Ha perdido parte de su poder para entrar en la UE. Atiza al islamismo gobernante y al separatismo kurdo. Y al frente ha llegado el general Buyukanit, menos proeuropeo. Pero no parece que el ejército que avaló el modelo laico y dio tres golpes de Estado vaya a salir de sus cuarteles.

 

"Tiene el apoyo mayoritario de la población"

 

Sin duda. Según una encuesta de agosto de 2003, el Ejército era la institución que inspiraba mayor confianza para el 88% de la población turca. Es el porcentaje más elevado de cualquier país aspirante a ser miembro de la Unión Europea. Este apoyo, casi identificación, obedece, en primer lugar, a razones históricas. Los turcos están orgullosos de su organización militar de larga tradición, de ser un pueblo que, según les gusta repetir, nunca ha sido colonizado.

Hoy en día, los turcos se ven como "una nación que es un Ejército" (ordu millet). Casi toda la población masculina tiene experiencia en las Fuerzas Armadas. La nación turca, la hegemónica en el Imperio Otomano durante más de seis siglos, contaba con un estamento militar que, antes de la creación de la Turquía moderna, formaba parte de la vanguardia de la modernización, un movimiento indispensable entonces para el establecimiento de la futura democracia. Muchas de las innovaciones en el Imperio Otomano se deben a los militares como, por ejemplo, escuelas modernas, la importancia dada a los idiomas o el fomento de los valores laicos. La institución se veía a sí misma como adalid del progreso y admiraba los valores occidentales en el Estado más importante del islam.

La nueva República fue fundada en 1923 por Mustafa Kemal, un soldado profesional. Atatürk, el nombre con el que todos los turcos le conocen, lideró un Ejército triunfante en la Guerra de Independencia. A sangre y a fuego convirtió una situación militarmente desesperada, casi imposible, en una victoria, y sentó las bases de lo que hoy es Turquía: un Estado moderno y democrático, de forma autoritaria, pero siempre siguiendo con paso firme el camino hacia la modernización y el mayor progreso social en un país atrasado y provisto de escasa esperanza. Heredó del anterior régimen la importancia de los militares, el espíritu nacionalista, el deseo de progreso social y la admiración por los valores occidentales, y se hizo con el poder para liderar con mano de hierro el país primero y renunciar después a sus títulos militares tras otorgar a la República una Constitución que subordinaba el papel del Ejército a la soberanía nacional.

Ha llovido mucho desde entonces, pero al contrario que muchos Estados africanos, asiáticos o latinoamericanos, la influencia de los cuarteles en la política no es contemplada en Ankara como algo necesariamente negativo para el desarrollo democrático. Aunque resulte difícil de creer: el Ejército ha intervenido militarmente en tres ocasiones (1960, 1971, 1980) para salvar el tortuoso camino hacia la modernización y la democracia. La opinión generalizada en Turquía así lo confirma, reconoce y defiende. Más aún: los tres golpes de Estado supusieron un alivio generalizado. Incluso, como el de 1980, era esperado con impaciencia. "Inevitable como la caída de la lluvia", llegó a decir el rotativo kemalista Cumhuriyet.

En los tres casos, la intención no era adueñarse del poder político. Prueba de ello es que, después de cada asonada, los generales volvieron de forma pacífica a los cuarteles tras haber dejado, o eso pensaban, todo atado y bien atado. Paradójicamente, este prestigio del que gozan entre gran parte de la población hace inviable —o al menos muy poco probable— el apoyo del pueblo a una nueva aventura en el futuro, debido al alto grado de estabilidad democrática conseguido en la Turquía actual.

 

"Es el único garante del Estado laico"

Ya no. Ahora, gracias al fortalecimiento de la clase media, Turquía tiene un poder judicial y un sistema educativo que pertenecen, en su mayor parte, a las fuerzas seculares. La policía, la prensa, la patronal (Tüsiad) son otras instituciones que funcionan como garantes de la separación entre religión y Estado y son enemigos acérrimos de las fuerzas islamistas, así como gran parte del funcionariado y del arco político. Es importante subrayar que las Fuerzas Armadas no están infiltradas por islamistas como sostienen los adeptos de confabulaciones varias. Ha habido intentos, cierto, pero los militares se esfuerzan por expulsar de sus filas a oficiales que tengan conexiones con el islam político.

