Soldado egipcio cerca de la frontera con Libia. (AFP/Getty Images)
Soldado egipcio cerca de la frontera con Libia. (AFP/Getty Images)

Las iniciativas de política exterior de Al Sisi se amplían, pero su política interna está sufriendo algunos reveses.

No ha sido un verano tranquilo para Egipto. Desde el final de Ramadán en los últimos días de julio, el presidente Abdel Fattah al Sisi se ha visto obligado a asumir un papel más proactivo en su política exterior a causa del conflicto de Gaza en la frontera norte de Egipto y de la amenaza de la propagación de la violencia en la vecina Libia.

Egipto parece estar reafirmando su posición en la escena regional tras una acusada ausencia desde el derrocamiento de Hosni Mubarak en 2011. La semana pasada actuó de mediador para conseguir una tregua entre Hamás e Israel, que parece que se está respetando tras el fracaso de varias iniciativas previas de alto el fuego. A pesar de todo, Egipto se ha tenido que enfrentar también a las críticas por la deportación de refugiados palestinos y sirios de vuelta a las zonas de conflicto.

Con anterioridad, en agosto, Egipto tuvo un papel clave, junto a Arabia Saudí, asegurando la reunificación del Alto Consejo Islámico de El Líbano y la elección de un nuevo Gran Muftí, la más alta autoridad religiosa suní en ese país. Las voces críticas señalan que la implicación de El Cairo fue únicamente parte de un intento más ambicioso de eliminar cualquier vestigio de poder de los Hermanos Musulmanes tanto en la esfera nacional como en la regional. Pero según un funcionario gubernamental, Egipto está intentando ahora mediar en un acuerdo para llenar el vacío presidencial en Líbano.

En el sur, Egipto ha iniciado negociaciones con Etiopía y Sudán para examinar aspectos concretos del proyecto de construcción de la Presa del Gran Renacimiento. El Cairo asegura que la presa reduciría su suministro de agua de El Nilo, lo que tendría un impacto negativo en sus campesinos y otros sectores de la industria. Pero las nuevas negociaciones demuestran una voluntad para abordar detalles tecnocráticos con Etiopía.

Al oeste, en Libia, el ministro egipcio de Asuntos Exteriores, Sameh Shoukry, y su homólogo libio, Mohamed Abdelaziz, han anunciado una iniciativa dirigida a desarmar a las milicias enfrentadas y a sentar a la mesa de diálogo a los grupos en conflicto. Si se quiere que obtenga frutos, Egipto debería empezar a considerar el modo de gestionar las acusaciones de que su Ejército ya está presente en Libia.

Aunque puede que Egipto esté listo para el regreso a la escena regional, su política interna parece estar sufriendo más reveses. Los frecuentes cortes de suministro eléctrico y apagones sufridos este verano demuestran la magnitud del desafío al que se enfrenta el Gobierno para gestionar los sempiternos problemas energéticos del país. Los intentos de culpar a los partidarios de Morsi de sabotear la red eléctrica suenan a broma de patio de colegio encaminada a eludir la gravedad del problema que tiene el país con su industria energética.

No obstante, El Cairo está maquinando que podría llegar a un acuerdo que resultara en la venta de gas natural israelí por valor de 60.000 millones de dólares a las plantas de licuefacción egipcias. Los dos yacimientos que Israel tiene en sus costas contienen gas más que suficiente para que este país se asegure el suministro durante décadas, por lo que ahora está buscando modos de exportar sus excedentes. Este acuerdo, delicado desde el punto de vista político y que previamente había sido negado por las autoridades egipcias, resulta ser un irónico intercambio de los papeles que los dos jugaron cuando Egipto abasteció de gas a Israel con el acuerdo de paz de 1973.

El reciente anuncio de Al Sisi de que el Canal de Suez va a ser ampliado representa otro ejemplo de los intentos de Egipto de aliviar sus problemas económicos generando más ingresos. Y pone en evidencia también la tendencia del presidente a recurrir a iniciativas impulsadas por el Estado y puestas en práctica por el Ejército. La vía extra que se añadiría al canal, actualmente de un solo acceso, tendrá un coste estimado de 4.000 millones de dólares y su finalización está programada para finales del año que viene. La mayor parte de los analistas económicos subrayan que Egipto necesita fomentar la inversión extranjera directa, pero este proyecto de alto perfil no estará abierto a la financiación exterior. En su lugar, Al Sisi espera conseguir los fondos necesarios vendiendo bonos a los bancos egipcios y a sus ciudadanos, incluyendo los que viven en el extranjero.

Este intento de lograr financiación llega impulsado por el "Fondo Larga vida a Egipto” del presidente, con el que se ha animado a contribuir tanto a empresarios como a ministros y también a egipcios que viven fuera del país. Al Sisi utilizó el discurso que pronunció en agosto en la inauguración del Proyecto de Desarrollo del Canal de Suez para poner el foco sobre este tema. “Egipto ha sido muy generoso con sus ciudadanos más acomodados. Ustedes tendrán que pagar pase lo que pase, porque su patria les ha dado mucho”, afirmó. Esta advertencia es solo la última de una serie de tensiones entre el presidente y el sector empresarial.

En nombre del desarrollo económico los derechos humanos, una vez más, han quedado en un segundo plano. El espacio de la sociedad civil y de la disidencia en general se está cerrando, tanto en términos reales como legales. La restrictiva ley sobre las ONG, que permitiría al Gobierno cerrar organizaciones y congelar sus activos sin capacidad de apelación, está casi finalizada. Las sentencias y juicios masivos continúan, sin que el poder judicial, descaradamente politizado, les ponga freno. La organización Human Rights Watch emitió en agosto un acusador informe en el que señalaba que los ataques contra los partidarios de los Hermanos Musulmanes en Raba’a durante el mes de agosto del año pasado fueron premeditados. El documento afirmaba que “los asesinatos no solo constituyen serias violaciones del derecho internacional en materia de derechos humanos, sino que probablemente son crímenes contra la humanidad, dada su naturaleza generalizada y sistemática y las evidencias que sugieren que los homicidios formaban parte de una política dirigida a atacar a personas desarmadas con fines políticos".

Mientras sus iniciativas de política exterior se amplían, a pesar incluso de las tensiones internas, Egipto debe trabajar duro para no contemplar sus preocupaciones políticas nacionales a través de la misma óptica basada en la seguridad que aplica en cuestiones de política exterior.