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Protesta en Moscú contra el encarcelamiento de Alexei Navalny, enero 2021, Moscú.Mikhail Svetlov/Getty Images

La reciente ola de protestas contra el presidente ruso, Vladímir Putin, acrecentadas tras el regreso a Rusia del disidente Aléxei Navalny y su posterior condena judicial a más de tres años de prisión, supone un contexto inesperado dentro de la política rusa que, visto desde una perspectiva global, puede contextualizarse también dentro de diversos intereses geopolíticos en curso.

En el foco está considerar hasta qué punto estas protestas pueden eventualmente definir una posible contestación popular contra el hegemónico poder de Putin. Estas manifestaciones, consideradas por los medios occidentales como las mayores en el país euroasiático tras la caída de la URSS en 1991, fueron auspiciadas por las denuncias de Navalny contra lo que considera como el sistema de corrupción de Putin.

Con ello, Navalny pareciera haber revalorizado la protesta y, moderadamente, a las fuerzas opositoras en Rusia, sumamente fragmentadas y domesticadas en los últimos años por putinismo.

Por otro lado, la activa represión contra miles de manifestantes en diversos puntos del país, así como los millares de detenidos tras conocerse la decisión judicial de encarcelar a Navalny, dan a entender la posibilidad de un nuevo giro en la política rusa, mucho más reaccionario tras dos décadas de poder de Putin.

La represión también pareciera sugerir que el presidente ruso se niega a dar muestras de flexibilidad ante las protestas, ya que aparentemente tocaría puntos sensibles de la nomenklatura de poder existente en el Kremlin.

 

Navalny apuesta a todo o nada

Tras recibir tratamiento médico en Alemania después del presunto envenenamiento sufrido el verano pasado tras un mitin en la ciudad siberiana de Omsk, Navalny decidió regresar a Rusia a finales de enero para reactivar las protestas contra Putin, con la corrupción del sistema como bandera.

Si bien el presidente ruso conserva aún sólidos índices de popularidad, según fuentes oficiales, próximas al 60% (otras encuestas estiman esos índices en menos del 40%), el contexto actual parece revelar una reacción en diversas capas sociales a su hegemónico poder, pocas veces visto con anterioridad, salvo las protestas de 2011, previas a su reelección presidencial tras el breve interregno como primer ministro entre 2008 y 2012 con Dmitri Medvédev como presidente.

En ese momento, el líder opositor que puso contra las cuerdas a Putin era Borís Nemtsov, quien apareció muerto en febrero de 2015. Sectores opositores acusaron al presidente ruso y al servicio secreto FSB de presuntamente estar detrás de su muerte. Hoy, Navalny parece querer recoger de algún modo el legado de Nemtsov, reactivando las protestas como una especie de rebelión nacional y erigiéndose en el principal líder contra Putin.

De hecho, y a pesar de la sentencia judicial en su contra, Navalny parece haber inquietado a Putin con su apuesta. La extensión de las protestas a diversos puntos geográficos del gigante euroasiático definen la posibilidad de que esté ampliando su base política y eventualmente electoral.

Es una incógnita si en realidad Navalny tiene la popularidad suficiente para armar una estructura política que desafíe al sistema de poder implantado por Putin. Una encuesta del Centro Levada de septiembre de 2020, un mes después de su envenenamiento en Siberia, aseguraba que sólo un 20% de los rusos estaban dispuestos a apoyar a Navalny. En contra, un 55% lo observaban con sospecha, sugiriendo posibles "intereses occidentales" detrás de su figura política e, incluso, criticando su estilo histriónico.

Con todo, obligar a Putin a dar explicaciones públicas sobre algunos de estos casos de corrupción, como fue el caso de la mansión en el Mar Negro, símbolo de la corrupción que ha germinado en las protestas, puede ser considerado como una diana certera lanzada por un Navalny que pareciera apostar por reproducir el efecto de los antaño disidentes soviéticos, en particular a la hora de obtener apoyos y simpatías desde el exterior.

 

Pero también hay geopolítica

No obstante, debe tomarse igualmente en cuenta el contexto geopolítico detrás del regreso de Navalny a Rusia, que puede al mismo tiempo verificar la posibilidad de que factores externos estén pujando por una reactivación de las protestas en el país que condicionen el poder político de Putin.

