A pesar de la brutal y eficaz campaña del régimen sirio para recuperar Alepo, todavía no puede cantar victoria. En esta entrevista, el especialista en Siria Noah Bonsey habla de los factores que probablemente van a alimentar más la violencia, la radicalización y los desplazamientos masivos.

 

La fachada de una casa en Alepo. (Youssef Karwashan/AFP/Getty Images)

¿Qué repercusiones inmediatas tiene la victoria del régimen en Alepo?

Alepo es una muestra de la desastrosa situación en la que se encuentra la guerra de Siria, más de cinco años después de que comenzara. El régimen y sus aliados están derrotando a los grupos rebeldes con una versión ampliada de su estrategia militar preferida: el castigo colectivo y masivo, que incluye tácticas de asedio y bombardeos incesantes contra la población civil. Con el apoyo crucial de la fuerza aérea rusa y los combatientes extranjeros patrocinados por Irán, las acciones de ese tipo han permitido al régimen compensar, al menos por ahora, la merma de su ya limitada base de combatientes sirios fiables.

Esta estrategia le ha permitido asimismo obtener importantes victorias militares y políticas con un coste mínimo. El sufrimiento humano que provoca es de una dimensión y una intensidad inconcebibles, sobre todo en la población civil de las zonas controladas por la oposición, como nos recuerdan las imágenes que llegan desde Alepo. Pero el gobierno y sus aliados están, en el mejor de los casos, poco preocupados por las víctimas civiles, y en el peor, deseosos de aumentarlas. Tienen múltiples objetivos: presionar a los habitantes locales para que fuercen a los combatientes a rendirse; mostrar al resto de la población siria el precio de mantener la resistencia y desplazar a las poblaciones partidarias de la oposición que podrían impedir gobernar al régimen en el futuro. El régimen y sus aliados ven claramente que los patrocinadores de la oposición y la comunidad internacional no quieren o no pueden tomar medidas para que la estrategia de tierra quemada tenga un coste más alto, a pesar de la sangre derramada, los desplazamientos y la radicalización que genera. Con tales incentivos —grandes recompensas y mínimo coste—, no es extraño que el régimen, Rusia, Irán y otros aliados hayan recurrido a tanta brutalidad en repetidas ocasiones. Funcionó en Damasco y Homs y ha funcionado ahora en Alepo, y seguramente volverán a practicarla, la próxima vez quizá en Idlib, o en Ghouta oriental (a las afueras de Damasco). Lo que estamos presenciando en Alepo no es sólo una catástrofe humana inconmensurable, sino un preludio de lo que nos aguarda.

 

¿Qué importancia especial tiene Alepo en el conflicto de Siria?

La mitad oriental de Alepo era seguramente el bastión estratégico más valioso de la oposición, por el tamaño y el peso económico de la ciudad, así como por su proximidad a la frontera turca. Con el desarrollo de la guerra, la ciudad y parte de los alrededores fueron de los territorios del norte en los que las facciones no yihadistas siguieron siendo las fuerzas locales dominantes, incluso cuando Jabhat al Nusra (hoy conocido como Fath al Sham) reafirmaba su hegemonía en gran parte de la vecina Idlib. La caída de Alepo es un terrible golpe para los sectores no yihadistas de los rebeldes y, por consiguiente, para las ambiciones políticas de la oposición en general.

La estrategia del régimen ha sido siempre aplastar militarmente a la oposición no yihadista y hacer que sea políticamente irrelevante. Desde 2014, Crisis Group ha subrayado la importancia de Alepo y ha señalado que, si el régimen capturaba la ciudad, correría peligro cualquier mínima perspectiva de paz negociada y seguramente se reforzarían los grupos yihadistas. Para que cualquier acuerdo sea viable, hay que contar con una oposición no yihadista que sea lo bastante pragmática como para llegar a un acuerdo y lo bastante fuerte como para llevarlo a la práctica. La expulsión de las facciones no yihadistas en el norte le hará el juego, cada vez más, a grupos como Fath al Sham, y ofrecerá nuevas oportunidades a Daesh, un grupo muy odiado por el resto de los rebeldes pero que, a medida que la revuelta pierda fuerza, puede que encuentre resquicios por los que reafirmarse e incluso recuperar cierta credibilidad en la base de los que son contrarios al régimen.

