Miembro del Estado Islámico junto a la bandera negra de la organización yihadista en lo alto de una colina en el este de la ciudad de Kobane, en el norte de Siria y muy próxima a la frontera con Turquía. Aris Messinis/AFP/Getty Images
Miembro del Estado Islámico junto a la bandera negra de la organización yihadista en lo alto de una colina en el este de la ciudad de Kobane, en el norte de Siria y muy próxima a la frontera con Turquía. Aris Messinis/AFP/Getty Images

Un repaso a las estrategias, miedos y capacidades de maniobra de los actores involucrados directamente en la actual ofensiva yihadista en el norte de Siria.

 

Estado Islámico: los ‘yihadistas’ contra el laicismo nacionalista kurdo

Si la ciudad de Kobane finalmente cae, la posición del Estado Islámico tanto en Siria como en Irak se fortalecería. No solo porque habría quebrado la espalda a la fiera resistencia kurda, sino porque también habría demostrado que es capaz de avanzar militarmente pese a los bombardeos liderados por Washington.

Con la toma de Kobane, la organización yihadista controlaría un territorio de unos 725 kilómetros que se extendería desde la frontera siria con Turquía hasta las puertas de Bagdad. Así, con la conquista territorial dejaría claro por la vía de los hechos (criminales) que su organización ya es líder entre las yihadistas y que eso del califato no es un espejismo oriental.

Pero lo que está en juego no solamente es el territorio sirio -más concreto: el desmantelamiento de la autonomía kurda en el norte de Siria y el hacerse con una gran porción de terreno frente a la frontera turca- sino también la propia imagen del EI.

El poderío del Estado Islámico se debe en gran parte a la imagen de unas milicias despiadadas que siembran el miedo y el terror. Si consiguen lo que desean -coronar la toma de Kobane con una masacre cuánto más sangrienta mejor- su reino del miedo podrá seguir triunfando en la guerra psicológica.

Además, el enclave es de gran importancia ideológica para el EI. La localidad, fronteriza con Turquía, fue la primera ciudad en la que las tropas del régimen de Damasco fueron expulsadas por los kurdos antes de crear una gobierno autónomo en julio de 2012, ahora en peligro. Y esta autonomía se basa en algo fundamental a lo que los yihadistas temen: laicismo nacionalista kurdo. La marea negra del EI desea llevar una teocracia a dos países clave en Oriente Medio y su lucha contra los kurdos en Kobane es una batalla contra lo que consideran un veneno para su proyecto: la separación entre religión y Gobierno/ Estado.

En la guerra asimétrica que tiene lugar en Kobane los yihadistas ya se han hecho con unos 350 pueblos cercanos a la localidad antes de cercarla. Cuentan con armamento pesado y miles de entregados guerreros que de forma enfebrecida no temen a la muerte puesto que morir matando les asegura -según su sui generis interpretación salafista del Corán- un puesto en el paraíso. Pero frente a ellos han encontrado una resistencia temible e inusitada: o vencer o morir, esa es la divisa entre los kurdos.

 

Los kurdos sirios: resistir por el sueño de un futuro Kurdistán

Son sin duda los más afectados por la crisis y posible masacre. Fueron los primeros en utilizar la guerra civil en el país de mayoría árabe para crear una autonomía propia que llaman Rojava.

La administración autónoma kurda en Rojava está formada por tres provincias -Kobani, Afrin, también en Alepo y Yazira, en la provincia de Al Hasaka- en la que la primera es la pieza fundamental puesto que las une.

Quién se haga con Kobane desmantelará el gobierno autónomo del oeste del Kurdistán. Por eso los kurdos sirios resisten tanto a la desesperada contra el Estado Islámico como al deseo de Ankara de crear una zona tampón: quieren ser ellos mismos quienes decidan el sino de su región.

Pero Kobane es mucho más que eso: la ciudad sitiada ya se ha convertido en un símbolo de la resistencia kurda. Si resiste, el sueño de un Kurdistán en un futuro no parecería tan lejano. También evitaría tentaciones futuras por parte del régimen de Bashar al Assad como del Ejército iraquí o la misma Turquía de destruir las autonomías kurdas en Siria o Irak.

 

Los kurdos turcos: los recelos por una Turquía inactiva

Los kurdos en Turquía ven a Ankara -a las líneas políticas seguidas en Exteriores en los últimos años- como responsable en gran parte de lo que está pasando en Kobane, y por extensión en Irak y Siria. Los disturbios provocados entre prokurdos y nacionalistas e islamistas en la segunda semana de octubre ya suman 40 muertos y demuestran qué cerca está el proceso de paz entablado por Ankara con la organización armada Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) de hacer aguas.

