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Una tienda de libros en El Cairo, Egipto. AFP/Getty Images

El régimen juzga en tribunales militares a actores y escritores y encarcela a cómicos y músicos.

Una cincuentena de personas jalea y grita y canta en la plaza de Tahrir. El referéndum constitucional celebrado el pasado fin de semana ha obtenido aprobación en las urnas con un 88,83% y una participación del 44%. Los números no mienten, muchos dudan de la veracidad de una participación que comparada con porcentajes similares en el pasado mostraba una imagen muy diferente en los colegios electorales: colas larguísimas durante horas para depositar el sufragio que no se han visto durante los tres días que duró el referéndum. Sin embargo, la imagen y el control de la narrativa cuentan tanto como la realidad, y ésta es que el exmariscal de campo y presidente de Egipto, Abdelfatah al Sisi, se consolida en el poder con este referéndum hasta 2030. Un texto que le arroga poderes para nombrar jueces y proclamar al Ejército garante de la estabilidad y protector del pueblo.

Nada más conocerse los resultados el académico y profesor de la Universidad Americana de El Cairo Amro Alí recordaba cómo el presidente Gamal Abdel Nasser en los 60 estaba obsesionado con los chistes sobre él y periódicamente se hacía informar sobre ellos. La fijación del dictador, cualquier dictador, por controlar el discurso, el pensamiento, el humor. La megalomanía llevada al extremo. Hace casi un año fue detenido el cómico Shady Abuzaid que hoy, 25 de abril cumple 26 años. Shady se reía de la realidad en la que vive a través de un blog cuyos vídeos recibían decenas de miles de visualizaciones y que no eran necesariamente políticos. El régimen no pilló la broma y su permanencia en prisión es renovada cada 45 días bajo la acusación de difundir noticias falsas y pertenecer a un grupo ilegalizado.

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El actor egipcio Amr Waked recibiendo un premio en Dubai. KARIM SAHIB/AFP/Getty Images

Las pasadas semanas dio la vuelta al mundo la imagen de una sudanesa subida en un coche en Jartum jaleando a los manifestantes que pedían la dimisión del dictador Omar al Bashir. Su figura cubierta de blanco, en pie alzando un puño desafiante y con el brillo de un pendiente en forma de luna llena, dorado, resaltando su rostro, fue de inmediato reproducido en cuadros e ilustraciones con distintas leyendas. Muchos se preguntan por qué  se ha convertido en un icono; por qué la llaman Kandaka, en referencia a las reinas nubias del antiguo Sudán. La respuesta parece clara: toda revolución precisa de símbolos, necesita modelos en los que mirarse, figuras que con su imagen y su voz ejemplifiquen unas demandas concretas, que multipliquen y aúnen en una sola la voz de los miles o millones que protestan. Un rostro. Por eso el arte, los artistas e intelectuales, los cómicos son incómodos para las dictaduras: porque son capaces de transformar una imagen o una palabra en un arma, en un símbolo. En algo tangible con la posibilidad de generar un espacio común donde los ciudadanos y sus inquietudes converjan. Son una amenaza. Si esos rostros son populares, conocidos, si con lo que escriben y dicen son capaces de movilizar y de crear una masa crítica, ay, entonces hay que actuar rápido y con contundencia para hacerlos callar. Es lo que ocurre en Egipto desde que Sisi tomó el poder, pero sobre todo en el último año. Los últimos afectados por esta política contra el arte, la cultura y lo que pueda promover son el escritor Alaa al Aswany, y los actores Amr Waked y Khaled Aboulnaga, todos ellos conocidos internacionalmente. Pero otros desconocidos fuera de Egipto, como el cómico Shady Abuzaid o el guitarrista Rami Sidky acabaron entre rejas sin ni siquiera hablar de política.

“Cualquier dictador se sentirá incómodo con la idea de que haya intelectuales independientes. Porque la dictadura se basa en que exista una opinión única”, explica Al Aswany. Al autor de El edificio Yacobián, sus publicaciones críticas con el gobierno y su último libro le han llevado a ser juzgado en un tribunal militar por insultos contra el Presidente, las Fuerzas Armadas y las instituciones judiciales egipcias. Según el autor las acusaciones por las que se le juzga se apoyan en sus crónicas en la emisora alemana Deutsche Welle en árabe y en su última novela que está inspirada en las protestas de la plaza Tahrir, que culminaron en 2011 con la renuncia de Hosni Mubarak y cuya publicación se ha prohibido en Egipto.

Antes que él Amer Waked, que ha compartido cartel con los actores Scarlett Johanson, George Clooney o Ethan Hawk, entre otros, y ahora reside en España, se enteró a través de su abogado de que se le había condenado también en un tribunal militar por difamar a Egipto. Dos condenas de cinco y tres años, respectivamente. “Se hace uso de los tribunales militares para silenciar opiniones y yo me niego a presentarme ante un tribunal militar. Soy un civil y tengo derechos”, explica Waked. “No me pueden quitar estos derechos porque quieran complacer al que gobierna”. El actor lo dice, pero es más que consciente de que, en la práctica, eso es exactamente lo que ocurre en Egipto. “La verdad es que no importa qué leyes haya porque ellos no las respetan. No hay nada en la Constitución que diga que se puede juzgar a un civil en un tribunal militar”, concluye el artista.

