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El Presidente estadounidense, Donald Trump, posa con el documento que establece de nuevo sanciones a Irán y anuncia que su país se retira del acuerdo nuclear firmado con Teherán. (Chip Somodevilla/Getty Images)

Tras el abandono del acuerdo nuclear iraní por parte de Estados Unidos se confirma que Washington ha dejado de ser un socio fiable para los países europeos. Ante este escenario, la UE se encuentra con tres opciones: fingir que EE UU tiene un liderazgo, transformar la Unión en una superpotencia o dejar que cada país lleve a cabo sus propias políticas en la esfera internacional.

Desde que llegó a la Casa Blanca la mayoría de los gobernantes de los países europeos y de las instituciones comunitarias han tratado de acomodarse a un Presidente estadounidense que tiene más coincidencias con los políticos, movimientos y partidos populistas, racistas y de ultraderecha que con ellos.

Pese a las peregrinaciones que diversos jefes de Estado europeos han hecho a Washington desde enero de 2017, Donald Trump retiró a Estados Unidos del Tratado de París sobre el cambio climático y del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica, decidió mudar la embajada de Tel Aviv a Jerusalén, sacó a su país de la Unesco, tiene pendiente sancionar a Europa en las operaciones comerciales de acero y aluminio, ha cortado a la mitad fondos para la agencia de Naciones Unidas de ayuda a los refugiados palestinos y acaba de abandonar el Joint Comprehensive Plan of Action (JCPOA) o programa nuclear iraní firmado en 2015.

Daniel Kurtzer, ex embajador de Estados Unidos en Israel y Egipto, declaró esta semana a la revista The New Yorker que después de haber renunciado al acuerdo de París y al Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica, la nueva decisión disminuye la credibilidad de EE UU. “Este país, dijo, solía ser el líder, el facilitador y el motor de la diplomacia internacional. Las acciones de Trump lo han convertido en un errático y aislado actor diplomático, en el que no se puede confiar”. Para Europa, que desde el final de la Segunda Guerra Mundial ha reconocido a Washington como líder global, esto plantea complicados dilemas.

 

Irán ha cumplido

En lo esencial, este acuerdo de 2015 puso el programa nuclear de Irán bajo la vigilancia periódica de la Agencia Internacional de la Energía Atómica (AIEA) con el fin de controlar que sólo lo utilice para fines pacíficos y no desarrolle armas nucleares. La AIEA ha certificado en 10 ocasiones desde 2015 que Irán no violó los términos del acuerdo. Ese veto sobre la fabricación de este tipo de arsenales vence en 2030.

La negociación duró 12 años entre acercamientos discretos y diálogos formales, y contó con el aval de EE UU (con Barack Obama como presidente), Rusia, China, Francia, el Reino Unido, la UE, la ONU y Alemania. El consenso estratégico alcanzado entre Obama y los miembros del Consejo de Seguridad de la ONU fue que, al levantar una serie de sanciones a Irán, como parte del acuerdo, este país encontraría ventajas en respetarlo, e inclusive renovarlo en el futuro.

El sector renovador dentro de la compleja arquitectura de poder iraní, y una amplia parte de su sociedad, consideraron el acuerdo como la puerta a las inversiones, el comercio y la modernización de un país agotado por las sanciones. Por su parte, empresas europeas, especialmente de Alemania, Francia y Gran Bretaña vieron una gran oportunidad en un mercado de 80 millones de iraníes y en un país con grandes necesidades de infraestructura.

 

Desprecio de Washington 

De nada ha servido la supuesta amistad del presidente francés, Emmanuel Macron (a quien Trump ha dejado en ridículo), como tampoco la visita más discreta de la Canciller alemana, Angela Merkel, ni que el histriónico ministro de Exteriores británico, Boris Johnson, usara una entrevista en la cadena Fox News para tratar de movilizar un ápice de sentido común en la Casa Blanca. Tampoco fue útil que París y Londres se unieran a Washington en un simbólico ataque contra instalaciones sirias en abril pasado.

Pese a los crecientes signos durante la última década sobre la crisis de hegemonía de Estados Unidos, las ofensivas diplomáticas de Rusia y el ascenso de China, Europa no ha avanzado en contar con una política exterior y de seguridad propia. Entre otras razones por las diferentes posiciones ante cuestiones como el conflicto palestino-israelí, y la tensión entre los valores acerca de derechos humanos y democracia que promociona la Unión Europea y las políticas pragmáticas de los Estados miembros hacia gobiernos dictatoriales como el egipcio. La diplomacia de valores queda marginada por el realismo de los negocios.

Un ejemplo de esta tensión y falta de voluntad en cumplir políticas comunes es que las directivas de Bruselas sobre el número de refugiados sirios que deben acoger los miembros de la Unión no han sido respetadas por la mayoría de los Estados.

 

Aliados separados

Estados Unidos no sólo vuelve a imponer sanciones a Irán, sino que las aumenta, penalizando a las compañías y bancos que operen con ese país, una política similar a la que practica hacia Cuba. Igualmente penalizará a los países que compren petróleo a Teherán. La primera reacción de la UE y de los principales gobiernos europeos ha sido anunciar que continuarán respetando el acuerdo.

La Alta Representante para la política exterior de la UE, Federica Mogherini, indicó que mientras Irán respete el acuerdo, Europa también lo hará, elogiando la Resolución 2231 del Consejo de Seguridad de la ONU (que se refiere al JCPOA) por tratarse de una pieza clave de la arquitectura mundial contra la proliferación de armas nucleares.