Las manifestaciones en la vecina Bielorrusia tras el presunto fraude electoral de agosto pasado, que le dio la reelección a Aleksandr Lukashenko, se han enfriado a tal punto que Putin ha obtenido una ganancia geopolítica manteniendo en el poder al controvertido líder bielorruso.

Estados Unidos y especialmente Europa observaban con atención la perspectiva de una eventual reproducción en Rusia de los acontecimientos vividos meses atrás en la vecina Bielorrusia, en el sentido de que las multitudinarias protestas contra Lukashenko también se repitieran en la propia Rusia contra Putin. Si las protestas contra el líder bielorruso fueron por un fraude electoral, las que se realizan contra Putin se enfocarían en la presunta corrupción de su entorno. Y allí Navalny es la pieza clave.

Pero la ganancia de Putin en Bielorrusia también se amplía a la obtenida en Venezuela, manteniendo firmemente al régimen de Maduro en el poder, toda vez el efecto Guaidó parece estar desvaneciéndose. Por ello, Putin parece convencido de que su método de desgastar las protestas y las acciones opositoras terminan dándole ganancias.

Por otro lado, pareciera existir una inesperada conexión entre Navalny y Venezuela. En sus investigaciones sobre la corrupción en el entorno de Putin, el opositor ruso ha asegurado que el Kremlin ha invertido 17.000 millones de dólares en el país latinoamericano en los últimos diez años con la intención de mantener al chavismo-madurismo en el poder.

Incluso, la súbita reaparición de Navalny en el escenario ruso este 2021 ha sido comparada, con sus matices, con la escenificada por Guaidó en 2019 en Venezuela. Otras perspectivas parecieran incluso sugerir que la audacia del opositor ruso y su posterior arresto recuerdan el caso de Leopoldo López en Venezuela en 2014, convirtiéndose en el preso político más conocido del madurismo, hoy exiliado en España.

Siguiendo con la similitud del contexto bielorruso, el regreso de Navalny a Rusia pareciera también ejercer un nuevo enfoque: evitar que su caso como disidente se asemeje al de la líder opositora bielorrusa Svetlana Tijanóvskaya, hoy exiliada en Lituania. Navalny pareciera manejar la perspectiva de evitar la desconexión con el contexto ruso estando fuera del país, por ejemplo, en Alemania, donde recibió el tratamiento médico tras su envenenamiento.

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El alto Comisionado de Política Exterior de la UE, Josep Borrell en su encuentro con su homólogo ruso, Serguéi Lavrov, febrero de 2021. Russian Foreign Ministry/Handout/Anadolu Agency via Getty Images

Por otro lado, están los intereses rusos. Putin se muestra muy ocupado e interesado en la eficacia de la vacuna rusa Sputnik VI contra la covid-19 y la necesidad de encontrar mercados exteriores, principalmente en Europa. Algunos países europeos como Hungría ya han dado entrada a las vacunas rusa y china, en América Latina, Venezuela, Argentina y México ya han aceptado Sputnik VI.

Esto recrearía una dura competencia con los fármacos ya existentes (Pfizer, Astra Zeneca, Moderna) principalmente de las empresas occidentales, no sólo en cuanto a la eficacia contra la pandemia en este 2021 determinado por las vacunas, sino en la captación de mercados que definan esferas de influencia estratégica. Por ello, las vacunas se han convertido en el nuevo terreno de tensión geopolítica entre Occidente, Rusia y China.

Este contexto geopolítico pareciera sugerir la posibilidad de que, detrás del regreso de Navalny, se encuentre un firme apoyo de EE UU y la Unión Europea a su causa política para desafiar el poder de Putin en su propio terreno, a través de un tema tan sensible como la corrupción, y más en tiempos de dificultades sanitarias y socioeconómicas como el de la pandemia.

En este sentido, la canciller alemana Ángela Merkel, cuya relación con Putin ha sido de altibajos, mostró su aceptación a la atención médica de Navalny durante su recuperación en Alemania, confirmando al mismo tiempo el diagnóstico médico sobre su envenenamiento en Rusia, realizada por facultativos alemanes.

Del mismo modo, el regreso del partido Demócrata a la Casa Blanca con Joseph Biden en la presidencia retrotrae los recelos que los demócratas tienen hacia la presunta injerencia rusa en las elecciones presidenciales de 2016. La famosa "trama rusa" ocupó una buena parte del mandato del hoy ex presidente Donald Trump.