 

¿Dónde va la oposición ahora?

Alepo refleja unos problemas en la oposición que vienen de atrás y que ha debilitado su capacidad de defender un territorio. La mala coordinación y el conflicto de prioridades entre los Estados vecinos han debilitado constantemente a sus patrocinados en Siria. Los últimos meses no han sido ninguna excepción, con Arabia Saudí metida en un lodazal en Yemen, Turquía atrapada en una lucha transfronteriza con las fuerzas kurdas y Estados Unidos obsesionado por luchar contra Daesh al tiempo que entabla una infructuosa labor diplomática en Moscú.

Con todo esto, la oposición armada se quedó bastante sola en Alepo, empeoró todavía más su mala situación con luchas internas en los peores momentos posibles y bombardeos indiscriminados de la parte oeste de la ciudad, en manos del bando progubernamental, unos ataques que perjudicaron su causa. Los rebeldes habrían tenido dificultades para defender su territorio en la ciudad en cualquier caso, dadas la amplitud y la intensidad de la ofensiva del régimen, pero hay que destacar que los esfuerzos de la oposición fueron decepcionantes.

¿Qué puede hacer entonces la oposición sobre el terreno? Afrontan un mapa poco optimista, en el que el lugar más prometedor esta al nordeste de Alepo, donde las facciones no yihadistas que operan en colaboración con las fuerzas turcas han vuelto a arrebatar a Daesh una gran franja junto a la frontera y ahora están intentando apoderarse de la ciudad de Al Bab, a unos 35 kilómetros al este de Alepo. Las riendas de la operación conjunta, denominada Escudo del Éufrates, las tiene Ankara; el objetivo principal es hacer retroceder al Estado Islámico de la frontera e impedir que las Unidades de Protección Popular (YPG, las fuerzas afiliadas al Partido de los Trabajadores de Kurdistán, PKK), cuyo cuartel general está en Siria, conecten su territorio al este del río Éufrates con el cantón de Afrin que controlan al norte de Alepo. La participación en el Escudo del Éufrates tiene importantes costes para la oposición: las fuerzas desplegadas en ese terreno podrían haber reforzado la defensa de Alepo oriental, pero la necesidad de Ankara de conservar el favor de Moscú, para impedir la intervención de la fuerza aérea rusa, ha limitado su capacidad de ayudar a los rebeldes contra la campaña del régimen. Sin embargo, también es mucho lo que ganan, porque la colaboración militar ha proporcionado nuevo espacio y nueva importancia a unos elementos no yihadistas cuya existencia peligra en otras zonas del norte.

 

Un convoy con los miembros de familia de rebeldes procedentes de Alepo llegan al centro de recepción de tránsito de Idlib. (Omar Haj Kadour/AFP/Getty Images)

Se ha hablado mucho de que la provincia septentrional de Idlib será el próximo punto conflictivo en el norte; ¿puede agruparse allí la oposición?