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El escritor egipcio Alaa Al Aswany en un festival de cine en Nueva York. Bryan Bedder/Getty Images for TFF

Tanto Waked  como el también actor Khaled Aboulnaga han sido expulsados del sindicato de actores egipcio y acusados de “alta traición después de reunirse en Washington con varios congresistas, y abogar por las libertades y los derechos humanos y en contra de las enmiendas constitucionales que acaban de aprobarse. Amr Waked tiene más de  seis millones y medio de seguidores en Twitter, Al Aswany supera los tres millones y Aboulnaga roza los dos millones y medio. Un altavoz que puede alcanzar a más gente que la propaganda difundida a través de los medios afines al régimen. “Mis seguidores en Twitter superan con creces la audiencia de los diarios en circulación en Egipto ahora mismo”, subraya Al Aswany.

El dentista y escritor apoyó el golpe de Estado de 2013 que acabó con el presidente islamista elegido tras la revolución, Mohamed Morsi, y llevó a Sisi al poder, algo por lo que muchos aún le critican. Pero pronto sus libros fueron prohibidos en Egipto y se le impidió publicar en medios de comunicación. “Siempre me habían ofrecido enseñar en Estados Unidos, así que aproveché la oportunidad para hacerlo y llevo los últimos años yendo y viniendo”, explica Al Aswany. No tiene intención de volver a Egipto en un futuro próximo.

Pero la cruzada no es tan sólo contra las ideas políticas, sino contra las ideas, contra cualquier espacio de disidencia, o donde esta pueda florecer, como ponía de relieve en un artículo reciente el bloguero y analista Wael Eskandar.

Otro ejemplo: el también escritor Ahmed Naji vive en un exilio autoimpuesto en EE UU desde que en 2016  fue condenado a dos años de cárcel por violar la modestia pública después de que un pasaje erótico de una de sus novelas se publicara en una revista cultural. En una entrevista reciente denunciaba la persecución sistemática de los escritores. “Mubarak permitía al menos otra narrativa, pero ellos [el régimen] no quieren otra revolución así que necesitan controlarlo todo, medios de comunicación, artistas, escritores. Tienen que controlar a aquellos que pueden tener una influencia sobre el público”, explicaba.

A finales de 2016 varias bibliotecas pertenecientes al abogado y activista Gamal Eid, Karama (dignidad en árabe), fueron cerradas por la policía. El abogado explicaba tiempo después a esta corresponsal que “hay desde luego un interés político, pero demuestra que este régimen es contrario a la enseñanza y la educación porque siempre es más fácil controlar a los ignorantes”.

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El guitarrista Rami Sidky.

Vivienne Matthies-Boon fue profesora en la Universidad de Ámsterdam del guitarrista Rami Sidky, que también lleva un año en prisión. Ahora lidera la campaña para pedir su libertad. “Cuando le detuvieron desapareció y su localización no fue revelada durante algún tiempo. Se le vendaron los ojos, sus carceleros se mofaron de él por ser músico y le torturaron, algo que sabemos a través de sus abogados”, explica Matthies-Bonn. “Tememos que no pueda volver a tocar la guitarra…”, lamenta.

Sidky solía tocar con Ramy Essam, un músico que fue torturado durante la revolución y que se convirtió junto a sus canciones en uno de esos iconos que son capaces de movilizar y hacer a los egipcios sentir y mirar en la misma dirección. Essam publicó una canción, Balaha (dátil), un apodo con el que los egipcios se refieren a Sisi, que como Nasser no tiene gran sentido del humor en lo que a él se refiere. Sidky no participó en la elaboración del tema, ni ha vuelto a tocar con Essam desde hace años, pero parece ser el motivo, apunta Matthies-Boon, por el que ha acabado entre rejas.

Atacando a las grandes figuras como Al Aswany o Waked el régimen muestra que no hay idea ni personalidad intocable. Atacando a los menos conocidos les están destruyendo psicológicamente, como ocurre con el guitarrista Rami Sidky, el cómico Shady Abuzaid y muchos otros detenidos o forzados al exilio como el escritor Naji, pero también mandan un mensaje: “Es una forma de dar un ejemplo. Necesitan romperles para destruir la posibilidad de que se genere una colectividad o la perspectiva de cualquier movilización”. Es su forma de acabar con cualquier sombra de empatía y aislarlos, hacerles sentir que no hay una vía alternativa. Acabando con aquellos que pueden amplificarlas o hacer sentir a otros que hay más que sienten y disienten y piensan igual es acabar con la posibilidad de ver repetirse lo ocurrido en 2011.

Matthies-Boon publicó hace unos años un estudio sobre el trauma en el Egipto postrevolucionario. “Egipto está intentando acabar con cualquier terreno político y con cualquier esfera donde los ciudadanos puedan empatizar o sentir que comparten un espacio”, subraya. “Les distancian, les diezman de forma que se recluyen en sus propias conchas como ermitaños”. El arte, explica, “tanto si te gusta como si no, es una forma de comunicación con otros. Es un lazo…”, y los símbolos, como ha ocurrido con aquella sudanesa; como ocurrió con el rostro de Khaled Said en 2010 cubriendo muros y provocando las protestas que precedieron a la Primavera Árabe egipcia; como sucedió con los grafitis que han sido eliminados de cualquier rincón recordando a los mártires; o con los libros cuya venta se prohíbe en el país del Nilo… son capaces de inspirar revoluciones.