Y hay más: siendo la ignorancia muy atrevida, se olvida al hablar de Turquía que uno de cada cuatro musulmanes es aleví, votante tradicional de partidos de izquierda, alérgico a la ortodoxia suní y estricto defensor del secularismo. Por todo ello, no es cierto que el Ejército sea el único garante, por su fuerza bruta, del freno necesario para el islam político. Sí es verdad, en cambio, que ha hecho cambiar a éste de estrategia en pos de una situación singular en el mundo musulmán. Y ambos han salido beneficiados. Desde que el islámico Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) llegara al poder en 2002, el alto estamento militar no ha tenido problemas en criticar todos los pasos dados por el Gobierno si juzgaba la dirección equivocada. Pero el golpe de Estado no es probable. Y no lo es porque es erróneo que el Ejército sea la única contención laica a la introducción de la sharia, una opinión tristemente generalizada que responde al tópico eurocentrista y que desvincula al gigante euroasiático de los valores occidentales tan difícilmente preservados desde su fundación. En Ankara hay muchos sitios donde poder beber cerveza y en Estambul también nieva, aunque parezca imposible imaginárselo.

No, el freno al islam proviene incluso de los mismos partidos que, como el AKP, han sabido reformarse para adquirir otro perfil que ostentan ahora con orgullo, sabedores de que abre puertas para ejercer un papel esencial en el nuevo mundo musulmán. Este rol, liderar el Gobierno de una potencia emergente, significa el triunfo de un giro ideológico por presiones de las fuerzas seculares que apoyaron al Ejército cuando había que hacerlo, y que algunos ahora llaman "conservadurismo democrático" y otros "neoislamismo", pero que es una oportunidad que el AKP y sus sucesores sabrán aprovechar. Así, la democracia turca difícilmente conducirá por presión demográfica a la dictadura islámica porque los turcos están, afortunadamente y gracias en gran parte a los militares, vacunados de espantos. Sí, en cambio, se traducirá en una nueva experiencia en el mundo musulmán, a saber: la conciliación de la religión monoteísta de mayor crecimiento en el planeta con los valores democráticos y las instituciones internacionales.

 

"Ha cedido gran parte de su poder"

No del todo. El alto estamento militar turco es experto en nadar y guardar la ropa. Después del último golpe en 1980, su vuelta a los palacios de invierno fue acompañada por el refuerzo en la nueva Constitución de un sistema de férreo control político, un renovado órgano llamado Consejo Nacional de Seguridad. Hasta hace poco, el poder que ejercía este organismo llegó a ser tan agobiante para el sistema parlamentario que la democracia parecía condenada a convertirse en entelequia o pura contradicción de términos. Cada mes, líderes civiles y militares de Turquía se reunían con el Consejo y las decisiones que se tomaban se vendían a la opinión pública como recomendaciones cuando en realidad se trataba de órdenes y apenas nadie rechistaba. Todos sabían y todos callaban.

Turquía se asemejaba más a un sistema autoritario, despóticamente ilustrado, que a uno parlamentario. Los cinco ministros más importantes del Gobierno frente a cinco generales. Y las fuerzas castrenses dando la lección, mientras los ministros escondían las cabezas. Así, las decisiones más trascendentes eran tomadas por la cúpula del Ejército. Sin embargo, el proceso para la adhesión a la UE impuso muy pronto la necesaria limitación y transparencia de este órgano. En agosto de 2003 la Asamblea Nacional enmendaba la Constitución para reducir su peso. El Ejército cedía poderes ejecutivos a la mayoría parlamentaria del AKP. Con ello, en teoría y hasta nuevo aviso, sólo quedaba un cuerpo puramente asesor. En 2004, gracias a Europa y al Gobierno de Erdogan que supo imponerse, el Ejército dejó de tener un papel predominante en la Asamblea Nacional.

El presupuesto militar que llegaba oficialmente al 10% del gasto gubernamental y que estaba bastante por encima, incluso lo triplicaba, se aprobaba en el Parlamento sin debate ni oposición. Desde 2005 se impone el control del presupuesto por parte de la Cámara Baja. Según datos del Banco Mundial, los gastos en defensa rondan los 11.800 millones de dólares anuales, un 5% del PIB. Deben reconocerse los logros del kemalismo en las primeras décadas de la República, pero también deben disputársele las posibilidades reales de responder con acierto a los nuevos retos. Hacerlo es también cuestionar su cesión de poderes.

 

"Impide el desarrollo de la sociedad civil"

Cierto. Que no exista una sociedad civil fuerte en Turquía más que a duras penas y a salto de mata es, en gran parte, debido al excesivo papel tutelar del Ejército, a su exarcebado paternalismo para con la sociedad. Acostumbrados a la sobreprotección, a la supervisión constante, los ciudadanos se sienten a salvo de amenazas y no llegan a ser dueños de sus propias vidas. Es más sencillo confiar en que el padre resolverá la emancipación antes que matarlo en el rito de iniciación necesario para independizarse, algo que cuesta esfuerzo y sufrimiento.

