El nuevo enemigo público número uno de Islamabad y Washington.

 

En mayo del año pasado una caravana de periodistas se abrió camino desde Peshawar hasta los remotos confines de Waziristán del Sur. Respondían así a una invitación del diminuto, diabético e hipertenso líder de Tehrik e TalibanPakistan, los talibanes paquistaníes. Con su grandiosidad característica, el comandante ofreció un lujoso banquete a los reporteros antes de comunicarles la razón de haberlos convocado: una declaración oficial de yihad contra las fuerzas estadounidenses apostadas al otro lado de la frontera, en Afganistán.

Baitulá Mehsud, el mayor problema de Pakistán y el hombre que ha colocado a su país de 176 millones de habitantes en el corazón de la guerra contra el terror de Occidente. Por la cabeza de este hombre, al que un general paquistaní describió una vez como un “soldado de la paz”, Pakistán ofrece ahora una recompensa de 50 millones de rupias (unos 440.000 euros), y Estados Unidos otros cinco millones de dólares. Mehsud está provocando la cólera a partes iguales del Ejército paquistaní y de los responsables de las políticas occidentales a medida que su movimiento desestabiliza el país centroasiático, y EE UU ha destrozado varios de sus escondites en los últimos meses con ataques de aeronaves no tripuladas. Su ahora famosa conferencia de prensa de 2008 -que se produjo casi una década después de que Osama bin Laden hiciera un llamamiento al asesinato de estadounidenses en un anuncio similar justo al otro lado de la frontera, en Khost, Afganistán- fue una extraordinario ejercicio de puesta en escena incluso para un comandante con una cierta predilección por la pirotecnia propagandística. Al exponer imprudentemente su localización ante un gran grupo de periodistas, debería haber facilitado su propia captura; el que no lo hiciera da fe de la continua incompetencia (y quizá falta de voluntad) de quienes afirman perseguirle.

Su creciente influencia preocupa especialmente a los responsables de las políticas occidentales, porque Pakistán representa la más seria amenaza de seguridad para la comunidad internacional: la perspectiva de una Al Qaeda con armamento nuclear. Mantener las bombas atómicas de Pakistán lejos de las manos de los extremistas islámicos depende de mantener un Estado paquistaní estable, y Mehsud es quizá el hombre más capaz de desestabilizarlo.

Según los periodistas de la región tribal, la estructura de las fuerzas de Mehsud es variada: incluye aproximadamente a 12.000 combatientes locales, muchos pertenecientes a su propia tribu, y unos 4.000 combatientes extranjeros, mayoritariamente árabes y originarios de Asia Central curtidos en la yihad afgana de los 80. Muchos de ellos pasaron tiempo en los campos de entrenamiento de Al Qaeda y no pueden regresar a sus países de origen por miedo a ser procesados. Al darles una causa y un hogar –en sitios de Waziristán del Sur donde puede disponer de ellos con rapidez–, Mehsud ha logrado ampliar su cuerpo de combatientes. Tiene además una cuadrilla de chicos adolescentes que han sido adoctrinados para actuar como terroristas suicidas. Durante los últimos cinco años, ha utilizado este Ejército para aterrorizar Pakistán con atentados suicidas, captura de rehenes y atrevidas ofensivas militares. En una espectacular demostración de fuerza, en agosto de 2007 secuestró a cerca de 300 soldados paquistaníes, incluyendo oficiales, en Waziristán del Sur. Mehsud demandó que a cambio se liberara a los más altos militantes de su organización que permanecían presos. Vivió un momento glorioso cuando el gobierno accedió tras solo dos meses y medio.

