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Un hombre trabajando en la construcción de la vía que conecta Etiopía y Yibuti. CARL DE SOUZA/AFP/Getty Images

Un repaso a los megaproyectos que podrían transformar el continente por completo, poniendo fin al histórico déficit de infraestructuras que sufre África.

En 2010, los economistas coincidían en que el déficit de infraestructuras reducía el crecimiento económico del continente africano un 2% anualmente. Por aquel entonces, el diagnóstico era devastador: apenas el 34% de la población tenía accesos viales adecuados, el 70% carecía de electricidad de forma regular, la penetración de Internet era de solo el 6% y las tierras irrigadas no alcanzaban el 6% del total.

La Unión Africana, la Nueva Alianza para el Desarrollo de África (Nepad, por sus siglas en inglés) y el Banco de Desarrollo Africano pusieron en marcha en julio de aquel año el Programa de Desarrollo de las Infraestructuras en África (PIDA, en inglés) con el objetivo de cerrar en 30 años la brecha de desarrollo del continente. Hasta 2040, la inversión debería alcanzar los 360.000 millones de dólares.

Infografia—Plan-Pida-Africa—v3_DEFCinco años después, los datos macroeconómicos mostraban una importante aunque insuficiente mejora. El porcentaje de población sin electricidad seguían siendo del 62%, la penetración de Internet sólo había mejorado en cuatro puntos y el 75% de las carreteras del continente continuaban sin estar pavimentadas. Esto unido al incremento de las necesidades básicas derivadas del boom poblacional que están registrando muchos países africanos, con un aumento estimado de la demanda energética de 125 gigavatios en 2010 a 700 en 2040, no han hecho más que multiplicar las necesidades de inversión en África: según el último informe de la Global Infrastructure Hub, el continente requiere una inversión adicional de 1 billón de dólares a lo largo de los próximos 22 años para mantener el ritmo de crecimiento y paliar el déficit histórico en infraestructuras. De este billón extra, 415.000 millones son necesarios antes de 2030 para alcanzar los objetivos de desarrollo sostenible marcados por la ONU.

Históricamente, la falta de infraestructuras ha lastrado la productividad y elevado los costes de producción en el continente, lo que a larga ha afectado la puesta en marcha de políticas de desarrollo social. El plan PIDE pasa por instalar, antes de 2040, 37.200 kilómetros de autopistas, 30.200 de vías férreas y 16.500 de líneas eléctricas, así como generar 54.150 megavatios de electricidad a través de centrales hidroeléctricas y aumentar la capacidad de los puertos africanos en 1.300 millones de toneladas con una única meta: que la falta de infraestructuras deje de ser un freno para el futuro del continente.

Estos cuatro proyectos, uno por cada eje diseñado en el programa PIDE, van a transformar África por completo:

 

Transporte: Red de carreteras transafricanas

El tráfico rodado en el continente va a multiplicar su volumen hasta ocho veces su tamaño actual y el portuario, según las mismas proyecciones de la ONU, pasarán de los 265 millones de toneladas de 2009 a 2.000 millones en 2040. Mejorar un sistema de transporte que es “deficiente en términos cualitativos y cuantitativos” es imprescindible: los costes de transporte en África están entre los más altos del mundo, lo que dificulta su competitividad internacional, especialmente para los Estados sin salida al mar en los cuales el traslado llega a encarecer el coste de sus mercancías hasta un 77%. Basta un ejemplo: llevar un vehículo desde Japón a Costa de Marfil cuesta alrededor de 1.500 dólares, mientras que hacerlo entre este país de África occidental y Etiopía supone un gasto de 5.000 dólares.

Completar la Red de carreteras transafricanas, conformada por nueve corredores de alta capacidad que vertebren el continente de norte a sur y de este a oeste a lo largo de casi 60.000 kilómetros, es la gran apuesta para la movilidad transnacional. Diseñada a principios de los 70 por la United Nations Economic Commission for Africa (UNECA, por sus siglas en inglés), el proyecto incluye cuatro tramos transversales: 9.610 kilómetros de Trípoli a Ciudad del Cabo, 8.860 desde El Cairo a la ciudad surafricana, 8.636 desde la capital egipcia a Dakar y 6.260 entre Lagos y Mombassa. A estos, hay que añadir los corredores regionales, como los enlaces entre Argelia y Nigeria, Chad y Yibuti, Angola y Mozambique o Senegal-Nigeria.