La disciplina es el elemento esencial de las Fuerzas Armadas. Y así se ha tratado de educar a la sociedad turca, como si fuera un infante. El almirante Vural Beyazit lo expresó a finales de los 90 sin tapujos: "En Turquía no disponemos de petróleo o industria pesada. Pero tenemos algo mucho más poderoso: disciplina militar".

En un país campesino, el Ejército otomano y luego turco fue, y ha sido siempre, una oportunidad de ascenso social para los nacidos en el campo. La mayor parte de los soldados y generales son de extracción humilde como lo fuera Atatürk, hijo de una ama de casa y un funcionario de aduanas reconvertido en empresario fracasado para huir del hambre. Gracias a la disciplina subyacente del proyecto de ingeniería social, los militares han controlado férreamente los designios de la población y han funcionado al mismo tiempo como ascensor social de la meritocracia kemalista. El papel del perro guardián ha sido defendido una y otra vez debido a la obligación de salvaguardar a la República de toda clase de amenazas. Fácticas o inventadas. El hecho de que sean precisamente los grupos islamistas, además de la vanguardia liberal, los que hagan hincapié en que las Fuerzas Armadas deben retirarse de su papel activo en la política no ayuda. Razones para el apoyo incondicional con el que cuenta hoy el Ejército en Turquía son también el miedo, la comodidad, la inercia… Una buena parte de los poderes centrales gusta de saltar a la yugular ante cualquier crítica a los militares como si fuera acusar y mancillar al Estado entero. Pero también hay razones para la esperanza: el número de ONG ha crecido exponencialmente en el país y la sensación de subordinación excesiva ha dado paso a una actitud soberbia y desafiante de muchos. En esta línea, varios centenares de ciudadanos pertenecientes a la intelligentsia liberal han comenzado una campaña a favor de la abolición del párrafo 301 del nuevo Código Penal, que tipifica como delito el "mancillar el sentimiento nacional".

 

"Está a favor de la entrada en la UE"

Bueno. Por un lado, persiste una parte del Ejército que sigue la nefasta huella de aquella facción de las Fuerzas Armadas que se negó a principios de los 80 a delegar el poder político en el Parlamento y formó grupos paramilitares ilegales. Estos grupos, reconocidos como parte del "Estado profundo", derin devlet (una supuesta confabulación de generales, empresarios y políticos para mantener el poder en la sombra), son residuales, aunque todavía con cierta influencia. Su ideología es ultranacionalista y por tanto opositora al proyecto de adhesión. Buscan con atentados, la mayoría por suerte fallidos, boicotear las esperanzas europeístas.

La tendencia mayoritaria es otra. Es ver la unión con Europa como un mal necesario e inevitable, pero asumible. Siempre que se garantice la seguridad del país, prioridad principal en todo momento. El Ejército tiene escasa confianza en la UE, pero apoyará de forma mayoritaria aquello que decidan los turcos porque se juega el prestigio y el reconocimiento.

Curiosamente, su papel, que fuera tan apreciado en Occidente en la guerra fría, está convirtiéndose en un obstáculo cada vez mayor en las negociaciones de adhesión. No sólo por su poder en la sombra, sino por sus posiciones poco diplomáticas en el contencioso chipriota o en el conflicto con la población de origen kurdo en el sureste del país. El pueblo turco, empero, desde tiempos inmemoriales en Asia Central, siempre ha sido nómada, desplazándose hacia el Oeste. El Ejército otomano ya deseaba hace más de un siglo seguir caminando hacia Europa. Por otro lado, fueron precisamente los mismos Estados cristianos u occidentales los que forzaron a los turcos a abandonar tierras que habían ocupado durante siglos en Oriente Medio, Cáucaso, los Balcanes o Rusia.

No es que Turquía como heredera del Imperio Otomano, el Estado más poderoso del islam, tenga ganas de extenderse en una fiebre panturca. Atatürk dejó bien claro cuando asumió el poder que no iba a proseguir con esa política de expansión. La amenaza que se cierne sobre Turquía es, a juicio del alto estamento militar, otra: el desmantelamiento de las viejas naciones europeas. La institución armada tiene como uno de sus principios básicos defender la indivisibilidad del país y cree que la concepción de los derechos de las minorías, tan en boga en la UE, choca con este principio. A la luz de la separación de facto de Kosovo de Serbia y del Kurdistán iraquí de Bagdad en los 90, los militares desconfían de que la Unión apoye incondicionalmente la integridad territorial de la nación política que es Turquía. Y con una guerra civil de carácter separatista en su suelo que ya ha costado la vida a más de 30.000 personas es obvio que los militares siempre primarán la seguridad por encima de una supranacionalidad dudosa.

