Un egipcio anima a la selección nacional de Egipto, 2017. Khaled Desouki/AFP/Getty Images

El país árabe se clasifica para la Copa del Mundo por primera vez en 28 años mientras se sume en una dictadura en la que torturas y desapariciones forzosas conviven con una economía en caída libre.

Estos días en los cafés de El Cairo no se habla de otra cosa entre el borboteo de las shishas. Tampoco en los taxis o en los mercados; ni en los bancos del paseo del Nilo o las azoteas donde la clase media disfruta sus Stellas, la cerveza local; es motivo de brindis en los clubs donde el escocés se vierte on the rocks y los puros son habanos, y de cuchicheos en las peluquerías de señoras: Egipto jugará la Copa del Mundo de fútbol que se celebrará en Rusia en 2018. Para entonces hará 28 años, desde 1990, que los faraones no se miden con la flor y nata del deporte rey mundial. Todo muy conveniente.

El día de autos el país entero se paralizó frente a las pantallas. Las banderas y las vuvuzelas que les acompañaron en los días de protestas volvieron a venderse en las inmediaciones de la plaza de Tahrir que fue testigo de aquellos días de revolución de 2011 y de todos los de contrarrevolución que han venido después.

El delantero del Liverpool, Mohamed Salah conseguía poner arriba en el marcador a los suyos en el minuto 63. Casi hasta el final del partido les duró la alegría, pero a tres minutos de los 90 los congoleños lograron empatar y millones de televisores en el país difundieron la imagen de jóvenes incapaces de contener las lágrimas que resbalaban sobre las banderas egipcias pintadas en sus rostros. El sueño se les escapaba de las manos. Fue ya en el tiempo de descuento, a punto del pitido final, cuando el árbitro señaló penalti y Egipto contuvo el aliento. Salah les devolvió el sueño del fútbol encajando la bola entre los tres palos. El Cairo se echó a la calle con gritos de “¡Viva Egipto!”.

Pero al tiempo que la histeria colectiva del fútbol se contagiaba, algunas de las voces de la revolución que ven cada vez menos espacio y oportunidad de cambio, ironizaban en las redes sociales: “Y finalmente sentimos las verdaderas ventajas de una dictadura militar absoluta, nos hemos clasificado para la Copa del Mundo… Felicidades #Egipto”, tuiteaba el bloguero y periodista Wael Eskandar. “En medio de la felicidad por la clasificación, permitámonos recordar a los muchos jóvenes aficionados al fútbol que son objetivo del régimen del [presidente Abdel Fatá al] Sisi, asesinados, arrojados a prisión, privados de placeres sencillos como ver el partido y privados de la oportunidad de expresarse libremente”, instaba Eskandar tras el encuentro. Y la idea no sólo se le pasó a él por la cabeza. Tras el partido algunos jóvenes que habían tomado parte en las protestas que derrocaron a Hosni Mubarak en 2011 recordaban el caso de Argentina durante la dictadura de Jorge Rafael Videla. Lo bien que el dictador rentabilizó el Mundial en 1978 para distraer a los argentinos de lo importante: las desapariciones y muertes de un régimen represor. Y también como una poderosa arma de propaganda.

Sin hilar tan fino, el régimen de Abdel Fatá al Sisi que asumió el poder en 2013 en un golpe militar contra el islamista Mohamed Morsi debe estar frotándose las manos con la idea de tener a los egipcios más preocupados por los 11 de la Selección egipcia y el nuevo héroe Mohamed Salah, que por los 35.000 detenidos políticos que llenan las prisiones del país. “En cuatro años se han abierto 19 cárceles con capacidad para 15.000 presos”, denuncia el abogado Gamal Eid, fundador de la Red Árabe para la Información de Derechos Humanos (ANHRI, en sus siglas en inglés). “Los que no están en la cárcel tienen prohibido viajar fuera del país. Algunos se enteran al llegar al aeropuerto”, explica. No tienen cifras exactas pero calculan en unos 500, incluido el propio Eid, el número de aquellos a los que se les impide cruzar la frontera. “Si a esos sumamos los que han visto congeladas sus cuentas, el número podría subir hasta los 2.000. Pero es difícil hacer cuentas cuando el propio Gobierno se salta la ley. Sólo dos órganos, la Fiscalía y las cortes están autorizados a impedir a un ciudadano salir de su país, pero en Egipto hasta 12, como los servicios de Inteligencia o la Seguridad Nacional, están emitiendo las prohibiciones”, explica el abogado

