¿Qué tienen en común Jennifer Aniston, Nikola Tesla y la leche de soja? Los tres han sido sujetos de prolongadas guerras de edición en Wikipedia, alimentadas por reclamaciones contrapuestas de habitantes de numerosos países (griegos, británicos y estadounidenses se pelearon por Aniston; serbios, austriacos y croatas se enfrentaron por Tesla, el inventor; y coreanos y chinos compitieron por la leche de soja). Tales debates, aparentemente triviales, sobre famosos y productos nacionales tienen por regla general un final redundante, a diferencia de las acaloradas disputas on line sobre áreas geográficas como, por ejemplo, el mar de Japón o Macedonia (los administradores de Wikipedia tuvieron que desarrollar una política especial para tratar este último tema).

En 1995, Nicholas Negroponte proclamó en Being Digital “[gracias a Internet] no habrá más espacio para el nacionalismo que el que hay para la viruela”. Pero hoy, la Red está lejos del nirvana cosmopolita que las tempranas generaciones de los teóricos digitales vislumbraron. De hecho, la explosión de contenidos on line generados por los usuarios parece haber tenido un efecto similar a la revolución de la imprenta. Cuando los emprendedores europeos en ciernes de los siglos XVI y XVII empezaron a imprimir libros y panfletos escritos en lengua vernácula más que en latín, dieron origen, sin darse cuenta, a lenguas y culturas nacionales.

Blogs y redes sociales han demostrado ser plataformas espléndidas para la creación de mitos, escupiendo imágenes viscerales y tensos eslóganes que rápidamente se incrustan en la conciencia nacional. Cojamos las discusiones entre los blogueros de India y de Pakistán sobre la cuestión de Cachemira o las acusaciones coreanas sobre la historia del imperialismo japonés. (En una ocasión, hackers japoneses se hartaron tanto de las páginas web coreanas, que instalaron pop-ups explicativos para corregir lo que veían como incongruencias históricas).

El e-nacionalismo no es siempre algo malo. Consideremos la difícil situación de los asirios, un grupo predominantemente cristiano, cuya antigua patria está ahora divida entre Irán, Irak, Siria y Turquía. Forjar una identidad común asiria en la era pre Internet era casi imposible, al estar distribuidos por todo el globo y no encontrar condiciones en sus nuevos países para preservar su cultura. Hoy, sin importar dónde viven, los asirios siguen con pasión los vaivenes del Assyriska Föreningen, un club de fútbol de Suecia que es lo más cercano que han tenido nunca a una selección nacional. Obtienen regularmente noticias de páginas web, incluyendo la Assyrian Voice, el equivalente más cercano a un periódico nacional. La rica tradición musical asiria está bien representada en YouTube. Los políticos asirios que participan en las elecciones suecas disfrutan del apoyo de los asirios de California. Como los asirios y otras etnias habrán descubierto, la reconstrucción de su nación en el ciberespacio no sería imposible después de todo. —Evgeny Morozov