Es célebre la atribución de Tucídides de la Guerra del Peloponeso al ascenso al poder de Atenas y al temor que eso creó en Esparta. Hace un siglo, el ascenso de Alemania y el miedo que creó en Gran Bretaña contribuyó a provocar la Primera Guerra Mundial. Ahora en algunos círculos ha pasado a convertirse en una creencia establecida el que el ascenso de China, y el temor que eso está creando en Estados Unidos —donde encuestas recientes muestran que el 60 % de la población cree que el país está en declive—, podría condenar el siglo XXI a un destino similar. En palabras del académico John Mearsheimer, el ascenso de China no puede ser pacífico.

FP CUESTIONA MÁS CREENCIAS ESTABLECIDAS

Uno debería mostrarse escéptico respecto a tan funestas predicciones. Los estadounidenses atraviesan ciclos de pesimismo sobre su decadencia aproximadamente cada década, pero eso nos dice más sobre la psicología de EE UU que sobre sus recursos como potencia. No sólo es probable que siga siendo el país más poderoso en la primera mitad de este siglo, sino que a China le queda mucho por recorrer para alcanzarlo en poder militar, económico o blando.

En contraste, Alemania en 1900 ya había sobrepasado a Gran Bretaña en potencia industrial, y el káiser andaba poniendo en práctica una política exterior y militar arriesgada y de orientación global que estaba condenada a provocar un conflicto. Pero China hoy ha centrado sus políticas fundamentalmente en su región y en su propio crecimiento. El modelo económico leninista de mercado de China es atractivo en los países autoritarios, pero el llamado “Consenso de Pekín” tiene el efecto opuesto en la mayoría de las democracias.

E incluso si el PIB de China sobrepasa al de Estados Unidos alrededor del año 2027 (como prevé ahora Goldman Sachs), las dos economías serían equivalentes en tamaño, no iguales en composición. China todavía se enfrentaría a una extendida pobreza rural y a una enorme desigualdad, y va a comenzar a encontrarse con problemas demográficos a causa de los efectos retardados de  su política de hijo único. Además, a medida que los países se desarrollan, hay una tendencia natural a que las tasas de crecimiento se ralenticen. Según mis cálculos, si el crecimiento anual del gigante asiático desciende al 6% y la economía estadounidense crece a un 2% al año después de 2030, China no igualará a Estados Unidos en renta per cápita hasta décadas más tarde. De modo que el Imperio del Centro está muy lejos de plantear a EE UU la clase de desafío que la Alemania del káiser representó para Gran Bretaña en 1900.

Nada de esto quiere decir que se puedan descartar completamente los peligros de un conflicto en Asia, como nos han recordado las recientes disputas de China a propósito de varios archipiélagos en litigio. Pero dados los desafíos globales compartidos, como la estabilidad financiera, los delitos informáticos, la proliferación nuclear y el cambio climático, Pekín y Washington tienen también mucho que ganar de trabajar juntos. Desgraciadamente, las previsiones poco acertadas que fomentan una excesiva arrogancia entre algunos chinos y un innecesario miedo al declive entre algunos estadounidenses podrían dificultar que se garantice este futuro.

El ascenso de todas las potencias no tiene porqué conducir a la guerra —como prueba el pacífico adelantamiento de Estados Unidos a Gran Bretaña a finales del siglo XIX. Así que, recordando el consejo de Tucídides, es importante evitar que precisamente los miedos exagerados acaben siendo los culpables de que se cumpla la profecía. O, parafraseando a Franklin D. Roosevelt, no podemos lograr mayor seguridad para nosotros mismos teniendo miedo al propio miedo.