Miles de manifestantes en las calles de la capital moldava, Chișinău, pidiendo la dimisión del presidente Nicolae Timofti. AFP/Getty Images
Miles de manifestantes en las calles de la capital moldava, Chișinău, pidiendo la dimisión del presidente Nicolae Timofti. AFP/Getty Images

Georgia, Moldavia y Ucrania firmaron acuerdos de asociación con la UE en 2014, pero las reformas están estancadas.

La UE debe presionar a los tres gobiernos para que hagan más. Los países vecinos de Europa por el sur se encuentran en tal estado de caos, con la guerra civil en Siria y la anarquía en Libia que empujan a los emigrantes y refugiados hacia las orillas europeas, que pocos dirigentes de la UE se acuerdan de los vecinos orientales. Pero Europa no puede despreciar los retos y las oportunidades que presenta la región. Su margen de maniobra en los casos de Armenia, Bielorrusia y Azerbaiyán es limitado: debería fomentar unas relaciones mejores con los dos primeros y hacer todo lo posible para responder a la represión y la corrupción en el tercero. Sin embargo, su prioridad debe ser revitalizar los procesos reformistas en Georgia, Moldavia y Ucrania, en colaboración con unas poblaciones que desean desesperadamente contar con mejores gobiernos y poner fin al capitalismo de amigos.

En Armenia, el progreso en la relación con la UE se estancó en 2013 cuando Moscú presionó a Yereván para que se incorporase a la Unión Económica Euroasiática, creada por Rusia, en lugar de formar un acuerdo de asociación con la UE. Pese a ello, Bruselas y Armenia han empezado a negociar un nuevo acuerdo que pretende respetar el máximo posible del proyecto de acuerdo anterior. La seguridad de Armenia depende de Moscú, pero la UE debe ayudarle a conservar toda la libertad posible en política exterior y relaciones comerciales.

En Bielorrusia, el presidente Alexandr Lukashenko se someterá a la formalidad de la reelección en unos comicios amañados el 11 de octubre. En otras épocas, es muy probable que la UE hubiera reaccionado con un nuevo paquete de sanciones, pero últimamente Lukashenko se ha portado bien: ha dejado en libertad a todos los presos políticos del país y ha ejercido el papel de estadista internacional, como anfitrión de las negociaciones sobre la guerra de Ucrania. Quiere demostrar al presidente ruso, Vladímir Putin, que Bielorrusia tiene la opción europea, además de la euroasiática. La UE debe responder de forma positiva, pero sin hacerse ilusiones: Lukashenko tiene un largo historial de saber cubrirse las espaldas con Moscú y Bruselas.

Bielorrusia ha dejado de ser “la última dictadura de Europa”. El estandarte actual es sin duda Azerbaiyán, bajo el poder del presidente Ilham Aliyev, que encierra a periodistas y activistas de derechos humanos y acusa a Occidente de utilizar una “quinta columna” para desestabilizar el país. Este país plantea un dilema: por un lado, es un elemento crucial en la estrategia europea de diversificación energética; por otro, es una dictadura cada vez más paranoica y corrupta. La UE es un gran cliente del gas y el petróleo azerbaiyanos, lo cual debería darle cierta ventaja. Pero Rusia dispone de sus propias bazas: puede ofrecer a Azerbaiyán más ayuda en el conflicto con Armenia (que ha ocupado casi el 14% del territorio azerbaiyano desde la guerra de 1988-1994), y no hace preguntas incómodas sobre la situación de los derechos humanos. Europa mantendrá probablemente el equilibrio inestable de su estrategia de comprar a Bakú gas y petróleo y, al mismo tiempo, dar el mínimo respaldo indispensable a la maltrecha sociedad civil del país.

Ahora bien, la credibilidad de la política de la UE en Europa del este depende, a la hora de la verdad, de cómo progresen las reformas en Georgia, Moldavia y Ucrania, los países que afirman querer una integración más estrecha con la Unión.

