La segunda transición. ¿Quién gana y quién pierde en el país?

 

EGIPTO
MAHMOUD KHALED/AFP/Getty Images

 

La situación en Egipto es tan original como arriesgada: dispone de dos ex presidentes de la República encarcelados y procesados. Ambos cuentan con una marcadísima carga simbólica: la del Antiguo Régimen derribado por una revuelta popular, pero con decisiva participación militar y la del Régimen Democrático del primer mandatario elegido por sufragio universal, pero depuesto por la intervención de los militares. Ésta última mucho más abierta que la anterior y también precedida por la indignación popular. Sin haber concluido el proceso a Hosni Mubarak y, por supuesto, sin que se haya trastocado el antiguo Gobierno ha comenzado el juicio a Mohamed Morsi. Se inicia, así, una especie de segunda transición política en el país sin haber concluido la primera. Mejor dicho, se ha cerrado de manera un tanto desastrosa esa transición comenzada en febrero de 2011 con el derrocamiento del Faraón.

Así que el país sigue transitando, con un presidente y un jefe de Gobierno interinos, un teniente general, Abdul Fattah al Sisi, al mando y un programa político o mapa de carreteras que incluye  la reforma constitucional, elecciones parlamentarias y las presidenciales para 2014.

Nunca en su historia reciente Egipto se había encontrado tan polarizado en la política y en la sociedad, tampoco se había hecho tan rutinaria y usual la violencia, ni las trincheras de los partidarios de los Hermanos Musulmanes y Morsi y las defendidas por quienes respaldaron el golpe militar han sido tan profundas. Se trata, sin embargo, de un golpe que indudablemente ha recibido un destacado apoyo entre los egipcios, así como en terceros países del Golfo Pérsico y Occidente -Arabia Saudí y Estados Unidos por ejemplo-. Más de una vez han celebrado la actuación de los militares, aunque hayan condenado la brutalidad de la represión ulterior, hayan evitado recordar esa legitimidad democrática de la que todavía se jactan los Hermanos Musulmanes y hayan recomendado que no se les castigue demasiado, facilitando su retorno a la escena política. De esta manera aparece de nuevo el buen golpe militar, como el de Argelia en 1992, pero esta vez se asegurarán de que no se prolongue con una larga y sangrienta guerra civil. Toda una posibilidad trágica que debe eliminarse con férrea decisión.

Diversos actores, motivos variados

No hay homogeneidad en el bloque que respaldó el golpe, como tampoco la hay  entre los partidarios de Morsi. No se trata por tanto, o tan solo, de un enfrentamiento entre islamistas y no islamistas, los hay en ambos bandos y contra Morsi figuran islamistas que son serios enemigos políticos de los Hermanos Musulmanes y del Partido Libertad y Justicia, como los salafistas del Partido Al Nur. Además, entre los que se encuadraron en la protesta del Frente de Salvación Nacional y el movimiento juvenil Tamarrod, como antes en Kafiya, bullían los que previamente se movilizaron contra los militares que sucedieron a Mubarak en el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas. Durante todo el año y hasta el golpe militar del 3 de julio estos movimientos consiguieron organizar una operación gigantesca y masiva de clamor exasperado contra el Gobierno Morsi, en una proteica alianza de musulmanes y cristianos, militantes de izquierda y hombres de negocios, élites y clases medias, liberales y restos de la administración del régimen de Mubarak, los servicios de seguridad y la judicatura.

Pluralidad de apoyos y heterogeneidad en los participantes se reflejan en las intenciones y motivos que confluyeron contra Morsi. Tal variedad no dejará de manifestarse, incluso de manera contradictoria y conflictiva, a lo largo de esta segunda transición y a la vista del calendario previsto para la normalización política del país. No todos leen los documentos de la misma manera, ni tampoco los interpretan en el mismo sentido. Asimismo, no tiene igual naturaleza el apoyo prestado por Arabia Saudí a favor del golpe de Estado, recelosa de los Hermanos Musulmanes y de la eventual extensión de la influencia iraní en Oriente Medio, que el consentimiento de Estados Unidos en mantener buenas relaciones con los militares de Egipto. Hecho explicable por la elevadísima importancia de las buenas relaciones con Israel, el paso libre por el Canal de Suez, la seguridad en el Sinaí y la cooperación antiterrorista, siendo las fuerzas armadas de ese país el único elemento con el que Washington conserva una influencia sólida y constante.

Vencedores y vencidos

Desde el golpe hasta la reaparición de Morsi a principios de noviembre no han cesado las drásticas operaciones de los servicios de policía y seguridad contra dirigentes y militantes de los Hermanos Musulmanes, intensificándose también las realizadas en la Península del Sinaí y la Franja de Gaza. Quiere esto decir que al menos hasta ahora no ha habido por parte de las autoridades egipcias una actitud o una política de reconciliación e inclusión, como tampoco hubo una voluntad política de diálogo y acercamiento entre el Gobierno de Morsi y la oposición en los meses que precedieron al golpe, ni cuando se produjo éste. Sin éxito se barajó entonces la posibilidad de salvar la cara y la dignidad del entonces presidente Morsi, de ser depuesto en el cargo para después dimitir, de consensuar el nombramiento de un nuevo primer ministro y un gobierno de coalición, para proceder a la reforma de la Constitución y a la convocatoria electoral en un clima más distendido del que se ha venido enrareciendo. Por el contrario, a partir del golpe parece instalada en Egipto una dinámica de vencedores y vencidos dispuesta a aplastar a los Hermanos Musulmanes.

Esta dinámica va en paralelo a cierta sensación de que en Egipto y en nombre de la estabilidad se habría restablecido finalmente una especie de status quo de resonancias que no son agradables para todos, en especial para quienes se congregaban clamando por un cambio democrático en la Plaza de Tahrir en los primeros meses de 2011. Se superpone asimismo tal dinámica a un panorama nacional en el que se registra una erosión muy visible y peligrosa en la credibilidad y la legitimidad de las principales instituciones públicas, en especial las relacionadas con la justicia y la seguridad. En todas parece que se ha tomado partido por uno y se estarían ajustando cuentas con el otro. Ya en la primera transición egipcia la intensidad de la protesta contra Mubarak sirvió para silenciar que el desenlace de su derrocamiento se produjo con la actuación de los militares; algo parecido habría ocurrido en lo que se refiere al episodio Morsi. Esta vez convendría no olvidar que, pese a la poca calidad de su actuación gubernamental, fue elegido en las urnas y derrotado en las calles. Si bien es verdad que su mal gobierno registró un rechazo generalizado y transversal, a los Hermanos Musulmanes, se les llame de una u otra manera, en modo alguno ni por mucho tiempo se les puede evitar en la política y en la sociedad de ese país.

 

 

 

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