Un enfoque diferente sobre que define a un ‘Estado fallido’.

 

La etiqueta de “fallido” no deja de ser una forma poderosa de describir a los Estados que ya no sirven a su población. Es un término duro que atrae la atención de los políticos y ayuda a ciertos países que deberían preocuparnos mucho. La amenaza de caer en la categoría de fallido hace que la atención también se dirija hacia los que se acercan al precipicio; son quienes más ayuda necesitan.

Sin embargo, para que esta clasificación sea útil debe ser más objetiva, más precisa y más selectiva de lo que lo es en estos momentos el concepto popular de Estado fallido. Más que agrupar juntos a los países cualitativamente, ese título debería distinguir con precisión de cirujano a los países en peligro. El término debería indicarnos que la nación en cuestión tiene ciertas características, en vez de evocar de manera difusa la idea de que funciona mal.

Los Estados fallidos se definen por dos características: proporcionan a sus ciudadanos bienes políticos en muy baja cantidad y calidad, y han perdido el monopolio de la violencia. Los Estados-nación a punto de fallar podrán ser “débiles” o estar “en vías de fallar”, pero no son “fallidos”. “Colapsado” debería reservarse para entidades geográficas sin gobierno, como Somalia.

Llevo desde 2004 preguntando a habitantes de todos los países qué piden de sus gobiernos; Se miden de forma sistemática estos 57 elementos que pueden proporcionar los estados y se los agrupa en cinco categorías superiores: seguridad; imperio de la ley y transparencia; participación y derechos humanos; desarrollo económico sostenible; y desarrollo humano. Puede que algún gobierno, como Suráfrica, fracase estrepitosamente en una de estas categorías. Si obtiene malos resultados en las cinco, tenemos un caso claro de Estado fallido. Pero en caso contrario, no.

El Índice de Estados Fallidos de este año, utilizando una metodología distinta, genera resultados desconcertantes. Zimbabue es el segundo más fallido, justo por delante de Sudán, Chad, la República Democrática del Congo, Irak y Afganistán. Sin embargo, Zimbabue no padece ninguna guerra civil palpable. Su gobierno persigue duramente a la oposición, pero el Estado no ha perdido el monopolio de la violencia y por tanto no debería ser considerado fallido. Y aunque hay focos calientes de conflicto en Sudán, la República Democrática del Congo Irak, Afganistán y Pakistán, sólo habrán fallado si su provisión de bienes políticos al conjunto de la población ha caído definitivamente por debajo de sus vecinos regionales.

Hay otros resultados igualmente confusos. ¿Es posible que Nigeria, que sufre algo de violencia pero cuyo estado mantiene el control, esté peor clasificada que Sri Lanka, con toda su historia reciente de conflicto interno? ¿Colombia, con dos o tres guerras civiles internas que dan sus últimos coletazos, debe estar en el puesto 41 mientras Bolivia, con su actual movimiento secesionista, aparece mejor clasificada?. Son preferibles distinciones más finas y precisas, especialmente cuando se trata de los países menos eficaces y más complicados. Un sistema de clasificación más objetivo sería más útil para los políticos a la hora de analizar las opciones disponibles para cada país.