Su adaptabilidad ha convertido a este pequeño país de la Península Arábiga en un interlocutor necesario en la geopolítica actual.

 

 










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Cuando el jeque Hamad de Qatar anunció el año pasado que iba a abdicar en favor de su hijo Tamim, muchos confiaron en que el emirato hubiera comprendido que su intervencionismo imperioso era un error y retirase su apoyo a los movimientos islamistas de la región, incluidos los Hermanos Musulmanes de Egipto. Sin embargo, ha pasado casi un año y no se observa ningún cambio. Tamim continúa aplicando la misma política exterior que su padre, una estrategia que pretende ejercer en todo el mundo árabe una influencia independiente de Arabia Saudí y utilizar una red de grupos islamistas en cuyo centro están los Hermanos egipcios.


Los analistas se equivocaron. Doha sigue siendo un oasis de islamismo en el Golfo y el mundo árabe; un lugar en el que los partidos islamistas pueden reunirse periódicamente e influir en el discurso público a través del brazo mediático panarabista de Qatar, Al Jazeera.


Para comprender los motivos, debemos remontarnos al golpe que realizó en 1995 el padre de Tamim, Hamad, contra el viejo emir. En aquella época, Qatar era poco más que un Estado vasallo de los saudíes que se mecía en los brazos del colonialismo británico. Pero el jeque Hamad y el entonces ministro de Exteriores Hamad ben Jassim vieron las posibilidades que podían ofrecer las vastas reservas de gas natural y la tecnología de licuefacción del país.


Iniciaron una serie de medidas dirigidas a lograr que Qatar fuera importante para el mayor número posible de potencias regionales e internacionales: invitaron a Estados Unidos a hacer pleno uso de la base aérea de Al Udeid; permitieron que los israelíes abrieran una oficina comercial; ofrecieron a varios personajes árabes y musulmanes, opositores en sus respectivos países, margen para actuar en Doha; intentaron llevar a cabo una ambiciosa expansión en los medios de comunicación a través de Al Jazeera y la Qatar Foundation. El objetivo: garantizar la seguridad y proyectar poder blando en una región llena de potencias enfrentadas como Arabia Saudí, Irán e Irak.


El régimen de 1995 elaboró una imagen de Qatar como motor de un nuevo renacimiento árabe. Imagen que se reflejó en los medios, la educación, las artes, la economía e incluso la política y presentó al Emir como una especie de Harún al Rashid de nuestros días. El increíble desarrollo urbanístico de Doha es tal que no es absurdo pensar que, en un futuro próximo, los turistas culturales puedan visitar la ciudad solo para ver la arquitectura de autores como Zaha Hadid, I. M. Pei y Norman Foster, así como las espectaculares obras de artistas como Damien Hirst.


Un elemento fundamental del pensamiento de Qatar era que los movimientos englobados bajo el nombre de islam político, con organizaciones como ...