Las labores de evacuación de civiles y combatientes de Alepo comenzaron hace unos días, después de varios retrasos, y los convoyes se dirigen a Idlib, el único bastión que le queda a la oposición en el noroeste. La situación en esa zona es todavía más cambiante e inflamable. Es posible que el bando favorable al régimen trate de intensificar los combates allí después de Alepo, empleando las mismas tácticas brutales contra unas ciudades y unos pueblos aún abarrotados de civiles, incluidos numerosos desplazados desde otros lugares. El control rebelde de la zona está dividido entre Jabhat Fath al Sham —un grupo salafista y yihadista que, hasta hace poco, conservaba lazos oficiales con Al Qaeda— y Ahrar al Sham, un grupo que reúne a islamistas de varias corrientes y que se ha situado entre Fath al Sham y otras facciones más mayoritarias del espectro político e ideológico rebelde. Estas son dos de las facciones más fuertes, y probablemente demostrarán que están más capacitadas para defender su territorio que sus homólogos de Alepo. No obstante, es posible que sus programas inequívocamente islamistas y los lazos de Fath al Sham con Al Qaeda limiten las protestas internacionales por los ataques contra las zonas bajo su control. Lo cual quizá sea irrelevante, si se tiene en cuenta que las protestas internacionales han servido poco para contener al régimen y sus aliados en otros lugares. Mientras tanto, en los últimos tiempos se ha agravado la histórica brecha ideológica, política y personal entre los pragmáticos y los inflexibles en Ahrar al Sham. Una posible división del grupo en dos bandos tal vez sería positiva para la oposición a medio y largo plazo, pero seguramente debilitaría su capacidad defensiva inmediata.

 

¿Tiene la oposición más esperanzas de recuperar terreno en el sur?

Convoyes de autobuses durante la evacuación de Alepo. (Youssef Karwashan/AFP/Getty Images)

La oposición en el sur de Siria ha obtenido resultados ambiguos de los acuerdos. Allí, las facciones no yihadistas siguen controlando franjas de territorio considerables, pero el aparente entendimiento entre Rusia y Jordania, que abastece a los rebeldes, ha paralizado ese frente por el momento, con alguna que otra excepción. Esto ha dado un respiro a las zonas en posesión de los rebeldes pero también ha permitido que el régimen utilice sus recursos para redoblar los combates contra otras bolsas de oposición, lo cual, a su vez, según algunas fuentes, ha contribuido a desmoralizar a los rebeldes del sur.

En otras zonas del país, la oposición armada no controla más que bolsas aisladas, en particular el barrio sitiado de Ghouta oriental, a las afueras de Damasco, en poder de facciones no yihadistas y que todavía alberga a una numerosa población civil. Para el régimen es prioritario reafirmar su autoridad en todo el área de la capital, y su éxito en Alepo, tal vez aumente las probabilidades de una campaña igual de destructiva para conquistar lo que queda de esa zona rebelde.

En teoría, para evitar el coste humano, y tal vez político, de unas ofensivas masivas del régimen contra Ghouta oriental o Idlib, a las facciones no yihadistas y los Estados que las apoyan les convendría buscar algo similar al pacto de no agresión que se ha instaurado en gran parte del sur. También en teoría, un acuerdo de ese tipo podría resultarle atractivo a Rusia, que, en ocasiones, ha parecido desconfiar de la capacidad del régimen para conservar los territorios capturados y cuyo apoyo aéreo es fundamental para que el Gobierno pueda llevar a cabo nuevas ofensivas. La preocupación de Moscú se puso de relieve cuando Daesh volvió a tomar recientemente Palmira, sólo nueve meses después de que una campaña militar respaldada por los rusos hubiera logrado expulsar de allí al grupo. Sin embargo, en la práctica, no parece que haya muchos deseos de ver un pacto de no agresión entre los distintos sectores de la oposición. Y es difícil imaginar que Rusia —por no hablar del régimen sirio ni de Irán— vaya a querer detener su avance contra los rebeldes precisamente ahora que tiene tanto empuje. Aunque los rebeldes sufran continuas pérdidas de territorio, eso no significará el fin de los adversarios armados del régimen. Los que deseen continuar la lucha no tendrían más remedio que pasar a una estrategia a largo plazo de guerra asimétrica, una situación que favorecería más a los salafistas y yihadistas y que haría que a la rebelión le fuera aún más difícil construir una dirección política coherente, creíble y práctica.

 

¿Acabará demostrando el régimen, después de todo, que este conflicto tiene una solución militar?