Infografia—Plan-Pida-Africa—2—v5-DEFHasta la fecha, solo se pueden dar por listos los 4.500 kilómetros de la Carretera transaheliana entre Dakar y N’Djamena, en Chad. Hay otros tramos locales ya abiertos, pero gran parte todavía no ha sido siquiera definidos por falta de fondos, inestabilidad en países como Libia o República Democrática del Congo (RDC) o a causa del propio cambio climático que ha obligado a rediseñar algunos recorridos. Hay secciones del corredor ya inauguradas que han resultado dañadas por la guerra y los desastres naturales, por lo que tienen que ser reconstruidas.

“El desarrollo en África depende de una paradoja enloquecedora: su mayor activo, el gran tamaño y la diversidad de su paisaje, es también la mayor barrera para su desarrollo”, resume en su último trabajo el investigador del South African Institute for International Affairs Cobus van Stade.

La Red de carreteras transafricanas cuenta con una hermana gemela ferroviaria fundamental para rebajar el coste del transporte de mercancías, que según un estudio de la consultora KPMG es como mínimo un 50% más caro que en otras regiones del mundo a causa de la falta de infraestructuras. Pero su ejecución es todavía más compleja: es preciso modernizar las vías construidas durante los periodos coloniales y adaptarlas al ancho de vía convencional, así como desarrollar los tramos de conexión inexistentes, con distancias de hasta 4.000 kilómetros.

China es la gran instigadora de este proyecto enmarcado en su nueva Ruta de la Seda. Hasta la fecha ha financiado la recientemente inaugurada conexión entre Etiopía y Yibuti, donde cuenta con su primera base militar en territorio extranjero, con una inversión de más de 4.000 millones de dólares para conectar en menos de 12 horas –por los tres días que lleva hacerlo por carretera– ambos países, así como el remozado tren entre Nairobi y Mombassa, primera parte de un ambicioso proyecto de más de 13.000 millones de presupuesto para recuperar las líneas ferroviarias de África del Este entre Kenia, Uganda, Ruanda, Sudán del Sur y Etiopía.

Su última gran iniciativa, para la que ha desbancado al consorcio franco-canadiense, es la modernización del tramo entre Dakar y Senegal, con una inversión estimada 2.200 millones de dólares. 1.228 kilómetros que estarán listos en 2022.

 

SACS, el cable submarino para conectar África con América

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Niños kenianos utilizando una tablet en Nairobi. SIMON MAINA/AFP/Getty Images

Aunque cuantitativamente es el que requiera menor inversión, las tecnologías de la información (ICT por sus siglas en inglés) son una herramienta clave, según el programa PIDE, “para dar forma al futuro” y alcanzar los índices de desarrollo necesarios para el continente. Es por ello que se constituyó el NEPAD e-Africa Programme con el objetivo de armonizar las políticas e impulsar las infraestructuras imprescindibles para el sector.

El lanzamiento, en diciembre de 2007, del primer satélite panafricano de la Regional African Satellite Communications Organization (RASCOM) permitió el desenvolvimiento primigenio de las tecnologías de la información en el continente, ahora consolidado gracias a la red de cables submarinos.

Estos puentes digitales, como el West Africa Cable System que conecta una docena de países a través de una red de más de 14.000 kilómetros, han sido clave para que año a año se multiplique la cifra de hogares conectados en el continente: solo en 2017 se añadieron 73 millones de nuevos usuarios, un 20% más. No obstante, este avance no ha sido homogéneo por todo el continente. Mientras en el sur el porcentaje de población conectada a Internet supera el 51%, esta cifra baja al 12% en las regiones centroafricanas y al 27% en África del Este.

En 2018 está previsto que finalice la construcción del South Atlantic Cable System (SACS), la primera conexión directa entre África y América del Sur, impulsada por una compañía 100% africana, Angola Cables. Sus 6.500 kilómetros entre Brasil y Angola reducirán la latencia de Internet en el continente.

El desarrollo de las redes locales de fibra óptica, los servicios por satélite del programa RASCOM y, sobre todo, la expansión de la tecnología móvil, cuyo número de usuarios se espera que supere los 1.000 millones, con una tasa de penetración del 84% en 2025, están transformando el entorno económico y social de buena parte de la región: son innumerables las compañías y herramientas económicas desarrolladas a través de plataformas móviles y se estima que los servicios prestados a través de tecnologías móviles generaron más de 3,5 millones de empleos y un negocio en África subsahariana de 110.000 millones de dólares, equivalente al 7,7 del PIB local. Con las mejoras previstas para los próximos años, se estima que puedan alcanzar los 142.000 millones, un 8,6 del PIB, en 2020.