Pero no hay razón para la alarma. También durante la transición española se pensó que el Ejército no toleraría el cumplimiento de las demandas autonomistas del País Vasco y Cataluña, pero se adoptaron al final. En la misma línea, los miembros castrenses aceptaron sin protestas los cambios constitucionales a favor de los kurdos porque eran conscientes del apoyo que despertaban en la opinión pública. Del nuevo jefe de las Fuerzas Armadas, Yaser Buyukanit, se espera una defensa de la línea dura, pero la actitud generalizada es de cautela (y prudencia). Podría decirse que al alto estamento militar le gustaría jugar en la Europa del futuro un papel como el de las viejas monarquías europeas: partiendo de una raíz antidemocrática han sabido adaptarse al signo de los tiempos y transformarse en símbolos imprescindibles de las respectivas singularidades nacionales.

 

"Detenta un importante poder económico"

Absolutamente. Las reformas emprendidas para rebajar el papel político del Ejército no cambian el hecho de que los generales de más alto rango vivan rodeando el palacio presidencial sobre la colina de Cankaya en Ankara, la capital, y que sean conocidos popularmente por el nombre de pachás. De que sus bieneducados hijos copen los trabajos de alta alcurnia, de que los militares de buen abolengo puedan retirarse como directores y otras posiciones de liderazgo en empresas privadas, de que las aerolíneas turcas empleen a muchos pilotos militares retirados y un largo etcétera.

Los militares viven hoy separados de la población no castrense en Turquía. Tienen sus lugares de recreo, sus tiendas, sus clubes de asueto (orduevi, casa del Ejército), sus hoteles e incluso un banco propio (Oyak Bank). Gustan del secretismo y vivir apartados es casi un deber impuesto como el uniforme. Pero eso es sólo una parte.

El aspecto más sustancial son dos consorcios empresariales: Oyak y Tskgv. El primero nació como fondo de pensiones para todos los militares en servicio y el segundo como una fundación de las Fuerzas Armadas. En realidad, son dos consorcios hermanos con condiciones muy especiales debido a su pertenencia al estamento militar: no pagan impuestos y hasta hace bien poco no tenían que rendir cuentas ante nadie.

Oyak es un fondo para la jubilación donde cada militar ha de pagar un 10% de su sueldo a la caja conjunta. Ha ido creciendo y ahora es un holding formado por una treintena de empresas (que fabrican desde cemento hasta coches pasando por pesticidas) con más de 30.000 empleados y que se perfila como el tercero o cuarto del país. La fundación Tskgv también está formada por una treintena de compañías, tiene 20.000 empleados y se dedica exclusivamente a la producción industrial de
armamento.

El kemalismo debía ser una revolución permanente, jamás una doctrina estática, pero ahora el Ejército turco es puro reflejo del statu quo, de lo establecido y anquilosado. Y es difícil abandonar privilegios una vez conseguidos, habiendo logrado formar parte del establishment. El miedo a hacerlo es inmediato. Pero no les queda otra solución. En palabras del ex primer ministro Süleyman Demirel: "Puedes tomar el poder con una bayoneta, pero no puedes sentarte sobre ella".

 

¿Algo más?
Hay, desgraciadamente, muy poca bibliografía en el mercado editorial español sobre Turquía. Por no existir, no existe ni una biografía sobre Atatürk. De interés es sin duda Origen, influencia y actualidad del kemalismo, de Menter Sahinler (Ediciones del Oriente y del Mediterráneo, Madrid, 1995). Respecto al Ejército turco, destacan Le Militaire et la politique en Turquie, de Levent Unsaldi (Harmattan, París, 2005) y Turkish Politics and the Military, de William Hale (Routledge, Londres y Nueva York, 1993), así como los estudios de Taha Parla.

Otro libro muy famoso relacionado también con el Ejército es Voices from the Front: Turkish Soldiers on the War with the Kurdish Guerrillas (Palgrave, Hampshire, Reino Unido, 2005), de la periodista turca Nadire Mater, en el que varios soldados turcos en el frente kurdo narran sus experiencias deshumanizadoras en un libro, éxito de ventas en Turquía, que estuvo a punto de llevar a la cárcel a su autora. También estuvo a punto de ir a prisión por denunciar el genocidio armenio el escritor turco Orhan Pamuk, cuyos retratos de un país a camino entre Oriente y Occidente —Nieve (Alfaguara, Madrid, 2005), La vida nueva (Alfaguara, Madrid, 2002)— le situán como uno de los mejores de su generación.

Ricardo Ginés es periodista y trabaja para el diario La Vanguardia desde Turquía.