El régimen ha avanzado, enormemente, en el desmantelamiento de sus principales rivales armados y civiles dentro del país, un objetivo histórico que bloquea cualquier posible vía hacia una transición política negociada a corto plazo. No obstante, a pesar de su empuje actual, no se dirige hacia una victoria militar arrolladora. En el bando progubernamental siguen existiendo problemas graves. Los más importantes son quizá el desgaste del Ejército sirio y la reducida base de la que dispone el régimen para reclutar combatientes entregados. Para adquirir más territorio sin perder el que tiene, el Gobierno ha utilizado cada vez más a combatientes chiíes extranjeros facilitados por Irán: Hezbolá libanés, las milicias iraquíes, reclutas afganos y paquistaníes sacados de las comunidades de refugiados en Irán. Estos soldados, junto con el intenso apoyo aéreo ruso, han sido cruciales para sus victorias. Ahora bien, a medio y largo plazo, no proporcionan medios sólidos de conservar —ni mucho menos estabilizar— un territorio en bastiones muy poblados de la oposición y en medio de una insurgencia constante.

Incluso a corto plazo, conservar los territorios es muy complicado, como demuestra el hecho de que Daesh recuperase Palmira hace unas semanas. Con sus aliados extranjeros y sus combatientes sirios más fiables dedicados a otros frentes —en especial Alepo—, las fuerzas gubernamentales encargadas de proteger Palmira no pudieron contener un ataque sorpresa del Estado Islámico y perdieron la ciudad en tres días, a pesar de las incursiones aéreas rusas. El hecho de que el régimen perdiera tan rápidamente esta ciudad —patrimonio mundial de la humanidad y de gran importancia estratégica, cuya liberación en marzo fue celebrada en una gran campaña propagandística rusa— es un buen ejemplo de su problema de efectivos. Si las fuerzas de Assad siguen conquistando terreno, el riesgo de no tener hombres suficientes para protegerlo aumentará.

Fuerzas gubernamentales a su llegada a Alepo. (George Ourfalian/AFP/Getty Images)

Los patrocinadores del régimen, incluido Irán, deben afrontar que van a contracorriente respecto a la composición demográfica de todo el país, pero en especial en el noroeste. Esta es una diferencia notable entre Siria e Irak, donde la pretensión de hegemonía iraní queda mitigada por las alianzas con fuerzas políticas y militares enraizadas en la mayoría chií y reclutadas en ella. En teoría, el Gobierno de Assad y sus aliados pueden tratar de superar este obstáculo si amplían y refuerzan sus campañas de despoblación en las zonas en las que se cree que existe un sentimiento de rechazo al régimen especialmente extendido y profundo. Si lo hacen, estarían eliminando cualquier límite que pueda quedar entre una táctica de tierra quemada para luchar contra los rebeldes y una limpieza sectaria sistemática. El resultado serían más víctimas civiles, personas desplazadas y radicalización, hasta superar con mucho todos los horrores ya vividos en Siria. Por desgracia, dadas las atrocidades cometidas ya por el Gobierno y la falta de medidas militares externas que sean disuasorias a corto plazo, no puede descartarse esa posibilidad.

 

¿Qué fuerza relativa tiene Daesh ahora? A pesar de que haya recuperado Palmira, ¿no está acosado en la ciudad septentrional de Raqa?

La suerte militar del Estado Islámico ha tenido altibajos, incluso en las últimas semanas, pero, en conjunto, da la impresión de que está perdiendo terreno. Sin embargo, aunque se produzcan nuevas victorias militares contra el grupo, por sí solo, eso no solucionará el problema.

En Occidente, gran parte de la conversación se centra en grupos concretos: Daesh, Fatah al Sham. Pero eso es engañoso y muy contraproducente. Como hemos visto en Irak en todos estos años, incluso aunque un grupo yihadista parezca más que al borde de la derrota, ese no será más que un breve triunfo si las condiciones fundamentales de las que ha nacido, persiste o reaparece. Además, eliminar a los dirigentes de los grupos no es garantía de derrotarles: en Irak murieron tres jefes de Al Qaeda, que fueron sustituidos por el actual líder de Daesh. Los grupos, cuando pierden terreno, evolucionan, algunos quizá desaparecen y en su lugar nacen otros. No son los que causan los graves problemas en Siria, Irak y otros países, sino síntomas de ellos. El principal de esos obstáculos es el increíble poder de radicalización que tienen las tácticas militares brutales empleadas por todos los elementos armados del país, pero que, de forma generalizada y sistemática, son responsabilidad, sobre todo, del régimen sirio y sus aliados.

