Las incógnitas después de las urnas.

Manifestantes se congregan en el centro de Moscú para pedir a Vladímir Putin que abandone el poder, 4 de febrero de 2012. KIRILL KUDRYAVTSEV/AFP/Getty Images

En las elecciones presidenciales del 4 de marzo en Rusia la principal incógnita no es el resultado, sino el comportamiento de los distintos sujetos implicados en ellas, tanto candidatos como votantes. Vladímir Putin, el actual primer ministro, ha movilizado todos sus recursos para conseguir la victoria en primera vuelta y las encuestas vaticinan que así será. El candidato favorito podría seguramente vencer de forma honrada a sus cuatro contrincantes, pero la maquinaria política que él mismo ha contribuido a restablecer y consolidar rechaza el mínimo riesgo a la pérdida de control. En la lógica de este sistema (que es la misma en Kazajistán o Bielorrusia), los dirigentes provinciales saben que, si quieren el apoyo del poder central, deben asegurar un resultado satisfactorio al líder, incluso aunque éste les conmine a no inmiscuirse en el proceso electoral.

A estas alturas de la campaña y sobre el telón de fondo de las elecciones legislativas del pasado diciembre, una parte de la sociedad rusa cree que los comicios presidenciales pueden considerarse por anticipado como fraudulentos. El primer ministro ha jugado con ventaja abusiva respecto a sus contrincantes y es una mala señal que las autoridades hayan despreciado o infravalorado la mayoría de las denuncias de irregularidades en los comicios de diciembre. El jefe de la comisión electoral central, Vladímir Chúrov, sigue en su cargo y ni siquiera las cámaras de televisión que han sido instaladas en los más de 95.000 colegios electorales, a razón de dos cámaras por local, puede convencer a los rusos de que su cita con las urnas será tratada con honradez.

Rusia está dividida. Una parte de la población está dispuesta a apoyar a Putin por considerar que este dirigente ha dado estabilidad al país tras los febriles 90 y garantiza la unidad del Estado. También le apoyan por creer que cualquier cambio de líder será a peor. En vísperas de los comicios, los rusos son sometidos a un tratamiento de choque en las televisiones oficiales que denuncian amenazas, ya sea al estilo de la Revolución Naranja de Ucrania en 2004 o de las  recientes revoluciones del norte de África y países árabes. El tema del peligro revolucionario se desarrolla también en relación a la misma historia rusa. Con gran despliegue, la televisión estatal ya ha anunciado el estreno el próximo fin de semana de una serie de dos capítulos dedicada a una tragedia familiar durante la Revolución Bolchevique. Putin recurre a la retórica de la “fortaleza acosada” que fue motivo dominante durante la Guerra Fría, y a las promesas de rearme y modernización para las Fuerzas Armadas.

Sin embargo, una parte de la sociedad se desarrolla ya en unas coordenadas mentales muy diferentes al mensaje de alerta, defensa y sospecha propagado por el primer ministro en las mejores tradiciones del Comité de Seguridad del Estado (KGB), donde él trabajó. Esta parte de la sociedad, que algunos etiquetan como “creativa” o como nueva clase media se ha manifestado en la calle por unas elecciones limpias en Moscú, San Petersburgo y otras ciudades del país. Se trata de un público heterogéneo unido por el denominador común de la dignidad y el respeto propio. Su reacción, en última instancia, es la consecuencia del enroque realizado por Vladímir Putin y Dmitri Medvédev el 24 de septiembre, cuando el actual Presidente anunció que iba a cederle el puesto a su antecesor en el cargo, porque así lo habían decidido ambos. La forma en que Medvédev efectuó este anuncio fue una verdadera provocación, ya que indicaba que el tandem en el poder no respetaba siquiera los rituales de la democracia, por huecos que éstos pudieran ser.

Las fraudulentas prácticas electorales de diciembre fueron la gota que colmó el vaso para muchos ciudadanos hasta entonces indiferentes a la política. El Kremlin ha reaccionado solo en parte y ha elaborado apresuradamente una reforma política cuyo desarrollo está aún por ver. Las leyes de liberalización presentadas por Medvédev a la Duma y aprobadas en primera lectura el 28 de febrero pueden quedar neutralizadas tras las elecciones cuando el Parlamento pase a discutir los detalles en segunda lectura. La reforma puede provocar además problemas suplementarios en la consolidación del sistema de partidos, que estarían tal vez ya superados si Putin y Medvédev no se hubieran dedicado a restringir las libertades. Uno de estos problemas podría ser la proliferación de partidos enanos con un largo camino por recorrer antes de convertirse en sólidos sujetos de la vida política. La ley que simplifica el registro de partidos fomentará la aparición de estos enanos con el agravante de que las pequeñas formaciones no se podrán unir en bloques o coaliciones para participar en las elecciones y, eventualmente, fundirse y consolidarse.

Los observadores se preguntan cómo reaccionará Putin después de los comicios y si se dejará llevar por un instinto vengativo y represor o si impulsará una liberalización. Las respuestas dependen de la percepción del personaje. Hay quien opina que existe un “Putin 2” distinto del que han tenido ocasión de conocer los rusos hasta ahora y hay quien piensa que la capacidad de renovación del líder se ha agotado y que el pensamiento de éste es un residuo arcaico. También hay quien cree que podría vengarse por lo que tiene que soportar ahora.

Rusia es un país heterogéneo y las aspiraciones de la ciudadanía varían de un lugar a otro. Putin conecta con parte de la sociedad, posiblemente con la mayoría, pero no con toda. La socióloga Natalia Zubarévich habla de “cuatro Rusias” diferentes. La primera es la de las “grandes ciudades, que incluye a las 12 urbes con más de un millón de habitantes y donde reside un 21% de la población del país. En esta se concentra la clase media de ciudadanos irritados y  deseosos de un cambio y cerca de 35 millones de usuarios de Internet. Su móvil es, sobre todo, el rechazo moral y la búsqueda de posibilidades de ascenso social. La segunda Rusia son las ciudades  medias de 20.000 a 250.000 habitantes, que conservan la impronta de la industria soviética y donde está aún arraigado el modo de vida de la URSS. Concentra el 25% de la población, que por tener poca movilidad y capacidad competitiva, sufrirá especialmente la crisis económica, si esta llega. Su protesta, si se produce, se concentraría en trabajo y sueldo, pero no en los problemas que preocupan a las clases medias de las grandes ciudades. Las autoridades rusas, según Zubarévich, azuzan a la segunda Rusia contra la primera.

La tercera Rusia es periférica. Se trata de un entorno formado por pueblos, aldeas, pequeñas ciudades y dominado por el calendario agrícola. En él vive un 38% de los rusos. La cuarta Rusia, donde reside menos del 6% de la población, está formada por las repúblicas del Cáucaso del norte y sur de Siberia. Se caracteriza por la lucha de los clanes por el poder, así como contradicciones étnicas y religiosas. Su preocupación principal es recibir transferencias y ayudas del presupuesto federal. Más tarde o más temprano, la primera Rusia acabará por prevalecer, afirma Zubarévich. El problema es cuándo y a qué precio.

 

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