Activistas de derechos humanos y activistas climáticos, vestidos con camisetas blancas para apoyar a los presos políticos, realizan manifestaciones en Sharm el-Sheikh, Egipto. (Mohamed Abdel Hamid/Anadolu Agency via Getty Images)

Egipto ve la COP27 convertirse en un escaparate de los Derechos Humanos para su sociedad civil.

Estos días se celebra en Sharm el Sheikh la COP 27. Una cumbre del clima marcada por la polarización entre países ricos y pobres. Contaminantes y damnificados. Inundaciones en Paquistán, el hundimiento de las Bahamas… La Conferencia de las Partes (COP, en sus siglas en inglés) se celebra anualmente y es una oportunidad para que los países de todo el mundo actúen juntos para estabilizar las concentraciones de gases de efecto invernadero que contribuyen al calentamiento global, “a un nivel que prevenga interferencias antropogénicas (inducidas por el hombre) peligrosas en el sistema climático”. 198 países están invitados a esta población costera del Mar Rojo en Egipto. El refugio del viejo dictador Hosni Mubarak. La referencia de buceadores y turistas de todo el mundo. A lo largo de estos 13 días de Cumbre se espera que pasen por Sharm unas 30.000 personas. Decenas, sino cientos de periodistas acreditados. Todas las cámaras puestas en este resort de ensueño en el que el agua es cristalina, los peces de colores casi se pueden rozar con los dedos y los corales de todos los colores del arco iris atrapan la mirada apenas echando un vistazo desde la orilla. El mejor escaparate para un país, Egipto, y un líder, el presidente Abdel Fatah el Sisi (casi 10 años en el poder), ávidos de recuperar su lugar en el mundo. Su derecho histórico a destacar. Actor principal y mediador en conflictos como el árabe-israelí; el avispero libio; la lucha contra el Estado Islámico… ¿Qué podría salir mal en lo que potencialmente se perfilaba como la mejor campaña de relaciones públicas del régimen en una década? ¿El mejor método de blanqueado internacional para un país con 60.000 prisioneros políticos en las cárceles, torturas sistemáticas y ejecuciones extrajudiciales denunciadas por organizaciones de Derechos Humanos como Human Rights Watch o Amnistía Internacional, con cientos de desaparecidos forzosos de las que a las organizaciones locales les cuesta llevar la cuenta? ¿Qué podría enturbiarla? Que esa campaña de blanqueado se tornara en un mar blanco por la libertad. ¿La de quién? La de todos. La de Alaa.

Esas están siendo las etiquetas en redes sociales #FreeAlaa #FreethemAll.

El 10 de noviembre la COP27 se tiñó de blanco, el color que visten los convictos en las cárceles egipcias, como forma de protesta. Hossam Bahgat, el director de la Iniciativa Egipcia para los derechos individuales (EIPR, en sus siglas en inglés), hacía ese llamamiento a vestir de blanco o llevar un pañuelo blanco, durante su alocución en un acto en Sharm el Sheikh. Al día siguiente se había convertido en el color de la Cumbre.

Bahgat se había sentado a hablar de cómo los derechos humanos son inseparables de la justicia climática junto a Sanaa Seif, la hermana menor de Alaa Abdel Fatah, un bloguero y activista egipcio que lleva desde 2014 en la cárcel, tras una breve libertad condicional en 2019. Su hermana Sanaa, la menor de tres, también ha pasado sendos períodos tras las rejas y tras el último, de un año y medio sin haber cumplido aún los 30, vive ahora exiliada (y exhausta) en el Reino Unido. Ambos hermanos tienen la doble nacionalidad británica-egipcia.

La presión sobre los líderes mundiales para que tomen medidas serias contra Egipto no ha dejado de crecer. No es que haya surtido un efecto grande ni sobre ellos, ni sobre Egipto hasta el momento, pero el caso de Alaa ha logrado que el movimiento se consolide. El bloguero lleva más de 200 días en huelga de hambre. El 6 de noviembre, cuando empezó la COP27, Alaa dejó de beber agua. Desde entonces, lo único que ha sabido su familia durante una semana es que se le ha intervenido médicamente, lo que entienden como alimentación intravenosa forzada, algo que consideran tortura. Finalmente, el lunes, su madre recibió una nota manuscrita en la que reconoce la letra de su hijo. En ella afirma que ha vuelto a beber agua. Alaa había dicho a su familia en la última carta antes de que empezara la COP27, que estaba dispuesto a morir. “Es cuestión de tiempo. Esto solo acelerará el proceso”, denunciaba su hermana ante un auditorio a rebosar en la COP27.

