Taxi
Jaled al Jamisi
222 págs., Dar al Shorouk,
El Cairo, Egipto, 2007 (en árabe)


Meses antes de morir, el pasado julio, el arabista Alain Roussillon expresó su preocupación por el aumento de las tensiones en la sociedad egipcia. La mayor amenaza para el régimen no eran los Hermanos Musulmanes ni ningún otro grupo de la oposición, sostenía, sino el rechazo de la propia sociedad. A juzgar por las más de doscientas sentadas, los paros en los lugares de trabajo, las huelgas de hambre y las manifestaciones que se produjeron en todo el país el año pasado, los egipcios están expresando cada vez más su verdadero descontento respecto al Gobierno.

Pero no sentiríamos el miedo o la rabia del egipcio de a pie escuchando las conversaciones plagadas de altos principios de sus élites. Como sucede en muchos países en todo Oriente Medio, es el “lenguaje de la calle” el que explica la manera en la que el ciudadano corriente piensa y se comporta desde el punto de vista político. La mayoría de los ciudadanos del país representa un Egipto cuya voz apenas se escucha.

taxiDe manera que, cuando Jaled al Jamisi, un científico convertido en guionista y periodista político, se propuso descifrar las actitudes políticas en las calles del mundo árabe, decidió hablar con la gente que pasa el día conduciendo por ellas: los taxistas de El Cairo. Ellos tienen el privilegio de tratar con personas de todo el espectro social; como tal, sus opiniones suelen reflejar el pensamiento de al-ghalaba, un término popular para referirse a los estratos sociales más bajos de la sociedad que viven al margen de la política y, sin embargo, se ven tan afectados por ella. Durante el año que pasó recorriendo la ciudad casi exclusivamente en taxi, Al Jamisi llegó al convencimiento de que algunos taxistas ofrecen un análisis mucho más profundo que los muy versados analistas políticos, de que son importantes barómetros del clima y las denuncias populares contra el Gobierno.

El resultado de su investigación es Taxi, una novela publicada en enero y que ya es un best seller, con más de 35.000 ejemplares vendidos en un país donde 3.000 se considera un éxito. Pero en lugar de tejer una narrativa o una aventura bien definida, Al Jamisi ha compuesto una serie de historias de diferentes experiencias con taxistas, en un intento por captar un panorama lo más amplio posible de la otra cara de la política egipcia. Por esa razón, y tal vez también para salvaguardar la identidad de sus protagonistas, los taxistas que presenta en Taxi son personajes que engloban a otros, productos de ficción del tiempo que pasó hablando con ellos.

El interés de los egipcios en el libro no debería resultar sorprendente. Aunque ha habido abundantes trabajos en el campo académico para intentar determinar “qué les ha pasado a los egipcios”, la novela de Al Jamisi despunta. Su insólito enfoque, lúcida prosa y su inusitada manera de adentrarse en las percepciones populares hacen de este libro quizá la crónica más interesante de las transformaciones sociales y políticas que Egipto ha experimentado durante las últimas cinco décadas.
Por supuesto, ha ayudado el hecho de que el autor haya elegido documentar la calle en uno de los momentos con mayor carga política de la historia reciente del país. Por primera vez en décadas, la disensión popular no se dirige en primer término contra Israel o Estados Unidos, sino contra un adversario interno, el Estado, y contra el aparato de seguridad que controla los centros neurálgicos del régimen. Desde abril de 2005 a marzo de 2006, Al Jamisi vio cómo la calle emergía como escenario central de las actividades políticas a raíz de las protestas contra el régimen, las manifestaciones, las elecciones y la violencia brutal contra los manifestantes. Dispuso de una butaca en primera fila (o mejor dicho, del asiento trasero) para contemplar las reacciones de los ciudadanos al primer movimiento de protesta independiente contra el régimen del presidente Hosni Mubarak. Le siguieron una serie de acontecimientos políticos, incluyendo las primeras elecciones presidenciales del país. Y no es que este hecho cambiara mucho las cosas. Después se celebraron las elecciones parlamentarias en las que los Hermanos Musulmanes consiguieron 88 escaños tras duros y violentos enfrentamientos y actos de vandalismo protagonizados por el partido en el Gobierno. Ese mismo año, la calle también se convirtió en el escenario central de la batalla entre los partidarios más jóvenes de Mubarak y sus detractores.