Cuando vemos los niveles de violencia que han sufrido los sirios, y las comunidades más afectadas —sobre todo, suníes—, es evidente que arrebatar territorio a Daesh o a cualquier grupo yihadista no basta para resolver el problema de forma duradera. El objetivo debe ser garantizar la estabilidad y un gobierno creíble en estas zonas; es decir, saber cómo va a administrarse una ciudad después del Estado Islámico y quién va a hacerlo es más importante que saber a qué velocidad se va a expulsar a los terroristas de la zona.

Es muy posible, pues, que Estados Unidos esté equivocándose al precipitarse a organizar una campaña para apoderarse de Raqa, dirigida —si no en teoría, sí en la práctica— por las fuerzas de la YPG kurdas. En primer lugar, dado que Ankara se opone a que las YPG obtengan nuevos triunfos, y mientras continúe la violencia entre el Ejército turco y el PKK/YPG a ambos lados de la frontera entre Turquía y Siria, los beneficios momentáneos de expulsar a Daesh de la ciudad pueden no compensar frente al precio de una desestabilización en cascada en todo este foco de tensión. Segundo, con la idea de gobierno que tienen las YPG —delegar una mínima responsabilidad a las instituciones locales y mantener las competencias más significativas en manos de cuadros kurdos de las YPG—, es difícil pensar que la organización pueda gobernar de forma creíble y eficaz una ciudad mayoritariamente árabe y del tamaño de Raqa.

 

Combatientes kurdos en la ciudad de Al Naseem cerca de Raqa. (Delil Souleiman/AFP/Getty Images)

¿Cómo les van las cosas a Turquía y sus aliados en la batalla para arrebatar Al Bab a Daesh?

Como dije antes, Turquía y sus aliados rebeldes lanzaron el Escudo del Éufrates con dos objetivos inmediatos: primero, arrebatar a Daesh el territorio adyacente a la frontera turca y segundo, impedir que las YPG conecten su territorio del nordeste de Siria con el cantón de Afrin en su poder, al norte de Alepo. Hasta ahora, Turquía ha conseguido su primer propósito y está a punto de lograr el segundo; si toma Al Bab, habrá bloqueado casi por completo que las YPG tengan en su poder una franja de territorio única y contigua. Además, controlar Al Bab proporcionaría a Ankara y sus socios un punto de apoyo en un centro de población importante a sólo 35 kilómetros de Alepo y a menos de 10 kilómetros del territorio más próximo en manos del Gobierno; de ahí que Damasco haya manifestado una y otra vez su objeción a que el Escudo del Éufrates avance hacia la ciudad. En otras palabras, la batalla por Al Bab es entre los rebeldes apoyados por Turquía y Daesh, pero las ramificaciones son mucho más amplias.

