Donald Trump deja de ser presidente, pero los autoritarios de guante blanco seguirán trabajando en Estados Unidos, y otros países, para imponer agendas extremistas y antidemocráticas.

Dicen que hay imágenes que valen más que 1.000 palabras. El 6 de enero tres fotos sobre la toma del Congreso de Estados Unidos valieron para recordar otros dos sitios, lejanos entre sí, pero unidos por la brutalidad, la ignorancia y el desprecio por la democracia.

La primera es una fotografía de un asaltante del Congreso estadounidense sentado en la silla que, minutos antes que tomaran el sitio por la fuerza, ocupaba la líder  Demócrata de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi. La segunda es una imagen de otro asaltante en el despacho de Pelosi con sus botas de aficionado al militarismo sobre la mesa. La tercera es un grupo de representantes o senadores de EE U obligados a echarse al suelo de las gradas del Congreso.

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A la izquierda, Antonio Tejero en el Congreso español durante el intento del golpe de Estado del 23 de febrero de 1981. A la derecha, un soldado estadounidense tumbado en un sillón del Palacio presidencial de Bagdad durante la invasión de Irak, 2003. Getty Images

El 23 de febrero de 1981 un grupo de guardias civiles irrumpió en el Congreso español y durante horas retuvo a los diputados, maltrató al entonces vicepresidente de Gobierno, el general Manuel Gutiérrez Mellado, y amenazó de muerte al presidente Adolfo Suárez. La foto de Antonio Tejero subiendo al estrado y disparando al techo del hemiciclo circuló ayer por Twitter como un recuerdo de la fragilidad de las democracias.

En marzo de 2003 EE UU invadió Irak, después de mentir sobre la posesión de armas nucleares en ese país, y de forzar a los aliados de todo el mundo con la ayuda diligente del entonces primer ministro británico, Tony Blair, y el presidente español, José María Aznar. Poco después de iniciar la invasión un grupo de soldados estadounidenses tomó el Palacio presidencial de Sadam Hussein y se fotografiaron sentados en sus salones.

Más allá de las diferencias entre Pelosi y los congresistas estadounidenses con Suárez y Gutiérrez Mellado, por un lado, y Sadam Hussein, por otro, la sucesión de fotos nos habla de la arrogancia de unos hombres armados. De hecho, se sienten con el poder de las armas y la ideología para ocupar, sentarse y poner los pies sobre la mesa, en el sitio que hasta minutos antes se sentaban personas elegidas democráticamente. Inclusive en el caso del dictador iraquí, no había ni mandato de Naciones Unidas ni armas nucleares que legitimaran la invasión, como luego se demostró.

 

Una ideología de combate

Hay una forma limitada de leer estas fotos que concluye que son grupos exaltados, minorías que se exceden en sus mandatos o puro celo patriótico. Otra manera más amplia lleva a cuestionarse cómo es posible que ocurran (más allá de la increíble falta de seguridad que tenía el Congreso pese a los múltiples signos de que podría haber incidentes) estas tomas de hemiciclos y despachos, especialmente en un país que se presenta, y es considerado, como el símbolo de la democracia.

En ninguno de los tres casos son solo gente exaltada (más allá de psicologías personales), ni “radicales”, ni grupúsculos. En cada situación hay antecedentes, espacios abiertos, guerras de posiciones, terrenos abonados por otros actores que no usan botas de montaña, ni enarbolan armas, ni practican juegos de guerra los fines de semana.

El señor que ayer se subió al estrado en el Congreso y el otro que puso los pies sobre la mesa de Nancy Pelosi se han alimentado de ideología nacionalista, racista y machista durante décadas, como sus antecesores que practicaban linchamientos de negros consentidos por las autoridades, por citar sólo un ejemplo.

Es también significativo que fuese el despacho de Pelosi. El trumpismo se ha caracterizado por un profundo antifeminismo, tratando de hacer volver a las mujeres varias décadas atrás, a su supuesto papel tradicional: en casa, arregladas y sexualizadas (Ivanka y Melania Trump) y apoyando a sus hombres. Pelosi y otras políticas, como Alexandra Ocasio-Cortéz y Kamala Harris, son la pesadilla de Trump y estos hombres.

 

Esto no ha sido un paréntesis

La respuesta más fácil y tranquilizadora sobre lo que ocurrió el 6 de enero en Washington es pensar que los cuatro años de Trump han sido un paréntesis, una anécdota desagradable. Por el contrario, Trump ha sido el catalizador de tendencias racistas, militaristas, antiestatales, antidemocráticas, antiigualitarias y violentas que están presentes en la sociedad estadounidense.

Los 100 representantes de la Cámara Baja del Congreso que objetaron, contra 60 veredictos de la Justicia, la Corte Suprema y el testimonio de centenares de funcionarios estatales, la rigurosidad del proceso electoral y la certeza del resultado, han sido la punta del iceberg.

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Estadounidenses que apoyan a Donald Trump entrando al Congreso de EE UU, enero 2021. Jon Cherry/Getty Images

Ellos, serios parlamentarios que despreciaron todos los procedimientos democráticos en nombre de la democracia, son los mismos que se resisten a aprobar leyes contra la posesión de armas entre los ciudadanos de EE UU.

Tampoco han hecho nada cuando milicias privadas tomaron hace pocos meses el Congreso del Estado de Michigan contra las medidas por la Covid-19, ni se indignaron cuando también una milicia planificó secuestrar y “juzgar” a Gretchen Whitmer, la gobernadora demócrata. De ninguna forma, así mismo, levantaron su voz ante las amenazas de muerte de funcionarios del sistema electoral que certificaron la victoria de Joe Biden.

Detrás de Trump han estado, además, ideólogos sobre la migración, grupos empresariales que le apoyaron en revertir todas las normas de protección ambiental y reducir los impuestos de los más ricos, destruir el sistema multilateral, apoyar a dictadores y partidos autoritarios en el resto del mundo y corroer la democracia desde dentro. Y, particularmente, que se vuelva normal destruir la agenda de derechos civiles y humanos en nombre de la democracia.

En el mensaje de Trump diciendo a sus seguidores que se volvieran a casa, después de que habían tomado el Congreso, no hubo ninguna condena. Dijo que eran “maravillosos”, “especiales” y que “los ama”.

En la misma lentitud y limitada respuesta que hubo a la toma del Congreso se hace evidente la carga ideológica-burocrática que ha capturado al estado. Si los miles de asaltantes hubiesen sido de raza negra o liberales blancos la respuesta policial, del Ejército o la Guardia Nacional habría sido rápida y decisiva.

Los tipos brutos que se sientan en los estrados y ponen las botas sobre los escritorios no son un grupo de exaltados. Son la punta de lanza, los grupos de choque de los ideólogos y de una parte de los 72 millones de votantes.

Como ha ocurrido en Francia, Austria, Noruega, Brasil y otros países, y está ocurriendo en España, la ultraderecha, con mejores o peores formas, presiona en favor de una agenda máxima, y de esta manera va moviendo a la sociedad: la izquierda hacia el centro, este hacia la derecha, y de esta a la ultraderecha. Hoy sobre la migración, mañana sobre la educación pública, pasado mañana sobre los beneficios de privatizar la salud, el mes que viene para liberalizar la cacería y portar armas.

Cuando Trump se vaya a su casa dentro de pocos días los autoritarios de guante blanco, en Estados Unidos y otros países, incluyendo en España, seguirán trabajando. La toma del Congreso no se acabó el 6 de enero.