Las bajas expectativas rodean el inicio de las conversaciones entre israelíes y palestinos que tendrán lugar esta semana. Más que nunca el escepticismo es protagonista. Que empiece la función.
El miércoles por la noche se abre el telón en Washington. El presidente Barack Obama sentará a cenar cara a cara a los líderes Israel y de la Autoridad Palestina, en una ceremonia que marcará el inicio de unas conversaciones de paz destinadas a culminar en un acuerdo definitivo en un año. Suena histórico. Las partes sin embargo no albergan demasiadas esperanzas de lograr acercamiento alguno, a la vista de los acontecimientos sobre el terreno y del abismo que separa las posiciones de unos y otros. Académicos y analistas no entienden muy bien el por qué y el cómo de unas negociaciones, que se producen en un momento en el que, citas electorales estadounidenses aparte, la prudencia diplomática recomienda no generar excesivas expectativas. Un nuevo fracaso negociador, alertan, podría exacerbar el estado de profunda frustración y desafección política que se respira en la zona.
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Aparte de esta cena, y del plazo de un año, lo demás está en el aire. No hay agenda, ni formato, ni equipos negociadores definidos para los meses venideros. En cierta manera no hay definición porque empezar de cero, sin condiciones respecto a acuerdos y consensos anteriores, ha sido precisamente la gran precondición israelí para sentarse a negociar. Nada de Hoja de Ruta. Nada de fronteras anteriores a 1967. Nada de nada.
Los palestinos quisieron desde un principio fijar puntos de partida y se resistieron a este modelo de hablar por hablar. Al final, claudicaron. La victoria israelí no obstante, podría resultar contraproducente para todas las partes, israelíes incluidos, como advertía recientemente Shlomo Brom, del Institute for National Security Studies de Tel Aviv. “Hay que ver si en realidad no se trata de una victoria pírrica. Israel ha arrastrado a las negociaciones a un socio debilitado, humillado, con lo que ha mermado la capacidad política de su socio y su legitimidad ante la opinión publica palestina. Y un negociador débil es incapaz de alcanzar compromisos sobre cuestiones delicadas”.
Ante tanta indefinición y falta de mínimas garantías de éxito, las calles de Ramala, de Tel Aviv o Gaza no han mostrado el más mínimo entusiasmo por un acontecimiento que el miércoles cobrará relevancia planetaria, según los titulares de la prensa internacional. Estas enésimas conversaciones de paz lejos de levantar pasiones, se viven más como un día de la marmota en versión diplomática que otra cosa. Como una repetición cansina de una coreografía cuyos intérpretes parecen habitar un planeta distinto de aquel en el que discurre la realidad cotidiana. Pero ¿hasta qué punto está justificado tanto escepticismo? y, ¿qué dosis de cinismo y/o irresponsabilidad política hay que atribuirles a los actores de esta función?
Empecemos por Obama, por ser Estados Unidos el motor impulsor de estas conversaciones directas que hace dos años, ...
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