Un presente confuso, un futuro agitado.

 

AFP/Getty Images

 

Egipto ha vuelto a las urnas. El referéndum constitucional ha obtenido un rotundo “sí”, con el 98’1% de los sufragios (y el 38,6 % de participación, unos 20 de los 90 millones de habitantes que suma el país). Podría ser una alegría. Podría ser que todo echara a andar de nuevo; podría ser que la transición siguiera su camino y que los egipcios (¡al fin!) avanzaran en el proceso democrático. Podría ser. Y, sin embargo, la realidad es otra. Bien distinta de la que anhelan los hijos del Nilo. Este referéndum ha llegado en un momento de absoluta confusión.

Los Hermanos Musulmanes que llegaron al poder primero en unos comicios parlamentarios donde se hicieron con un tercio del hemiciclo y luego en unas elecciones presidenciales donde colocaron a su líder en el palacio presidencial, esos mismos Hermanos Musulmanes son ahora unos terroristas, según les ha denominado el Gobierno interino egipcio. Por otro lado, los jóvenes que lucharon en Tahrir por la caída de Mubarak, que batallaron en Mohamed Mahmud contra el gobierno militar y que vieron morir a sus amigos, vuelven a encontrarse como al principio, aunque peor, porque entonces aún tenían la esperanza de ganar y ahora muchos ven solo la posibilidad de seguir luchando contra un adversario que cada vez se vuelve más nítido y fuerte, el Estado militar, pero, ¿hasta cuándo?

En las otras dos esquinas de la base de la pirámide de la confusión están los egipcios de a pie: los que viven por debajo del umbral de la pobreza, los que meten entre dos tortas de pan unas habas cocidas, y los que tienen una vida cómoda y nunca se han cruzado con los otros en el metro o en el centro, porque recorren los clubes sociales y las cafeterías con nombre anglosajón. Por distintos motivos unos y otros quieren estabilidad: los primeros por llenar el puchero y dar de comer a sus hijos, los segundos porque ¡ya está bien de dar guerra! Y porque el tráfico se entorpece con las protestas y los funerales masivos, y el turismo huye y la economía se desploma… Estos, muchos, la mayoría, prefieren que vuelva la estabilidad. Y la estabilidad es lo que fue siempre: la mano del Estado que Gobierna firmemente. Pero sin la corrupción. Por eso todos han votado sí. Sí a la Constitución, sí a la estabilidad, sí al futuro.

Y en esa absoluta confusión, en lo más alto de la pirámide, los de caqui. Los árbitros de todo el tinglado. Los que manejan el asunto desde el principio. Y conste que el principio hay que ponerlo muy atrás en el tiempo. Allá por 1952 cuando Nasser y los suyos se hacían con la gallina de los huevos de oro. Desde entonces no han querido soltar la fusta.  El amor de estío que compartieron con los Hermanos Musulmanes en 2012 duró poco. Un activista experto en leyes me contaba estos días de votación que un dicho egipcio advierte que dos cocodrilos no pueden nadar en las mismas aguas. “Eso es lo que les ha ocurrido a los Hermanos y los generales”, apostillaba. Y al final los generales han vuelto a colocarse donde siempre estuvieron: al mando.

Esta es la democracia piramidal que en los últimos tres años se ha ido forjando en Egipto, sobre una base de desencanto, decepción, frustración, ira y mucha, mucha sangre.

Y a pesar de este desastre, muchos expertos consideran que la nueva Ley Fundamental contiene mejoras relevantes respecto a la promulgada en 2012 bajo el mandato de Mohamed Morsi. Sin contar, claro está, que asegura a los militares plenos poderes sobre casi todo lo que les concierne (presupuestos, nombramiento de ministro de Defensa, etcétera), así como la definición de los casos en que se podrá juzgar a civiles en tribunales militares. Para algunos, una delimitación, pero para otros, como Amr Abdulrahman, un marco demasiado amplio donde cabe casi cualquier delito.

