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Tiendas levantadas rn para atender a pacientes con coronavirus en University of Washington Medical Center Northwest Outpatient Medical Center, Seattle. (Karen Ducey/Getty Images)

¿Podrá el sistema de salud estadounidense afrontar la crisis del coronavirus? ¿Qué medidas ha tomado el Gobierno de EE UU?

Esta semana, mis alumnos salieron a toda prisa en dirección a sus respectivos países y ciudades de origen. Por mi parte, aunque quizá habría sido un consuelo estar con mi familia en unos momentos así, comprendí que sería una locura irme de España y volver a Estados Unidos. No solo porque aquí estoy protegida por el magnífico sistema público de salud español y en Estados Unidos no tengo ninguna póliza de seguro médico en vigor, sino también porque España está en mucha mejor situación para reaccionar ante la pandemia de coronavirus, como hemos visto en los últimos días. Mientras los estadounidenses empiezan a aislarse de forma voluntaria, enloquecen por el papel higiénico y, al parecer, compran armas (esto solo podía pasar en EE UU), los españoles están haciendo lo único que puede detener la propagación de este virus letal: quedarse en casa.

¿Por qué la América “de nuevo grande” de Trump está abordando de forma tan torpe el coronavirus? La verdad es que este es un sistema —si es que se puede llamar así— heredado, pero él lo ha empeorado. La sanidad es un caos fragmentado y con ánimo de lucro, y que no alcanza a todo el mundo, algo que debería ser el primer y principal objetivo.

Mientras que España ha tomado medidas para centralizar la lucha contra el coronavirus, el barullo deshilvanado de Estados Unidos queda patente en las palabras que pronunció Trump durante una conferencia telefónica con gobernadores de todo el país el lunes por la mañana. Les dijo que, a la hora de la verdad, no contasen con nadie más que consigo mismos y no esperasen a que el gobierno federal les proporcionara más respiradores ni otro material necesario. The New York Times ha tenido acceso a una grabación de la llamada, en la que decía: “Los respiradores, los ventiladores, todas esas cosas, intenten conseguirlas ustedes mismos. Les ayudaremos, pero intenten conseguirlas ustedes mismos. En puntos de venta, mucho mejor, mucho más directo si lo pueden hacer ustedes”.

Durante el primer debate entre los dos aspirantes demócratas, el 15 de marzo, el senador Bernie Sanders resumió el problema cuando dijo: “Esta pandemia de coronavirus deja al descubierto la increíble debilidad y disfuncionalidad de nuestro sistema de salud actual”. Y, aunque todos los demócratas están de acuerdo en eso, no todos aprueban su receta, que es “Medicare para todos”. El ex vicepresidente Joe Biden respondió diciendo: “Con todos mis respetos a Medicare para todos, en Italia hay un sistema de pagador único y no funciona”.

El comentario de Biden, muy injusto con Italia, muestra las divisiones que existen incluso entre los propios demócratas sobre cómo arreglar el sistema de salud en Estados Unidos. Medicare para todos no se parecería nada al sistema de salud de pagador único que conocemos en Europa. Medicare es un programa público que protege a las personas mayores de 65 años, pero funciona sobre todo a través de una cobertura de seguros privados, no un sistema de consultas y hospitales de propiedad estatal. Los pacientes tienen que encontrar médicos y hospitales que acepten Medicare, que es difícil, por lo que, con una cobertura tan escasa, las personas que pueden permitírselo contratan otras pólizas adicionales para cubrir el resto. Es decir, Medicare, por sí solo, no es suficiente.

Gestionar este complicado sistema de seguros complementarios es prácticamente un trabajo a tiempo completo para mi madre, que tiene 73 años. Le he preguntado qué ocurre con las personas que no se ven capaces de aclararse y me ha dicho que existen centros en los que unos voluntarios ayudan a escoger el seguro que más conviene. En cualquier caso, en Estados Unidos, los mayores de 65 años, por lo menos, tienen algún tipo de cobertura. Los demás, incluso con Obamacare, tienen que arreglárselas por su cuenta.

Cada vez son menos las empresas que pagan el seguro de salud de cada trabajador, pero la póliza, en general, está asociada al puesto de trabajo. Cuando se aplican tarifas de grupo, las empresas pueden ofrecer a sus empleados mejores precios que si cada trabajador contrata el seguro por su cuenta. Lo que hizo Obamacare fue crear mercados o bolsas de seguros para que la gente que no tiene acceso a coberturas de grupo pudiera tener seguros más baratos.

Ahora bien, en definitiva, es un sistema privado, y, en enero de 2019, Trump anuló la obligación individual de contratar un seguro de salud, que era un elemento crucial de Obamacare. Según la Oficina del Censo, en 2018, el 10,4% de los estadounidenses carecía de seguro, y la cifra ha aumentado desde que se eliminó la obligación. Pero, incluso cuando estaba en vigor, las personas que no podían contratar buenos seguros tenían que conformarse con planes que incluían unas franquicias gigantescas. Una franquicia es el volumen de gastos médicos que paga el asegurado hasta llegar al límite en el que empieza a pagar el seguro. Por ejemplo, hace unos años, mi hermano y su mujer tenían un seguro con una franquicia de 6.200 dólares; es decir, además de pagar una cuota de 400 dólares al mes, tenían que pagar todos los gastos médicos que tuvieran cada año hasta llegar a 6.200 dólares. Como es natural, nunca iban al médico. La situación de mi hermano era extrema, pero para la mayoría de la gente no es mucho mejor, puesto que la franquicia media es de 2.000 dólares.