Las desafortunadas palabras del ahora presidente Recep T. Erdogan -“Kobane está a punto de caer”, el martes 7 de octubre- precedieron a la ola de mayores disturbios en el sureste turco en mucho tiempo. En la ciudad de Diyarbakir, la capital oficiosa del Kurdistán turco, y seis provincias turcas fue inmediatamente instaurado el toque de queda, algo que no se conocía desde el cruento golpe de Estado militar en 1980.

Todo ello demuestra que la evidente pacificación conseguida por el Gobierno de Erdogan en los dos últimos años puede ser muy frágil. A pesar de los denostados esfuerzos de Turquía de acoger desplazados del conflicto de la región de Kobane -ya son 300.000 los refugiados procedentes de esa zona según el recuento oficial- es opinión generalizada entre los kurdos turcos que Ankara desea desmantelar la zona autónoma en el país vecino puesto que el mayor peligro para Erdogan y el nuevo primer ministro, Ahmed Davutoglu, no es tanto el EI sino el PKK. Que cinco naciones (árabes) de mayoría suní (Arabia Saudí, Jordania, Bahréin, Catar y los Emiratos Árabes Unidos) se impliquen en bombardeos contra posiciones del Estado Islámico mientras que Turquía se mantiene inactiva despierta algo más que recelos entre los kurdos turcos.

 

Turquía: encucijada de intereses

Tantos los kurdos sirios como de otro origen como el enviado especial de las Naciones Unidas para Siria han reclamado a Turquía establecer un corredor para que las milicias kurdas puedan suministrarse con armas y munición. Pero Ankara sigue haciendo oídos sordos con el argumento de que hacer algo así sería dar más vida a una organización, la Unidad de Protección Popular (YPG), hermana del PKK. Es decir, las armas y municiones facilitadas podrían ser utilizadas después contra Turquía.

Tener a un grupo extremista suní como la EI a las puertas, intentando ocupar una gran parte de la frontera con Turquía y cuya meta es relanzar un califato tomando el relevo de Estambul -el último feneció con el nacimiento de la república en los años veinte- no parece despertar demasiadas alarmas en el Gobierno de Davutoglu, simpatizante de organizaciones como los Hermanos Musulmanes y Hamas, así como célebre arquitecto de una política exterior que desea(ba) fortalecer mayorías suníes en países de influencia otomana.

Ankara está haciendo difíciles malabarismos sobre un delicado alambre. Desea una zona de seguridad -en román paladino: ocupar Kobane con tropas turcas y debilitar así en todo lo posible la zona de autonomía kurda-, pero sabe que es mejor no realizar una incursión militar en el país vecino en solitario. Decida lo que decida, Ankara arriesga mucho.

Es una encrucijada de intereses de la que difícilmente se puede salir bien. Si no hace nada, Ankara será condenada por kurdos de toda procedencia y condición y el proceso de una salida negociada al contencioso kurdo en Turquía, que Ankara lleva negociando dos años con el PKK, se hundiría sin posibilidad de rescate.

Si ocupa parte del país vecino, su decisión será tomada como una invasión por parte de Damasco, Teherán y probablemente Moscú, amén de que esto provocaría la ira del Estado Islámico y el rechazo del PKK. Ambas organizaciones armadas ya han avisado del riesgo de atentados en suelo turco si Ankara toma el paso, y aparte Damasco ha advertido que su territorialidad sería violada en el caso turco (que no en el de la Coalición que bombardea posiciones del EI constantemente en suelo sirio y de la cual Damasco no dice nada).

Dicho lo anterior, no es ningún secreto que Ankara lo que realmente desea no es tanto debilitar al Estado Islámico, tal como quiere la Coalición liderada por Washington y países árabes de mayoría suní, como derrocar al régimen de Damasco. Ankara está intentado forzar una situación bélica en la que diversos países se vean implicados en la guerra civil en el país vecino y tengan como meta sobre todo acabar con los Assad.

Recientemente, el ministro de Exteriores turco, Mevlüt Cavusoglu, expresó el rechazo turco a los bombardeos para detener al EI así: “Matar a los mosquitos uno a uno no es la estrategia adecuada. Debemos erradicar las causas de raíz de esta situación… se trata obviamente del régimen del [presidente Al] Assad en Siria”.

Ankara aboga, una vez caído el régimen de Assad, por la instauración de una democracia multipartidista en el país vecino. De ese modo, se lograría la supremacía de la mayoría árabe-suní, que conforma un 60% de la población siria.