Pero no hay que mirar al texto para ver la oscuridad en la que Egipto se sume, sino a los rostros de los egipcios. Muchos han celebrado en Tahrir la victoria del sí, que no es sino una ratificación del poder de los militares; un espaldarazo al golpe de Estado del 30 de junio; una consolidación del autoritarismo sin ambages. Otros permanecen consternados por los tiempos que se avecinan. Porque el no ha quedado difuminado entre los que no han querido acudir a las urnas porque sentían su voluntad enajenada. No por ser miembros de los Hermanos Musulmanes, sino por formar parte de esa masa crítica de la sociedad, la de muchos hombres y mujeres jóvenes que, como Karim Kassem, un director de cine independiente, se echaron a la calle el 25 de enero de 2011 para luchar por una democracia que ahora sienten muy, muy lejana. “La mayoría de los egipcios, un 70% u 80% siempre seguirán al Ejército. No son capaces de pensar por sí mismos y necesitan quién piense por ellos. Pero quién piense por ellos será alguien que piense con la fuerza de las armas y no con la fuerza de la razón”, señalaba uno de los días de votación sentado en un café del centro de la ciudad.

El lamento de Kassem es común en muchos de los que no quisieron formar parte de la pantomima del voto. En los colegios electorales, a pie de urna se animaba a votar positivamente. En la calle se detenía a los que abogaban por el “no”. Y aquellos que se atrevían a criticar el texto o a sus impulsores, los militares, eran abucheados, cuando no zarandeados o golpeados por la multitud y alejados de las cámaras por las fuerzas de seguridad, como pude presenciar al menos en dos ocasiones a lo largo de las jornadas electorales.

Así que decir que el 98% de los egipcios han votado "sí" en este referéndum es mucho decir. Pero lo es más decir que así el reino de los faraones camina hacia la estabilidad. Los resultados llegan una semana antes de que se cumpla el tercer aniversario de la revolución del 25 de enero, que unos consideran inconclusa y otros secuestrada por el poder militar.  Ambas afirmaciones no son necesariamente excluyentes. Tal vez por eso a algunos les resulte difícil comprender lo que ocurre, con tres referendos constitucionales, cámaras legislativas disueltas, injerencias en el Poder Judicial, legitimación de un presidente que en poco más de un año es un terrorista…. Lo que ocurre es que un 25% de la sociedad, al menos, simpatiza con los Hermanos Musulmanes a los que se ha barrido bajo la pirámide democrática; que los jóvenes de Tahrir han sido aplastados y sus voces disidentes acalladas por vía legal: preeminentes activistas como Alaa Abdelfatah están siendo juzgados por participar en protestas ilegales; que a los egipcios, tan dispuestos a poner siempre al mal tiempo buena cara y con una innegable capacidad de supervivencia hasta en las más adversas situaciones, les han dado a elegir entre lo malo y lo peor. Y entre un dictador religioso y uno militar, prefieren lo malo conocido.

Porque el siguiente paso en esta transición es que el general que anunció que Morsi se convertía en el primer ex presidente de la democracia egipcia se haga con el palacio presidencial. El  Abdel Fatah al Sisi, cabeza del Ejército, coquetea con la idea de presentarse a las presidenciales si el pueblo así se lo pide. Y la gente lo pide. Hoy, ya son muchas las voces que apuntan que tras la aprobación de la Carta Magna, los egipcios irán a las urnas para votar presidente. Lo sorprendente sería que Al Sisi no se presentara. El futuro de Egipto, por tanto, se augura agitado.

Al menos eso indica la opinión de los que ya marcharon contra las instituciones una vez: el director egipcio, Kassem, vaticina que en cinco años los egipcios se echarán de nuevo a la calle, en cuanto se den cuenta de que Al Sisi no será mejor que sus predecesores. El activista Amr Abdulrahman apunta que ya ningún presidente volverá a tener carta blanca para gobernar. “Ese es el logro de la revolución del 25 de enero”. Otro joven activista, Mohamed Samir,  resume así el futuro: “Llegará el momento en que el pueblo se dé cuenta de que no hay alternativa a un Estado civil y no hay otra alternativa que tener un presidente civil porque el espacio de libertades que nos da la misericordia de los militares no es suficiente”.

 

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