Ante el estupor que está provocando la crisis sanitaria global del coronavirus en todos los ámbitos de nuestras sociedades, solo las organizaciones que se transformen de manera real, profunda y rápida serán capaces de sobrevivir a la estampida que viene y lograr una nueva versión de sí mismas. ¿Qué tipo de empresa es la suya?
Prepandemia: a vueltas con la cuenta de explotación
En 1970 el economista neoliberal estadounidense Milton Friedman escribió un artículo en Times Magazine en el que aseveraba con impunidad: "El único propósito de una empresa es generar beneficios para los accionistas". Añadía que, para prevenir la inflación, salvar empleos, cuidar el medio ambiente y otros caprichos ya están los Estados. Al accionista no se le puede robar dividendo con esas futilidades.
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Todos nos lo creímos: organizaciones, gobiernos, ciudadanos, empleados y, por supuesto, CEOs y accionistas. Éstos dos últimos los que más.
Las escuelas de negocio elevaron la cuenta de pérdidas y ganancias (o cuenta de explotación o P&L) a gran objeto de culto de la gestión empresarial. Los directivos la han venerado, relamido, dado y pulido cera como máxima expresión de la dimensión de un negocio. Los sistemas fiscales básicamente interpelan a “sus clientes empresariales” a través del lenguaje administrativo-contable. Incluso en el mundo de las start-ups las rondas de financiación están íntimamente sujetas a la evolución de indicadores de naturaleza económica-financiera. Y así nos ha ido, así nos va.
Esta imperfecta abstracción que intenta representar la realidad de una empresa arrastra sutiles inconvenientes. En primer lugar, se abre y cierra en un año, pero una empresa no nace y muere cada 12 meses. Las distorsiones y tensiones cíclicas que esto provoca en la manera de actuar y liderar son más que evidentes. Por otro lado, se expresa mediante aritmética y no gramática. Los números nunca llegarán donde llega la prosa. Y con ello se pierde mucha profundidad de campo y conocimiento cualitativo sobre los grandes porqués de los estados contables y la situación de la empresa. Además, su arquitectura es tan rígida que no permite introducir innovaciones estructurales. Los estándares internacionales son tremendamente severos e inamovibles. La cuenta de explotación no ha sufrido grandes cambios desde que se inventó (a mediados del siglo XV). Por último, se alimenta de inputs (aportaciones) filtrados por una sola función vertical (finanzas). Y eso es un factor limitante porque se pierde por el camino una gran cantidad de texturas y matices provenientes de otras funciones organizacionales.
Ante este panorama no es de extrañar que muchos ya estemos viendo en ella la fuente de muchos frenos a la modernización de la gestión empresarial. Y no se enfaden los más liberales. Nada más lejos de mi intención que negar la mayor: una empresa sin beneficios frondosos no tiene sentido. Pero para que esa fertilidad se dé, el verde del bottom line (línea de ingresos menos gastos) debe ser verde sostenible.
Paradójicamente, para que ello suceda, se hace ...
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