Este es un obstáculo tremendo para luchar contra el coronavirus, porque, si la gente no puede o no quiere ir al médico cuando tiene síntomas para que le hagan la prueba, no habrá forma de saber cuántas personas se han contagiado, incluso aunque haya test suficientes. Y también morirán más personas, por ese mismo deseo de quedarse en casa para evitar los inmensos gastos que supone ir a urgencias. De hecho, las autoridades federales han aconsejado a la gente que no vaya a urgencias y que, si tiene síntomas, vaya a los médicos de atención primaria, pero muchas personas tampoco tienen un médico de atención primaria, en parte porque es una especialidad con pocos profesionales en Estados Unidos. De acuerdo con un informe reciente de CNN, Estados Unidos cuenta aproximadamente con 3 médicos de atención primaria por cada 10.000 personas. En cambio, en el Reino Unido hay 7,5, en Francia, 9 y en Canadá, 13. ¿Por qué hay tan pocos? Porque el sistema recompensa a los médicos especialistas, que están mejor remunerados y tienen más prestigio.

Por si fuera poco, no existe ninguna ley federal que obligue a los empresarios a conceder la baja remunerada por enfermedad a sus empleados, y alrededor de la cuarta parte de los trabajadores no tiene ese derecho. Muchos de los que no disponen de esa posibilidad trabajan a tiempo parcial, a menudo en el sector servicios, en el que hay mucho contacto con el público. Y, para todas esas familias, tomarse una baja puede constituir una enorme carga económica.

Es evidente que todo esto representa una grave amenaza para la lucha contra la propagación del coronavirus. Si los únicos que pueden dejar de trabajar y acudir al médico son los que tienen dinero y bajas por enfermedad bien remuneradas, todo Estados Unidos está en peligro.

Y Trump ha empeorado las cosas. El primer problema, y el más evidente, ha sido la lentitud a la hora de implantar las pruebas. En lugar de fiarse de los test desarrollados por la Organización Mundial de la Salud, el Centro de Control de las Enfermedades (CDC) decidió producir uno propio, pero resulta que no siempre funciona. Y la burocracia ha retrasado la labor de los laboratorios de investigación dispuestos a fabricar los suyos. Según Axios, nadie sabe con certeza por qué el CDC tomó esa decisión, pero el resultado está siendo desastroso, porque ahora no se sabe cuántos casos hay en Estados Unidos y eso está impidiendo actuar con rapidez.

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Una pantalla expuesta en el exterior de las Emergencias del Advocate Lutheran General Hospital, señala que es un hospital aprobado para el Coronavirus. (Patrick Gorski/NurPhoto via Getty Images)

Tampoco ayuda el hecho de que el propio Trump no se ha tomado el peligro en serio. Cuando se le preguntó, el 22 de enero, si estaba preocupado por una pandemia, contestó: “No. En absoluto. Tenemos la situación completamente controlada. Es una sola persona procedente de China, y la tenemos controlada. Todo va a salir bien”. En un mitin de campaña a principios de febrero, dijo: “Parece que en abril, en teoría, ya saben, cuando empiece a hacer algo más de calor, desparecerá como por milagro”. El 26 de febrero, tuiteó: “MSDNC (Comcast) & @CNN, con sus noticias falsas y su pésima audiencia, están haciendo todo lo posible para dar la peor imagen posible del caronavirus (sic), incluso creando pánico en los mercados, si es posible. Igual que sus incompetentes e inútiles camaradas demócratas, mucho hablar pero no hacen nada. ¡EE UU está en plena forma! @CDCGov…” El 6 de marzo, durante una visita al CDC, dijo: “Me encantan estas cosas. Las entiendo. A la gente le sorprende que las entienda. Todos estos médicos han dicho: ‘¿Cómo es que sabe usted tanto de esto?’ Quizá tengo un talento natural. Quizá debería haberme dedicado a esto en vez de ser presidente”.

Tal vez lo más grave que ha hecho Trump contra la posibilidad de afrontar con firmeza el coronavirus es su decisión de hace dos años, cuando cerró toda la unidad de seguridad sanitaria global del Consejo de Seguridad Nacional, en teoría para disminuir el número de miembros del equipo de seguridad nacional. Según las respuestas del presidente que figuran en este artículo, le resultaba frustrante tener siempre a su disposición a un equipo de gente que quizá nunca iba a ser necesario. Evidentemente, esa es su razón de ser: nunca se sabe cuándo va a estallar una pandemia, pero de vez en cuando estallan, y los gobiernos eficientes prefieren estar preparados.

Por supuesto, las órdenes de distanciamiento social y aislamiento han consistido en un mosaico de decretos municipales y estatales, sin ningún tipo de liderazgo ni coordinación nacional. Y no es solo Trump quien no se está tomando esto lo suficientemente en serio; tampoco lo hacen otros republicanos. Devin Nunes, representante por California, declaró a Fox News: “Este es un gran momento para salir […], así que no vayan al supermercado a gastarse, por ejemplo, 4.000 dólares en comida; vayan al bar de su barrio”.

La crisis podría ser letal para la campaña de Trump; o no. En una encuesta NBC News/Wall Street Journal, el 45% aprueba la gestión que está haciendo el presidente de la pandemia, y el 51%, no. Las cifras coinciden prácticamente con sus porcentajes previos, un 43,5% de aprobación y un 53,2% de desaprobación, lo que hace pensar que —como ocurrió durante el proceso para destituirle (¿se acuerdan de aquello?)— sus partidarios le quieren pase lo que pase.

Las pandemias como la del coronavirus no conocen fronteras. Muchas se han cerrado, desde luego, y algunos países están avanzando poco a poco hacia la derrota del virus con la dolorosa y extrema medida de ordenar a todo el mundo que se quede en casa. Pero Estados Unidos está titubeando, y eso acabará siendo un lastre inmenso para el resto del mundo de aquí en adelante.

 

 

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia