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Recuento de votos en la primera ronda de las elecciones colombianas, Cali. Luis Robayo/AFP/Getty Images

¿Cuáles son los elementos clave de los programas presidenciales de los candidatos Iván Duque y Gustavo Petro? Un repaso de sus propuestas políticas y el análisis de sus fortalezas y debilidades de cara a la segunda ronda de las elecciones que tendrá lugar el próximo 17 de julio.

La primera vuelta presidencial acontecida en Colombia deja varios puntos de partida para entender la disputa que, en segunda vuelta, van a protagonizar el ex alcalde de Bogotá, Gustavo Petro, y el candidato uribista, Iván Duque. Y es que ambos candidatos enmarcan las primeras elecciones en las que el eje ha gravitado entre izquierda y derecha, y no entre familias y castas políticas tradicionales, como ha sido costumbre, con alguna rara excepción, en las últimas décadas de democracia colombiana.

Asimismo, ambos salen fortalecidos frente a un comportamiento electoral que se ha desmarcado de Juan Manuel Santos –con menos de un 25% de favorabilidad– y que se traduce en que tanto su exvicepresidente, Germán Vargas Lleras, como el antiguo jefe del equipo negociador con las FARC-EP, Humberto de la Calle, hayan sido las candidaturas con menos apoyos electorales. Además, y como se detallará a continuación, tanto Gustavo Petro como Iván Duque representan dos modelos de gobierno que, en inicio, serían los más distantes con respecto al legado de Santos.

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Una bandera con la imagen del candidato Gustavo Petro, Bogotá. Raúl Arboleda/AFP/Getty Images

¿Qué caracteriza a cada uno de los programas presidenciales? Para el caso del progresista y exalcalde de Bogotá, entre sus propuestas más relevantes destacarían una reforma tributaria más progresiva, teniendo en cuenta la informalidad y la bajísima presión fiscal que lastran el pírrico gasto público del Estado, y que se acompañaría de un impuesto predial rural que democratice el acceso de la tierra y grave la subexplotación extensiva de tierras. Además, lo anterior se integraría en una prioridad que pasa por fortalecer el gasto público en salud y educación, con el objetivo de ir poniendo fin al negocio paulatino que durante años han patrimonializado las conocidas como empresas del sistema de Salud – EPS. De igual modo, una reforma del sistema de pensiones buscaría gravar las rentas más altas y garantizar unos mínimos de dignidad entre los millones de excluidos actualmente por el sistema, de modo que quien gane más de cuatro salarios mínimos (unos 950 dólares) deberá cotizar en otro fondo para complementar su pensión, y en paralelo al desarrollo de un bono pensional para las personas de mayor edad. Se podrían destacar como otras urgencias el fortalecimiento de las medidas en contra de la corrupción, –frente a la cual seis de cada diez colombianos considera que al respecto la situación en el país ha empeorado y que le valieron en el pasado su popularidad como senador–, la promoción de medios de transporte como el fortalecimiento del ferrocarril del Pacífico y la navegabilidad de ciertos ríos o la redefinición de extractivismo desarrollista imperante en el país. Todo sin olvidar el compromiso y la continuidad, no solo a la implementación del Acuerdo de Paz suscrito con la guerrilla de las FARC-EP, sino también al actual proceso negociador, hoy en stand by, con la guerrilla del ELN. Por último, en relación a la política exterior, por ejemplo, con Venezuela, sorprendentemente, con toda probabilidad para no ser tildado como “castrochavista”, ha dejado claro su distanciamiento frente al gobierno de Nicolás Maduro y el hecho que, de llegar a la Casa de Nariño, no reconocería al presidente electo.

Sensu contrario, Iván Duque propone un modelo casi antónimo al de Petro, en muchas de sus prioridades. En primer lugar, su reforma tributaria se encaminaría a reducir la presión fiscal en pequeñas y medianas empresas y, en ningún momento se vislumbra la posibilidad de cuestionar el modelo de privatización de salud que, por cierto, impulsó su mentor, Álvaro Uribe, entonces senador, con la aprobación de la Ley 100 de 1993. En cuanto al sistema de pensiones, la falta de detalle hace que sus propuestas graviten en torno a tópicos imprecisos como impulsar una gran agenda de promoción de empleo formal para que más personas coticen. Sin embargo, resulta muy interesante su posición en favor de fortalecer la denominada como “economía naranja” del país, esto es, aquella derivada de la actividad empresarial y de la industria cultural. Igualmente, es muy rescatable la prioridad que ha de suponer la modernización de la administración pública y los avances en la digitalización en las relaciones con la ciudadanía. Por ejemplo, en materia de infraestructura, de manera similar a la de Gustavo Petro, reconocería la necesidad de urgir la consolidación de corredores estratégicos periféricos como la región Caribe o los Llanos Orientales. Sin embargo, su posición con respecto a Venezuela es mucho más incisiva, no dudando en tildar de dictador a Maduro y amenazarlo con denunciarlo ante la Corte Penal Internacional, y en materia del Acuerdo de Paz es consabida su posición crítica cuando no rupturista con el mismo. Y es que, al respecto, aunque en campaña ha matizado notablemente su posición inicial, ha dejado claro que revisará los aspectos de participación política, justicia transicional y narcotráfico, suscritos en los Acuerdos –lo que supone más de la mitad de lo comprometido con las FARC-EP– y la condicionalidad de un diálogo con el ELN a una rendición previa y entrega de armas.