Por otra parte, si Turquía y sus aliados consiguen conquistar Al Bab, habría un auténtico peligro de escalada del conflicto. Unir los territorios de Afrin y el nordeste es la máxima prioridad de las YPG en Siria, y sus dirigentes han dejado entrever que la organización está dispuesta a responder por la fuerza a los intentos turcos de impedirlo. Por su parte, las autoridades turcas han dado a entender públicamente que el Escudo del Éufrates podría aprovechar la victoria de Al Bab con un avance hacia el este, hacia Manbij, una ciudad en disputa desde que las YPG y sus aliados se la quitaron a Daesh en agosto y, de esa forma, dieron el primer paso hacia la conexión de sus cantones. A Turquía no le gustó la operación y dijo que, según Estados Unidos, las YPG debían retirarse de Manbij y entregar su control a las autoridades locales. No fue así: las YPG han retirado algunos de sus efectivos pero han mantenido otros, y, en cualquier caso, no existe una postura común entre Ankara, las YPG y Washington sobre dónde acaban las YPG y dónde empiezan las autoridades locales. Una complicación añadida es la táctica del PKK/YPG de crear órganos locales oficialmente autónomos que, en la práctica, permanecen bajo el control de la organización. En resumidas cuentas, a estas tres partes les beneficiaría definir sin más tardar un acuerdo de gobierno mutuamente aceptable en Manbij. Si Turquía intenta resolver la cuestión por medios militares, quizá tenga que retirar efectivos del Escudo del Éufrates, y eso daría oportunidades al Estado Islámico, las YPG o incluso alguna tropa del Gobierno sirio que ande por allí cerca. Además, podría desencadenar una escalada entre Ankara y el PKK/YPG que afectaría a los dos lados de la frontera. Lo mismo podría ocurrir con cualquier escalada de las YPG contra las fuerzas turcas y aliadas en Al Bab u otros lugares. A estas alturas, las YPG harían bien en aceptar que unir sus territorios por medios militares no es un objetivo realista y que cualquier intento en ese sentido puede ser contraproducente si provoca una amplia reacción de los turcos.

 

Con todas estas dinámicas tan peligrosas, ¿qué perspectivas hay de que disminuya la violencia en Siria?

Un primer paso sería que todas las partes fueran más realistas sobre sus posibilidades militares. Durante esta guerra, en repetidas ocasiones, los responsables de todos los bandos han sobrevalorado su capacidad de conquistar y conservar terreno, es decir, se han fijado objetivos maximalistas que los hacían más propensos al exceso. Le ocurrió al bando opositor cuando tenía más empuje, en la fase anterior del conflicto, y le sucede ahora al bando gubernamental. El régimen ha ganado la batalla de Alepo, pero a costa de una destrucción inmensa, el aislamiento internacional y un sufrimiento espantoso de la población civil. Es poco probable que, sin un auténtico compromiso, esas tácticas tan brutales le ayuden a ganar definitivamente la guerra.

Sería de esperar que, con algo más de realismo, los protagonistas del conflicto pudieran evitar unas batallas en las que todos salen perdiendo; un principio que vale no sólo para Manbij y Al Bab, sino también para Idlib. El bando gubernamental está al límite de sus fuerzas.

El reciente ajetreo diplomático entre Turquía y Rusia muestra las posibilidades de lograr mejores resultados —para ellos mismos y para sus aliados— si negocian un pacto de no agresión que evite la guerra abierta por Idlib o cualquier otro lugar. El acuerdo entre ambos Estados no basta, por supuesto, como se ha visto estos días en Alepo, cuando las milicias apoyadas por Irán interrumpieron el acuerdo de evacuación facilitado por Ankara y Moscú. Pero la labor diplomática bilateral es un comienzo prometedor.

Dicho esto, los obstáculos para lograr ese acuerdo son enormes: el régimen e Irán han preferido siempre una escalada militar inmediata a las negociaciones rusas; Moscú parece conformarse con aprovechar la ventaja militar actual del régimen; Fath al Sham domina gran parte de Idlib, prefiere que los rebeldes sostengan la ofensiva y seguramente intentaría desbaratar cualquier pacto de no agresión; y la capacidad y la voluntad de Turquía para presionar a sus aliados en un aspecto que, para Ankara, es mucho menos importante que el problema del PKK y las YPG, tienen un límite.

En estos momentos, que se rebaje la tensión parece una ilusión vana, pero puede ser realidad si las principales potencias involucradas en esta lucha están dispuestas a dar un paso atrás y volver a calibrar la situación en función de sus intereses a largo plazo. De ahora en adelante, los tres actores externos fundamentales serán probablemente Rusia, Turquía e Irán, sobre todo ahora que el próximo presidente de Estados Unidos parece inclinado a limitar su presencia en Siria.

 

La entrevista original ha sido publicada en International Crisis Group.

 

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia