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Un avión de Xiamen Airlines carga suministros médicos procedentes de China hacia Europa. (Liu Zhankun/China News Service via Getty Images)

La forma que tiene China de relacionarse con el mundo ha cambiado en la época reciente. ¿Qué labor e influencia ha tenido su diplomacia? ¿Cómo ha actuado ante la crisis provocada por el coronavirus?  

La han llamado la diplomacia de los guerreros lobo. Se enzarzan de forma agresiva en Twitter, defendiendo la gestión que ha hecho China de la epidemia de la COVID19 y criticando el comportamiento de otros. No tienen reparos en difundir extravagantes teorías de la conspiración. Esta nueva y dinámica diplomacia china parece haber roto decididamente con el pasado. ¿Pero es solo una reacción a la pandemia y las críticas internacionales al papel de China, o representa una ruptura más seria con ese pasado?

El veterano líder comunista Deng Xiaoping sentó varios principios para generaciones futuras de dirigentes chinos. Debían ejercer una dirección auténticamente colectiva. No debía existir el culto a la personalidad. Había que establecer limitación de mandatos para los líderes, con un máximo de dos para el presidente de China o el secretario general del Partido. Estos principios estaban destinados al gobierno interno del país. Pero también fijó un principio para su relación con el resto del mundo: taoguangyanghui, yousuozuowei. Que, más o menos, se traduce como “mantened la discreción y aguardad el momento más oportuno, pero, mientras tanto, lograd cosas”.

Las dos primeras generaciones de líderes después de Deng Xiaoping se atuvo fielmente a sus principios, tanto en la política nacional como en el extranjero. Ambos cumplieron sus mandatos como líderes supremos y luego dieron paso a la siguiente generación. Ambos tuvieron una relación discreta con el sistema internacional, llevaron a China a integrarse en la Organización Mundial de Comercio (OMC) y siguieron a su conveniencia las reglas internacionales fijadas por Occidente. Por el contrario, Xi Jinping parece haber tirado las reglas de Deng a la basura, en casa y en el extranjero. Ha abolido los límites de mandatos para los principales puestos del Estado, lo que podría permitirle ser presidente vitalicio, y ha debilitado la dirección colectiva con el desarrollo del culto a la personalidad en torno a él. También da la impresión de que ha abandonado la cautela de Deng en las relaciones internacionales: ha reivindicado de forma agresiva la soberanía china en el Mar del Sur de China y ha desarrollado la Estrategia de la Ruta de la Seda (BRI en inglés) par aumentar el peso político y económico del país en Asia Central y el Sur de Asia, África, Oriente Medio y Europa (en especial Europa del Este y los Balcanes) incluso ha creado instituciones como el Banco Asiático de Infraestructuras y Desarrollo (AIIB en sus siglas en inglés).

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El presidente chino Xi Jinping es aplaudido a su llegada al Congreso Nacional. (Kevin Frayer/Getty Images)

¿Pero quiere esto decir que está rompiendo con el requerimiento de Deng? Este alegaba que China debería mantener la discreción en el extranjero, porque no tenía todavía la fuerza suficiente para enfrentarse a otros Estados, especialmente Estados Unidos. Había una parte de engaño: Pekín quería acumular poder económico y militar discretamente para que las otras potencias no se dieran cuenta hasta cuando fuera ya demasiado tarde. Siempre se trató de una estrategia provisional para afianzar la posición china en el mundo con mínimos riesgos. Es interesante que, en China, los análisis de la política exterior de Xi se centren en la oportunidad, más que en el contenido. La preocupación no es si esta debe actuar más en el plano internacional, sino si el presidente lo ha hecho demasiado pronto. ¿Está poniendo en peligro las conquistas de China antes de que el país esté preparado para defenderlas?