“La digitalización es la oportunidad más importante que tiene África para impulsar los cambios fundamentales que requiere el siglo XXI. Si es sabiamente aprovechada, la digitalización puede ser el catalizador para consumar los planes de desarrollo nacional, las aspiraciones de la Agenda 2063 de la UA y los objetivos de desarrollo sostenible 2030 de la ONU. Para ello, la digitalización debe tener la más alta prioridad. Las tecnologías de la información son clave para el desarrollo de África y su competitividad económica”, subrayó la Unión Africana en su reunión de noviembre de 2017 en Etiopía.

Por el momento, la propia UA está poniendo en marcha iniciativas panafricanas de teleeducación y telemedicina.

 

La paradoja energética: la presa Inga 3

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Vista de las plantas eléctrica Inga I e Inga II en el río Congo. MARC JOURDIER/AFP/Getty Images

Es quizá la paradoja histórica del continente. África posee una riqueza incomparable: el 12% de la producción de petróleo mundial y el 9,5 de las reservas, el 6% y 8% respectivamente de gas natural, el 6% de las reservas de carbón y su potencial hidroeléctrico es de un millón de gigavatios por hora, pero alrededor de 600 millones de personas en el continente carecen todavía de electricidad. Esto, en África subsahariana, equivale al 57% de la población. O, a eso que contaba el periodista Ryszard  Kapuscinski: “En los pueblos africanos no brilla ninguna luz. Tampoco hay fuego pues la madera escasea. Nadie dispone de una lámpara ni de una antorcha. Cuando hay noche sin luna no se ve nada, solo se escuchan voces, conversaciones y gritos. El pueblo se hunde en el silencio y duerme por unas horas”.

Para enfrentar este problema han surgido dos enfoques: la apuesta por grandes infraestructuras y la producción de proximidad. Entre las primeras destacan las dos plantas de carbón de Medupi y Kusile que estarán listas en 2020 y 2022, respectivamente, y permitirán añadir 4,8 gigavatios de potencia a la red surafricana. No obstante, es el controvertido proyecto hidroeléctrico Inga 3 en la República Democrática del Congo (RDC) el que modificaría realmente la situación en la región. Aunque ya de por sí su construcción proporcionaría 4.800 megavatios de energía, es solo la primera fase del ambicioso complejo Grand Inga que una vez completado será capaz de extraer 40 gigavatios, convirtiéndose así en la mayor central hidroeléctrica del mundo: casi multiplicando por dos a la colosal presa china de las tres gargantas.

Su impacto ambiental y social –la electricidad producida irá destinada fundamentalmente a los centros urbanos de Suráfrica y a las minas de la propia RDC, obviando a la gran mayoría ciudadanos de un país donde solo el 9% de sus 70 millones de habitantes tiene acceso regular a la electricidad– ha paralizado en varias ocasiones el proyecto y forzado incluso la salida del Banco Mundial. No obstante, el consorcio chino-español (liderado por ACS) que impulsa el proyecto ha filtrado que los trabajos comenzarán este mismo año.

Más allá de la producción, uno de los principales problemas del continente es la deficiencia –o inexistencia– de infraestructuras de conexión que puedan repartir la energía. De ahí, la importancia de proyectos como la red MoZiSa, entre Mozambique-Zimbabue y Suráfrica, o su homóloga ZiZaBoNa, entre Zimbabue-Zambia-Botsuana-Namibia. También África del Este está a punto de completar su bautizada como “autopista de la electricidad”, una línea de alto voltaje que conectará Wolayita Sodo, en Etiopía, con la subestación Suswa en Kenia con una capacidad bidireccional de 2000 megavatios. Se espera que este proyecto, que abastecerá de electricidad a 870.000 personas, esté completado también en 2018.

