He aquí las tres premisas falsas que impiden una amistad entre EE UU, la UE y Asia. ¿Se pueden romper?

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Las relaciones transpacíficas y transatlánticas son absolutamente complementarias por la interdependencia comercial de los países que las protagonizan, por la participación de todos ellos en los grandes problemas del planeta (por ejemplo, China, Estados Unidos y Europa son los campeones en la emisión de gases invernadero) y porque se necesita la implicación directa de países del Pacífico y del Atlántico para que las instituciones internacionales los afronten como es debido (ocupan cuatro de los sillones permanentes del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas). Los vínculos son tan transversales (la presencia comercial de la Unión Europea en el Pacífico es inmensa como lo es la de Estados Unidos en los países árabes del Mediterráneo) que podemos considerarlas dos caras de una misma moneda.

Un ejemplo que ayuda a contemplar de una forma más visual esta realidad es el solapamiento de los acuerdos de libre comercio negociados o firmados por la UE y EE UU con países bañados por el Pacífico. De los doce miembros de la Trans-Pacific Partnership liderada por Washington, nueve, Estados Unidos incluido, han negociado en los últimos años un acuerdo de libre comercio con la Unión Europea.

Pero si todo esto resulta tan obvio, se preguntará el lector, ¿por qué las relaciones transpacíficas y transatlánticas se tratan públicamente como si se excluyeran entre sí? En mi opinión, porque existen tres premisas falsas que suelen asumirse en el debate público de estas cuestiones.

La primera es que cuando nos referimos a que Estados Unidos pivota hacia el Pacífico, colegimos que desatiende el Atlántico y que, por eso mismo, la Unión Europea está perdiendo poco a poco a su más formidable aliado. El hecho, sin embargo, es que el pívot estadounidense, hasta ahora, posee un cariz fundamentalmente militar, que se han multiplicado gestos y declaraciones por parte de la Casa Blanca que califican a Europa como su aliado preferente y que nos encontramos, por primera vez, ante unas negociaciones que pueden catapultar la integración comercial y ensanchar, aún más, los intereses compartidos de Washington y Bruselas. Es cierto que la presencia de tropas americanas en el Viejo Continente se va a reducir en 11.000 soldados, pero también lo es que quedarán 70.000 y que se habían venido desplomando sin sembrar el actual revuelo desde la guerra fría, cuando las botas sobre el terreno alcanzaron las 270.000.

La segunda premisa falsa interpreta que el ascenso de China implica el declive automático de Estados Unidos y la irrelevancia de una Europa sin liderazgo, lo que se traduciría en la devaluación de las relaciones transatlánticas. Este punto de vista subestima los desafíos del gigante asiático, que tan bien refleja la realidad estadística de que sólo 13 de los 101 países que poseían ingresos medios en 1960 habían alcanzado los ingresos altos en 2008. También menosprecia la resistencia del tejido productivo de EE UU y la representatividad de sus instituciones, que permitieron que Washington superase unas crisis del petróleo que reventaron los pilares de la Unión Soviética. Este punto de vista también pasa por alto que cada terremoto sufrido por la UE desde su fundación ha acabado fortaleciendo su liderazgo internacional y que, a tenor de la integración bancaria en ciernes, esto es lo que va a volver a suceder.

La tercera premisa falsa tiene que ver con la exageración de la división del mundo prácticamente en dos hemisferios nuevos y por supuesto desconectados: el del Pacífico (construido sobre las relaciones América-Este Asiático) y el del Atlántico (construido sobre las relaciones entre Estados Unidos, Europa y Oriente Medio). Es una metodología útil cuando se estudian las interacciones de los países vecinos dentro de una misma región, pero profundamente errónea cuando se emplea para analizar un mundo interdependiente y globalizado. Además, se excluyen realidades sin las que resulta imposible comprender nuestro tiempo entre las que destacan la emergencia de cuatro de los cinco BRICS (Brasil, Rusia, India y Sudáfrica), el crecimiento africano y la lucha por sus recursos, el Océano Índico, por el que pasan más de la mitad de los combustibles fósiles del mundo, la competencia geopolítica entre China e India, el impacto de un gigante petrolero como Venezuela o dos cuellos de botella de envergadura mundial como el Estrecho de Ormuz y Bab el Mandeb.

 

 

 

 

 

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