 

Estados Unidos: elegir entre malas opciones

Ankara busca que Washington acceda a crear una zona de exclusión área que defienda su anhelada “zona de seguridad” en territorio sirio, algo a lo que Estados Unidos se opone vehementemente. Porque es bien consciente de que ello sería considerado una invasión por el régimen de Damasco, que mantiene una de las mejores defensas antiaéreas en Oriente Medio.

También Egipto, Catar, Arabia Saudí y otros países árabes están haciendo llamamientos para que Estados Unidos muestre más músculo bélico. Pero después de las debacles en Irak y Afganistán, la posible entrada de Washington en el infierno sirio resultaría para cualquier gobierno una sentencia de muerte de cara a la opinión pública estadounidense.

Así que la Administración Obama bombardea insistentemente posiciones del EI en Siria, sabiendo perfectamente que solo tropas terrestres pueden hacer realmente mella al pseudo Califato postmoderno de EI.

Pero el siguiente paso al que parece que está obligado Washington puede ser uno hacia el abismo. Porque, si decide la necesidad de tropas terrestres en Siria, solo puede hacerlo con el permiso o no de Bachar Al Assad -y ambas posibilidades son igualmente nefastas, algo de lo que Obama es consciente.

Así las cosas, Washington intenta minimizar en lo posible los daños y tantea diferentes posibilidades. Una de ellas, ya respaldada por Ankara, es apoyar el entrenamiento de grupos opositores moderados en Siria. Otra es asegurarse el poder lanzando bombardeos desde la base de Incirlik, en el sur de Turquía, para así poder manejar mejor la campaña de ataques aéreos.

Hasta ahora la creación por Washington de la Coalición que lanza toneladas de explosivos sobre las posiciones de EI desde hace semanas ha sido el mejor acierto de Obama, puesto que demuestra que también países árabes y de mayoría suní desean detener el avance de la marea negra.

 

Siria (el régimen de Damasco): una postura táctica

Tan inexorable ha sido el avance del EI en los últimos meses, que es fácil olvidarse que el régimen de Al Assad sigue combatiendo a las fuerzas opositoras en Siria. La Guerra Civil en este país ya tiene cuatro años y lejos quedan las ilusiones de una “primavera árabe” para la república desde la irrupción del duro invierno islamista. El apoyo de Al Assad a los bombardeos de la Coalición es tácito: a Damasco no le conviene que la EI, con la conquista del enclave kurdo en el norte del país, pueda unir sus posiciones desde la provincia de Alepo hasta el cuartel general en Raqqa, en el Este.

Ahora bien, la deseada zona tampón de Ankara es una seria amenaza para Damasco. Pero Al Assad es consciente de que si no ha caído en cuatro años de cruenta guerra civil ha sido sobre todo por el apoyo con el que ha contado por parte de Teherán, Moscú y Hezbolá.

Mientras la honda división en tres zonas étnica-religiosas (kurdos, suníes y chiíes) parece ya difícil de ser revocada y amplias zonas del país reflejan un paisaje desolador debido a los enfrentamientos, a Siria parece que todavía le queda por vivir lo peor si realmente la zona de seguridad deseada por Turquía recibe la luz verde por parte de Washington. Irán y Rusia ya han avisado que no es buena idea.

 

Irak (el régimen de Bagdad): el descontento de los árabes suníes

La desbandada del Ejército iraquí en Mosul, norte de Irak, cuando los yihadistas se acercaba es otra prueba más de la debilidad intrínseca del régimen de Bagdad. Fue otro reflejo más de cómo la victoria militar sobre el régimen de Sadam Hussein no trajo -ni de lejos- la consolidación política.

Es ese mismo Ejército huido, al que el EI tanto agradece su poderoso arsenal actual, el que ahora debería tener la misión de impedir que los yihadistas lleguen a Bagdad. Pero es que ni siquiera la lealtad de las tropas al nuevo Gobierno está garantizada.

Pero el problema de fondo no es la lealtad del Ejército iraquí, es otro. El entonces ministro de Exteriores turco -ahora primer ministro- Ahmet Davutoglu lo expresó así hace varios meses: “Una estructura como el EI puede ser visto como una estructura radical o terrorista. Pero entre sus miembros hay turcos, árabes y kurdos. La insatisfacción que ya existía previamente en la zona ha generado una amplia reacción de rabia. Si los árabes suníes no hubieran sido excluidos en Irak, las provincias de Mosul y Ambar no serían insurgentes ahora”.