• International Political Science Review,
    vol. 28, nº 3, junio 2007 (Montreal, Canadá)

Uno de los motivos por los que Jed Bartlet, de El ala oeste de la Casa Blanca, atrae a los espectadores es que no es un simple presidente sino que, además, es premio Nobel de Economía. Este hecho parece reconfortarles. A diferencia de sus rivales, Bartlet no es sólo un político: es un tecnócrata. Dado que el mundo es cada vez más complejo y que el crecimiento económico se ha convertido en el no va más del liderazgo político, la idea de que los especialistas en economía son los mejores líderes de la sociedad atrae de forma intuitiva. El líder tecnócrata, además, ha ocupado un puesto privilegiado en la ciencia política, remontándose a la época de Woodrow Wilson y Max Weber.

¿Está aumentando el número de economistas que se dedican a la política? ¿Son mejores líderes? Éstas son algunas de las preguntas que trata de responder Anil Hira, politólogo de la Universidad Simon Fraser de Canadá, con su tesis ‘¿Deberían dirigir el mundo los economistas?’, publicada en junio de 2007 en la revista International Political Science Review. En ella, afirma que “se ha producido un notable aumento en lo que se refiere a la importancia de la economía como apoyo a los líderes en América Latina, África y Asia”. Pero concluye que, aunque esta materia aparezca con mayor frecuencia en informes políticos, eso no parece ayudar a estos gobernantes a lograr mejores resultados económicos (cita a Toledo en Perú, a Suharto en Indonesia y a George W. Bush como ejemplos).

Para determinar si los países desarrollados han convertido a sus economistas en líderes, Hira se centra en su formación en los Estados “más importantes” –del mundo en vías de desarrollo– como Argentina, Filipinas y Suráfrica, en intervalos de cinco años. A primera vista, las pruebas apoyan la teoría de que los tecnócratas van en aumento. En Latinoamérica, el porcentaje de mandatarios que se han especializado en Economía, Empresariales o Ingeniería pasó de un 5% en 1970 a un 33% en 2005. En Asia, la cifra salta de 0% en 1970 al 43% en 2005. En la única región en la que no encontró ninguna “tecnificación de los líderes” fue en Oriente Medio.

Al autor le ha supuesto un gran esfuerzo encontrar la información biográfica necesaria. Sin embargo, sus pruebas no tienen suficiente peso. En primer lugar, existe una gran diferencia entre la economía y la ingeniería. En segundo lugar, como admite Hira, no todas las carreras económicas son iguales. Si hojeamos el apéndice, descubrimos que incluye al último presidente de Tanzania, Julius Nyerere, a Robert Mugabe (Zimbabue) y a Kim Jong II (Corea del Norte) como presidentes que han realizado estudios de Economía. Estos gobernantes se merecen muchos títulos, pero no precisamente el de economistas. En tercer lugar, existe una gran diferencia entre estudiar algo de Economía en la universidad y doctorarse en este campo. Si se analizan los datos para ver qué gobernantes llegaron al poder con la licenciatura, la tendencia hacia la “tecnificación” resulta mucho menos impresionante. En 2005, sólo seis cumplían este criterio: menos del 10% de los Estados que se han tomado como ejemplo.

Aunque aceptemos la definición de un tecnócrata economista proporcionada por Hira, una pregunta queda por responder: ¿han contribuido esos políticos a la mejora de la economía de sus Estados? Para el autor, la respuesta es no. Analizando el comportamiento de los países en vías de desarrollo, observa que a pesar de que ha disminuido la inflación en las últimas décadas también lo ha hecho la tasa de crecimiento económico, mientras que ha aumentado la desigualdad en muchas de estas sociedades, por lo que afirma que son “líderes incompetentes”.

¿Está aumentando el número de economistas que se dedican a la política? ¿Son mejores líderes?

Las conclusiones de Hira expuestas en el párrafo anterior se apoyan en argumentos poco consistentes, que no he visto nunca en una publicación de renombre. Para decirlo de forma sencilla: no facilita ninguna prueba concreta que apoye su teoría de que son gobernantes incompetentes. Debería haber realizado una comparación entre los periodos en los que un tecnócrata fue presidente y en los que había otro tipo de político en el poder. También entre los países que cuentan con economistas en cargos importantes y aquellos que no. O podría haber realizado ambas. Pero no ha hecho ninguna de las dos, sino que se ha centrado en tres tendencias a la vez: un aumento de los mandatarios licenciados en estudios económicos, una disminución del crecimiento económico y un aumento de la desigualdad. Después, afirma que la primera tendencia ha sido la causa de las otras dos, sin ni siquiera proporcionar otros razonamientos posibles.

Concluye que “el diseño y la teoría básicos de la economía convencional tienen defectos”, ya que la profesión presta mayor atención al crecimiento que a la desigualdad. Arroja críticas hacia el Consenso de Washington y, a continuación, va más allá: “Las publicaciones económicas están repletas de cálculos fríos y difíciles, y la disciplina mantiene una fuerte apariencia de objetivismo pseudocientífico y un modelo formal (…). El problema es que los economistas carecen de perspicacia y entrenamiento en este tipo de cuestiones más amplias, como se refleja ante la ausencia de información y en las teorías sobre las instituciones, la desigualdad y la toma de decisiones en su trabajo”. Está claro que no tiene interés alguno en probar las hipótesis expuestas, le resulta mucho más cómodo eludir las conclusiones que debería exponer tras sus afirmaciones.

Hira ha creado un bien público al desarrollar una base de datos sobre la formación de los líderes de las naciones pobres; los licenciados de todo el mundo deberían estarle agradecidos. De hecho, puede que alguno de ellos utilice esta información para demostrar si los economistas se merecen nuestro voto o no.