Una percepción correcta es clave para mejorar las relaciones entre Washington y La Habana.
El presidente Barack Obama ha hecho historia en la política estadounidense hacia Cuba. Al restablecer relaciones diplomáticas con la isla, Obama empieza a alinear la diplomacia de EE UU hacia La Habana con el Derecho Internacional. El nuevo enfoque ha llegado de la mano del Papa Francisco y con los buenos oficios del Gobierno canadiense. De porrazo, Obama y Raúl Castro acordaron un intercambio de espías, que incluyó a los tres todavía prisioneros del grupo de los cinco, y a un alto oficial de inteligencia cubano que trabajó al servicio de EE UU. Con el reconocimiento de la Casa Blanca, Cuba perdonó como gesto humanitario al subcontratista Alan Gross. De ser obstáculo, Gross se transformó con su liberación en un catalizador del acercamiento entre los dos países.

Desde su candidatura presidencial en 2008, Barack Obama rechazó el camino de los políticos canijos. No fue a Miami a tirar insultos baratos contra los hermanos Castro, aprovechando los traumas del exilio cubano. El Presidente entendió desde sus años de senador que no había virtud en una hostilidad perpetua entre Cuba y EE UU. Como estableció el ex secretario de Estado Henry Kissinger al proponer negociaciones con Cuba en 1975, la dignidad de una potencia democrática exige a Estados Unidos comportarse con altura, “no como una comadreja”. Atender los intereseslegítimos de Cuba está en el interés nacional estadounidense. Es mejor tener un socio, no un adversario permanente, al otro lado del Estrecho de la Florida.
Una percepción correcta es clave para los vínculos entre La Habana y Washington. Cuba no es una amenaza a la seguridad nacional estadounidense sino un país en transición. Entre los pasos anunciados por Obama ninguno es más trascendente que su orden al secretario John Kerry de analizar la inclusión de Cuba en la lista de Estados terroristas del Departamento de Estado. Desde el fin de la guerra fría la narrativa anti-normalización de relaciones con Cuba en EE UU presentó a la isla como un enemigo, una amenaza a la seguridad estadounidense. Pocos en el departamento de Estado y el consejo de seguridad nacional creían el cuento, pero todos temían a la ira de los políticos cubano-americanos.
Obama ha instruido el análisis de este tema, a partir de los hechos, sin distorsiones ideológicas. Si Washington tiene relaciones con países como China y Vietnam, gobernados por el Partido Comunista, ¿qué sentido tiene seguir una política motivada en la revancha? Estados Unidos no renuncia a los valores democrático-liberales, pero ha decidido “remover las cadenas del pasado” para abrir una evolución de la isla en la que no sea la política estadounidense la contradicción flagrante con el orden liberal internacional, sino el unipartidismo cubano.
La apertura a la isla tiene importantes implicaciones para ajustar la gran estrategia estadounidense a las realidades de América Latina en el siglo XXI. Frente a la parálisis que caracteriza al multilateralismo panamericano en la Organización de Estados Americanos, EE UU elimina la ...
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