De hecho, Anthony Blinken, actual secretario de Estado de la administración Biden, fue categórico al reaccionar sobre la sentencia de Navalny exigiendo su "inmediata e incondicional liberación", así como de los manifestantes detenidos. El Tribunal de Derechos Humanos de la Unión Europea catalogó la sentencia al opositor de "arbitraria".

Estados Unidos y Gran Bretaña han sido los más críticos con la represión hacia esas protestas por parte de los organismos de seguridad rusos. Moscú respondió con acritud estas críticas, sugiriendo intereses occidentales detrás de Navalny, especialmente en lo referente al supuesto envenenamiento realizado por el FSB ruso, lo que la portavoz de Exteriores rusa, María Zajárova, catalogó como los "análisis ultrasecretos de Navalny".

El clima de tensión y de guerra fría entre Europa y Rusia se confirmó recientemente, con la visita a Moscú del Alto Comisionado de Política Exterior de la UE, Josep Borrell. En su encuentro con su homólogo ruso, Serguéi Lavrov, Borrell pidió la "liberación inmediata" de Navalny, lo cual revela a las claras la postura europea en estos momentos con respecto a Rusia. La respuesta de Lavrov fue igualmente lacónica, sacando a la palestra el caso de los independentistas del procés catalán.

 

Putin: ¿status quo o reforma ‘palaciega’?

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Vladímir Putin atendiendo un vídeo. Alexei Druzhinin\TASS via Getty Images

Ante la rebelión de Navalny, ¿qué cartas usará Putin? La represión ha sido tan inmediata como intensa, así como la sentencia judicial condenatoria contra el líder opositor, lo cual reafirmaría el carácter de inflexibilidad del presidente ruso hacia las protestas y el reto lanzado por Navalny.

Toda vez, la reciente reforma constitucional de 2020 le permitiría a Putin seguir postulándose a la presidencia hasta el 2036, una medida que ha generado controversia principalmente en el exterior, pero que también podrían explicar los incipientes síntomas de malestar social en Rusia.

Mantener el status quo o apostar por una reforma sui géneris podría ser un dilema para el presidente ruso, quien en crisis anteriores ha manejado con destreza la estrategia del palo y la zanahoria con notable dosis de elasticidad y efectividad. A ello hay que agregar que el sistema Putin le permite mantener una hegemonía informativa que, de algún u otro modo, refuerzan su popularidad.

Es por ello posible observar que, para aplacar las protestas, el Kremlin permita cierta apertura de investigación hacia determinados casos de corrupción que impliquen la caída palaciega de alguno de los altos cargos del entorno presidencial.

Toda vez, a sus 67 años y con más de dos décadas en el Kremlin, vuelven a surgir las expectativas sobre una eventual sucesión política de Putin que obligue a una reconfiguración del mapa político ruso. Así, se especula con que se está trazando una Rusia post-Putin, pero manejada por el putinismo. Como es tradicional en el Kremlin, el sigilo es la tendencia máxima, sin embargo, algunos medios especulan con sórdidas luchas intestinas de poder para sustituir al mandatario ruso.

Es aún incierto e incluso poco probable que el caso Navalny dé paso a una especie de primavera rusa. Las expectativas más bien parecen confirmar que Putin logrará superar la crisis, aunque probablemente con algún costo político.

La política exterior, tema estrella del líder ruso, tal y como se vivió en 2008 con la breve guerra contra Georgia y, especialmente, en 2014 con la anexión de Crimea, no parece ser en este momento una apuesta tan infalible para asegurar su popularidad en tiempos de pandemia y con protestas por la corrupción.

Con todo, Putin parece convencido que detrás de Navalny hay fuertes intereses occidentales, y precisamente esa es la perspectiva que están reproduciendo los medios rusos, estrechamente vigilados por el Kremlin.

Está por ver si Putin seguirá manteniendo por esa vía su conexión popular ante crisis internas como las que acaba de manifestar Navalny. Su mantra parece ser claro: conmigo, la estabilidad; sin mí, el caos. Pero quizás como sucediera en 2011, el presidente ruso se verá obligado a medir bien sus límites para retomar la iniciativa en base a la mezcla de firmeza autoritaria con flexible elasticidad.