La legitimidad del gobierno comunista de China se sostiene sobre tres pilares: el desarrollo y el crecimiento económico, la estabilidad política y social y el deber de devolver al país al puesto que le corresponde en el mundo. Para comprender la importancia de este último aspecto, es importante entender que “China” no es el nombre que dan los chinos a su país (en realidad, es un nombre occidental, derivado de la dinastía Qin). En chino, es zhongguo, el país del centro o del medio (de ahí el nombre que conocemos de “Reino del Medio”). Según la tradición, está en mitad de camino entre Tianshang (el cielo) y Tianxia (la tierra). Durante gran parte de la historia escrita de la humanidad, fue el país más poderoso, refinado y cultivado de la tierra. Hasta que llegaron las cañoneras occidentales en el siglo XIX para traficar con opio y dividir el país. Uno de los mayores argumentos del Partido Comunista para defender su legitimidad es que ha sido el único que puso fin al “siglo de humillación” y volvió a situar a China en su lugar legítimo entre las naciones del mundo. Si el presidente Trump prometió “Hacer que América sea grande otra vez”, Xi Jinping promete “Hacer que China sea Zhongguo otra vez”.

La necesidad de volver a situar a China en “la posición que le corresponde” es un factor importante en la política exterior y la diplomacia, pero también está relacionada con la opinión pública china. Si todo va bien, sus diplomáticos pueden tener un diálogo constructivo con los gobiernos extranjeros y dar la imagen de que China es un interlocutor comprensivo. Pero si los gobiernos extranjeros le critican en público, los diplomáticos deben responder enérgicamente para evitar que la opinión pública china pueda pensar que se le está humillando o que no se le trata con el respeto que merece su posición mundial. Esta necesidad de dejar claro al público interno su lugar en el mundo crece aún más en la medida en que el Gobierno presume de los logros de China para reforzar la legitimidad del Partido. El Gobierno estaba preocupado por afianzar esa legitimidad ya antes de la pandemia de la COVID19 y la crisis económica posterior porque sabía que el periodo de crecimiento elevado y constante estaba llegando a su fin y que el país iba a entrar en un peligroso periodo de consolidación económica.

Todo eso pasaba ya mucho antes del coronavirus. Se veía en las reacciones a las críticas por el historial de China en materia de derechos humanos en el Tíbet y Xianjiang o por su manejo de las protestas en Hong-Kong. Lo que en Occidente se interpretaba como una sensibilidad neurálgica y excesiva a las críticas era, en realidad, el reflejo de la necesidad de demostrar a la opinión pública interna que el Partido no iba a consentir que Occidente volviera a humillar a China. El objetivo de la diplomacia pública china era el público interior, no los extranjeros.

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El presidente Donald Trump y el secretario de Estado Mike Pompeo durante una rueda de prensa en la Casa Blanca para tratar las tensiones con China durante la crisis del coronavirus. (MANDEL NGAN/AFP via Getty Images)

Hay dos fenómenos, estrechamente relacionados, que han contribuido a transformar la sensibilidad a las críticas en una diplomacia de guerreros lobo: Trump y Twitter. Desde el mismo instante de su elección, Trump dejó claro que iba a adoptar una estrategia más beligerante respecto a China, a pesar de su relación personal aparentemente buena con Xi. Jaleado por su sinófobo asesor Pete Navarro, el presidente estadounidense empezó a imponer aranceles y otras restricciones a la importación de productos chinos y desató una incipiente guerra comercial. Criticó las prácticas comerciales chinas (pero no sus violaciones de los derechos humanos) y expresó su deseo de repatriar la producción a Estados Unidos; todo ello en cadenas interminables de tuits. Sus tácticas hostiles, sin duda eficaces en las transacciones inmobiliarias en Nueva York, hicieron que fuera más difícil conseguir un acuerdo comercial. El Gobierno chino tenía que encontrar el equilibrio entre los intereses económicos del país y el peligro de parecer obligados por la Administración americana a hacer concesiones, es decir, a que Occidente estuviera humillando de nuevo a China.

