tratado para
controlar y cortar la circulación de material fisible, un calendario
más corto para la Iniciativa de Reducción de la Amenaza Global,
una participación más amplia en la Iniciativa de Seguridad contra
la Proliferación, y una cooperación más estrecha entre
el OIEA y el Consejo de Seguridad, entre otras medidas. Claro que si Estados
Unidos ha sido uno de los grandes impulsores de la no proliferación,
también ha contribuido a socavarla al negarse a ratificar la prohibición
total de pruebas nucleares, desarrollar microbombas y otros pasos. De lo que
no hay duda es de que un Irán con armas nucleares cambiaría la
ecuación estratégica regional e impulsaría a otros países -no
ya Israel, que las tiene discretas, sino a Arabia Saudí u otros- a
hacerse con la bomba. Por ello, evitarlo es un objetivo primordial. La cuestión
es: ¿cómo?

La lucha contra la proliferación requiere abordar y responder a algunas
de sus causas. El caso de Irán es claro. Tras la revolución de
1979, el ayatolá Jomeini denunció como no islámica la
investigación sobre armas nucleares. Pero el régimen islámico
ha sufrido el acoso internacional, una guerra terrible y humillante contra
Irak -con apoyo occidental a Sadam Husein- y una sensación
de inseguridad, pues tras la guerra de Afganistán y la invasión
americana de Irak se siente rodeado. El problema radica en lograr diferenciar
las garantías existenciales para un país de las de su régimen
cuando éste no gusta. Ése es el caso de Irán y de Corea
del Norte. También ellos mezclan la protección del país
con la de sus regímenes, y buscan bunkerizarse con garantías.

Son situaciones, sin embargo, muy distintas. La teocracia iraní es
muy real, pero en una sociedad joven y dinámica, que se acabará imponiendo
por la fuerza sociológica y que puede estallar en cualquier momento;
por ejemplo, con ocasión de las elecciones presidenciales de junio.
Sin embargo, intentar desde fuera forzar un cambio de régimen puede
acabar apuntalándolo. Más allá, toda solución estable
debería pasar por el establecimiento de un sistema de seguridad regional.

Es urgente lograr garantías existenciales para evitar la nuclearización
de algunos Estados

Corea del Norte es una de las peores tiranías que quedan en la Tierra.
Sabe construir armas, pero no fabricar alimentos para su población.
El anuncio en febrero de su retirada del Tratado de No Proliferación
y de que estaba en posesión de bombas nucleares aporta pocas novedades,
pero pone en evidencia un fracaso diplomático de Bush. Pese al grito
de Pyongyang de que quiere diálogo con Estados Unidos, Washington tiene
poco que hacer. Quien opera es el Grupo de los Seis (las dos Coreas, Estados
Unidos, Japón, Rusia y China), con un papel central para Pekín.
Desde luego, frente a Corea del Norte, Washington no tiene opciones militares.
La diplomacia -incluida en Naciones Unidas- es el único
camino, que facilitaría un apoyo económico.

Clinton quiso seguir ese enfoque, aunque también intentó aislar
a Corea del Norte como castigo por su programa nuclear, y el resultado fue
que el régimen se fortaleció. Pero a fuerza de sacar la zanahoria,
el programa, al menos momentáneamente, se suspendió. Aislar no
es la forma de abordar este tipo de problemas. Lo urgente es lo que pide El
Baradei: lograr garantías para tranquilizar a los nuevos Estados proliferadores y ofrecerles incentivos para renunciar a sus programas, pues el peligro es
encontrarse con bombas y regímenes perversos. Con paciencia y fortaleza
se puede lograr lo contrario: que no tengan bombas y acaben abriéndose.

Como siempre, estamos abiertos a sus comentarios.

Los casos de Israel, India, Pakistán, Corea del Norte, y los intentos
de Irán de hacerse con el arma nuclear, podrían hacer pensar
que la política antiproliferación ha fracasado. Pero estos últimos
años han visto también cómo Ucrania, Azerbaiyán
o Suráfrica, entre otros, han renunciado a la bomba atómica.
Los sistemas legales y las organizaciones en activo contra la proliferación
necesitan reforzarse. Además, el enfoque que se ha seguido en los últimos
años desde Estados Unidos hacia Pyongyang y Teherán está equivocado.
Tiene razón Scott Ritter, ex jefe de los inspectores de la ONU en Irak,
al señalar que no se puede forzar a corto plazo la no proliferación
al mismo tiempo que el cambio de régimen en estos países. Al
intentarlo, al considerar la desnuclearización no como un fin en sí mismo
sino como un instrumento para cambiar el régimen, la Administración
Bush estaba abocada al fracaso. Ahora parece rectificar. Y, de hecho, con Libia
ha primado el abandono del programa nuclear de Trípoli, a sabiendas
de que así se reforzaba el régimen de Gaddafi.