En mayo de 2018, poco antes de que se celebre el Mundial en Rusia, Egipto debería volver a las urnas para elegir presidente, aunque la experiencia dice a los egipcios que poco cambiará si se celebran las elecciones… Ya en agosto el parlamentario Ismail Nasr sugirió enmendar la Constitución para ampliar el mandato presidencial de cuatro a seis años.

 

Una sola voz, un solo líder

Periodistas egipcios independientes se manifiestan para pedir la liberación de colegas detenidos. Mohamed el Shahed/AFP/Getty Images

Si desde que Al Sisi tomo el poder las libertades y derechos se han esfumado y “la contrarrevolución” no ha cesado, “en el último año ha aumentado exponencialmente la represión”, explica Eid. “Quieren una palabra, una voz, una sola opinión para que la gente siga teniendo fobia a cualquier cambio”, detalla. Por si acaso, el régimen ya se está encargando de quitar de en medio a posibles contendientes, incluso si las posibilidades de ganar son limitadas. A finales de septiembre Khaled Alí, abogado de derechos humanos y ex candidato presidencial fue condenado a tres meses de cárcel, lo que le impediría presentarse a las elecciones presidenciales de 2018 si la sentencia se confirma en apelación. El tribunal lo declaró culpable de “quebrantar la moral pública” en relación con una fotografía en la que aparecía celebrando una victoria judicial tras lograr que se revocase la decisión del Gobierno de regalar a Arabia Saudí dos islas del Mar Rojo. Tirán y Sanafir han representado una de las mayores crisis para el Gobierno egipcio de los últimos años. Al Sisi se encargó de conseguir que el Parlamento hiciera oídos sordos a la judicatura y en junio, en plena celebración del Eid, al término del mes de Ramadán, entregó el territorio al reino saudí. Los egipcios se echaron a la calle con gritos de “abajo el régimen” por primera vez en años. Pero, sobre todo, mantuvieron una guerra abierta contra la decisión en Internet. La imagen inviolable de Al Sisi no parecía serlo tanto.

“El Estado tiene sus herramientas para intentar acallarnos y nosotros tenemos las nuestras”, explica Gamal Eid. “Ellos nos difaman a través de los medios de comunicación; y nosotros acudimos a las redes sociales”. Pero también en este frente el Gobierno combate. En los últimos meses se han bloqueado al menos 400 páginas web. La excusa general es que hacen apología del terrorismo, pero entre ellas se encuentran medios independientes como Mada Masr, la web del conglomerado informativo catarí Al Jazeera, o de derechos humanos como la de ANHRI. El objetivo: que no haya ni una sola voz crítica. Incluso la página de Human Rights Watch fue bloqueada tras publicar un informe sobre la tortura en Egipto, que la ONG considera “una epidemia que podría considerarse crimen contra la humanidad”. El Gobierno reaccionó airadamente censurando la web, convocando una rueda de prensa y acusando a la ONG de estar difundiendo el mensaje de los Hermanos Musulmanes, a los que Egipto considera terroristas y contra los que hay abierta una auténtica caza de brujas.

 

Abutrika, de mediocentro a terrorista

Egipto ha establecido un comité encargado de identificar e intervenir los intereses económicos de la Hermandad en el país. En noviembre de 2016, dicho comité aseguró haber incautado los activos de más de 1.370 personas y 1.125 empresas, con un total de al menos 34 millones de dólares en activos de de los Hermanos Musulmanes confiscados.

