La presidencia española tendrá la responsabilidad de lanzar un nuevo servicio exterior europeo que debe ser independiente, flexible y moderno.

 

La ratificación del Tratado de Lisboa por parte del Gobierno checo despeja por fin el camino para la creación de un servicio diplomático europeo. Su nombre oficial será Servicio Europeo de Acción Exterior y tendrá al frente al Alto Representante para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, otro cargo también creado por el tratado. El objetivo del nuevo servicio será proporcionar apoyo político y administrativo al Alto Representante y dar más coherencia a la elaboración de la política exterior europea, entre otras cosas poniendo bajo su control la red de delegaciones de la Comisión Europea (CE) en todo el mundo.

Tenía que haberse hecho hace mucho tiempo. A pesar de que los Estados miembros reivindican el control nacional de la diplomacia europea, una gran parte de lo que suele considerarse política exterior está ya, sin ninguna duda, dentro de las competencias de la CE. Por ejemplo, la política comercial internacional, la política ambiental y gran parte de la política de cooperación y desarrollo son ya competencias de la Comisión. En uno de los grandes ámbitos de tensión transatlántica, la política comercial, es la CE la que tiene que entendérselas con la Casa Blanca, y no los Estados miembros de manera individual.

Igualmente, en muchos países en vías de desarrollo, la oficina de la Comisión Europea es mucho más importante que cualquier embajada europea bilateral. No obstante, a pesar de este papel fundamental de la Comisión en el desarrollo y la aplicación de la política exterior europea, este organismo ha estado formalmente excluida de la Política Exterior y de Seguridad Común (PESC), que ha sido una competencia celosamente reservada del Consejo de Ministros y los Estados miembros. Esta fragmentación administrativa artificial de las relaciones internacionales de Europa ha provocado, como era inevitable, confusión y contradicciones. Una tarea crucial del Alto Representante y su Servicio de Acción Exterior será la de aportar la coherencia que tanto se necesita a la relación de Europa con el resto del mundo.

Ahora bien, no será fácil. El nuevo servicio diplomático de Europa tiene que superar varios obstáculos para obtener una credibilidad al menos moderada en la comunidad internacional. En primer lugar, deberá seguir disputándose la atención con los servicios diplomáticos de los 27 Estados miembros. Aunque los países más pequeños estarán dispuestos a apartarse a un lado a cambio de tener una voz mayor en el mundo, servicios diplomáticos de larga tradición como el británico y el francés lucharán para conservar su posición y su papel individual. No es sólo un reflejo de orgullo o rivalidades históricas (aunque más de un comentarista ha afirmado que el principal argumento para que los británicos tengan una capacidad nuclear disuasoria independiente es que los franceses también la tienen, y viceversa). Existen además auténticas diferencias de prioridades y objetivos estratégicos.

Mientras que a los Estados mediterráneos como España e Italia les preocupan, como es natural, los acontecimientos en el norte de África, para Alemania siempre será una prioridad Europa central. Si Estados globales como Francia y Gran Bretaña buscan un papel y dimensión mundial, otros países tienen la mira puesta más cerca de casa. O, sobre todo, mientras Gran Bretaña busca la seguridad europea a través de unas estrechas relaciones con Washington, otros como Francia pretenden labrarse un rol más independiente.

Los Estados miembros estarán deseando ofrecer representantes temporales que se encargarán de garantizar que no haya ninguna auténtica innovación

El nuevo Servicio de Acción Exterior debe evitar asimismo el riesgo de convertirse sólo en una burda imitación de los servicios diplomáticos nacionales. Éstos están diseñados para un mundo que ha dejado de existir, luchan para entenderse con las nuevas tecnologías, los nuevos actores internacionales y las nuevas prioridades de seguridad internacional. Ningún ministerio de Asuntos Exteriores europeo tiene la menor capacidad de hacer análisis geopolíticos o estratégicos ni demuestra estar al día de las últimas ideas en análisis de sistemas y de redes (ni da la impresión de que entiendan para qué es necesario). A pesar de los litros de tinta derramados sobre la importancia de la diplomacia pública y el poder blando, nuestros diplomáticos todavía los consideran una forma de vender con más eficacia las posturas nacionales (es decir, propaganda y marketing) que un diálogo serio con interlocutores extranjeros. Y las reformas que se han hecho en nuestros servicios diplomáticos les han restado eficacia y los han dejado inclinados sobre sus ordenadores en sus embajadas en vez de estableciendo relaciones con las comunidades políticas y periodísticas locales. El nuevo Servicio de Acción Exterior tiene una gran oportunidad de crear desde cero un nuevo tipo de servicio diplomático concebido para el siglo XXI, pero no será una tarea sencilla. Los Estados miembros estarán deseando ofrecer representantes temporales que se encargarán de garantizar que no haya ninguna auténtica innovación.

Por último, el nuevo Servicio de Acción Exterior debe evitar caer en la ideología postmoderna predominante en Europa. Los políticos y los comentaristas se han convencido, en gran medida, de que Europa ha abolido la guerra entre Estados. Europa ya no cree que la guerra sea un instrumento político aceptable, sino que prefiere guiar mediante el ejemplo de su superioridad moral: poder blando en lugar de poder duro. Esto coincide con un desprecio creciente por la geopolítica de viejo cuño. Por desgracia, el resto del planeta no comparte este utopismo europeo. Con cierta razón, los estadounidenses alegan que las ilusiones postmodernas de Europa descansan en el paraguas de defensa suministrado por el modernismo de línea dura de EE UU. A medida que la hegemonía mundial estadounidense se debilita, grandes potencias como Rusia y China muestran una voluntad sin reparos de pensar y actuar de forma geoestratégica, y no muestran ninguna resistencia a considerar que la guerra es un instrumento político aceptable. El peligro de la débil reacción europea quedó patente el año pasado con la intervención de Rusia en Georgia. Tarde o temprano, Europa tendrá que plantearse una estrategia coherente respecto a Moscú. Ése será un reto fundamental para el nuevo Servicio de Acción Exterior y su Alto Representante.

La ratificación del Tratado de Lisboa y la creación de un Servicio Europeo de Acción Exterior ofrecen nuevas oportunidades de coherencia y eficacia en las relaciones de Europa con el resto del mundo. La presidencia española debe asumir la responsabilidad de lanzar ese nuevo servicio y de que no se desperdicien esas oportunidades. Si no queremos que éste se convierta en otro capítulo más del fracaso de la Política Exterior y de Seguridad Común, España debe garantizar la independencia del servicio. Debe asegurarse de que reclute a su propio personal independientemente de los servicios diplomáticos nacionales que existen en la actualidad. Las nuevas estructuras del servicio tendrán que reflejar las realidades modernas, organizarse de manera flexible y lateral y evitar las redes anticuadas y las jerarquías rígidas. Y, sobre todo, la presidencia española debe proporcionar al Servicio de Acción Exterior un centro real de análisis geopolítico que le permita cuestionar las ideas preconcebidas y el pensamiento de grupo de los Estados miembros.