La educación sexual es esencial para la igualdad de género y la salud, pero encuentra una gran resistencia por parte de movimientos religiosos y conservadores que consideran que es “perniciosa” o que “fomenta la promiscuidad”. Las voces expertas apuestan por facilitar una información que la juventud del planeta demanda y necesita para afrontar cuestiones como embarazos no deseados o la violencia contra las mujeres y la comunidad LGTBI.

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Un chico en una clase dedicada a los estereotipos de género y al desarrollo de la empatía en Soweto, Suráfrica. GULSHAN KHAN/AFP/Getty Images

Demasiados jóvenes sienten que su sexualidad es un tema del que no pueden hablar en casa. Tampoco en clase. Cuestiones básicas sobre sus cuerpos, enfermedades, la masturbación o relaciones a menudo quedan envueltas en un secretismo que, lejos de proteger a los menores, puede tener consecuencias gravísimas en su salud sexual, reproductiva y afectiva. Una falta de información que alimentan normas sociales y, en ocasiones, la ley.

En el mundo, 1.800 millones de personas tienen entre 10 y 24 años, una gran proporción se concentra especialmente en los países en vías de desarrollo. En todas las regiones, los menores buscan y necesitan una fuente de información fiable. Si no la encuentran en su familia o el profesorado, intentarán suplir ese vacío con otras narrativas: la edad media a la que los niños comienzan a realizar búsquedas de material pornográfico es a los 11 años, según datos de la compañía de seguridad informática Bitdefender.

“Solo el 34% de los jóvenes puede demostrar un conocimiento preciso sobre la prevención y transmisión del VIH —lamenta la especialista en Educación para la Salud del Programa de la Unesco, Joanna Herat—. La Educación Sexual Integral (ESI) es clave en este aspecto”.

La ESI desempeña un papel esencial en la salud y el bienestar de los niños y jóvenes. A escala global, al menos 120 millones de niñas en todo el mundo han sido víctimas de violencia sexual. Cerca de 214 millones de mujeres tienen dificultades para acceder a métodos anticonceptivos, pese a su creciente disponibilidad, mientras que el embarazo y el parto son la segunda causa de muerte entre las adolescentes de 15 a 19 años.

Mucho más difícil de medir son las consecuencias de los estigmas que acarrean colectivos como las madres solteras o la comunidad LGTBI y que afectan, a veces de manera drástica, a sus oportunidades de desarrollo personal y profesional. En 11 Estados del mundo, las relaciones entre personas del mismo sexo aún son castigadas con pena de muerte, y en uno de cada tres países, son ilegales.

Para Herat, evidencias como estas muestran que hay una verdadera —y urgente— necesidad de apostar por la ESI: “Es muy importante que al menos haya un lugar en la vida de los y las jóvenes en el que sepan que la información que van a recibir es correcta, y donde puedan hacer preguntas y hablar sobre sexo, relaciones, sexualidad”, apunta la experta, que subraya que limitarse a promocionar la abstinencia “no ...