En lo que muchos consideraron un intento de distracción, en plena crisis sobre las islas de Tiran y Sanafir y su cesión a Arabia Saudí la Corte Criminal de El Cairo añadió el nombre de la estrella del fútbol Mohamed Aboutrika a una lista negra de financiadores de la organización con 1.500 nombres que incluyen figuras públicas y políticas. Uno de los hombres más adorados de Egipto era vilipendiado y las redes sociales ardían con las etiquetas #Si-Trika_es_terrorista_yo_soy_terrorista #AbouTrika_no_es_un_criminal.

No cometerán ese error (de momento) con el hombre que les ha llevado a Rusia, Mohamed, Mo, Salah. Todos los demás son susceptibles de esa y otras presiones.

El consejero del partido socialdemócrata Egipcio, Farid Zahran, asegura que “en el último año la esfera pública casi ha desaparecido, algo que se ha manifestado en las webs censuradas, la ley de las ONG [que Al Sisi ratificó y que impone draconianas condiciones de control que imposibilitan su labor]”, y el cierre de librerías y bibliotecas relacionadas con figuras de oposición como Zahran o Eid; o con los Hermanos Musulmanes. Más de 40 en el último año. “El régimen es cada vez menos tolerante con los espacios donde la gente puede reunirse. Cualquier sitio que pueda propiciar un debate se considera una amenaza”.

Zahran coincide con Eid en las restricciones a la libertad de expresión e información. “Antes solía aparecer un par de veces a la semana en TV, ahora ni siquiera me dejan entrar por teléfono”. Pone un ejemplo. Hace unos días le avisaron para una conexión. Él advirtió al productor de que podría no gustar lo que tenía que decir y aun así quiso contar con él. Tras su participación el canal difundió el programa en YouTube, pero su intervención de 10 minutos fue eliminada de la grabación.

La presión es tal que el partido, que se fundó tras la revolución en 2011, va a congelar sus actividades. “No es que vayamos a desaparecer como partido, pero tenemos que parar cualquier movimiento. En cualquier caso ya estamos congelados, tampoco es que tengamos posibilidades de movernos. Pasamos más tiempo recaudando fondos para pagar las costas de los abogados de nuestros miembros que son detenidos que cualquier otra cosa. Cuando acabamos una colecta, detienen a otro y tenemos que empezar otra vez”, describe Zahran con la resignación de la cotidianeidad.

Activistas de derechos humanos se manifiestan en Italia con retratos del italiano Giulio Regeni, asesinado en Egipto. Andreas Solaro/AFP/Getty Images

Porque las detenciones y desapariciones forzosas se han convertido en la tónica del Egipto de Sisi. El abogado Ibrahim Metwally, que investiga al menos 600 desapariciones forzosas y el caso de Julio Regeni fue detenido en el aeropuerto a punto de volar a Ginebra para hablar sobre esas desapariciones ante la ONU. El caso de Regeni tuvo repercusiones internacionales al tratarse de un estudiante italiano que desapareció el 25 de enero de 2016 y apareció asesinado con signos de tortura extrema poco después. El rastro de su muerte lleva hasta el Gobierno egipcio, pero Italia parece haber empezado a olvidar (los intereses económicos, especialmente de las gasísticas, en el país del Nilo son importantes) y a pesar de la nula colaboración egipcia en la investigación ha enviado de vuelta a su embajador en El Cairo recientemente.

La impunidad del régimen es total. Desde occidente apenas se alza la voz contra los abusos de derechos humanos, más preocupados de que el país mantenga la estabilidad. Egipto ha recibido de Reino Unido 2 millones de libras esterlinas en fondos de ayuda y defensa a proyectos de seguridad, incluido el apoyo a la policía, el sistema de justicia penal y el tratamiento de los menores detenidos, según publicó en su día el diario The Guardian. Este mes Al Sisi ratificó un acuerdo de seguridad con Alemania aprobado previamente. En su día HRW denunció que dicho acuerdo no garantiza el respeto a los derechos humanos y se realiza con una agencia que “tortura, secuestra y asesina extrajudicialmente”