Dejando aparte el deseo francés o británico de entrar o seguir,
en su día, en el club de las grandes potencias, o los tiempos de la
guerra fría, ¿qué buscan estos países o regímenes
al dotarse de armas nucleares? Básicamente, seguridad existencial. Saben
que no son armas para usar salvo que su existencia esté en peligro.
La posesión de la bomba puede haber sido un factor de estabilización
en la confrontación entre Pakistán e India. En cualquier caso,
tras el 11-S, Washington ha perdonado a Pakistán su nuclearización,
pese a que del padre de la bomba paquistaní, Abdul Qadir Jan, surgió uno
de los riesgos de proliferación de mayor alcance y que un cambio de
régimen en Islamabad podría convertir este arma en una bomba
islamista
.

Tanto Kofi Annan, desde Naciones Unidas, como Mohamed El Baradei, desde el
Organismo Internacional para la Energía Atómica (OIEA), proponen
reforzar el sistema antiproliferación, que ha estado vigente durante
décadas y ha impedido una "cascada de proliferación nuclear".
Para el secretario general de la ONU, de no tomarse nuevas medidas, se puede
generar pronto esta cascada, y por ello sugiere que se adopten nuevas y más
duras normas de inspección (menoscabada en Irak por la Administración
de Bush, pero también por la de Clinton -y, anteriormente, por
la de Bush padre- en lo que se refiere a Teherán), incentivos
para que los Estados renuncien al enriquecimiento de uranio, un tratado para
controlar y cortar la circulación de material fisible, un calendario
más corto para la Iniciativa de Reducción de la Amenaza Global,
una participación más amplia en la Iniciativa de Seguridad contra
la Proliferación, y una cooperación más estrecha entre
el OIEA y el Consejo de Seguridad, entre otras medidas. Claro que si Estados
Unidos ha sido uno de los grandes impulsores de la no proliferación,
también ha contribuido a socavarla al negarse a ratificar la prohibición
total de pruebas nucleares, desarrollar microbombas y otros pasos. De lo que
no hay duda es de que un Irán con armas nucleares cambiaría la
ecuación estratégica regional e impulsaría a otros países -no
ya Israel, que las tiene discretas, sino a Arabia Saudí u otros- a
hacerse con la bomba. Por ello, evitarlo es un objetivo primordial. La cuestión
es: ¿cómo?

La lucha contra la proliferación requiere abordar y responder a algunas
de sus causas. El caso de Irán es claro. Tras la revolución de
1979, el ayatolá Jomeini denunció como no islámica la
investigación sobre armas nucleares. Pero el régimen islámico
ha sufrido el acoso internacional, una guerra terrible y humillante contra
Irak -con apoyo occidental a Sadam Husein- y una sensación
de inseguridad, pues tras la guerra de Afganistán y la invasión
americana de Irak se siente rodeado. El problema radica en lograr diferenciar
las garantías existenciales para un país de las de su régimen
cuando éste no gusta. Ése es el caso de Irán y de Corea
del Norte. También ellos mezclan la protección del país
con la de sus regímenes, y buscan bunkerizarse con garantías.

Son situaciones, sin embargo, muy distintas. La teocracia iraní es
muy real, pero en una sociedad joven y dinámica, que se acabará imponiendo
por la fuerza sociológica y que puede estallar en cualquier momento;
por ejemplo, con ocasión de las elecciones presidenciales de junio.
Sin embargo, intentar desde fuera forzar un cambio de régimen puede
acabar apuntalándolo. Más allá, toda solución estable
debería pasar por el establecimiento de un sistema de seguridad regional.

Es urgente lograr garantías existenciales para evitar la nuclearización
de algunos Estados

Corea del Norte es una de las peores tiranías que quedan en la Tierra.
Sabe construir armas, pero no fabricar alimentos para su población.
El anuncio en febrero de su retirada del Tratado de No Proliferación
y de que estaba en posesión de bombas nucleares aporta pocas novedades,
pero pone en evidencia un fracaso diplomático de Bush. Pese al grito
de Pyongyang de que quiere diálogo con Estados Unidos, Washington tiene
poco que hacer. Quien opera es el Grupo de los Seis (las dos Coreas, Estados
Unidos, Japón, Rusia y China), con un papel central para Pekín.
Desde luego, frente a Corea del Norte, Washington no tiene opciones militares.
La diplomacia -incluida en Naciones Unidas- es el único
camino, que facilitaría un apoyo económico.

Clinton quiso seguir ese enfoque, aunque también intentó aislar
a Corea del Norte como castigo por su programa nuclear, y el resultado fue
que el régimen se fortaleció. Pero a fuerza de sacar la zanahoria,
el programa, al menos momentáneamente, se suspendió. Aislar no
es la forma de abordar este tipo de problemas. Lo urgente es lo que pide El
Baradei: lograr garantías para tranquilizar a los nuevos Estados proliferadores y ofrecerles incentivos para renunciar a sus programas, pues el peligro es
encontrarse con bombas y regímenes perversos. Con paciencia y fortaleza
se puede lograr lo contrario: que no tengan bombas y acaben abriéndose.

Como siempre, estamos abiertos a sus comentarios. Andrés
Ortega