Egipto ha logrado en estos años validar una imagen en el exterior del país que lucha contra el terrorismo y, sobre todo y más importante, contiene un flujo migratorio que presiona a Europa por distintos flancos y que el viejo continente está haciendo grandes esfuerzos por aplacar.

La presión demográfica en Egipto sigue aumentando al ritmo que la crisis climática. Se queda sin agua para abastecer a los más de 100 millones de almas que la habitan y se hunde, sí, se hunde. Alejandría, en el Delta del Nilo es una de las ciudades del mundo con mayor riesgo de acabar bajo las aguas por el cambio climático. Eso supone una amenaza también para la seguridad alimentaria del país, que depende hasta en un 97% del agua del Nilo para sus recursos. Sin agua y sin comida y sin respeto a la vida de ciudadanos que ven su moneda devaluarse, la inflación aumentar y su poder adquisitivo evaporarse, ¿quién no querría irse?

“El presidente Sisi asegura que está luchando contra el terrorismo, pero en su lugar está cometiendo más crímenes”, lamenta Mohannad Sabry, periodista exiliado en el Reino Unido. “Europa cree que financiando a Egipto para acabar con el terrorismo, para contener la migración, está ayudando, pero de hecho está consiguiendo lo contrario: el dinero que se da al régimen para ello acaba siendo usado para seguir reprimiendo a la población. Lo que está ocurriendo es que están financiando un país que pronto estará fuera de control, con más ira contenida y más posibilidades de violencia según empeoran las cosas”, concluye el experto.

El canciller alemán, Olaf Scholz, habla durante la Cumbre de Implementación Climática durante la COP27 en Sharm El-Sheikh, Egipto.(Sean Gallup/Getty Images)

Egipto necesita mostrarse como el líder regional que puede controlar esa marea humana hacia las costas europeas. Hasta ahora sus alianzas con Francia y Alemania no le han ido mal. El líder francés llegó a condecorar a Sisi, uno de sus principales compradores de armas. Sin embargo, como apuntaba el periodista Mohannad Sabry, el uso de las mismas no es el que Europa espera. Amnistía internacional escribió en 2018 un informe completo sobre cómo esas armas que Francia vende al país del Nilo se usan para reprimir a la población “con consecuencias letales”. Durante esta COP27, Emmanuel Macron, que tuvo a bien admitir en una rueda de prensa con el líder egipcio, que la venta de armas no estaría condicionada al respeto a los derechos humanos, ha mencionado a Alaa en su reunión con Sisi, según diferentes medios de comunicación. El comisionado de derechos humanos de la ONU ha pedido la liberación del bloguero y activista encarcelado. Y, el nuevo primer ministro británico, está sufriendo las presiones dentro y fuera de su país, para actuar. Antes de viajar a Egipto, se comprometió con la familia de Alaa en una carta, a hablar de su caso con el presidente Sisi. Si bien es cierto que, desde entonces, se le ha visto huyendo de las preguntas de periodistas al respecto en la cumbre de Sharm el Sheikh, tanto él como el alemán Olaf Scholz, además de Macron, han abogado por Alaa en sus reuniones de la COP27 con el presidente.

“Estamos celebrando la COP en medio de una crisis climática, en medio de una crisis de derechos humanos”, apuntaba Agnès Callamard, secretaria general de Amnistía Internacional. “Esto no es solo una o dos detenciones ilegales, son miles de detenciones ilegales. Esta es la prisión más grande del planeta en este momento para la disidencia política”. La sociedad civil demanda esta vez acciones concretas a sus gobiernos. Aunque el régimen egipcio tiene experiencia en esquivar las balas. Por el momento solo se han permitido protestas controladas en una zona acotada a las afueras de la cumbre del clima, donde muchos activistas extranjeros han alzado la voz por los egipcios que no pueden hacerlo en su propio país. El temor es lo que ocurrirá cuando los focos internacionales vuelvan a mirar hacia otro lado y Egipto siga siendo el socio que Europa necesita. “Los activistas y defensores egipcios están arriesgando todo por este momento de conexión con el movimiento climático internacional”, apunta Hossam Bahgat, “el movimiento no puede olvidar a Egipto una vez que acabe la COP27”.