Pero ante sus desmanes Al Sisi siempre puede esgrimir la excusa de la lucha contra el terrorismo. Además, tiene buenas relaciones con Israel. Su sonrisa de oreja a oreja durante el encuentro que mantuvo con Benjamín Netanyahu en Estados Unidos tardará tiempo en olvidarse en Egipto. El Sinaí es un avispero en el que campan grupos terroristas afiliados al autoproclamado Estado Islámico. El norte de la península es inaccesible y el Gobierno aprovecha el apagón para expulsar de sus hogares a los que viven en Rafah, en la frontera con Gaza, y demoler las casas. La idea más extendida es que se va a crear una buffer zone para ampliar el perímetro de la Franja. Pero ningún periodista puede acercarse a comprobarlo. El acceso al norte del Sinaí está prohibido a los informadores. Los atentados contra soldados o los asesinatos extrajudiciales de supuestos terroristas no pueden ser corroborados de forma independiente. Y la versión oficial hay que cogerla con pinzas… Hace unos meses salía a la luz un vídeo en el que se ejecutaba a sangre fría a supuestos extremistas maniatados y desarmados después de que el Ejército hubiera difundido fotografías en las que esos mismos individuos aparecían junto a armas en una escena manipulada con efectos propagandísticos.

En la cárcel hay también al menos 60 periodistas, según datos de ANHRI, incluido Shawkan. Un fotoperiodista que lleva más de cuatro años encarcelado, enfermo de hepatitis, y cuyo caso, vinculado a uno de terrorismo que podría valerle una condena a muerte, sigue posponiéndose en los juzgados. Cualquiera que piense distinto es objetivo. Cualquiera que desafíe la posición oficial es objetivo. Y las cortinas de humo siguen moviéndose para que los ciudadanos no puedan ver el bosque entre tanto árbol. En las últimas semanas al menos 57 personas acusadas de inmoralidad han sido detenidas después de que unos jóvenes ondearan una bandera arcoíris en un concierto. “Libertinaje”, entendida como ejercicio de la prostitución, es el eufemismo que se usa para detener a LGTBI, aunque la homosexualidad no esté prohibida en Egipto. El debate suscitado, a pesar de ser necesario, ha servido una vez más para distraer de problemas más acuciantes como la inflación, que en julio superaba el 33% y que no deja de aumentar tras la depreciación de la libra egipcia que se cotiza a 21 frente al euro.

Las reformas impuestas por el Fondo Monetario Internacional ahogan a los egipcios: subida de precios del gas, luz, combustibles, recortes en los subsidios… El último intento de acabar con los del pan acabó también en protestas. Muchos se acordaron del dicho egipcio: “me puedes morder el corazón, pero no el pan”.

Los goles de Mo Salah, la clasificación para el mundial de Rusia, son un balón de oxígeno para una sociedad asfixiada por las malas noticias. Pero son otra distracción valiosa para un régimen que “quiere acabar con cualquier espacio de libertad; porque la gente que no piensa es más fácil de manipular”, subraya Gamal Eid. ¿Hay esperanza? A estas alturas Farid Zahran ve dos salidas: “que suceda un milagro o una catástrofe”, pero el político ve más factible la segunda que la primera. Y mientras, los egipcios, siempre dispuestos a reírse de sus males, bromean con la idea de que Salah podría ser el nuevo presidente. Muchos no dudan de que lo haría bastante mejor que el actual… Quién sabe. Egipto se alzó con la Copa de África en 2010 poco antes de que estallara la revolución que acabó con Mubarak, como recuerda el activista Wael Eskandar. Y la versión del régimen ya no es nunca más inapelable: esta misma semana una nueva campaña en Twitter pide a Abutrika que regrese de su exilio en Qatar y se una al equipo nacional en el Mundial el año próximo en Rusia. Muchos egipcios ya no compran el argumento del terrorista. Eid lo tiene claro: “Ellos deben mentir para controlar al país; han cometido errores y están aumentando la represión… pero la confianza en nosotros ha crecido porque hay más violaciones de derechos y la gente necesita más ayuda. “Ellos tienen la policía y la Seguridad Nacional. Pero nosotros, tenemos la gente”, subraya con una sonrisa.