Los presidentes de Venezuela y Rusia, Nicolás Maduro y Vladímir Putin durante una reunión en Teherán. (Alexei Druzhinin/AFP/Getty Images)

¿Está Maduro sellando su futuro político junto a Putin?

La reconfiguración de Oriente Medio y del espacio euroasiático desde el Cáucaso hasta Asia Central encuentra un punto de inflexión de enorme sentido estratégico y geopolítico en la cumbre sobre el futuro de Siria realizada en la localidad rusa de Sochi el pasado 22 de noviembre. La cumbre debe ser observada con atención por el presidente venezolano Nicolás Maduro. En ella están establecidas diversas variables colaterales que, en clave geopolítica y energética, refuerzan la cada vez más estrecha relación (con visos de dependencia económica) de Maduro con su aliado ruso Vladímir Putin.

Los nudos colaterales de la cumbre pueden incluso ampliarse dentro del mapa geopolítico global, escenario en el cual entraría la Venezuela de Nicolás Maduro. Es por ello que el inédito viraje geopolítico del presidente venezolano transita desde hace unos meses hacia el eje euroasiático diseñado por su homólogo ruso Vladímir Putin determina en qué medida el régimen poschavista está sellando gran parte de su destino a la alianza estratégica con Rusia.

En este sentido, la reciente cumbre de Sochi puede otorgarle a Maduro algunas claves importantes en esta relación con el eje euroasiático impulsado desde Moscú. Estas claves se focalizan en los nudos geopolíticos y energéticos que se sustraen de la misma, y que no se limitan únicamente a Oriente Medio y el espacio euroasiático.

La Ruta de la Seda de Maduro

Debido a su estratégica importancia energética, Venezuela es una pieza colateral de la maquinaria geopolítica de intereses que involucran principalmente a Rusia, EE UU y China, pero también para actores emergentes como Irán, Turquía e incluso Arabia Saudí.

En este nuevo reacomodo de esferas de influencia emanadas del posconflicto sirio intervienen países como Rusia, Turquía, Irán, China e incluso India, los cuales observan la estabilidad siria como un imperativo orientado a propiciar nuevas rutas energéticas y de redes económicas, con epicentro en Oriente Medio y el Mar Caspio.

En este juego de intereses también está incluida la sucesión dinástica en Arabia Saudí, donde EE UU y China parecen acordar puntos de conexión a favor del futuro monarca Mohammed bin Salman. Por tanto, la cumbre de Sochi parece entronizar una especie de eje chií liderado por Irán a través del régimen sirio, el movimiento islamista libanés Hezbolá, pero ampliado por la presencia de actores como Rusia, Turquía e incluso Qatar. En este eje, Venezuela tiene directas conexiones a través de sus alianzas con Rusia e Irán y sus contactos con el régimen sirio y Hezbolá.

Toda vez, la revitalización geopolítica saudí, que espera consolidarse con la sucesión monárquica en manos de Mohammed bin Salman, recrearía otro eje geopolítico (diversas fuentes hablan de una especie de “OTAN árabe”) de enormes implicaciones para la balanza de poder y la seguridad regional, en la cual Washington espera ver reflejado sus intereses.

En lo que respecta al eje euroasiático impulsado por Moscú, debe también resaltarse que en el mismo se ha tomado en cuenta a Venezuela, a tenor de la reciente ayuda financiera rusa y de las visitas que recientemente ha realizado el presidente Nicolás Maduro para asistir a diversas cumbres celebradas en Kazajistán y Turquía.

Por otro lado, en la cumbre de Sochi, si bien Venezuela no era obviamente un actor participante ni un tema central de la misma, las repercusiones geopolíticas de lo allí acordado tendrán una inevitable incidencia colateral para el Gobierno de Maduro. Este aspecto puede resultarle esencial, en particular ante los graves problemas socioeconómicos venezolanos, los cuales se verán irremediablemente afectados por la crisis financiera del país y el riesgo constante de colapso para su economía.

Estos problemas se evidenciaron ante la reciente declaración por parte de acreedores internacionales, del estado de default parcial en la reestructuración de la deuda externa venezolana. Está por ver qué efectos tendrá esta reestructuración de la deuda dentro del complejo panorama político venezolano, a corto y mediano plazo.

Por inverosímil que parezca, Maduro también parece tener presencia colateral en estos cambios de la balanza de poder y de ejes geopolíticos que se están estableciendo en la actualidad en Oriente Medio, el Golfo Pérsico, el espacio euroasiático y el sur asiático. Y en todos estos terrenos, es evidente la mano de Putin, a quien Maduro se aferra cada vez más.

Entre septiembre y octubre de 2017, Maduro viajó a Kazajistán, Rusia, Bielorrusia y Turquía para participar en diversas cumbres y reuniones (Organización de la Cooperación Islámica, XXII Cumbre de la Energía en Ankara) que revelan la concreción de intereses venezolanos con Rusia. Este contexto definiría una estrategia geopolítica de acercamiento de Caracas al eje euroasiático que diseña el Kremlin.

Esta correlación de intereses también se ha evidenciado ante la decisión tomada por Maduro el pasado mes de septiembre de sustituir al dólar como sistema de pago a favor de una canasta de monedas integrada por el yuan chino, el rublo ruso, la rupia india e incluso el euro.