 

ASIF HASSAN/AFP/Getty Images

 

Con este singular currículum, no resulta sorprendente que fuera nombrado cabecilla de Tehrik e Taliban Pakistancuando se formó el grupo en diciembre de 2007. Desde entonces, este hombre, conocido como amir (líder) por sus seguidores, ha ampliado su campaña lanzando una ofensiva muy efectiva para erosionar la autoridad del Estado y desmantelar las tradicionales estructuras tribales, ya que ambas constituyen obstáculos para el gobierno talibán. Ha ordenado el asesinato de más de 300 líderes tribales, despejando el camino para que el cinturón tribal semiautónomo de Pakistán se convierta en algo parecido a una base operativa avanzada para terroristas.

“Está involucrado en prácticamente todos los atentados terroristas que se producen en Pakistán”, dijo recientemente el jefe del Estado Mayor de este país, el general Ashfaq Parvez Kayani. De hecho, un informe publicado por la ONU en septiembre de 2007 culpaba a Mehsud de casi un 80% de los ataques suicidas en Afganistán. Los funcionarios de inteligencia paquistaní y estadounidense le han acusado de asesinar a la figura política más popular del país, la ex primera ministra Benazir Bhuto, algo que él ha negado.

Las conexiones de Mehsud son numerosas en la región y por todo Pakistán. Ha jurado lealtad al líder talibán afgano, el mulá Mohamed Omar. Mantiene estrechos vínculos con la cúpula de Al Qaeda en el área fronteriza entre Afganistán y Pakistán y con Qari Tahir Yaldashev, líder del Movimiento Islámico de Uzbekistán. Está también bien conectado con los grupos militantes punjabíes que llevan mucho tiempo operando en la zona de Cachemira ocupada por India. Y mantiene relaciones cordiales con la red Haqqani, considerada de manera generalizada por los funcionarios occidentales como uno de los grupos de yihadistas veteranos más peligrosos de la región y el puente de unión entre el movimiento talibán paquistaní y el afgano.

A pesar de la atroz fama que Mehsud ha adquirido en la actualidad, poco se conoce sobre el hombre o su pasado. Parece anhelar la atención del público pero no permite que fotografíen su cara; se dice que es carismático en persona pero no un orador muy avezado cuando habla en público. Nació en Bannu en el lado sur de la frontera entre Waziristán del Norte y del Sur y hoy ronda los treinta y muchos años. Pertenece a la rama Shabikhel de la tribu Mehsud de Waziristán del Sur. A diferencia de la mayoría de los comandantes talibán y de los líderes tribales de la zona, nunca gozó de una buena educación o de riqueza; fue a una madraza y a una escuela pero no terminó ninguna de las dos. No obstante, ha sido capaz de sacar provecho a sus humildes orígenes para ganar apoyos. En recientes ataques, ha elegido como objetivo a terratenientes, posicionando a los talibán como una especie de movimiento popular. Para lograr respeto entre los insurgentes, ha publicitado una reputación de combatiente valeroso en el campo de batalla y afirma haber participado en la yihad contra los soviéticos (lo que se pone en duda, ya que habría sido un chiquillo durante su mayor parte). Sea cual sea la verdad de sus orígenes, lo que está claro es que consolidó su posición en la insurgencia asumiendo un importante papel a la hora de repeler las operaciones militares que Pakistán lleva realizando en Waziristán desde 2005.

Mehsud anunció recientemente que su próximo objetivo sería el corazón del poder estadounidenses, la Casa Blanca en Washington

De modo que ¿cómo frenar a un hombre que se ha atrincherado tanto en la región? Una de las tácticas favoritas del Ejército paquistaní ha sido trabajar con líderes rivales. Desde 2006, Pakistán supuestamente ha estado intentando enfrentar con Mehsud a comandantes como Maulvi Nazir y Hafiz Gul Bahadur, los más altos líderes militantes de Waziristán del Sur y del Norte. Pero aquí el Gobierno no ha tenido mucho éxito porque Mehsud ha desmantelado en muchos casos las estructuras tribales, de siglos de antigüedad, de las Áreas Tribales Administradas Federalmente (FATA, en sus siglas en inglés); no queda ningún mecanismo que se pueda movilizar en su contra. Este junio, otro comandante talibán, Qari Zainuddin, desafío a Mehsud y fue asesinado por uno de sus propios guardaespaldas. Esta muerte fue un crudo aviso para otros a quienes se les pudiera ocurrir intentar algo parecido.