La gran transformación para el continente no vendrá sin embargo de estos megaproyectos, sino de la denominada producción de proximidad. Dispositivos off-grid, desconectados de las redes centrales, son la alternativa más factible para las zonas rurales, a menudo abandonadas por sus propios gobiernos. Paneles solares, minigeneradores, pequeñas instalaciones hidroeléctricas o biocombustibles son algunas de estas iniciativas. La propia Agencia Internacional de la Energía (IEA por sus siglas en inglés) estima “que para población rural que se encuentra alejada de las redes eléctricas, la miniredes o los sistemas fuera de la red son los medios más viables de acceso a la electricidad”. Se estima que 315 millones de personas que residen en zonas rurales accederán a servicios eléctricos en 2040, de los cuales 220 millones lo harán a través de este tipo de infraestructuras de proximidad.

 

La batalla por el agua del Nilo

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Trabajadores etíopes en la construcción de la Gran Presa del Renacimiento. ZACHARIAS ABUBEKER/AFP/Getty Images

Los recursos hídricos transfronterizos constituyen aproximadamente el 80% de las reservas de agua dulce de África. Hablamos de más de 60 ríos, lagos y acuíferos compartidos por varios países y de cuyas cuencas depende el 77% de la población residente en el continente. Desde 1998, se han sucedido las iniciativas y pactos para garantizar una gestión ordenada y pacífica de las cuencas del Orange, el Níger, el Volta y, sobre todo, el Nilo.

El gran río que permitió el desarrollo de la civilización egipcia ha sido históricamente objeto de disputa entre los 11 Estados de su ribera. Los denominados acuerdos del Nilo, que incluyen el tratado Anglo-Egipto de 1929 y el pacto bilateral entre Egipto y Sudán, reparten los 88.000 millones de metros cúbicos del Nilo en 55.500 para Egipto y 18.500 para Sudán, mientras que países como Etiopía, donde se concentra buena parte del caudal del río, no mantienen ningún derecho. Es más, dicho acuerdo otorga a El Cairo poder de veto sobre cualquier construcción sobre el Nilo.

Las quejas de los demás países afectados llevaron a la negociación en 1999 de un nuevo marco legal, con un reparto más justo, que tanto Egipto como Sudán siempre rechazaron. En 2011, Etiopía decidió unilateralmente iniciar la construcción de la mastodóntica Gran Presa del Renacimiento, lo que elevó el tono de los dirigentes egipcios que hablaron por primera vez de medidas expeditivas para destruir la presa.

No obstante, en 2015 los tres países firmaron un acuerdo preliminar que autorizaba a Etiopía la autoridad legal sobre la producción de 6.400 megavatios de electricidad, pero dejaba sin resolver la titularidad y repartición del agua. Dos años después, con la construcción a cargo de la italiana Salini Impreglio al 60%, los dirigentes egipcios recuperaron el discurso beligerante ante el temor de que durante el llenado de la presa, que se puede prolongar entre cinco y 15 años, “el flujo de agua dulce a Egipto puede reducirse en un 25%” lo que provocará, según un estudio de la Sociedad Geológica de Estados Unidos (GSA Today), una “seria escasez de agua potable y energía para 2025”. Además de las pérdidas de tierra cultivable, en un país donde el 95% de la población reside en las orillas del río, la construcción de la presa etíope reduciría la producción energética en Egipto hasta un 10%, lo que unido al incremento anual de consumo en el país le obligaría a importar electricidad.

El conflicto, convertido ya en una nueva disputa regional, alcanzó su punto álgido a principios de año con el anuncio de Egipto de su intención de enviar tropas a su base en Sawa, en Eritrea, lo que se tradujo una escalada de movimientos por parte de los países limítrofes. La llegada del nuevo Primer Ministro etíope, Abiy Ahmed, cuyo discurso de paz llevó a poner fin al histórico conflicto con Eritrea nada más llegar al Gobierno, ha supuesto una pequeña distensión. Etiopía mantiene su intención de sacar adelante el proyecto en toda su magnitud, lo que permitiría producir hasta 6.000 megavatios de electricidad y almacenar entre 63.000 y 74.000 millones de metros cúbicos de agua, pero se ha comprometido a que esto no afecte a la tasa de agua que recibe Egipto.

El debate se centra ahora en la duración del proceso de llenado, que los egipcios prefieren alargar en el tiempo, mientras en el ambiente flota aquella advertencia del presidente Anwar el Sadat: “Lo único que podría llevar otra vez a la guerra a Egipto es el agua”.

 

Actividad subvencionada por la Secretaría de Estado de Asuntos Exteriores 

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