El salvavidas del Kremlin

En los últimos meses, Moscú se ha convertido en el principal prestamista financiero y salvavidas económico para Maduro, incluso sustituyendo a China en este apartado. Con todo, y tras el reciente anuncio de default financiero venezolano, Rusia está reestructurando las condiciones de pago de la deuda venezolana a través de garantías emanadas de concesiones petroleras en el país caribeño y suramericano.

La asistencia económica rusa comienza a ser vital para Venezuela. En agosto pasado, Moscú envió a Caracas unas 30.500 toneladas de trigo desde el puerto de Novorosíisk, uno de los principales puertos rusos en el Mar Negro, ubicado al suroeste de Rusia, curiosamente cercano a Sochi. Era la primera vez que Moscú exportaba trigo a un país latinoamericano.

Un hecho significativo de cómo la diplomacia de Putin maneja sus intereses tuvo que ver con las sucesivas visitas a Moscú por parte de Maduro y del actual monarca saudí Salman ben Abdelaziz al Saud.

Independientemente del grado de importancia que el Kremlin le concedió a ambas visitas, Putin establece esferas de influencia a través de socios estratégicos que atraviesan momentos difíciles como Venezuela y otros potenciales como Arabia Saudí que le pueden reportar ganancias en el nuevo contexto geopolítico y energético en Oriente Medio.

El caso saudí es significativo, al ser este reino el líder del mencionado eje suní y tradicional aliado estadounidense, además de verse inmerso en una calculada transición en la línea de sucesión monárquica. Esta sucesión en manos del heredero Mohammed bin Salman determinará importantes giros geopolíticos en Oriente Medio (Siria, Irán, Líbano, Yemen) y en el mercado petrolero global. Factores que deben ser observados con suma atención estratégica desde Venezuela.

Con ello, Putin apostaría por jugar sus cartas geopolíticas en el tradicional patio trasero estadounidense en América Latina, léase Venezuela, y en un aliado tradicional estadounidense en Oriente Medio como es Arabia Saudí. Ello traduce una especie de reproducción a la inversa de lo que ha venido realizando Washington dentro de la periferia rusa exsoviética en los últimos años, especialmente en Ucrania.

En lo que respecta a la Cumbre de Sochi y sus implicaciones para Maduro, los nudos geopolíticos energéticos establecidos en el posconflicto sirio y en la sucesión monárquica saudí incidirán necesariamente en un país petrolero miembro clave de la OPEP, como es el caso de Venezuela.

En Sochi, los mencionados ejes euroasiático y chií, cuyos principales miembros (Rusia e Irán) son aliados estratégicos venezolanos, fueron los principales artífices en la remodelación de intereses que se vislumbran en el posconflicto sirio.

Del mismo modo, lo acordado en Sochi, en particular el mantenimiento del régimen de Bashar al Assad (a pesar de las reticencias turcas) persuade a Maduro a calcular en qué medida Putin está dispuesto (o no) a jugar sus cartas para mantener en el poder a sus aliados. Un aspecto que resulta decisivo para un Maduro que debe sortear diversos focos de inestabilidad interna y de presión exterior, principalmente desde EE UU y Europa.

El aspecto energético y financiero es clave en esta relación. La mencionada crisis de default financiero implica directamente a la estatal Petróleos de Venezuela (PDVSA). Este aspecto está incidiendo en una inesperada crisis interna en el Gobierno de Maduro, que llevó la semana pasada a la destitución, tras acusaciones de presunta corrupción, de altos cargos de Citgo, filial de PDVSA en EE UU, así como del representante venezolano ante la ONU, Rafael Ramírez, otrora poderoso presidente de PDVSA (2004-2014)

Esta crisis interna está sacudiendo varios cimientos entre los cuales se asienta la estructura de poder chavista instalada tanto por Chávez como por Maduro. La progresiva defenestración de Ramírez desde que fuera removido de la presidencia de PDVSA ha demostrado en qué medida Maduro está coordinando con habilidad la reestructuración no sólo de su gabinete presidencial sino de la estructura de poder del poschavismo, otorgando al estamento militar un lugar preponderante.

Y de ello toman nota en Rusia, China, Irán e incluso Arabia Saudí, todos ellos con intereses energéticos directos o colaterales en Venezuela. El defenestrado Rafael Ramírez fue el artífice de los más importantes acuerdos energéticos establecidos por Venezuela con China y Rusia, principalmente.

En el contexto actual, el hecho de que la casta militar venezolana controle no sólo PDVSA sino las grandes empresas básicas de la estructura económica nacional, supone también un giro favorable para Rusia, China y Cuba, a tenor de sus conexiones con el estamento militar venezolano.

La clave electoral de 2018

Pero también está el tema electoral. El 2018 es año de comicios presidenciales en Venezuela, en los que Maduro y el poschavismo se juegan la reelección. A pesar de la crisis socioeconómica y la certificación del default financiero venezolano en noviembre de 2017, las recientes elecciones regionales ( celebradas en octubre de este año) y la desbandada opositora le garantizan a Maduro notables posibilidades de ganar un nuevo período presidencial hasta el 2024.

Curiosamente, y siguiendo con el año electoral 2018, Putin también va a la reelección, con pretensiones de impulsar una reforma constitucional que le permita ampliar el período presidencial por seis años más, hasta 2024. Una curiosa variable que podría también determinar cómo Maduro esté sellando su futuro político junto a Putin y por qué la cumbre de Sochi es estratégica para Caracas.