• Forgotten Continent: The Battle for Latin America’s Soul
    (El continente olvidado. La batalla por el alma de América Latina)
    Michael Reid Yale University Press octubre 2007, Londres (R. Unido),
    enero 2008, New Haven, Connecticut (Estados Unidos)

Para gran parte de la izquierda europea, excepto la española, América Latina es el continente perdido. Produce héroes para la izquierda como Allende, Chávez o los sandinistas, y villanos como Pinochet, la Junta Militar argentina o los escuadrones de la muerte guatemaltecos. ¿Cuántas hagiografías hemos leído del Che o, más recientemente, cuántos relatos carentes de toda crítica, sobre Hugo Chávez?

En una ocasión pasé una agitada noche en un avión que me traía de regreso del otro lado del Atlántico absorto en la lectura de las obras periodísticas de Gabriel García Márquez, un brillante analista político y un columnista elocuente. Pero a medida que me acercaba al final de un libro apasionante que había comenzado con sus primeros artículos en los 60, me di cuenta de que le faltaba algo. Un sentido de responsabilidad de sus actos y la consciencia de sí mismo. Prácticamente todos los dramas que padecía la Colombia nativa de Gabo, así como las tragedias de otras naciones latinoamericanas, se achacaban en la obra a Estados Unidos. Ningún latinoamericano tenía ninguna responsabilidad por el subdesarrollo que arrastra la región desde hace tanto tiempo, por la corrupción endémica, el racismo oculto (sobre todo entre los blancos o criollos y los indios) o las políticas personalistas y la importación de inservibles ideologías europeas como el marxismo o el neoliberalismo.

Qué fácil debe de ser esa vida en la que todo lo que no te gusta es culpa de otros, en la distancia. “Pobre México, tan lejos de Dios, pero tan cerca de Estados Unidos” es el gran hito mexicano. Sin embargo, embargo, desde la nacionalización de la industria petrolera en 1938, México controla su destino político y económico. ¿Por qué no han sido capaces sus ciudadanos de acabar con sus sistemas autoritarios y sus economías ineficientes?

Venezuela es el país de la región que goza ahora del favor de la izquierda europea. Pero, ¿por qué en Caracas la gasolina se vende a cinco céntimos el litro? ¿Por qué pasa tanto tiempo el presidente Chávez visitando Teherán para abrazar al homófobo, misógino y antijudío [presidente iraní, Mahmud] Ahmadineyad? ¿Es necesario que describa al mandatario de Zimbabue, Robert Mugabe, como el Simón Bolívar de África, o que visite Minsk y felicite al aislado hombre fuerte de Bielorrusia por sofocar a la oposición?


Europa debería construir mejores lazos con América Latina para lograr que sus países dejen de mirar al Norte y aspiren a avanzar, unidos, hacia la prosperidad


Todo aquel que se atreva a sugerir que los Castro podrían intentar poner en libertad a los periodistas y poetas que se pudren en sus prisiones o que las FARC de Colombia son una banda de narcotraficantes que también trabajan el secuestro, la tortura y la extorsión acaba tachado de lacayo de Estados Unidos. Pero son los habitantes de Latinoamérica, que tan poco han recibido de sus gobernantes, tanto de la derecha como de la izquierda, quienes más deberían preocuparnos.

Por fin ha llegado un libro que aborda con honestidad el subcontinente y examina de forma imparcial sus políticas, su economía y su sociedad. Su autor, Michael Reid, es el responsable de la información sobre las Américas del semanario londinense The Economist. Sin embargo, a juzgar por el estilo y contenido de este libro, que es un útil antídoto contra las biografías partidistas y polémicas, se diría que [el periodista liberal británico] es un laborista o un socialdemócrata reformista.

América Latina tiene los recursos naturales, la gente, la inteligencia y el clima que corresponden a una de las más vastas regiones del planeta. Europa debería construir mejores lazos con ella para lograr que, en lugar de mirar al Norte para dejarse fascinar por un modelo estadounidense que no puede trasplantarse fácilmente, sus países –orgullosos de su historia y su cultura nacionales– aspiren a emular a la Unión Europea y a aprender a avanzar, unidos, hacia la prosperidad. Hay unos cuantos líderes regionales que entienden esto a la perfección, especialmente Cardoso y Lula en Brasil, Lagos y Bachelet en Chile y algunas de las repúblicas centroamericanas, aunque no Nicaragua.

Tony Blair se convirtió en 2001 en el primer jefe de Gobierno británico en visitar la región durante su mandato. Excluyendo el caso español, el resto de los líderes europeos prestan escasa atención a esa zona. Sin embargo, crear lazos entre Europa y Latinoamérica y fomentar entre los latinoamericanos un enfoque más europeo de las cuestiones políticas son puntos que deberían impulsarse. Los políticos y gobernantes de América Latina ven el mundo a través de un telescopio Sur-Norte, cuando deberían estar mirando hacia el Este, a la UE, en busca de inspiración para desmontar las barreras comerciales y fundar una economía social de mercado en la cual la creación de riqueza y la justicia social permitan poner en práctica políticas beneficiosas para todos en lugar de coexistir en constante sospecha y denuncia mutua. Los europeos que quieren conocer la política latinoamericana ya no tienen excusa para mantenerse en la ignorancia, gracias a este importante y oportuno libro.