La reanimación del enfrentamiento entre Washington y Pekín dio pie a la aparición de los diplomáticos guerreros lobo. Así llamados por una serie de películas chinas muy taquilleras (que pueden verse en Netflix) sobre una unidad de élite, estos diplomáticos, en general jóvenes, utilizan Twitter y otras redes sociales para defender agresivamente el comportamiento de China y atacar a quienes la critican. Su icono es Zhao Lijian, hoy portavoz del Ministerio de Exteriores en Pekín. Zhao comenzó su carrera de guerrero lobo en la Embajada china en Islamabad (Pakistán), donde acumuló un gran número de seguidores en Twitter con sus agresivos tuits en defensa de China y contra sus detractores, una estrategia que mantiene ahora como portavoz del Ministerio. Detrás de él llegaron otros diplomáticos. Rechazan la que consideran pasividad de la vieja generación de diplomáticos y opinan que, si su país es una verdadera potencia, debe comportarse como tal. Si las potencias occidentales, empezando por Estados Unidos, le critican, los diplomáticos chinos tienen el derecho y el deber de contraatacar. Aunque su principal preocupación es demostrar a la opinión pública china y a sus jefes que Occidente ya no mangonea, también dirigen ese mismo mensaje a los occidentales. China es una gran potencia y deben tratarla con respeto. El Gobierno estadounidense nunca permitiría una investigación internacional independiente sobre su gestión de la pandemia de la COVID19. ¿Por qué va a permitirla China?

No todos los diplomáticos chinos son guerreros lobo. La diplomacia pública china desde el brote de la COVID19 ha revelado tendencias diferentes y opuestas. Al principio, cuando cerró la provincia de Hubei, China adoptó una actitud conciliadora y agradeció a los gobiernos occidentales su ayuda. El tono fue cambiando a medida que se propagaba el virus, pero solo en paralelo al cambio de tono de otros gobiernos. Cuando surgieron los brotes en Italia y España, Pekín ofreció equipos de protección y equipos médicos (la llamada “diplomacia de las mascarillas”). A medida que vencía al virus en su país y aumentaba su ayuda a otros países, a los analistas occidentales empezó a preocuparles que esta saliera del virus con una influencia internacional aún mayor. Las críticas occidentales a la gestión china de la crisis se endurecieron mientras aumentaban las consecuencias para las economías y las sociedades occidentales. Los guerreros lobo empezaron a contraatacar para rechazar esas críticas y acusar a los gobiernos occidentales de incompetencia frente al virus. La Embajada china en París llegó a acusar al Gobierno francés de haber dejado que sus ancianos murieran en los hospitales. Cuando Estados Unidos insinuó que el virus procedía de un hospital de Wuhan. Zhal Lijian respondió que a lo mejor el Ejército estadounidense lo había llevado a China. No les preocupaba la repercusión de sus acusaciones en otros países. Les importaba lo que pensaran sus propios ciudadanos. Pero ya cuando la retórica estaba enardeciéndose había voces disidentes dentro del Ministerio de Asuntos Exteriores chino. Cui Tankai, el veterano embajador chino en Washington, se burló públicamente de la teoría de la conspiración de Zhao.

Algunos analistas han comparado a los guerreros lobo de la diplomacia china con las actividades de desinformación de Rusia. Pero, aunque los medios (los tuits sobre teorías conspirativas, por ejemplo) sean similares, los objetivos son diferentes. Las campañas rusas de desinformación pretenden socavar todos los relatos y desestabilizar sociedades extranjeras (además del sistema internacional). China quiere un sistema internacional estable, pero que reconozca su liderazgo. Piensa que Occidente inventó las reglas internacionales actuales y las impuso al resto del mundo. Y no es el único país no occidental que opina así. No está claro que esta sea la mejor actitud para dialogar con Occidente, especialmente Europa, que podría estar dispuesta a negociar unas normas internacionales nuevas. Tampoco se sabe si la mentalidad de los guerreros lobo va a calar entre el público en general o si se filtrará en las negociaciones a puerta cerrada. Los chinos siempre han sido negociadores difíciles, pero siempre han tenido más claro que la mayoría cuáles eran sus objetivos. A la hora de la verdad, la diplomacia china seguirá actuando en función de los intereses del Gobierno y el Partido Comunista Chino. Que los guerreros lobo se conviertan en el nuevo rostro de la diplomacia china a largo plazo dependerá del trato que dé a China Occidente y, en particular, Estados Unidos. Mientras Trump y Pompeo sigan asegurando que tienen pruebas de que el virus salió de un laboratorio de Wuhan y Murdoch siga publicando en un periódico australiano informes falsos que critican a China, las perspectivas no serán nada buenas.

 

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia