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Daesh basa su nueva estrategia de comunicación y propaganda en legiones de seguidores anónimos que buscan la continuidad del mensaje yihadista a pesar de su derrota en el campo de batalla.

La naturaleza del Estado Islámico se ha estructurado desde el principio de su actividad en base a una suerte de trinidad abyecta compuesta por su vis de organización terrorista, la creación de un protoestado califal y su decidida apuesta por una efectiva maquinaria propagandística.

Son tres caras independientes pero indivisibles, pues el devenir de cualquiera de ellas ha marcado inexorable el futuro de las otras. Ha sido la segunda, el sorprendente Califato yihadista que en 2015 ocupó una superficie mayor que Gran Bretaña a caballo entre Siria e Irak, la que finalmente ha sucumbido primero. Pero cabe preguntarse, ¿ha sido éste el verdadero final del triunfal Califato proclamado por Abu Bakr al Baghdadi hace sólo tres años y medio? Si entendemos su razón de ser como un territorio unificado, podemos pensar que sí, pues ya sólo quedan algunos grupúsculos dispersos en el desierto sirio. El propio Gobierno iraquí declaró hace poco más de un mes que el país ya estaba libre de Daesh. Sin embargo, los más escépticos, o quizás los mejor informados, argumentarán con sentido que la negra bandera de los yihadistas sigue enarbolada en algunas de sus wilayat (provincias), y según qué casos, con preocupante éxito, como en el Sinaí o Afganistán.

En cualquier caso, la suerte del Califato ha marcado, indudablemente, la actividad de sus otras dos caras, también la mediática. No hace tanto tiempo que la factura de los contenidos audiovisuales generados por los yihadistas asombró al mundo por su calidad y narrativa. De hecho, gran parte del éxito de Daesh como marca universal del terror se ha basado, precisamente, en la coherencia y profesionalización de sus creaciones propagandísticas. No obstante, resultaba lógico pensar que la progresiva caída de sus bastiones en Oriente Medio, donde también se ubicaban sus centros de producción mediática, supondría un descenso tanto de la producción como de la calidad de ésta.

Hoy día, con las tierras califales prácticamente perdidas, con la mayoría de su equipo técnico profesional destruido o incautado y con la muerte de sus responsables (la del portavoz e ideólogo de la estrategia de comunicación, Abu Mohamed al Adnani, en agosto de 2016 marcó un antes y un después) la estrategia de comunicación y propaganda se ha visto obligada a evolucionar de un modelo, por así decirlo, de corte más convencional, a otro más propio de la insurgencia clandestina. Y, como todo lo que lleva el ADN del Estado Islámico, lo ha hecho con extrema versatilidad aun en la adversidad. “No sólo la muerte de Al Adnani, sino también las de Abu Muhammad al Furqan y Abu Harith al Lami afectaron a la producción de contenidos; lo que realmente ha supuesto un duro golpe para la marca ISIS ha sido la desaparición de los operadores”, añade Charlie Winter, del Centro Internacional de Estudios sobre Radicalización y Violencia.

La producción oficial de contenidos Daesh se ha reducido en un 90% respecto a los días dorados de 2015, cuando la organización parecía invencible y omnipresente. Aun así, lejos de desaparecer, sigue siendo muy notable e incluso se encuentra en un proceso de reconversión estratégica. En un reciente análisis sobre la nueva propaganda de Daesh, Winter y la analista Jude Parker, dividen la nueva estrategia en cuatro partes: producción no oficial de contenidos, proselitismo ideológico, difusión y mantenimiento de contenidos ya publicados y ayuda logística.

El peso actual de la producción, que antes recaía en su práctica totalidad sobre los profesionales que, con mayor o menor voluntad, engrosaban sus notables estructuras de comunicación, ahora se ha trasladado a sus simpatizantes de todo el mundo a través de la estrategia de distribución habitual de Daesh y demás grupos yihadistas modernos. Esto es, principalmente, por los canales (nashir) de Telegram o el creciente uso de otras aplicaciones de mensajería instantánea ultraencriptada como Wickr. Antes se suministraban los contenidos oficiales, ahora se dan las directrices de lo que debe ser la estrategia y sirven como punto de subida de contenidos elaborados no oficiales.

Los responsables de esta nueva producción son los llamados munasirun (un término que puede interpretarse como ‘partidarios’ o ‘seguidores’), y no son individuos que sean o hayan sido miembros de facto de la organización, sino meros afines a la misma. Según Winter, “las redes munasirun son más importantes que nunca. Sin ellos, el brazo mediático del Estado Islámico habría sido silenciado hace mucho tiempo. En cualquier caso, con este cambio de estrategia no hay duda de que la marca ISIS ha sufrido”.

Por su parte, el periodista especializado y escritor Brendan I. Koerner, explica que “tener figuras de perfil bajo en sus medios y la producción de contenidos no es nuevo para el Estado Islámico. Es evidente que la producción ha disminuido, aunque creo que es notable lo que todavía producen dadas sus importantes pérdidas territoriales”.

A pesar de que los nuevos contenidos ya no tienen ni la calidad ni tan siquiera el sello oficial del Estado Islámico, sí existen patrones que evidencian un seguimiento de una estrategia superior, lo que sugiere que sí hay cierta supervisión desde Daesh a través del entramado yihadista 2.0 que se conoce como cibercalifato. Uno de los temas más recurrentes es el proselitismo ideológico. La idea que se repite continuamente desde foros y canales yihadistas es que Daesh sigue siendo tan fuerte y poderoso como antes, a pesar de la pérdida de territorio y gracias a ser fiel al buen camino de Alá. “Están ajustando su estrategia mediática para enfatizar que la organización no está en peligro, y algún día regresará al poder para crear un Estado Islámico cohesionado”, señala Koerner.

Se encuentran cada vez más tutoriales y manuales en redes sociales y foros donde se comparten textos, testimonios y materiales de corte salafista radical que, curiosamente, no entran de manera deliberada en el mensaje estricto de la yihad interpretada por los yihadistas. Es decir, se desarrolla una creciente batería de mensajes de proselitismo salafista radical que, al no abordar explícitamente el terrorismo, puede entenderse incluso como un discurso legítimo. Dentro del amplio abanico de mensajes con la firma Daesh, siempre han tenido un peso específico los contenidos de esta índole ya que se trata de una de las formas más efectivas de acercamiento a posibles afines a la causa. En otras palabras, los terroristas saben que el salafismo radical (por encima del salafismo básico, del que se diferencia porque aquél sí justifica la yihad interpretada por los yihadistas) es la puerta de entrada a la lucha yihadista y difundir estos mensajes es una de las maneras de adoctrinamiento más efectivas. Como botón de muestra, resulta particularmente interesante que en esos contenidos se le dedica multitud de desprecios y descalificaciones a los chiíes y a la propia organización terrorista, Al Qaeda.

Por otra parte, dentro de sus cometidos, se ha detectado una actividad propagandística hasta ahora casi inédita. Hoy día resulta, sumamente, inusitado encontrar contenidos con la marca Daesh que no tengan cierta antigüedad. La nueva estrategia ejecutada por los munasirun se encarga, también, de suministrar y difundir vídeos grabados en los últimos años o número atrasados de las revistas Dabiq o Rumiyah, entre otros contenidos. En los tiempos en los que la maquinaria de comunicación funcionaba de forma incesante, esta suerte de archiveros era casi residual. Ahora, por el contrario, son fundamentales para mantener vivo su legado.

A pesar de todo, el adoctrinamiento y el reclutamiento de voluntarios siguen vigentes, aunque con matices. Ahora los terroristas no invitan a viajar a Siria e Irak con la misma alegría que en años anteriores. Por el contrario, animan a marchar hacia sus wilayat o a atentar en los países de residencia de sus afines.

En cuanto al aspecto más prosaico de la ayuda logística y de información, mientras que el contenido no ha cambiado mucho estos años (guías del buen terrorista, planes de entrenamiento físico y con armas, cómo elaborar armas y explosivos para atentar, etc.), los simpatizantes también se han responsabilizado de su elaboración y difusión. Incluso existen usuarios que hacen de auténticos cicerones tanto con recomendaciones para atentar como facilitando instrucciones para la difusión de contenidos propios.

El uso de herramientas digitales sigue siendo frenético (en especial las ya mencionadas de mensajería instantánea), pero ahora resultan ser mucho más restrictivas. Cada vez es más complicado para investigadores, periodistas, agentes de seguridad o meros curiosos el acceso a canales, chats o foros de corte radical. Esta dificultad también se ha detectado en los canales yihadistas de la Deep Web (Internet Profunda), donde no hace mucho cualquiera podía unirse.

Sigue funcionando y optimizándose, basándose en las TIC más novedosas, el Califato virtual, ahora huérfano del territorial. Las redes de comunicación y logísticas de Daesh están operativas y tienen como fin último mantener unidos, aunque sea virtualmente, a todos los afines de los cinco continentes. Esa infraestructura digital facilita la comunicación entre miembros, el intercambio de información e incluso la financiación.

Este nuevo panorama obliga, pues, a una revisión de la estrategia contraterrorista global, más allá de la victoria fáctica en los campos de batalla y las medidas antiterroristas. Y es que, más que una evolución voluntaria del modelo, el Califato virtual ha mutado, por necesidad, en un intangible enemigo global con capacidad para inspirar ataques y sumar a sus filas a millares de simpatizantes.