Una mujer pasa delante de un mapa de Europa, cerca del campo de refugiados de Idomeni, Grecia. (Tobias Schwarz/AFP/Getty Images)
Una mujer pasa delante de un mapa de Europa, cerca del campo de refugiados de Idomeni, Grecia. (Tobias Schwarz/AFP/Getty Images)

El panorama dentro de la UE se presenta borroso y gris, con una Europa sumida en infinidad de crisis a las que respondemos de una forma parcial y cortoplacista. Falta una estrategia clara y hay poca altura de miras en los gobernantes nacionales que han convertido a la Unión en un actor incapaz de hacer frente a los retos que se le presentan.

Abdul avista a lo lejos la costa de lo que le habían dicho que era la isla griega de Lesbos. A sus 17 años no quería dejar Afganistán, pero la situación crítica de conflicto le había forzado a embarcarse en una larga travesía hasta Europa, esa tierra de oportunidades sobre la que había oído hablar tantas veces en su país natal. Imaginemos que Abdul finalmente logra superar todos los obstáculos de su camino y llega a las playas de Lesbos. Agotado. Hambriento. Imaginemos también que un reportero de una cadena de noticias, por ejemplo, británica se le acerca y le saluda junto a su cámara: “¡Bienvenido, has llegado a la Unión Europea en el Día de Europa! ¿Cómo piensas celebrarlo?”. Abdul no puede evitar mirarle asustado, perplejo ante sus palabras. Sólo acierta a contestar: “Éste es el final de mi viaje, he alcanzado mi última esperanza, ¡he llegado aquí!”

Imaginemos que nuestro reportero vuelve a su hotel esa misma tarde, sin poder quitarse las palabras de Abdul de su cabeza. La mirada de ese joven afgano que llegaba a las playas de Europa sabiendo que se jugaría la vida en todos y cada uno de los puntos de su viaje le hizo pensar que el continente aún despertaba esperanzas en muchos seres humanos. Sin embargo, ¿tenía Abdul algo que celebrar? Cada día vemos en todos los medios de comunicación cómo la Unión Europea y los 28 Estados que la componen son incapaces de coordinar sus acciones para dar una respuesta coherente y efectiva al drama humanitario que supone la llegada de cientos de miles de refugiados como Abdul. El interés nacional de cada miembro de la UE está cegando las enormes perspectivas de integración que hay a nuestra disposición como Unión: una gestión integrada de las fronteras exteriores, un apoyo decidido a los países que comparten esa frontera externa y, especialmente, un mecanismo de solidaridad para acoger a los refugiados y peticionarios de asilo.

Imaginemos también que nuestro amigo debe volver a casa para preparar el reportaje sobre Lesbos. En su vuelo Atenas – Londres no puede evitar seguir pensando en ello. ¿Qué tenía la propia Europa que celebrar? Mientras sobrevolaba lo que calculó que sería Varsovia, recordó la deriva autoritaria que estaban experimentando algunos países en el Este de Europa como Hungría o la propia Polonia. La libertad de prensa se ha limitado, se han suprimido organismos independientes y se ha propagado un discurso antieuropeo que está calando hondo en la sociedad de estos países. Imaginemos a nuestro reportero sonreír al recordar la alegría que sintió cuando la gran ampliación de 2004 supuso que todo el Este de nuestro continente había abrazado la democracia y las libertades. Justo aquello a lo que ahora están dando la espalda, negándose a sí mismos el triunfo de la Unión y negándoselo también a esas personas como Abdul a las que rechazan acoger entre sus fronteras. Sin embargo, el auge de los nacionalismos y la xenofobia no es patrimonio exclusivo del llamado Grupo Visegrado, sino que también ha mostrado su cara más terrible incluso en países fundadores de la UE como Francia y Países Bajos, donde Marine Le Pen y Geert Wilders cosechan éxito tras éxito en las encuestas con su discurso antiestablishment y cuyos partidos se sitúan entre los favoritos para ganar las próximas elecciones en sus respectivos países. Parece que prácticamente nadie se libra de quienes ofrecen soluciones simples a problemas complejos, ya que algunos Ejecutivos en los países nórdicos ya han roto tabúes al apoyarse en estas formaciones para gobernar. Mientras tanto, el éxito de Alternativa por Alemania (AfD) en algunos estados alemanes demostró que será un rival que los partidos tradicionales ya no podrán ignorar.