Charles Grant escribió hace poco sobre los obstáculos a la transformación de Ucrania. Era inevitable que los avances en este país fueran más lentos de lo que esperaba la gente, incluso aunque Rusia no se hubiera inmiscuido. Las autoridades podrían haber aprovechado la guerra para justificar unas reformas más radicales y culpar a Moscú de cualquier sufrimiento relacionado. En cambio, el impopular gobierno de coalición está cada vez más dividido, con las diferentes fracciones acusándose entre sí de todos los reveses. Los diputados reformistas (incluidos varios del partido del presidente Petro Poroshenko) se sienten frustrados, y les inquieta que los oligarcas estén atrincherándose para defender el viejo sistema corrupto. La contratación de nuevos agentes de policía ha disminuido el volumen de pequeños sobornos, pero la nueva oficina anticorrupción avanza a paso de tortuga en la lucha contra los casos de más alto nivel.

Las elecciones parlamentarias de Georgia no están previstas hasta octubre de 2016, pero la situación política ya está llena de tensión. El primer ministro, Irakli Garibashvili, declaró en una reciente reunión internacional que el acuerdo de asociación con la UE era “un plan rector para la modernización de Georgia”, pero el presidente Giorgi Margvelashvili advirtió ante el mismo público de que en su país son cada vez más los que se oponen al acercamiento a Occidente. El hecho de que la UE y la OTAN no hayan ofrecido a Georgia un compromiso firme de pertenencia da fuerza al argumento de Rusia de que a los georgianos les iría mejor si aceptasen su sitio en la órbita de Moscú que si siguen persiguiendo el espejismo de la integración en el bloque occidental.

Entre bastidores, el oligarca y antiguo primer ministro Bidzina Ivanishvili parece influir en cada decisión política que se toma en Georgia. Tiene una retórica pro-occidental, pero muchos comentaristas locales creen que sus verdaderas opiniones están relacionadas con sus grandes intereses económicos en Rusia. La coalición “Sueño Georgiano” que él llevó al poder en 2012 está perdiendo apoyos, y existen indicios de que está construyendo otra más inclinada hacia Moscú para las próximas elecciones, en torno a grupos conservadores y religiosos; de esa forma, incluso aunque “Sueño Georgiano” pierda poder, Ivanishvili podrá conservar su influencia. A la UE y Estados Unidos les preocupan el deterioro de la libertad de prensa en el país y la persecución de los enemigos políticos del oligarca, en particular el ex presidente Mijail Saakashvili (hoy gobernador de Odessa en Ucrania).

Por su parte, Moldavia vive en el caos. En lo que va de año ha tenido ya cuatro primeros ministros. Miles de manifestantes salieron a las calles de la capital, Chișinău, después de que se destapara un fraude bancario que provocó la quiebra de tres bancos y un rescate del Gobierno que ha costado al país 1.000 millones de dólares, aproximadamente el 16% de su PIB. La coalición partidaria de la Unión Europea retuvo con dificultades el poder en las elecciones parlamentarias de noviembre de 2014, cuando podía presumir del acuerdo de asociación y el de liberalización de los visados con la UE; si, como parece probable, hay elecciones adelantadas, existen muchas probabilidades de que esta vez venza el Partido Comunista, más próximo a Rusia.

La persistencia de sistemas oligárquicos corruptos es el hilo de oro que une los problemas de Georgia, Moldavia y Ucrania. La UE debe asumir cierto grado de responsabilidad por la fortaleza del capitalismo de amigos en Europa del este; ha permitido, tal vez por miedo a que la acusaran de injerencia en asuntos internos, que los oligarcas fingieran ser “pro-UE” pese a que sus acciones daban mala fama al concepto de “valores europeos”. Algunos Estados miembros de la Unión incluso han facilitado la corrupción: en el escándalo bancario de Moldavia estaban involucradas 48 empresas fantasmas registradas en Reino Unido, muchas con cuentas bancarias en Letonia. La consecuencia ha sido la pérdida de credibilidad de la Unión a ojos de la gente corriente.

No tiene por qué ser así. Si la UE hiciera un auténtico esfuerzo y presionara a los gobiernos de estos tres países para que tomen las medidas necesarias (y si pusiera más obstáculos a la circulación del dinero sucio procedente de la región), contaría con un amplio respaldo de sus ciudadanos: la revolución que estalló en Ucrania en 2014 demostró que la población está deseando que en su país se ejerza la buena gobernanza. La UE necesita en su frontera oriental unos países estables, bien gobernados y capaces de ofrecer prosperidad a sus habitantes; no unos casos perdidos, llenos de corrupción e influencia rusa, cuyos ciudadanos acaben por unirse a las oleadas de los que emigran a Europa.

Puede leer la versión original y en inglés de este artículo aquí. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.