Sobre la base de lo anterior, en favor de Gustavo Petro está su prioridad por reducir las ingentes brechas sociales y territoriales que lastran a uno de los países más desiguales del mundo, como bien señalan Naciones Unidas o la CEPAL. Asimismo, su férrea lucha contra la corrupción, su posición marcadamente en favor de fortalecer la dimensión pública del Estado y su elocuencia, en muchas ocasiones mordaz, juegan en favor de su capacidad movilizadora, tal y como da buena cuenta de ello el hecho de que su resultado del domingo sea el mejor resultado de la izquierda democrática en la historia política de Colombia. Sin embargo, en su contra destacan varios elementos, nada baladíes, como su controvertida gestión al frente de Bogotá, su personalismo autoritario y que llevó a la dimisión de decenas de altos cargos por desavenencias con el entonces alcalde, su pasado como guerrillero del grupo armado M-19 y la percepción por parte de la ciudadanía de que su candidatura evoca una izquierda radical y rupturista que se aproxima al fantasma del “castrochavismo”. Además, no se puede pasar por alto el hecho de que el Congreso, fruto de las elecciones legislativas del pasado febrero, es de marcada impronta conservadora, lo cual, cuando menos, dificultaría la gobernabilidad del país para un Ejecutivo como el que propone Petro.

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Mítin del candidato Iván Duque en Bogotá. Luis Acosta/AFP/Getty Images

En relación a Iván Duque, su principal fortaleza, lo cual se puede convertir, a su vez, en talón de Aquiles, es el respaldo de Álvaro Uribe. Si bien son destacables sus propuestas a favor de modernizar la administración pública y poner en valor la referida “economía naranja”, no se puede obviar que su ascenso y éxito electoral es completamente indisociable de la sombra alargada de Uribe. Un expresidente que, muy posiblemente, no estará por la labor de permitir que, como sucediera con Juan Manuel Santos, su delfín se acabe distanciando de su influjo de poder. Y es que, aunque en los últimos días, las apariciones públicas de Duque han sido sin el cobijo de Uribe, cuando menos hay serias dudas de si, como presidente, conseguiría desmarcarse del aura influyente de éste.

Pensando en cómo se resolverá la segunda vuelta, la cual tendrá lugar el 17 de junio, conviene no perder de vista que Colombia es uno de los países más conservadores del continente junto a Perú y Paraguay, lo cual no alimenta de optimismo las opciones de una eventual victoria del progresismo. Da lo mismo que nos encontremos ante uno de los países más desiguales del mundo, a lo que se suman ingentes niveles de exclusión social, desplazamiento forzado, corrupción institucional o concentración de la propiedad de la tierra. Sigue predominando en el imaginario colectivo la reducción tan simplista como artificial de imbricar el progresismo con la noción de “guerrilla” o “castrochavismo”. Una lectura que, unida a la impronta de una cultura política parroquial predominante en la Colombia rural –recurriendo a los politólogos Gregory Almond y Sidney Verba–  conduce a la suerte de entender, por qué, muy posiblemente, primará la opción conservadora como elección presidencial.

Al respecto, como señalaba en los años treinta el presidente liberal López Pumarejo, puede haber dos Colombias. Una, la anclada en el pasado. En la figura casi mesiánica de Uribe, a quien no se le puede restar valor, pues verdaderamente se trata de todo un fenómeno político de masas. La otra Colombia, que mira hacia el futuro, se apoya predominantemente en jóvenes, estudiantes y escenarios particulares como Bogotá o la costa Caribe. Sobre esta lectura, los casi 10 millones de votos conseguidos por Gustavo Petro y Sergio Fajardo han de interpretarse en clave de aire fresco para la política colombiana, si bien, no parece que ello resulte suficiente para que el progresismo gane en la segunda vuelta.

Quizá, si Sergio Fajardo, el tercero en discordia, hubiera pasado a segunda vuelta, sería posible albergar mayores esperanzas para un cambio de rumbo en el país. Esto no sucedió, y si se tiene en cuenta, sumado a todo lo anterior, la polaridad que despierta Gustavo Petro, y la menor volatilidad electoral en su favor –pues el trasvase de los votantes de Fajardo a Petro es mucho menor que en sentido contrario– el contexto actual juega claramente en su contra. Además, muy posiblemente Humberto de la Calle no se pronunciará por ningún candidato, tanto el Partido Liberal como los votantes de Germán Vargas Lleras se encuentran mucho más cercanos, en su conservadurismo ideológico predominante, a Iván Duque. De este modo, solo con esta suma de fuerzas puede ser más que suficiente para la victoria electoral del uribismo.

Sin embargo, no olvidemos que en el país del realismo mágico y Macondo todo puede pasar. Veremos si se impone la lógica conservadora o si, por el contrario, el progresismo puede abrir una nueva página en la historia política de un país que, quizá, debería mirar hacia un futuro en paz, más incluyente y con una mayor justicia social.