Imagina que un día despiertas y eres España. Que desembarcas o aterrizas en un lugar donde tú ya no eres tú, sino España… FP en español ofrece un extracto en exclusiva del próximo libro del diplomático Manuel Montobbio.
El necesario punto de partida es conocer, aprender, saber quiénes somos, qué queremos —globalmente y frente al Estado y la sociedad en que estamos destinados—, quiénes son los actores que conforman nuestra Política Exterior, quiénes desde el Estado y la sociedad mantienen relaciones o tienen o pueden tener interés en relacionarse con los del Estado y sociedad adonde vamos. Pues si nos planteamos que la diplomacia sea la transformación de la dinámica de una relación en un círculo virtuoso positiva y progresivamente retroalimentado y un juego de suma positiva, no podemos sino empezar conociéndonos a nosotros mismos y haciéndonos las preguntas relevantes para nosotros y los otros. Preguntas presentes, sin embargo, desde el inicio en nuestro pensamiento y nuestra acción.
Acción en ejercicio de las funciones propias del diplomático, las tres clásicas de representar, negociar e informar, a las que añadiría, a la luz de mi experiencia, las de catalizar y traducir mundos. Pues el contenido de lo que hace un diplomático puede variar según la función o puesto que ocupe —de la promoción económica y comercial a la acción y gestión cultural, los asuntos políticos o consulares; o la negociación sobre el cambio climático o el régimen internacional de la Antártida o el espacio ultraterrestre. Y eso mismo pueden hacerlo también otros profesionales, que pueden estar más especializados en asuntos concretos. Mas no es solo de lo que se ocupa lo que le caracteriza; sino qué hace respecto a esas cuestiones, el ejercicio de esas funciones. Y su capacidad de ver el bosque por encima de los árboles, de poner las cosas en perspectiva de la política exterior y las relaciones internacionales globales del Estado, o del sistema internacional en su conjunto.
Representar y relacionar, relacionarse. La labor del diplomático es conocer el país, promover la actuación y relación de su Estado y sociedad en él. Conocerlo no solo en el papel, en los informes, la prensa y los libros; sino también en la gente, en los lugares, en la vida. Vivirlo. Patearlo. Relacionarse, desde luego, con las autoridades e interlocutores con los que proceda interactuar para realizar la labor encomendada y perseguir los objetivos trazados. Pero también con quienes resulten representativos de todos los sectores de la sociedad, y la gente de a pie con quienes resulte posible hablar de la vida o de cualquier cosa, ir construyendo una red de relaciones, de conocimientos humanos a partir de los que hacerse una composición de lugar sobre el ser de los nacionales del país, sus sueños, sus mitos, sus preocupaciones, sus ...
- Tiempo diplomático
Manuel Montobbio
120 páginas
Icaria editorial, Barcelona, 2012
El necesario punto de partida es conocer, aprender, saber quiénes somos, qué queremos —globalmente y frente al Estado y la sociedad en que estamos destinados—, quiénes son los actores que conforman nuestra Política Exterior, quiénes desde el Estado y la sociedad mantienen relaciones o tienen o pueden tener interés en relacionarse con los del Estado y sociedad adonde vamos. Pues si nos planteamos que la diplomacia sea la transformación de la dinámica de una relación en un círculo virtuoso positiva y progresivamente retroalimentado y un juego de suma positiva, no podemos sino empezar conociéndonos a nosotros mismos y haciéndonos las preguntas relevantes para nosotros y los otros. Preguntas presentes, sin embargo, desde el inicio en nuestro pensamiento y nuestra acción.
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Acción en ejercicio de las funciones propias del diplomático, las tres clásicas de representar, negociar e informar, a las que añadiría, a la luz de mi experiencia, las de catalizar y traducir mundos. Pues el contenido de lo que hace un diplomático puede variar según la función o puesto que ocupe —de la promoción económica y comercial a la acción y gestión cultural, los asuntos políticos o consulares; o la negociación sobre el cambio climático o el régimen internacional de la Antártida o el espacio ultraterrestre. Y eso mismo pueden hacerlo también otros profesionales, que pueden estar más especializados en asuntos concretos. Mas no es solo de lo que se ocupa lo que le caracteriza; sino qué hace respecto a esas cuestiones, el ejercicio de esas funciones. Y su capacidad de ver el bosque por encima de los árboles, de poner las cosas en perspectiva de la política exterior y las relaciones internacionales globales del Estado, o del sistema internacional en su conjunto.
Representar y relacionar, relacionarse. La labor del diplomático es conocer el país, promover la actuación y relación de su Estado y sociedad en él. Conocerlo no solo en el papel, en los informes, la prensa y los libros; sino también en la gente, en los lugares, en la vida. Vivirlo. Patearlo. Relacionarse, desde luego, con las autoridades e interlocutores con los que proceda interactuar para realizar la labor encomendada y perseguir los objetivos trazados. Pero también con quienes resulten representativos de todos los sectores de la sociedad, y la gente de a pie con quienes resulte posible hablar de la vida o de cualquier cosa, ir construyendo una red de relaciones, de conocimientos humanos a partir de los que hacerse una composición de lugar sobre el ser de los nacionales del país, sus sueños, sus mitos, sus preocupaciones, sus ...
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