Imaginemos ahora que un aviso en el vuelo despierta a nuestro reportero de su ensoñación. Indican a los pasajeros que, debido a problemas durante el trayecto, su avión se desviará hacia Bruselas antes de llegar a Londres. Bruselas, la cara más visible de la Unión se vio desgarrada por los ataques del pasado 22 de marzo a manos de quienes siembran el terror también en los países de los que vienen aquéllos que como Abdul llaman a la puerta europea pidiendo auxilio. Ellos tienen muy claro que Europa está unida, que es el estandarte del bienestar y de las libertades en el mundo. Quienes atentaron en Bruselas el pasado mes de marzo no lo hicieron contra Bélgica –o al menos no solamente-, sino que quisieron mandar un mensaje a todos los europeos tomando como objetivo a nuestra capital común, nuestro símbolo de unión. ¿Tenemos algo que celebrar?

Hemos visto cómo lo sucedido en Bruselas, así como los ataques que tuvieron lugar el noviembre pasado en París, han erosionado también a Europa como proyecto común. Mientras los que han atentado contra Europa han tenido claro que éramos una Unión, nos hemos empeñado en responder acrecentando nuestra desunión, con incoherentes medidas formuladas desde la perspectiva nacional y sin pensar en la víctima de todos esos ataques: nuestra identidad europea. Incluso hemos hecho un favor a quienes detestan nuestra libertad al cuestionar nosotros mismos nuestro libre movimiento, culpando al Espacio Schengen de los males de unos Estados-nación que no se han dado cuenta aún, como decía la política italiana, Emma Bonino, de que son demasiado pequeños para hacer frente a los problemas que nos acechan.

Finalmente, el avión de nuestro amigo llega a Londres. Imaginemos, por tanto, que tras larga espera por su equipaje se dirige a su apartamento en Oxford Street para preparar su reportaje sobre refugiados. Sobre Lesbos. Sobre Abdul. Cuando entra por su portal imaginemos que echa un vistazo a su buzón, lleno de correspondencia tras su estancia en Grecia. Entre las facturas y la propaganda de algún candidato a la alcaldía de Londres, descubre un folleto de UKIP, el partido ultranacionalista y xenófobo que también gana adeptos en Reino Unido. Su mayor triunfo hasta la fecha ha sido forzar la celebración de un referéndum el 23 de junio en el que los británicos decidirán si el país seguirá formando parte de nuestra Unión Europea.

El desencanto, especialmente entre los jóvenes, ha provocado que la desafección se extienda por todos los rincones de Europa, manifestándose de formas diferentes según la cultura política específica de cada país. Los ciudadanos han dado un paso al frente y han decidido abrir el debate sobre qué es la Unión Europea y cómo funciona. Sin embargo, la falta de una narrativa en positivo, de una idea esperanzadora, ha provocado que gran parte de esa movilización acabe capitalizada por aquéllos que no creen en nuestra identidad europea. Es más, incluso los partidos tradicionales han preferido seguir el juego a estos movimientos populistas, cayendo en la trampa de quien cree poder ganar a quien ha establecido las normas para jugar.

Imaginemos que nuestro reportero entra en el ascensor, pulsa el botón del quinto piso y se dirige a su apartamento. ¿Tenemos algo que celebrar? El panorama se presenta borroso y gris, con una Europa sumida en infinidad de crisis a las que respondemos de una forma parcial y cortoplacista, minando más si cabe la posibilidad que tenemos juntos para poder superarlas. La falta de una estrategia clara y la poca altura de miras de nuestros gobernantes nacionales han convertido a la Unión en un actor incapaz de hacer frente a los retos que se le presentan y de hacer que su voz se escuche en un mundo cada vez más interconectado.

Sin embargo, tenemos algo que celebrar. Los logros conseguidos como europeos no deben sino empujarnos a unirnos y diseñar respuestas colectivas a problemas colectivos, a idear soluciones comunes a retos comunes. Las palabras de Abdul resuenan aún en la cabeza de nuestro reportero. Imaginemos, por último, que sonríe. ¿Tenemos algo que celebrar? Sin duda, podemos celebrar la oportunidad que tenemos de darnos algo que celebrar el próximo Día de Europa.