Un punto de presión podría ser el flujo de financiación, pero nadie sabe con seguridad de dónde proviene exactamente su dinero. Según algunas fuentes locales, cobra tributos a los camiones que atraviesan la región y podría estar obteniendo pagos de rescates por los secuestros de periodistas y funcionarios occidentales, ambos cada vez más frecuentes en la frontera entre Afganistán y Pakistán. Se sabe también que durante un tiempo recibió fondos de Al Qaeda a través de Sirajuddin Haqqani, hijo del legendario insurgente y comandante muyahidín afgano Jalaluddin Haqqani. Pero nadie ha presentado todavía un plan práctico para interrumpir su corriente de ingresos.

Sobre él abundan también inverosímiles teorías de la conspiración, y su cuidadosamente alimentado misterio no hace nada por acallarlas. En los últimos tiempos, en la prensa paquistaní y entre los funcionarios han circulado conjeturas sobre quiénes podrían ser los benefactores de Mehsud. Muchos afirman que es un “agente indio” que recibe apoyo desde los consulados del país vecino en las ciudades fronterizas de Afganistán. La teoría es que India respalda a Mehsud en venganza por el apoyo del gobierno paquistaní a los grupos de militantes que operan en Cachemira. Otro candidato emergente es incluso más absurdo: Estados Unidos. Según este razonamiento Washington quiere que Pakistán llegue a ser tan inestable que esté obligado a intervenir y asegurar las armas nucleares. ¿Cómo si no se puede explicar que las tropas estadounidenses no le hayan asesinado todavía? Funcionarios paquistaníes de inteligencia han sido citados recientemente en la prensa afirmando que habían avisado dos veces a las fuerzas de EE UU sobre el paradero de Mehsud para que pudieran fijar el objetivo. Según ellos, los avisos fueron ignorados.

Y sin embargo, si ha existido alguna vez una ocasión para perseguir a Mehsud, es ésta. Ahora que las fuerzas paquistaníes proclaman su éxito en la reciente operación contra el pintoresco valle de Swat de los talibán, que desplazó a 2,5 millones de personas, se asume que el líder de Tehrik e Taliban será el próximo objetivo. Las declaraciones oficiales indican que las acosadas Fuerzas Armadas están finalmente sacando músculo para lo que los medios de comunicación locales han descrito como un “decisivo enfrentamiento" con Mehsud y sus combatientes. Pero expertos paquistaníes y occidentales se muestran todavía escépticos sobre cómo de firme es el compromiso del Ejército. Las tribus locales lo han acusado de adoptar una política de apaciguamiento, firmando, por ejemplo, un “acuerdo de paz” con Mehsud en febrero de 2005 en vez de tomar medidas serias contra él y sus combatientes. Mehsud desde luego nunca respetó ningún acuerdo con el Gobierno, por el que se suponía que debía desarmar a sus milicias y detener el terrorismo al otro lado de la frontera. Más bien al contrario; estos acuerdos le han hecho más fuerte y atrevido y le han proporcionado la oportunidad de engordar sus fuerzas y reforzar su posición –que ahora se extiende a toda la región del FATA y a partes de la Provincia Fronteriza del Noroeste (NWFP, en sus siglas en inglés).

Hasta que sea finalmente derribado, Mehsud continuará intimidando al Ejército paquistaní, desafiando al Estado, exterminando estructuras tribales de siglos de antigüedad y sembrando las semillas del caos por todo el país. Mehsud anunció recientemente que su próximo objetivo sería el corazón del poder estadounidenses, la Casa Blanca en Washington. Por el momento, nunca ha dejado de cumplir una promesa de ese tipo.

 

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