La indiferencia reina en las relaciones entre Europa y Oriente Medio. ¿Se han dado por perdidos? ¿Será la UE capaz de diseñar una política propia hacia la región?

 

Europa y Oriente Medio, casados durante mucho tiempo a causa de la geografía, el comercio y la cultura –por no mencionar las cruzadas y el colonialismo–, viven ahora codo con codo, pero cada vez más alejados. En las últimas cinco décadas, Oriente Medio ha tenido una turbulenta relación con Estados Unidos y ahora coquetea abiertamente con Asia, mientras Europa apenas parece notarlo. Y tampoco es que a  Oriente Medio le importe.

AFP/Getty Images
El Cuarteto (formado por EE UU, la UE, la ONU y Rusia) y el enviado especial para Oriente Medio, Tony Blair.

En relación diaria, una parte evoca en la otra, sobre todo, imágenes desagradables, borrando casi por completo una historia compartida de enriquecimiento mutuo. Los europeos, asocian esta región casi únicamente con conflictos inútiles e interminables, regímenes tan tétricos como desnortados, inmigración insidiosa y terrorismo, como las emanaciones posmodernas de unas sociedades atrasadas. En el plano político, es difícil pensar en una reunión en la que un líder árabe (o para el caso un israelí) ofrezca de forma proactiva una solución viable, en lugar de proferir quejas y demandas, lo que añade otra capa a la ya impenetrable red de problemas.

Matices nacionales aparte, la imagen de los europeos en Oriente Medio se ha conformado a partir de las políticas de la UE, cuyos cuatro principios básicos no tienen seguidores en la región. El primero (aunque haya pasado inadvertido) es su masiva presencia económica, de carácter muy técnico, carente de objetivos políticos claros y fragmentada en líneas bilaterales.

Resulta revelador que “la integración regional”, un concepto que cautiva por igual a gobiernos y ciudadanos en Irak, Siria, Líbano, entre otros países de la zona, fuera iniciada por Ankara, no por Bruselas, puesto que Turquía se había inspirado en la experiencia europea y estaba generando un marco político que hacía que esta última fuera relevante para Oriente Medio. Los pilares segundo, tercero y cuarto son los asuntos que suelen aparecer en el programa de las delegaciones de Bruselas que visitan la región.

El proceso de paz siempre encabeza la lista, aunque es un área en la que, mediante sus declaraciones explícitas y el lenguaje corporal, la Unión evita cualquier rol que no sea el apoyo público a las políticas estadounidenses, aunque pueda criticarla en privado. Más allá de financiar a la Autoridad Palestina y reconstruir las infraestructuras cada vez que las destruyen, ha abdicado prácticamente de cualquier responsabilidad. Empotrados en el Cuarteto, diseñado básicamente para neutralizar las voces disonantes, la UE tolera que las decisiones trascendentales se tomen en Washington. Así que el único asunto político de relevancia planteado por los europeos socava gravemente su credibilidad.

Luego viene la promoción de la democracia, que no cuenta con el favor de las élites que mandan en Oriente Medio y que, en la sociedad en general, es bien recibida fundamentalmente por los mismo islamistas que la Unión Europea se niega a avalar –lo que conduce a Bruselas, por lo tanto, a actuar con una política de doble rasero tanto en el ámbito electoral (según cuáles sean sus resultados) como en relación a la represión (según quién sea la víctima).

Finalmente, el terrorismo en Oriente Medio y en el extranjero es percibido con demasiada frecuencia como una forma de violencia supuestamente inherente al islam y al islamismo. ¿Qué más hace falta para que la antigua y supuestamente sabia Europa descarte este paradigma y se concentre en los motores del conflicto: ocupación, injusticias históricas, sistemas políticos disfuncionales y alienación social? Mientras tanto, un enfoque centrado de forma condescendiente en la “cultura” enturbia los problemas y aleja a la Unión de Oriente Medio.

Es irónico que haya que recurrir a Turquía para aprender una lección sobre ‘política de vecindad’

Es preocupante que, a pesar de los siglos de interacción, Europa mire a Oriente Medio sobre todo través de los ojos estadounidenses, como si no tuviera ningún valor añadido ni intereses propios. Los retos específicos que afronta son abrumadores.

¿No siente la UE la necesidad de racionalizar (y no simplemente contener) las pautas migratorias? ¿No quiere reducir la influencia de los conflictos de Oriente Medio en las comunidades musulmanas del Viejo Continente? ¿No desea garantizar el acceso a los mercados claves (en particular, el golfo Pérsico e Irak) ni, de forma más general, seguir siendo competitiva en un escenario en el que está desplegándose el nuevo equilibrio mundial de fuerzas y en el que, en teoría, Europa tiene ventaja, precisamente debido a su proximidad, historia e influencia económica colectiva? En el mejor de los casos, los europeos sólo compiten entre sí, muchas veces por motivos triviales y en perjuicio de todos. En lugar de comportarse así, los Estados miembros de la UE podrían articular sus diferencias, aunque ello requiriera formar grupos informales más pequeños unidos por problemas comunes, asignar funciones y buscar sinergias, siempre compartiendo una visión estratégica global.

Es irónico que haya que recurrir a Turquía para aprender una lección sobre política de vecindad. Ankara no considera Oriente Medio su patio trasero, sino un socio prometedor aunque todavía agitado, que necesita una influencia estabilizadora.

Esto ha tenido también sus costes. Si Occidente mantiene posiciones inflexibles basadas en principios inamovibles frente a Hamás e Irán y una actitud pragmática y flexible hacia las políticas estadounidenses e israelíes, la diplomacia turca ha cometido otro error al seguir el camino opuesto, planteando dudas sobre dónde está su lealtad. La retórica populista que emana de Ankara no ha ayudado.

Pero lo que los europeos no son capaces de ver es, esencialmente, que Turquía sigue ampliando la definición de sus propios intereses, como una nueva potencia regional que sirve de conexión ente varios escenarios de vital importancia. Se ha liberado de su alineación durante la guerra fría porque es un país más estable, seguro, democrático y económicamente capacitado que nunca, lo cual es, en gran medida, resultado de un largo proceso de adhesión que ahora está retrasándose. Mientras las relaciones con EE UU son aún prioritarias, Ankara diseña una política propia. Más que llorar su traición, la UE debería valorar si el alumno ha superado a su maestro.

 

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