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Poco antes de su muerte en 1960, el explorador y arabista inglés St. John Philby predijo que el camello desaparecería de Arabia en un plazo de 30 años. En aquella época se rieron de él, pero hoy, la ultramoderna Arabia Saudí depende cada vez más de la importación de éstos, una situación nueva, poco conocida, que ha supuesto una demanda excesiva para los rebaños de camellos de todo el mundo.

La reserva de camellos destinados a carne en el reino saudí ha pasado de 426.000 en 1997 a solo 260.000 en la actualidad, un descenso del 39%, según la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura. Todos los años se sacrifican miles de estos animales durante la peregrinación del hajj; de ahí la necesidad de importaciones.

¿Pero dónde obtenerlos? En otro tiempo, estos animales eran de lo más común en Pakistán, pero ahora la población de camellos del país ha bajado a alrededor de 700.000, en gran parte debido a la demanda de la industria de las carreras de camellos en Arabia Saudí y los países del Golfo. En total, la población de camellos en Asia disminuyó casi un 20% entre 1994 y 2004.

La más beneficiada ha sido Australia, que contiene la mayor población de camellos salvajes que queda en el mundo, descendientes de los animales que llevaron los colonos británicos desde India en el siglo XIX, y ha aprovechado la demanda para enviarlos a Arabia Saudí, donde los sacrifican para consumo alimentario.

En Somalia, asolada por la hambruna, ha habido al parecer una mortandad masiva de camellos, que son un medio de transporte, una forma de ganarse la vida y alimento para muchas familias. Algunos miembros de tribus dicen que han perdido más de la mitad de sus rebaños. En otras hambrunas anteriores en África, se consideraba que los camellos eran una señal de alarma precoz que anunciaba muertes humanas. “Los camellos son los últimos animales en morir y, una vez que empiezan a morirse, es solo cuestión de tiempo hasta que comienzan a fallecer las personas”, explicó un anciano somalí al servicio de noticias IRIN de la ONU en 2009. Por desgracia, su observación ha resultado profética.