El secretario de Estado para Oriente Medio del Gobierno británico, Alastair Burt, declaró a CNN el 9 de mayo que su país no abandonará el acuerdo, pero admitió que las presiones de EE UU sobre empresas y bancos serán un serio problema. Desde Irán ya han surgido voces considerando que si Europa no cumple con el acuerdo se volverá “irrelevante”.

Burt indicó que se intentará que Estados Unidos siga el camino que quiera, pero que no obstaculice las decisiones y políticas de sus aliados. En las semanas por delante se sabrá si Washington acepta esta propuesta o presiona duramente a Europa.

 

Peligrosa geopolítica regional

La decisión de Trump no es arbitraria, sino que refleja la alianza tradicional entre Estados Unidos, Israel y las monarquías del golfo Pérsico.

Para un amplio sector conservador y los denominados neoconservadores, Irán ha sido desde la revolución de 1979 un desafío al poder estadounidense. Igualmente, coinciden con Israel y con Arabia Saudí en ver como un peligro la influencia de Teherán en Líbano (alianza estrecha con la organización político-militar Hezbolá), Siria (presencia de asesores y fuerzas militares), Irak (alianza con la comunidad chií) y Gaza (apoyo a Hamás).

Otra fuente de preocupación es el programa de misiles balísticos de alcance medio (2.000 km) con el que cuenta Teherán. Los negociadores del acuerdo decidieron, sin embargo, dejar estas cuestiones fuera, centrándose en evitar que Irán llegase a contar con armas nucleares.

Aunque este mismo interés es compartido por Israel y las monarquías suní del golfo Pérsico, ya que consideran que no debe permitirse que Irán pueda retomar el programa nuclear militar en 2030, tiene la esperanza no declarada de que mayores sanciones y aislamiento provoquen creciente insatisfacción en la sociedad iraní, revueltas y represión que lleven a una crisis del régimen chií y a su mayor deslegitimación internacional.

En el complejo panorama de múltiples conflictos armados en Oriente Medio, la decisión de Trump puede llevar a que Irán y los países del Golfo desarrollen sus arsenales nucleares, a que Irán fortalezca violentamente su presencia en la región y a que se profundicen las rupturas existentes.

 

La hipocresía franco-británica

Tanto los intentos de preservar el acuerdo, como ahora las protestas de países como Francia y Gran Bretaña, por otra parte, tienen un alto grado de hipocresía y oportunismo. Ambos son poderosos vendedores de armas a Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos (EAU), y tratan de mantener abierto el acceso a los dos mercados (Irán y el Golfo), algo difícil de conciliar. En marzo pasado Amnistía Internacional denunció que Arabia Saudí y los EAU están produciendo un desastre humanitario en Yemen con las armas que compran a Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña, Italia y España, entre otros proveedores.

Los gobiernos europeos tienen ante sí tres opciones: fingir que Estados Unidos tiene un liderazgo que no ya no ejerce por consenso, transformar a la UE en una superpotencia, o dejar que cada país de la Unión haga la política que crea más conveniente. La primera opción la condena a la incertidumbre, y en casos como el iraní a la humillación; la segunda, abre el debate sobre qué tipo de potencia quiere y podría ser, algo difícil de definir entre 27 miembros; la tercera, profundiza la crisis actual, y les da vuelo a los partidos nacionalistas populistas contrarios a ser miembros de la UE.

Mientras estas opciones se van discutiendo dentro de las sociedades europeos, sus gobiernos, y en Bruselas, se empieza a plantear un debate entre los partidarios de que Europa debe seguir adelante sin Washington y los que prefieren esperar a ver si el conjunto de escándalos acaba con el presidente Trump. Difícilmente se encuentre una posición común en el corto plazo.

La decisión de Trump también afecta a la OTAN, contra la que ha disparado su retórica en varias ocasiones, al tiempo que insiste en decir que desde que llegó a la Casa Blanca los europeos contribuyen más a la organización. Esto es falso porque los Estados miembros no pagan a la OTAN, sino que aumentan o disminuyen sus presupuestos de defensa.

El mayor dilema para los miembros europeos de la Alianza Atlántica surgirá si Estados Unidos decide atacar a Irán en el futuro. Aunque fuese un ataque unilateral pondría a los aliados en situación similar a la que ocurrió en 2003, cuando Gran Bretaña y España apoyaron la intervención en Irak. Como entonces, algunos gobiernos europeos podrían ver la oportunidad de cooperar con Washington como forma de estar cerca suyo. Esto podría ocurrir si, como anunció el líder supremo de la República Islámica, los europeos dejan de invertir y comprar petróleo iraní y entonces Teherán retoma su programa nuclear civil y militar sin ningún control ni restricción. Trump ya anunció, para regocijo del Gobierno israelí, que en ese caso habría duras represalias.

Estas divisiones en el atlantismo favorecen a Moscú, que ha ganado la guerra en Siria. En el complejo contexto de Oriente Medio nadie gana todo o nada. Rusia queda mejor situada porque tiene buenas relaciones con Israel, Irán y Turquía (las tres potencias regionales), pero China puede, en el corto plazo, ganar con las sanciones de Estados Unidos, si Europa se ve obligada a implementarlas, ya que se convierte en un socio de primer orden para Irán.  Este país es una de las piezas claves del corredor económico comercial que está creando para conectar Asia con Oriente Medio y Europa. Pero también podría perjudicarle si Washington le presiona para no tener vínculos comerciales con Teherán.

De todas formas, ante el cataclismo diplomático que ha creado Trump, y los dilemas europeos, Rusia y China pueden presentarse, al contrario que Occidente, como socios fiables y predecibles.