Y todo ese tiempo, el autor estuvo observando y escuchando a los taxistas, que a menudo son profesores, contables y abogados de formación, pero cuyo país no puede ofrecerles un trabajo acorde con su educación. Indignados con la austeri­dad económica y dominados por el descontento de las empobrecidas clases más bajas, se apropiaron de su pequeño espacio público para dar rienda suelta a su ira y frustración contra el Ejecutivo. La brillantez de Taxi consiste en que capta el punto en el que estos vehículos dejan de ser un medio de transporte y se transforman en un espacio de debate, en un momento en el que todos los otros lugares públicos, incluida la calle, se ha­bían hecho inaccesibles bajo la fuerza brutal de la policía del Estado.

En medio de este clima de crispación, las conversaciones de Al Jamisi tienen como resultado varias revelaciones importantes sobre la relación esquizofrénica entre los egipcios y el Estado. Existe, al mismo tiempo, un desprecio muy arraigado por la autoridad, pero también un pánico abrumador que les impide rebelarse. Algunas teorías sostienen que este conflicto se remonta a la época de los faraones, y señalan que Egipto siempre ha sido un Estado fuerte e intervencionista y que los egipcios han temido y venerado a partes iguales a su autoridad desde la infancia del país. El autor recoge un incidente que refleja esta relación ambivalente con un taxista que insulta al ministro del Interior, pero que al mismo tiempo afirma que lo respeta.

En otro episodio, Al Jamisi ofrece una respuesta sencilla en cuanto a por qué los egipcios no participan en protestas callejeras. “Ahora ya nada tiene sentido”, comenta un taxista. “200 personas son cercadas por 200 oficiales y reclutas”. Aunque, como señala el escritor, la percepción popular del Gobierno es que “es débil, corrupto y está muerto de miedo”. “Con un soplido, caerá como un castillo de naipes”, afirman varios. Pero si ésa es la percepción generalizada, ¿por qué no se rebelan contra él? Aludiendo a la apatía política crónica de los egipcios, un conductor explica: “El problema somos nosotros, los egipcios. El Ejecutivo ha sembrado la semilla del miedo al hambre en nosotros. Eso ha hecho que (…) nuestra única preocupación sea cómo llegar a fin de mes”. Otro sostiene: “Estamos viviendo una mentira y el cometido del Gobierno es asegurarse de que seguimos tragándonosla”.

Entre los taxistas, la cuestión económica sigue siendo, con diferencia, el verdadero quebradero de cabeza, dados los salarios, apenas suficientes para cubrir las necesidades básicas, y las subidas de los precios, que son el pan nuestro de cada día en Egipto. Los taxistas de Al Jamisi echan la culpa al Ejecutivo. “El verdadero plan del Gobierno es echarnos a todos del país. Pero si nos vamos no tendrá a quién estafar y robar”. Éste no es el tipo de honestidad que se puede encontrar en los foros o las reuniones de los think tanks de El Cairo sobre la democratización en Oriente Medio. Ésa es la razón por la que Al Jamisi ha tocado la fibra sensible. Más que nada, sus cuentos de taxi indican que hay un enorme caldo de cultivo social de ira y frustración contra el statu quo. La triste realidad es que, si la descripción de los taxistas embargados por el hastío es correcta, hay pocas posibilidades de que su desafecto se convierta pronto en el motor del cambio en una sociedad cuyo desarrollo ha estado estancado durante tanto tiempo.